¿Mejor dentro o fuera del euro?
por Juan Torres López
Desde el principio se trató de convencer a la población de que nuestra pertenencia a ambos clubs no tendría nada más que efectos positivos, así que quienes tratábamos de levantar la voz para mostrar lo contrario fuimos tachados siempre de iluminados, cavernarios o excéntricos.
La realidad creo que ha demostrado que el camino emprendido ha estado lleno de muchas más dificultades e inconvenientes de las que nos dijeron al iniciarlo y que el saldo final no es tan claramente favorable a nuestros intereses como se daba por hecho. Y, en cualquier caso, me parece indiscutible que la carencia de debate y la falta de claridad a la hora de poner sobre la mesas los costes y beneficios que los diferentes grupos sociales soportamos por pertenecer al euro son una clara muestra de las carencias reales y muy importantes que tiene nuestra democracia.
Soy plenamente consciente de que el asunto no se resuelve en una pocas líneas pero como una muestra más de que la realidad no es la que nos quieren hacer creer me parece oportuno traer aquí los datos bastante significativos que proporciona John Weeks, economista y profesor de la Universidad de Londres, en un artículo reciente (Join The Euro? Yes, For Lower Growth).
Aunque sabemos que el Producto Interior Bruto (PIB) no es un indicador adecuado para conocer el estado real de una economía (entre otras cosas, porque el PIB deja muchos factores y costes y beneficios fuera, como los ambientales; porque no valora más que las actividades que tienen expresión monetaria; o porque desconoce todo lo que tenga que ver con la calidad o con los efectos de la actividad económica), podemos utilizar en este caso su tasa de crecimiento para comparar lo que ocurre dentro y fuera del euro. De hecho, esa tasa es la que usan los economistas convencionales para evaluar la situación en la que se encuentran las distintas economías, afirmando que van bien y que se crea empleo cuando crece y que van mal y aumenta el paro si disminuye.
Pues bien, al respecto es interesante comprobar lo que ha ocurrido con los 12 países de la Unión Europea que a partir de 1999 (Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y España) o 2001 (Grecia) entraron a formar parte del euro con lo sucedido en los 10 que no entraron en la unión monetaria (Chequia, Chipre, Dinamarca, Estonia, Hungría, Polonia, Eslovaquia, Eslovenia, Reino Unido y Suecia), a los que Weeks añade Noruega, al tratarse de una economía plenamente integrada en el espacio económico europeo.
Los datos son claros. Entre 2000 y 2007, en la etapa de expansión económica, los países que formaban parte del euro tuvieron un crecimiento promedio anual del 2,8%, mientras que los que no formaban parte de él alcanzaron una del 4,3%.
Es decir, que hubo una diferencia muy notable (de 1,5 puntos) a favor de los países que permanecieron fuera del euro, una diferencia que sería aún mayor (de 2 puntos) si se tomara el periodo de 2002 a 2007.
En el siguiente periodo de crisis que va del primer trimestre de 2008 al segundo del año actual, 2013, se vuelve a registrar la diferencia a favor de los países que se quedaron fuera de la unión monetaria europea.
Para esta fase ya había 16 países dentro del euro (Alemania, Austria, Bélgica, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y España y sin contar Malta por falta de datos), que registraron un crecimiento promedio anual negativo del -0,7%.
Sin embargo, los 7 países que permanecían fuera del euro (Chequia, Chipre, Dinamarca, Hungría, Noruega, Polonia, Reino Unido y Suecia), registraron un tasa promedio anual de crecimiento positiva, del 0,4% (que sería del 0,6% si se excluyera al Reino Unido que en materia de austeridad se ha comportado en ese periodo prácticamente igual que los países del euro).
Pero el peor rendimiento de los países del euro, en cuanto a crecimiento económico se refiere, es aún más evidente en esta etapa de crisis si se distinguen dos fases dentro de ella. Una primera marcada por la política de estímulos a la actividad, hasta mediados de 2010, y otra segunda de políticas de austeridad en el seno de la Eurozona, desde 2010 hasta ahora.
Se comprueba fácilmente que el estímulo permitió a las economías de dentro y fuera del euro recuperar el crecimiento: gracias a esas políticas, las economías del euro pasaron de las tasas negativas de 2009 a registrar un crecimiento positivo del 2,2% a mediados de 2010. Sin embargo, a partir de este último año se pusieron en marcha las llamadas políticas de austeridad que han conducido a registrar de nuevo una tasa de crecimiento del PIB negativa (del -1,5%) tres años más tarde en los países de la Eurozona.
Por su parte, el impacto de las políticas de estímulo en el crecimiento de los países que se mantenían fuera del euro fue mayor mientras que la caída posterior, cuando la austeridad deterioró el clima general, fue menor, pues han llegado al segundo trimestre de 2013 con una tasa de crecimiento positiva del 0,4%, y sin que apenas se haya registrado (salvo muy levemente en dos trimestres) una tasa de crecimiento negativa.
La conclusión a la que llega John Weeks es clara: pertenecer al euro ha supuesto una penalización en términos de crecimiento económico a las economías que forman parte de la unión monetaria de 1,5 puntos porcentuales en la fase de expansión y de 1,1 puntos en la de crisis.
Aún a sabiendas de que hay que tener en cuenta otros factores, lo cierto es, por tanto, que pertenecer al euro se ha demostrado como una circunstancia que genera menor crecimiento de la actividad económica, mientras que haber permanecido fuera está asociado a tasas más elevadas de crecimiento de las economías. A la luz de los datos puede afirmarse, pues, que no son ciertas las virtudes que se dicen que son indiscutibles e intrínsecas a la pertenencia a la unión monetaria europea. Bien porque está muy mal diseñada (por asimétrica y por favorecer solo a algunos países), bien porque las políticas que se aplican son contraproducentes para la actividad y el empleo, lo cierto es que pertenecer a ella tiene costes explícitos en términos de crecimiento económico.
Por tanto, es muy posible que fuera del euro le hubiera ido mejor a la economía española en su conjunto, aunque no, desde luego a los grandes grupos empresariales, inmobiliarios, industriales y financieros españoles y extranjeros que han casi monopolizado sus ventajas. Parece entonces evidente que es obligado poner sobre la mesa este tipo de datos y debatir con rigor y pluralidad sobre dónde nos conviene más estar porque las cosas no son tan evidentes como nos han querido y nos quieren hacer creer.
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