El rey abdica por partes
Es normal que las listas de espera de los quirófanos estén colapsadas teniendo en cuenta que el rey ha desequilibrado él solo el presupuesto de la Seguridad Social por varias décadas. Hay que pagar el diez por ciento de los tratamientos caros para poder pagarle a nuestro monarca el cien por cien. Debe de ser que los borbones sobreviven por encima de nuestras posibilidades.
No obstante, la profesión médica no es la única que se forra a costa de los desvelos de la salud real: el viernes había más de un centenar de periodistas apostados en la Zarzuela, preocupados por si la cadera tocada era la derecha o la izquierda. Al final se confirmó que era la izquierda, como nos temíamos. El rey lleva toda la vida apoyado sobre sus dos caderas, la derecha y la otra, pero, con su diplomacia habitual, nunca ha desvelado su preferencia por ninguna de las dos. A esto, en términos técnicos, se le denomina tener cintura, y en términos monárquicos, campechanía.
A pesar de su cintura campechana, últimamente el rey está dando trabajo a un montón de cirujanos que, sin sus achaques, no sabrían qué hacer con el bisturí. Otro tanto ocurre con la inmensa mayoría de los periodistas patrios con la posible excepción de Peñafiel. Eso sin contar chóferes, camilleros, enfermeras, portavoces, farmaceúticos y políticos. España entera vive pendiente de la última lesión de don Juan Carlos, como si el país fuese un equipo de fútbol torpedeado por la baja de su delantero estrella. Lo malo es que al rey no podemos traspasarlo igual que a Kaká y fichar a cambio un príncipe africano, que suelen salir bastante más baratos que cualquier dinastía francesa. Y eso que el país, igual que el Real Madrid sin Kaká, va tirando mal que bien con el jefe de estado en dique seco.
No, España es un país donde no se tira nada y no vamos a empezar ahora con un borbón. Aquí hay mucho desagradecido que habla mal del rey cuando, si no fuese por los partes médicos de la Zarzuela, muchos periodistas tendríamos que salir a la calle y empezar a escribir sobre la realidad en lugar de sobre la realeza, con lo desagradable que es eso. Imagínense, ponerse a hablar de los pobres que rebuscan en las basuras, de los enfermos que se van a quedar sin tratamiento, de los morosos que deciden escurrir el bulto suicidándose en lugar de seguir pagando la letra del banco, como es su obligación. Don Juan Carlos, en cambio, sigue al pie del cañón, prolongando el ejemplo de su antecesor en el cargo, aquel general bajito del que, vistas las últimas muestras de cariño y apoyo recibidas, habría que pedir otra autopsia, a ver si en vez de muerto va a estar de baja por hibernación.
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