martes, 10 de septiembre de 2013

¿Mala suerte o buena suerte?

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Cataluña: Mas y Rajoy, desbordados

 

La realidad no es un hecho consumado. La realidad es un tejido vivo que nunca se apea del telar. Y por eso puede tener resultados que superen lo esperado y lo temido. La construimos y la deshacemos como la metáfora de Homero cuando describe las labores de Penélope a la espera de Ulises. Tejer y destejer es el ritmo de la misma vida, que jamás es del todo previsible y pétrea. Unívoca y predeterminada.

La apariencia lógica, como la "legalidad" de Rajoy, puede dar unos datos convincentes para hoy, que mañana pueden dejar de tener significado y ser una puerta abierta para todos en vez de un túnel sin salida y cada vez más oscuro. Como la realidad catalana, que es también el espejo de la realidad española. Con algunas diferencias, como por ejemplo, una ciudadanía bastante más comprometida y despierta que el resto de vecinos peninsulares. Más realmente política y social. Una sociedad mayoritariamente de izquierda y republicana por lógica y escarmiento más que evidentes.

¿Para quiénes sería una catástrofe la autodeterminación de Cataluña y su "salida" del mapa constitucional español? Pues fundamentalmente para los que apoyan esta intocable, insuficiente y precaria Carta Mínima -muy poco Magna, ya que se la puede ignorar, pisotear y poner al servicio de cualquier malandrín que obtenga, mediante cualquier método indecente como el engaño, la difamación y la calumnia, una mayoría de votos "legales" pero suicidas-. ¿Es tan malo querer liberarse de tal lacra y de tal maldición histórica? ¿No es absolutamente lícito y legítimo ejercer el libre albedrío para elegir como y en qué condiciones se quiere vivir, trabajar, aprender y compartir la existencia? ¿Qué es más importante: mantener unida a la fuerza una España esclava del pp o intentar otra forma de gobernarnos, de entendernos y de civilizarnos?

Si Catalunya decide y realiza su propósito mayoritario: su independencia, al resto de España le vendrá de perlas enfrentarse a su realidad y salir de la nube tóxica en que se ha enredado por inercia, miedos absurdos y herencias patógenas aún insuperadas. Aprenderá en su propia carne lo que puede y debe conseguir una ciudadanía empeñada en sanarse de una tara milenaria. Comprenderá que el futuro no depende de vivir el presente con las mismas herramientas constituyentes del pasado cuando la historia se enquista, se infecta y duele porque el organismo social no está dispuesto a curarse las heridas infectadas y viejísimas, que se reproducen y agravan por cualquier evento infortunado, que nunca se acaba de entender ni superar, porque parece siempre el mismo. Porque es un tejido enfermo crónico del mismo mal. Porque en el fondo para ese colectivo manipulado y analfabeto democrático, es siempre la misma cuestión: el miedo y la comodidad.

Que Catalunya pierda el miedo a la libertad tiene que ser una noticia espléndida para los españoles. Y si consigue con su valentía responsable y lúcida, que se haga evidente la precariedad obsoleta de la Constitución, del sistema en que renquea este Estado corrompido desde la coronilla hasta la suela de los zapatos, pues miel sobre hojuelas. Porque esa conmoción del desván oscuro, desordenado e irrespirable, puede impulsar la limpieza general de la verdadera y rotunda transición. Por fin. En la adinamia política y amoral que llevamos no nos espera nada mejor que el hundimiento y la chapuza de una agonía interminable, como la del dictador. Una España intubada, con respiración asistida, moribunda, abandonada en manos del "equipo médico habitual" que no sabe ni puede ni quiere curarla porque vive justamente a costa de esa enfermedad, y por eso se ha convertido en zombie, en muerto viviente y rentable en petit comité, pero también en un peso insoportable para los propios españoles y hasta para la UE. 

Una España de la que huye la inteligencia y en la que progresa la inmundicia no es buena para nadie. Tampoco sirve hacer el samurai kamikaze ni el Leónidas espartano. Es inútil y suicida "luchar" contra lo que se alimenta del propio desgaste de la "lucha". Qué y quienes se nutren y engordan con ese desgaste y ese sufrimiento ya lo sabemos perfectamente. No se cortan un pelo en demostrarlo día a día. Catalunya, además de saberlo, está intentando evadirse del callejón sin salida ni lógica, rompiendo con las piquetas de la libertad y la democracia las tapias viejas y ruinosas que impiden el paso libre, no sólo a ella, sino a todos los españoles.

Está muy bien que nos interese el proceso para aprender como se sale de un laberinto institucional insoportable, irrespirable, repugnante, en el que la Justicia jadea encadenada y enmudecida, en el que una monocracia oligárquica y corrupta hasta las trancas se camufla de democracia monárquica sin entender la antítesis aberrante que conlleva su propia y absurda definición: si se es el gobierno de uno o de unos pocos ¿dónde queda el poder del pueblo, o sea, la verdera democracia de todos?

¿Quién nos puede asegurar que sea mucho más sano estar soportando una podredumbre semejante bajo una misma y única constitución invalidada por sus abusadores, que asumir federalmente nuestras responsabilidades autodeterminadas, hacernos cargo de solucionar los problemas concretos de cada demarcación peninsular y mantener con nuestros impuestos  a los representantes que elegimos directamente porque los conocemos y sabemos que son de fiar? ¿Quién nos dice que no viviremos mejor y más felices en una república federal como Alemania o Suiza, que en un pastiche impresentable ortopédico-parásito, cobarde e incapaz de revisar su historia hacia el futuro, como rehenes agarrotados, con el brazo en alto de todo el pasado a cuestas? Un pasado que ni fue tan glorioso como nos han fantaseado ni tan próspero como cuentan los nostálgicos de lo que no vivieron. No hay más que ver los resultados. Si el pasado hubiese sido tan deslumbrante y estupendo ¿tendríamos un presente tan cutre como éste y el futuro missing?

¿Qué hecatombe puede traernos la independencia de los catalanes que supere a la real calamidad que no sólo no nos gobierna sino que nos exprime y nos arruina para hacerse de oro y reirse de todos?

Creo que deberíamos ser mucho más adultos; más responsables y optimistas, menos agoreros, menos tiquismiquis y gallinas con lo mínimo y mucho más exigentes y determinados con lo importante. Pero me pregunto si tanta inercia mental y tanto hábito cutrefactor como sistema, no nos impide distinguir las dimensiones y el calado de lo uno y de lo otro...

 

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