Cuando te duela España
por Luis García Montero
Como en otras partes del mundo, he encontrado jóvenes españoles buscándose la vida en Argentina. Me ha ocurrido lo mismo en mis últimos viajes de trabajo a Nueva York, Berlín y Marsella. Se mire por donde se mire, la situación es triste. La experiencia no es muy positiva en la mayoría de las ocasiones. Con trabajos inferiores a su preparación, sueldos miserables y condiciones precarias de vida, la emigración a Europa o América es una mala solución, una manera de no quedarse quietos en el naufragio, una necesidad de sobrevivir más que de vivir. Otras veces, la vida se porta bien con estos nuevos emigrantes y consiguen sacarle provecho a su talento. Pero resulta amargo que la preparación que tienen no sirva para contribuir al progreso de su país. Otros se enriquecen con su trabajo.
Cuando oigo decir a los ministros de este Gobierno que estamos saliendo de la crisis, siento que no les importa España lo más mínimo. España como sociedad, como comunidad de vida, le ha importado siempre poco a las élites. Siempre han confundido el amor a España con la defensa de sus privilegios. Si los bancos y las instituciones financieras vuelven a ganar dinero con fluidez, los privilegiados piensan que la crisis se está terminando. Les parece irrelevante que la mayoría de los españoles haya perdido su puesto de trabajo o un tercio de su sueldo, que viva en unas condiciones laborales miserables y que cuente cada vez con menos derechos y servicios públicos.
Al nacionalismo españolista le importa un bledo España. Antes enmascaraban su ideología con la identidad católica. La conservación de su cortijo se justificaba con la cruzada y el altar. Como el disfraz religioso tiene ya poca eficacia en una sociedad de pleno consumo, las estrategias de la derecha se presentan con la claridad pornográfica del dinero. Cada uno a lo suyo y que robe más el que se sienta más fuerte. Es una mentalidad que invita poco a los vínculos, a la solidaridad, a las ilusiones colectivas.
Como me duele España, recuerdo España, aparte de mí este cáliz de César Vallejo. Y recuerdo un libro de 1937 titulado Madre España que publicaron los poetas chilenos para protestar por la traición de los nacionalistas españoles, que no habían dudado en ponerse en manos de Hitler y Mussolini. Vicente Huidobro, Pablo Rokha y Pablo Neruda no podían verse, se odiaban íntimamente. Pero en esta ocasión, los reunió el amor a España.
Estoy convencido de que, en los últimos años, la prepotencia y la zafiedad del nacionalismo español ha contribuido a despertar el independentismo catalán. Pero creo también que la causa más importante del independentismo es la desaparición de una ética socialista en medio de la España neoliberal. La corrupción, la avaricia y la sumisión al dinero han imperado sin límites en la sociedad española y catalana. ¡Qué gobernantes hemos sufrido los unos y los otros! ¿Es que no es como para identificarnos en la misma vergüenza? La ética socialista ha desaparecido o se ha convertido en una mascarada insoportable por culpa de unas siglas históricas sometidas al mandato del negocio, los bancos, las reformas laborales y la ley del dinero. ¿Quién se va a preocupar así de un obrero extremeño en Barcelona? Nadie, pero tampoco se preocupa nadie de un obrero andaluz o madrileño en Madrid. Es triste: en los debates sobre nacionalismo se formulan pocas preguntas sobre las condiciones de vida de los más necesitados. ¿Vivirá el proletariado catalán mejor con la independencia? ¿Y el de Castilla y León? ¿Qué pasará con su sanidad y su educación pública, al margen del catecismo y de los falseamientos previsibles a la hora de contar la Historia? Son preguntas que muy pocos formulan. Y son las que a mí más me importan.
El dolor de España es hoy absurdo si se separa de una ética socialista y de una reivindicación de la dignidad democrática. No puede resistirse por más tiempo el espectáculo de una familia real, un partido en el Gobierno, una Generalitat y una corte mediática entregada a la mentira, la corrupción y las consignas neoliberales. Para no ser cómplices de esta conjura de zafiedad y desvergüenza, hay que subir el tono de las protestas. En medio de mi dolor por España, me he identificado con la leyenda que preside la estatua del escritor Esteban Echeverría en la plaza de San Martín en Buenos Aires: “Miserables los que vacilan cuando la tiranía se ceba en las entrañas de la patria”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario