Una llamada llega en el correo.
Reclamando un rincón en la memoria
donde repose el rostro femenino
con su pluma, su libro y su equipaje
Era bella y gentil. Era poeta.
Era antigua, robusta y orgullosa
vestida de poema y de escenario
se cruzó con la vida y sus inciensos,
esos que admiración llevan consigo
su verso era el perfume de su ego
y su prosa la luna
donde a cada soneto se miraba y medía
narcisa y soñadora en sus espejos
Nació, gozó, sufrió, se encaprichó
y firmó su sentencia de muerte
sin premeditación
con la solemnidad de una escultura
nacida para amar y ser amada
para dar testimonio de un romántico paso
de danzón, para cruzar la pluma con el beso
y sólo descubrió la certidumbre
de no tener el hueco que acuna la ternura
Murió sola. Como morimos todos
aunque los otros ronden los sentidos
Se nace acompañados de la madre;
para morir sólo es preciso el roce del silencio
martillo sobre yunque
en el alma cansada
de atravesar el mundo en sol y sombra
Basta la sutileza del suspiro
para decir adiós sin ceremonias
No apoyaré la tesis del reconocimiento
que no la necesita
quien aprende en directo de la luz
y silabea en cada ocaso fiel
el alba de una rosa y una revelación
del infinito
Quien vive en las estrellas
olvida las bombillas de verbena
y el palacio de invierno
travestido en la niebla de diciembre
cuando se asoma el sol a la conciencia
Quédense los fantasmas
alzándose en el quicio de la noche
A la nada ya nada le hace falta
como su nombre afirma mientras niega
Y al ser le basta ser como escritura
Requiem por la mujer y la poeta
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