miércoles, 24 de junio de 2009

Las mil caras duras y ocultas del mismo rostro pálido. O diario revelador de una especie a extinguir

-Me he enamorado de una muchacha cuyos ojos encierran todo el encanto del Oriente.

-¿Has percibido si detrás del Oriente que reflejan, hay trazas de algo más?

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-He encontrado al hombre de mi vida. Me ama como nunca nadie me amó.

-Pues ¡enhorabuena! Pero antes de comer todo lo que te ha cocinado, asegurate de que podrás asimilarlo.

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-Creo que seré feliz cuando encuentre a mi alma gemela.

-Sí, tienes razón. Pero recuerda que si antes no te has encontrado contigo, si tu alma gemela apareciese no la verías.

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-Dicen que a los hombres mayores les gustan las jovencitas porque les dan alegría y ganas de vivir.

-Es natural que se busque lo que no se tiene. Alimentarse de energías prestadas es como depender de créditos bancarios para sobrevivir. Cuando no se puede devolver el capital prestado o se gana un pastón a la lotería o se arruina el negocio.

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-Sin embargo a las mujeres mayores normalmente no les gustan los jovencitos como pareja ni los ancianos buscones. Prefieren gente igual.

-Eso es porque saben que los hombres capaces de elegir mujeres semejantes a ellos en madurez y estabilidad, tienen suficiente riqueza interna de sentimientos y sensibilidad como para no correr detrás de las alegrías prestadas por la juventud ajena, que también caduca, con frecuencia, antes de lo previsto. Ellos son capaces de generar lo que necesitan y de compartirlo en igualdad. Son sabios e intemporales. Y las mujeres cuando maduran no combinan sino con hombres de esa especie.

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-He encontrado la compañía y el afecto ideales. No cotillea. No se queja de nada. Siempre estamos de acuerdo. Me admira. Me adora. Me da la razón en todo. Me sigue en lo que emprendo sin ponerme ni un pero. Es alegre y juguetona. Me espera levantada aunque llegue a casa al amanecer y me acoge tal cual, sin preguntar ni pedir explicaciones, no le importa que no le haga caso; con que le dé una palmadita y la deje que se siente a mi lado a contemplarme mientras hago mis cosas, ella, feliz. Es como si me leyese el pensamiento. Como mi sombra. Cuando me duermo se queda vigilando mi descanso para que no me molesten. Atiende todas mis sugerencias, mis pequeños gestos, y me obedece ciegamente. De vez en cuando la saco a dar una vuelta a la manzana y se siente la reina del mundo paseando a mi lado, aunque yo me vaya parando distraído en librerías, en las tiendas de ropa, saludando a los compañeros que encuentro por la calle. Pero luego la recompenso dejándola disfrutar de las farolas y de los árboles, cuyos perfumes le entusiasman y la obligan a detenerse, como a mí me sucede con los escaparates.
Eso, si, siempre la cuido, estoy pendiente de su dieta y de su salud. Y alguna vez le hago regalitos que le encantan; la semana pasada, por ejemplo, le compré un collar precioso, de fantasía, que ella luce con elegancia cuando llega la ocasión de salir juntos y todos admiran lo bien que resultamos como pareja. Me siento muy ligado a ella por su noble compañía y su silenciosa y serena comprensión. Creo que he tenido muchísima suerte al encontrarla en mi camino. No sabría ya vivir sin ella. Y el día que me falte...será durísimo.

-De tu descripción exahustiva, detallada y entusiasta, sólo me queda una duda ¿hablas de tu novia, de tu esposa o de un animalito de compañía?

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miércoles, 10 de junio de 2009

La última pregunta decisiva

Habían pasado horas innumerables. Horas sin tiempo. El Sheik y su familia se movían. Hablaban. El extranjero permanecía en silencio bajo la higuera. De vez en cuando alguien le sonreía con respeto y distancia. Algún niño se le acercaba y le rozaba el pelo o la rodilla. Los pájaros revoloteaban sobre su cabeza. De pronto vió al Sheik que estaba terminando de meter aceitunas negras en una olla de barro.

Se levantó. Caminó despacio hacia él, que en ese momento estaba a punto de beber el té que su mujer le había servido en un bol.

-¿Y el vacío?- preguntó- ¿de que está hecho?

-De amor- respondió el Sheik con una sonrisa, ofreciéndole el té y un puñado de dátiles.

Eso era todo.