martes, 31 de marzo de 2015

Un fragmento de "La conquista del pan" de Kropotkin, para reflexionar

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(Y esto se escribió en el siglo XIX...)



Hasta el pensamiento, hasta la invención, son hechos colectivos, producto del pasado y del presente. Millares de inventores han preparado el invento de cada una de esas máquinas, en las cuales admira el hombre su genio. Miles de escritores, poetas y sabios han trabajado para elaborar el saber, extinguir el error y crear esa atmósfera de pensamiento científico, sin la cual no hubiera podido aparecer ninguna de las maravillas de nuestro siglo. Pero esos millares de filósofos, poetas, sabios e inventores, ¿no hablan sido también inspirados por la labor de los siglos anteriores? ¿No fueron durante su vida alimentados y sostenidos, así en lo físico como en lo moral por legiones de trabajadores y artesanos de todas clases? ¿No adquirieron su fuerza impulsiva en lo que les rodeaba?

Ciertamente, el genio de un Seguin, de un Mayer y de un Grove, han hecho más por lanzar la industria a nuevas vías que todos los capitales del mundo. Estos mismos genios son hijos de industria, igual que de la ciencia, porque ha sido necesario que millares de máquinas de vapor transformasen, año tras año, a la vista de todos, el calor en fuerza dinámica, y esta fuerza en sonido, en luz y en electricidad, antes de que esas inteligencias geniales llegasen a proclamar el origen mecánico y la unidad de las fuerzas físicas. Y si nosotros, los hijos del siglo XIX, al fin hemos comprendido esta idea y hemos sabido aplicarla, es también porque para ello estábamos preparados por la experiencia cotidiana. También los pensadores del siglo pasado la habían entrevisto y enunciado, pero quedó sin comprender, porque el siglo XVIII no había crecido como nosotros, junto a la máquina de vapor.

Piénsese en las décadas que hubieran transcurrido aún en ignorancia de esa ley que nos ha permitido revolucionar la industria moderna, si Watt no hubiese encontrado en Soho trabajado hábiles para construir con metal sus planes teóricos, perfeccionar todas sus partes, y aprisionándolo dentro de un mecanismo completo hacer por fin el vapor más dócil que el caballo, más manejable que el agua.

Cada máquina tiene la misma historia: larga historia de noches en blanco y de miseria; de desilusiones y de alegrías, de mejoras parciales halladas por varias generaciones de obreros desconocidos que venían a añadir al primitivo invento esas pequeñas nonadas sin las cuales permanecería estéril la idea más fecunda. Aún más: cada nueva invención es una síntesis resultante de mil inventos anteriores en el inmenso campo de la mecánica y de la industria.

Ciencia e industria, saber y aplicación, descubrimiento y realización práctica que conduce a nuevas invenciones, trabajo o cerebral y trabajo manual, idea y labor de los brazos, todo se enlaza. Cada descubrimiento, cada progreso, cada aumento de la riqueza de la humanidad, tiene su origen en el conjunto del trabajo manual y cerebral, pasado y presente. Entonces, ¿qué derecho asiste a nadie para apropiarse la menor partícula de ese inmenso todo y decir: Esto es mío y no vuestro?

Pero sucedió que todo cuanto permite al hombre producir y acrecentar sus fuerzas productivas fue acaparado por algunos.

El suelo, que precisamente saca su valor de las necesidades de una población que crece sin cesar, pertenece hoy a minorías que pueden impedir e impiden al pueblo el cultivarlo o le impiden el cultivarlo según las necesidades modernas. Las minas, que representan el trabajo de muchas generaciones y su valor no deriva sino de las necesidades de la industria y la densidad de la población, pertenecen también a unos pocos, y esos pocos limitan la extracción del carbón, o la prohiben en su totalidad si encuentran una colocación más ventajosa para sus capitales.

También la maquinaria es propiedad sólo de algunos, y aun cuando tal o cual máquina representa sin duda alguna los perfeccionamientos aportados por tres generaciones de trabajadores, no por eso deja de pertenecer a algunos patronos; y si los nietos del mismo inventor que construyó, cien años ha, la primera máquina de hacer encajes se presentasen hoy en una manufactura de Basilea o de Nottingham y reclamasen sus derechos, les gritarían: ¡Marchaos de aquí; esta máquina no es vuestra! Y si quisiesen tomar posesión de ella, les fusilarían.

Los ferrocarriles, que no serían más que inútil hierro viejo sin la densa población de Europa, sin su industria, su comercio y sus cambios, pertenecen a algunos accionistas, ignorantes quizá de dónde se encuentran los caminos que les dan rentas superiores a las de un rey de la Edad Media. Y si los hijos de los que murieron a millares cavando las trincheras y abriendo los túneles se reuniesen un día y fueran, andrajosos y hambrientos, a pedir pan a los accionistas, encontrarían las bayonetas y la metralla para dispersarlos y defender los derechos adquiridos.

En virtud de esta organización monstruosa, cuando el hijo del trabajador entra en la vida, no halla campo que cultivar, máquina que conducir ni mina que acometer con el zapapico, si no cede a un amo la mayor parte de lo que él produzca. Tiene que vender su fuerza para el trabajo por una ración mezquina e insegura. Su padre y su abuelo trabajaron en desecar aquel campo, en 7 edificar aquella fábrica, en perfeccionarla. Si él obtiene permiso para dedicarse al cultivo de ese campo, es a condición de ceder la cuarta parte del producto a su amo, y otra cuarta al gobierno y a los intermediarios. Y ese impuesto que le sacan el Estado, el capitalista, el señor y el negociante, irá creciendo sin cesar. Si se dedica a la industria, se le permitirá que trabaje a condición de no recibir más que el tercio o la mitad del producto, siendo el resto para aquel a quien la ley reconoce como propietario de la máquina.




Clamamos contra el barón feudal que no permitía al cultivador tocar la tierra, a menos de entregarle el cuarto de la cosecha. Y el trabajador, con el nombre de libre contratación, acepta obligaciones feudales, porque no encontraría condiciones más aceptables en ninguna parte. Como todo es propiedad de algún amo, tiene que ceder o morirse de hambre.

De tal estado de cosas resulta que toda nuestra producción es un contrasentido. Al negocio no le conmueven las necesidades de la sociedad; su único objetivo es aumentar los beneficios del negociante. De aquí las continuas fluctuaciones de la industria, las crisis en estado crónico.

No pudiendo los obreros comprar con su salario las riquezas que producen, la industria busca mercados fuera, entre los acaparadores de las demás naciones Pero en todas partes encuentra competidores, puesto que la evolución de todas las naciones se realiza en el mismo sentido. Y tienen que estallar guerras por el derecho de ser dueños de los mercados. Guerras por las posesiones en Oriente, por el imperio de los mares, para imponer derechos aduaneros y dictar condiciones a sus vecinos, ¡guerras contra los que se sublevan! No cesa en Europa el ruido del cañón; generaciones enteras son asesinadas; los Estados europeos gastan en armamentos el tercio de sus presupuestos.

La educación también es privilegio de ínfimas minorías. ¿Puede hablarse de educación cuando el hijo del obrero se ve obligado a la edad de trece años a bajar a la mina o ayudar a su padre en las labores del campo?

Mientras que los radicales piden mayor extensión de las libertades políticas, muy pronto advierten que el hálito de la libertad produce con rapidez el levantamiento de los proletarios y entonces cambian de camisa, mudan de opinión y retornan a las leyes excepcionales y al gobierno del sable. Un vasto conjunto de tribunales, jueces, verdugos, polizontes y carceleros, es necesario para mantener los privilegios. Este sistema suspende el desarrollo de los sentimientos sociales. Cualquiera comprende que sin rectitud, sin respeto a sí mismo, sin simpatía y apoyos mutuos, la especie tiene que degenerar. Pero eso no les importa a las clases directoras, e inventan toda una ciencia absolutamente falsa para probar lo contrario.

Se han dicho cosas muy bonitas acerca de la necesidad de compartir lo que se posee con aquellos que no tienen nada. Pero cuando se le ocurre a cualquiera poner en práctica este principio, en seguida se le advierte que todos esos grandes sentimientos son buenos en los libros poéticos, pero no en la vida. Mentir es envilecerse, rebajarse, decimos nosotros, y toda la existencia civilizada Se trueca en una inmensa mentira. ¡Y nos habituamos, acostumbrando a nuestros hijos a practicar como hipócritas una moralidad de dos caras!

El simple hecho del acaparamiento extiende así sus consecuencias a la vida social. A menos de perecer, las sociedades humanas vense obligadas a volver a los principios fundamentales: siendo los medios de producción obra colectiva de la humanidad, vuelven al poder de la colectividad humana. La apropiación personal de ellos no es justa ni útil. Todo es de todos, puesto que todos lo necesitan, puesto que todos han trabajado en la medida de sus fuerzas, y es imposible determinar la parte que pudiera corresponder a cada uno en la actual producción de las riquezas.

¡Todo es de todos! He aquí la inmensa maquinaria que el XIX ha creado; he aquí millones de esclavos de hierro que llamamos máquinas que cepillan y sierran, tejen e hilan para nosotros, que descomponen y recomponen la primera materia y forjan las maravillas de nuestra época.

Nadie tiene derecho a apoderarse de una sola de esas máquinas y decir: Es mía; para usar de ella, me pagaréis un tributo por cada uno de vuestros productos. Como tampoco el señor de la Edad Media tenía derecho para decir al labrador: Esta colina, ese prado, son míos, y me pagaréis por cada gavilla de trigo que cojáis, por cada montón de heno que forméis. Basta de esas fórmulas ambiguas, tales como el derecho al trabajo, o a cada uno el producto íntegro de su trabajo. Lo que nosotros proclamamos es el derecho al bienestar, el bienestar para todos.
Piotr Kropotkin

El rap de la yaya anarquista




                    
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Jóvenes aplastados por la marginación
pobres abandonados y sin atención
sin un puto duro para poder comer
¿de dónde habéis sacado tantísímo parné ,
si lo vuestro es el paro, el descoloque
y vivir a cubierto del sistema
que os paga por ponerlo como un trapo,
para montar un grupo tan chulo y tan molón
instrumentos que cuestan un pastón,
el disco, el puturrú, la grabación...
el recibo que pagará la luz, 
el garito de ensayo en alquiler,
el móvil y la tablet, la birra y el café
en una sociedad de puro paripé 
a la que odiais a muerte sin más causa y porqué, 
que haberos malcriado y daros demassié 
de lo que os ha tarado 
y demasiado poco de educación fetén. 

Cuando todo era fácil y era pura basura
estábais encantados con esa catadura
ganando dosmil euros por una soldadura.
Y siendo analfabetos en todo lo demás
gracias a que la escuela y la cutrez ambiente 
no daban para más.
La inercia de la farsa llamada 'bienestar' 
ocupaba la sala de conciertos
que estaba a rebosar.
No es cuestión de dinero ni cambio de poderes, 
sino de inteligencia y pura dignidad
de pasarse la infancia pegados a la tele
y al juego de la play, cocidos en violencia,
sin mirar a otro sitio que al ombligo,
y tarando las mentes, la sensibilidad 
abortando conciencia
tan sólo con el guasap como amigo. 
Con padres y con madres 
que daban importancia a ganar más dinero 
y a tener más ganancias para comprar más cosas, 
que a querer y a quererse
que a educar y a educarse
que a pensar y a crecer en ética y decencia
que a iniciar a los hijos en otras gayas ciencias
como es la honestidad, 
la suave disciplina de paciencia  y firmeza,
de respeto, de sentido y coherencia
de tiempo dedicado más a ser que a tener
a más amar de veras que sólo a poseer.

Que no os engañe ahora el viejo chiste
de que un nuevo tirano va a salvaros
haciendo por vosotros el gran cambio
que vosotros no hagáis, cambio de dentro,
que cambiar de sistema no consiste 
en romper con lo viejo porque es viejo
y  agarrarse a lo joven que tenéis
pero que en poco tiempo ya veréis
que el cambio no consiste en los discursos
sino en dejar mentiras y disfraces como excusa 
para empezar a ser verdad y no pelusas
que barre el cutrerío de un sistema 
inventado por cuatro sinvergüenzas 
y seguido a la vez por millones 
de borregos y ovejas
que van al matadero tan contentas
buscando su dinero y su prebenda
para comprarse un buga o una moto
o una prenda que firme Kalvin Klain
con el mismo derecho que los pijos
para fumarse un porro y darle a la cerveza
o para enriquecer a Carrefour,
al Cortinglés, McDonalds o el bareto,
que todo da trabajo y da dinero
que eso quieren decir la democracia
y la declaración de los derechos
que de humanos les queda poca cosa
tal y como va esto,
derecho a fenecer como diohsmanda
dejando este Planeta por los suelos
y el futuro colgado del perchero.
Ovejas que son fans del matadero,
y cuando el matarife no les gusta
se enfadan y protestan. Repiten y repiten
siglo a siglo 
la salmodia perenne de sus quejas
pero no participan ni se implican de veras
para cambiar las tornas y se dejan
burlar, apalear y engatusar de nuevo
y vuelven a las mismas por inercia.


Hasta que se despiertan, se plantan y deciden
que ya son ciudadanas responsables y no tristes ovejas
consumistas y a la vez consumidas por la peña
que las vende, las pela y las exprime
con técnicas distintas y manos diferentes,
lo mismo a la derecha que a la izquierda.    




Contrastes y con trastos

rajoy tremending

lunes, 30 de marzo de 2015

La lucidez del sentido común


La política del resentimiento de Europa

Hay que reorganizar la política monetaria para favorecer la prosperidad



Un presentador de televisión alemán transmitió recientemente un vídeo editado de mí, antes de que fuera ministro de Hacienda de Grecia, en el que dedicaba una peineta a su país. Las consecuencias han revelado las repercusiones de ese supuesto gesto, sobre todo en tiempos turbulentos. De hecho, el jaleo desatado por esa transmisión no habría ocurrido antes de la crisis financiera de 2008, que reveló los fallos de la unión monetaria de Europa y enfrentó a países orgullosos unos con otros.
Cuando a comienzos de 2010 el Gobierno de Grecia no pudo pagar sus deudas a los bancos franceses, alemanes y griegos, yo participé en una campaña contra su solicitud de un enorme nuevo préstamo de los contribuyentes europeos para pagar dichas deudas. Di tres razones.
En primer lugar, los nuevos préstamos no representaban tanto un rescate para Grecia como una cínica transferencia de pérdidas privadas de la contabilidad de los bancos a los hombros de los ciudadanos más vulnerables de Grecia. ¿Cuántos contribuyentes de Europa —que han pagado la factura de esos préstamos— saben que más del 90% de los 240.000 millones de euros que Grecia pidió prestados fueron a parar a entidades financieras y no al Estado griego ni a sus ciudadanos?
En segundo lugar, era evidente que, si Grecia ya no podía devolver los préstamos vigentes, las condiciones de austeridad que eran las premisas de los rescates destrozarían los ingresos nominales griegos, con lo que la deuda nacional resultaría aún menos sostenible. Cuando los griegos no pudieran pagar sus monumentales deudas, los contribuyentes alemanes y de otros países europeos tendrían que intervenir de nuevo. Naturalmente, los griegos adinerados ya habían trasladado sus depósitos a centros financieros como los de Fráncfort y Londres.
Por último, engañar a los ciudadanos y a los Parlamentos presentando un rescate bancario como un acto de solidaridad, al tiempo que se deja de ayudar a los griegos comunes y corrientes —obligándolos de hecho a hacer recaer una carga aún más pesada sobre los alemanes— había de socavar la cohesión dentro de la zona euro. Los alemanes se volvieron contra los griegos; los griegos se volvieron contra los alemanes y, a medida que más países han afrontado penalidades fiscales, Europa se ha vuelto contra sí misma.
El caso es que Grecia no tenía derecho a pedir prestado a los contribuyentes alemanes —ni a ningún otro europeo— en un momento en el que su deuda pública era insostenible. Antes de que Grecia recibiera préstamo alguno, debería haber iniciado la reestructuración de la deuda y haber pasado por una suspensión de pagos parcial de la deuda debida a los acreedores de su sector privado, pero en aquel momento se pasó por alto ese argumento “radical”.
El tóxico juego de la culpabilización sólo beneficia a los enemigos de Europa
De forma similar, los ciudadanos europeos deberían haber exigido que sus Gobiernos se negaran a examinar siquiera la posibilidad de transferirles pérdidas privadas, pero no lo hicieron y la transferencia se llevó a cabo poco después.
El resultado fue el mayor préstamo de la historia respaldado por los contribuyentes, concedido con la condición de que Grecia aplicara una austeridad tan estricta, que sus ciudadanos han perdido la cuarta parte de sus ingresos, con lo que resulta imposible pagar las deudas públicas o privadas. La posterior —y actual— crisis humana ha sido trágica.
Cinco años después de que se emitiera el primer rescate, Grecia sigue en crisis. La animosidad entre los europeos nunca había sido mayor y los griegos y los alemanes, en particular, han llegado hasta el extremo de caer en el pavoneo moral, el señalarse mutuamente con el dedo y el antagonismo explícito.
El tóxico juego de la culpabilización sólo beneficia a los enemigos de Europa. Hay que ponerle fin. Sólo entonces Grecia podrá centrarse —con el apoyo de sus socios europeos, que comparten el interés por su recuperación económica— en la aplicación de reformas eficaces y políticas que impulsen el crecimiento, lo que es esencial para situar a Grecia, por fin, en condiciones para pagar sus deudas y cumplir sus obligaciones para con sus ciudadanos.
Desde el punto de vista práctico, el acuerdo del Eurogrupo del pasado 20 de febrero, que brindó una prórroga de cuatro meses para el pago de los préstamos, ofrece una oportunidad importante para avanzar. Como instaron los dirigentes de Grecia en una reunión oficiosa celebrada en Bruselas la semana pasada, se debe aplicar inmediatamente.
A largo plazo, los dirigentes europeos deben cooperar para reorganizar la unión monetaria a fin de que apoye la prosperidad compartida, en lugar de alimentar el resentimiento mutuo. Se trata de una tarea imponente, pero, con una conciencia clara del objetivo, un planteamiento común y tal vez uno o dos gestos positivos, se podrá lograr.
Yanis Varoufakis es ministro de Finanzas de Grecia.

Sócrates. Luis Roca Jusmet





Me parece muy interesante este clarificador aporte de mi amigo Luis Roca, profesor de Filosofía y hombre inquieto, que hace de esa disciplina un motor práctico de conciencia en su propio compromiso con la vida. Dicho esto, quiero comentar un poco lo que para mí representa la diferencia entre Sócrates y Nietzsche, dos figuras indispensables a la hora de ahondar en la historia del pensamiento universal. Aunque estudié Filosofía y la carrera se llamaba entonces Filosofía y Letras, me decanté por las Letras a partir de 3º -soy poeta de nacimiento y eso marca mucho, aunque no se quiera admitir, a sí de primeras, je, je...- y aunque nunca he dejado de la mano la Filosofía -o quizás a haya sido ella siempre generosa y abierta sin horarios de cierre-  la que nunca me ha abandonado, el equipaje imprescindible para la vida, no es mi especialidad académica, pero sí mi mejor maestra, amiga y compañera; ella me ha conducido desde mi adolescencia, me ha acompañado, orientado, desorientado y sorprendido con tantos hallazgos, confirmado mis dudas, certezas y cacaos mentales, tantas veces que, afortunadamente, he perdido la cuenta.

No opino como "filósofa", porque no lo soy, sino como humilde y poco documentada trabajadora, proletaria del pensamiento y la sensibilidad de su praxis. Para mí Sócrates es un poco mi padre. Desde él comenzó mi andadura, que se había iniciado con los Presocráticos que, por cierto, me encantaron desde los inicios de la historia del pensamiento occidental. Ellos fueron la magia de la iniciación, pero fue Sócrates el foco definitivo que me hizo entenderles y situarles en la evolución, encontrarles un sitio en mí misma, descubrir a Parménides en el camino de la trascendencia del absoluto inmutable y a Heráclito como maestro en la ceremonia del tiempo, capaz de intuir esa trascendencia infinita en el curso de lo impermanente y pasajero, en apariencia...casi un adelanto de Marx y su visión de la materia que retorna constantemente sobre sí misma sin crearse ni destruirse, generando energía, hÿlé y morphé, en ciclos interminables, como la sentía Heráclito con su determinante, sugestivo y evidente misterio del panta rei.  Todo fluye. Fascinantes y complementarios ambos. Lo mismo que Zenón de Elea o Tales de Mileto y el poder vivificante del agua, Anaximandro y el ápeiron poderoso e ilimitado, Anaxímenes a partir del pneuma y el pÿr, aire y fuego, o los pitagóricos, iluminando descubrimientos en los que nunca, probablemente, hubiese reparado como el número clave en el sonido y sus vibraciones infinitas para dar forma a la creación, sin haber pasado por su haz luminoso, por sus linternas ya intemporales.

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                     Fue Sócrates, sin ninguna duda, el que me introdujo en el método, el McLuhan de mi mente, el que me enseñó a mirar el pensamiento como medio y finalidad en el camino del autoconocimiento. Cuidar el pensamiento porque poco a poco la herramienta se va convirtiendo en lo que tú estés dispuesta a hacer con ella. Puedes hacer que sea el encuentro con la Verdad como razón ontológica y ética de la existencia, pero sin palabras, dejando que la verdad se defina a sí misma en el abrazo inefable de la lucidez y de la sorpresa simple del no saber o del saber que no sabes, que es aún más conmovedor y convincente que el mero hecho de no saber desconociendo que no sabes. Una actitud mística, abierta al infinito sin barreras, partiendo de un nuevo nacimiento, de un parto trabajoso y reconfortante, pero eso lo descubrí más tarde, cuando pude definirlo desde la esencia en mi dentro y en mi fuera, mientras 'eso' me llevaba con un impulso íntimo a buscar la palabra y a dejarla que se hiciese carne conmigo y mi entorno. El mundo. Los seres compañeros. La naturaleza. Todo.
Fui entendiendo con el corazón y con la mente al unísono que una cosa es ser un pensador y otra, un maestro. Que los pensadores son incontables, pero los maestros puede que nos sobren dedos para contarlos y que ellos son, sin lugar a dudas los que dejan huellas indelebles en nuestro espíritu. En la memoria de lo inmensurable. Es curioso que los maestros no se preocupen especialmente por dejar obra escrita, como Shams de Tabriz, el sufí, que le dejó a Rumi la tarea de traducirle a la vida de otras generaciones, pasando por su experiencia como amigo, amante y discípulo.
A Sócrates hay que descubrirlo, igualmente, a través de los escritos de otro que no era él. Sino Platón. Su discípulo. Que viene a ser el equivalente a Juan de Patmos que "tradujo" a Jesús de Nazaret, quien, igual que Sócrates, se preocupó mucho más por ser verdad que de publicarse y contarse a sí mismo para formar parte de la historia. Y es que los maestros se transmiten mucho más por medio de la riqueza esencial que han removido en los individuos que les trataron directamente, y con el aporte de la evolución que éstos hacen en su aprendizaje. Ahí se ve y se siente la diferencia entre ser o contar lo que una/uno imagina que ha percibido y aprendido y lo que una es o aún no ha llegado a ser. La verdad desnuda de lo que no finge ni elucubra, sino que fluye y se materializa en el ser tangible como suprema belleza sin artificios,  ni bótox ni maquillajes 'correctores'. Con naturalidad y sin tapujos. Sin preocupación por la imagen ni el prestigio, ni por la rivalidad ni las comparaciones. Transparente y real sin más.
Sócrates el partero y Jesús el carpintero tenían en común el amor por la verdad, pero no teórica, sino completa, práctica y palpable. Por eso su ejemplo ha reforzado la huella de su paso por este mundo y los hace intemporales, para que cada uno de nosotras decida hasta donde quiere comprenderles y darles el permiso para que cooperen en nuestra transición desde el estado más primario, a lo que vayamos creciendo y descubriendo en el curso de nuestras vidas.
Por eso se hicieron tan antipáticos para los que no buscan la verdad y tan queridos para los buscadores. Por eso murieron condenados por el mundo que se mantiene vegetando en la mentira como sistema y no huyeron ante el peligro evidentísimo y mantuvieron la coherencia como valor supremo más allá de la vida temporal, que pierde el sentido si carece de coherencia. Como  el personaje de Gabriel, el flautista de La Misión, que, cuando el trágico final de la historia real se acerca, dispensa del voto de obediencia a sus compañeros jesuitas, ante la batalla que van a presentar al enemigo,  y preguntado por uno de ellos, acerca de la decisión de no defenderse personalmente y preferir que lo asesinen, responde sencillamente que no le vale la pena seguir en un mundo donde para permanecer hay que cercenar la propia conciencia matando a nuestros propios semejantes, que es como matarse uno mismo.
Creo que Sócrates tuvo el mismo planteamiento y que su muerte aceptada como cumplimiento de una ley inhumana pero acordada "justamente y democráticamente" por la barbarie, de cuya naturaleza él había formado parte, como Jesús, fue, mucho más que una condena, una llave para la evolución y el cambio de conciencia de la humanidad que les siguió en el tiempo. Colocar por encima del valor de una vida temporal, relativizándola, el valor de lo que uno experimenta como verdadero y real verdaderamente, como pleno y absoluto y por ello mucho más auténtico que resignarse a convivir con la falsedad por miedo. Kolbe, un polaco prisionero en un campo de exterminio nazi, también se ofreció como voluntario para ser fusilado en el lugar de un padre de familia numerosa, porque él no tenía a nadie y pensó que valía la pena que aquel hombre conservase la vida antes que él. La huella de estos espíritus inmensos ha marcado para siempre la senda de la grandeza y de la excelencia de lo coherente en el esplendor de su simplicidad, de la muerte del ego, de su vanidad, su orgullo sus pulsiones y sus miedos,  como liberación definitiva que se convierte en paradigma y referente para las generaciones venideras. El bien que esas vidas han reportado al crecimiento humano no es comparable con otros aportes también importantes, porque están en niveles cualitativos muy diversos. Y al mismo tiempo que ejemplos contagiosos de lucidez transformadora, también llegan a ser  piedras angulares contra las que se puede tropezar, no comprenderlas y darse un tortazo monumental. Por ejemplo, Alcibíades, o Protágoras  en el caso de Sócrates, Judas, Herodes, Pilatos y los fariseos  en el caso de Jesús y Nietzsche en el caso de ambos, sin ir más lejos.

  Resultado de imagen de imagenes de nietzsche  Nietzsche es enorme como pensador hiperactivo en el nivel de las carencias disfrazadas de ilusiones estéticas, soñadoras y excitantes del instinto sublimado con el artificio de la imaginación y los juegos de la razón al límite de sí misma, -"la loca de la casa", le llamaba Teresa de Ávila, cuyo quinto centenario se celebra por estos días- al que confundió con lo que él interpretaba como motor y fuerza sobrehumana y atribuyó grandezas que son posibles para el ser, en otras tesituras diferentes, pero en dimensiones nuevas que van creándose, con otra genética intelectiva y sobre todo con otro tipo de disposición ética y práctica; aún más grande que su capacidad intelectual fue su propio ego inconmensurable  ése enemigo íntimo que jamás nos permite comprender ni admitir que algo humano más allá de nosotros pueda sobrepasarnos. El pensador alemán se medía con todo lo que no podía alcanzar en su estado e hizo de éste una medida absoluta de todas las cosas. Ése fue su límite. La hÿbris. Una soberbia enloquecedora, como la del piloto alemán que se creyó el superhombre dueño de 149 vidas. La sobredimensión de su ego. Una fuerza incontenible que, en el caso de Nietzsche, acabó explotando en su interior, e incendiando el bosque de sus neuronas; es lo que sucede cuando lo que está hecho para trascender se enciende y se queda prisionero, sin espacio para correr ni fluir ni convertirse en líquido y gaseoso, como la lava de los volcanes, encerrada en el rincón más angosto del sí mismo. Acaba estallando y haciendo pedazos la tierra y las rocas  que la sepultan. Eso le ocurrió al entusiasta, paranoide y querido Friedrich Nietzsche. Acabó perdiendo la razón de su brillante intelecto que había sido su orgullo, su tesoro, su anillo, como le sucede al golum en la obra de Tolkien. Cuanto mayor es la energía de la mente racional, más riesgo hay de obcecarse con ella si al mismo tiempo que se desarrolla su potencial no lo hace el alma y su contenido vinculante y conectivo con el entorno: la conciencia y su oxígeno imprescindible para respirar, que es la ética que nos hace fértiles y nos despierta en la senda elemental del amor, la verdad de lo que somos. Nuestra materia prima; nuestra condición definitiva y plena. 
Nietzsche se mide con Sócrates y con Jesús de Nazaret y acaba por no entenderles y considerar que estaban enfermos, cuando eran su pobre mente y su desequilibrada emotividad las que estaban al borde del colapso; como no puede concebir algo mejor que él, los desprecia sin más. Sócrates comete el inmenso delito de no ser afín a la tragedia, al teatro, que para Nietzsche, como para los atenienses que condenan a Sócrates, es la realidad. Sócrates, en cambio, sin aspavientos ni autorrelatos hagiográficos, ya vivía en la verdad sencillamente. No necesitaba la ficción para fingirse vivo, era de lo único que estaba seguro. Conocía desde dentro el arte de estar vivo, ¿para qué perder el tiempo en la farsa? Sólo un hombre que ama y valora la vida no le teme a la muerte y puede afrontarla con dignidad, porque sabe que la muerte sólo es un trámite más. Ya ha aprendido a morir a muchos apegos y a ver la importancia real de los afanes y ataduras. Con Jesús se estrella, igualmente, porque no entiende su amor por la humanidad desvalida, ni la compasión, una blandenguería perniciosa y sin sustancia, que para Nietzsche es sencillamente despreciable y propia de gentuza débil sin pedigrí ni grandeur , que no merece vivir, ni mucho menos pertenece al imperio de la criptonita , ni se puede convertir en el germen de Clark Kent  ni asaltar los cielos volando con su capa mágica, sobre el maillot azulón y la S roja de supermán estampada en el disfraz, que los cretinos como Sócrates y Jesucristo no supieron usar con audacia y habilidad sobrehumana.
No es nada extraño que, aunque fuese su hermana la "culpable" de que la posteridad  haya considerado al peculiar genio alemán el santo patrono del nazismo, éste tomase de Nietzsche inspiración directa. Sobre todo a partir de las obras que fue publicando según avanzaba silenciosamente su sífilis y el lastimoso estado de demencia que le provocó dicha enfermedad. Tiene cierta lógica que este hombre, venerado ya en vida como genio, despreciase profundamente a la misma mediocridad intelectual que le consideraba genial.
Su epitafio quedó como pudo.  El decretó mientras creía estar vivo: "Dios ha muerto". Y tras el entierro de su deshecha figura, en la conciencia humana apareció la réplica del búmerang : "Nietzsche ha muerto".

Las mujeres somos más comprensivas de lo que Nietzsche imaginaba en sus delirios y entendemos que para ser errores de dios hemos salido demasiado bien, tanto como para entender que los errores de un dios susceptible de convertirse en fiambre no son posibles. Como tampoco los aciertos. Y como para entender que si eso que llaman dios fuese algo que tuviese explicación en mentes tan perjudicadas por el altísimo autoconcepto de la miseria personal, no habría habido jamás creación, ni universo, ni la vida más elemental habría sido posible ni Nietzsche habría existido jamás y la humanidad tampoco. También hemos llegado a descubrir, a pesar de ser mujeres, o precisamente por ello que:
La verdadera grandeza de un ser humano no es cosa de género ni se refleja en lo que alguien haya pensado, en lo que haya dicho ni en lo que haya escrito para escandalizar y hacerse el enfant terrible del psiquiátrico planetario. Sólo basta con observar los resultados de la vida de cada uno, y simplemente, fijarse en y reflexionar sobre cómo vive o ha vivido y en qué nivel de conciencia ha logrado mejorar, equilibrar, iluminar y embellecer con la justicia y el amor el trozo de mundo en que le correspondió vivir. Con eso  basta para distinguir el oro de la escoria. Y al final resulta que seres como Sócrates, Jesús, Gandhi, Luther King, Mandela, Rigoberta Menchú, Rita Levi Montalcini, Concha Arenal o Vicente Ferrer, nos producen admiración y ejemplaridad, nos conmueven profundamente, y para seres como el pobre Nietzsche sólo nos quedan dos reacciones: lamentar que su potencial espléndido se le quedara en un intento exhibicionista desestabilizador de mentes lábiles y conciencias evanescentes, y para rematar, algo que a él le repateaba, un fuerte sentimiento de compasión por su debilidad y su triste destino de pobre enfermo e inadaptado social, incompatible con el resto de humanos a los que despreciaba profundamente al mismo tiempo que dependía de ellos para lo más elemental. Qué tormento. Pobrecillo. Seguro que a estas alturas Dios, el muerto, le ha acogido en el seno amoroso de su nihilismo.

domingo, 29 de marzo de 2015

Virtud republicana. El pudor como poesía. O viceversa



El sentido de la vergüenza

Actualizada 29/03/2015 a las 12:29    




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La vida del ser humano y los hábitos de una sociedad son una negociación con el presente. Para comprender sus transformaciones conviene tener en cuenta la prisa implacable de la economía, las contradicciones ideológicas y el significado de los acontecimientos políticos. Pero como rompeolas de todas estas fuerzas que van a dar a un corazón particular, hay un sentimiento decisivo en las transformaciones: el sentido de la vergüenza.

Yo lo aprendí en la literatura. Seguro que otras experiencias servirán también de manual de pudores y que un médico en su hospital, un carpintero en su taller, un periodista en su redacción o un camarero en su barra habrán aprendido a vivir y sobrevivir gracias al sentido de la vergüenza. Porque sentir vergüenza propia y ajena tiene mucho sentido.

Benito Pérez Galdós supo poner a los poetas decimonónicos en situaciones vergonzosas ante los ojos de sus lectores. En una fiesta, en medio de un salón de alta sociedad, entre gentes movidas por los intereses más utilitarios de la época, el poeta era invitado a recitar por simple costumbrismo retórico. Ni su verbo florido, ni los movimientos de sus manos, ni los asuntos del poema tenían entonces nada que ver con el tiempo marcado por el reloj de las casas o con el aire respirado en las calles.

El sentido de la vergüenza es un mecanismo de vigilancia. En el caso de la poesía se extrema este pudor confesional y escribir significa valorar palabra a palabra no sólo aquello que se escribe, sino también qué lugar ocupamos al escribir, para quién escribimos o qué deudas se cobran y se pagan en los haberes de la tradición. Por sentido de la vergüenza Gustavo Adolfo Bécquer se alejó de la altisonancia de un romanticismo envejecido y condensó sus sentimientos en la brevedad natural y seca de sus Rimas.

Claro que detrás de las palabras hay una mentalidad, un pulso ideológico. Los críticos literarios pueden estudiar la síntesis de las pequeñas canciones líricas como una respuesta estética a la velocidad del mundo moderno. Quien se sube en un tren a mitad del siglo XIX no encuentra la forma de contar sus impresiones en la elocuencia de una narración minuciosa. Necesita la brevedad del instante, el chispazo depurado de un sentimiento. Pero todo eso lo comprendió Gustavo Adolfo Bécquer gracias a su sentido de la vergüenza cuando se vio fuera de lugar en medio de un salón de palabras huecas. Los poetas buscan formas distintas porque se niegan a dejar la poesía, pero –respetuosos con su verdad incierta– no quieren hacer el ridículo.

Ocurre igual en otras tareas, por ejemplo, en la política. Quien se ve en el compromiso de presentarse a una campaña electoral tiene un buen aliado en su pudor. Las urgencias electorales extreman las dinámicas de los comportamientos políticos. El estar sin estar, la foto ocasional, el codazo al adversario, el insulto, el autobombo, la mejor sonrisa, el ponerse de perfil, la promesa hueca, la seguridad falsa y el conocimiento superficial de los problemas se convierten en el pan nuestro de cada día.

Hacerse fotos es necesario. Uno va a los lugares para oír y apoyar, para enterarse de lo que le ocurre a un enfermo sin tratamiento, o a un sindicalista juzgado por su actuación en una jornada de huelga, o a unos jóvenes que se quedan sin becas y no pueden estudiar, o a unos compañeros que necesitan sentir el calor y el orgullo de militar en una ilusión política y no en un sótano de guerras internas. Uno se hace la foto, claro. Pero resulta necesario no perder el pudor que te hace dar un paso atrás, el paso que procura no ser el centro de la foto para no sentir la vergüenza de utilizar la enfermedad ajena, la precariedad ajena, la sentencia ajena, la militancia generosa de los otros como una operación de lanzamiento personal. La política que mira a los ojos de la gente pretende ser y estar con los demás, pero siente vergüenza ante la posibilidad de utilizar a los demás para beneficio propio.

La misma sensación de impostura se soporta al participar en debates que derivan en autoafirmaciones o desprecios tajantes. Uno sabe que dentro de todo “no” hay un “sí” y dentro de todo “sí” hay un “no”, y uno sabe también que las convicciones más íntimas rozan en alguna parte con la fragilidad, y uno además no soporta la violencia de despreciar o ser despreciado en el teatro de los malos modos. La vergüenza enseña que uno sólo puede comprometerse a no mentir. Eso de poseer la verdad absoluta es ya un privilegio que disfrutan únicamente los que no tienen sentido del ridículo.

Los poetas trabajan contra la retórica hueca para no perder la vergüenza. Cuando la política pierde el sentido de la vergüenza, la vida oficial se separa de la vida real y el espacio público se convierte en un asunto de palabrería. La necesidad de otra forma de hacer política nace así del sentimiento de vergüenza propia o ajena. Quizá sea eso la virtud republicana.    



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