viernes, 13 de marzo de 2015

¿Por qué aparece ahora el acuerdo de libre comercio entre EEUU y la UE? 

por Vicenç Navarro

10 mar 2015



Hoy, como consecuencia de las políticas de austeridad promovidas durante todos estos años de la Gran Recesión por parte de las instituciones europeas -el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo- (influenciadas todas ellas por el gobierno de la canciller Merkel en Alemania, así como por el Fondo Monetario Internacional), la Eurozona está en una situación más que preocupante. Está en medio de una deflación (consecuencia también de las políticas de austeridad), habiendo alcanzado un desempleo del 12%, cifra muy elevada para la mayoría de países de la UE-15 (el grupo de países más ricos de la UE).
Frente a esta situación de recesión hay dos posibles soluciones. Una sería revertir las políticas de austeridad, iniciando unas políticas de estímulo económico y crecimiento de la demanda doméstica (mediante el incremento de los salarios y del gasto público). Esta alternativa, que sería la más lógica y razonable (y que beneficiaría más al bienestar de las clases populares), cuenta con la clara y contundente oposición el gobierno alemán, presidido por la canciller Merkel. En realidad, desde que se iniciaron las políticas de austeridad con la aplicación de la famosa Agenda 2010, diseñada y aprobada por el gobierno del canciller alemán Schröder (que para más inri era dirigente de un gobierno socialdemócrata), las políticas encaminadas a estimular la demanda doméstica fueron claramente marginadas en la UE. Un caso claro de marginación fue lo que le ocurrió al que era Ministro de Finanzas del gobierno Schröder, el economista Oskar Lafontaine, que favorecía el aumento de los salarios y del gasto público como manera de estimular la demanda doméstica y así salir de la crisis. Lafontaine tuvo que abandonar el gobierno primero, y el partido después, creando un nuevo partido, Die Link.
Esta alternativa fue, pues, desechada, y en su lugar se promovió estimular la economía a través de las exportaciones. Este ha sido el pensamiento dominante en el establishment financiero a los dos lados del Atlántico Norte, y debido a su desmesurada influencia, en las instituciones políticas. Según este pensamiento, el aumento de las exportaciones será lo que recuperará la economía. Y es así como aparece el Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la UE. El aumento del comercio era y continúa siendo la propuesta neoliberal para salir de la crisis. Y de ahí surge el énfasis en la necesidad de aumentar la competitividad, lo cual, para el establishment europeo, quiere decir, en lenguaje plano, bajar los salarios, diluir la protección social y eliminar las intervenciones públicas que se han desarrollado para proteger a la ciudadanía, bien como trabajadores, como consumidores o como residentes expuestos a sustancias nocivas en sus barrios y hogares. Este es el objetivo del Tratado de Libre Comercio, tratado que, de hecho, tiene muy poco que ver con el libre comercio. En realidad, los aranceles y otros factores que pueden dificultar la movilidad del comercio entre los países a los dos lados del Atlántico Norte, prácticamente han desaparecido y son ya inexistentes.
¿Cuál es el objetivo y propósito de tal Tratado?
No es, pues, el libre comercio lo que motiva el establecimiento de los tratados que llevan tal nombre. Su propósito es debilitar al mundo del trabajo (bajada de salarios) y eliminar la protección que la ciudadanía ha venido adquiriendo históricamente, a base de sus movilizaciones y presiones sobre el Estado. El objetivo de estos tratados –como ha ocurrido con el tratado entre Canadá, EEUU y México, el NAFTA- ha sido desmantelar estas regulaciones e intervenciones –en las áreas de protección del trabajador, consumidor y/o residente-, algo que el mundo empresarial ha intentado, sin poder conseguirlo, dentro de cada país.
La nueva estrategia es establecer un nivel de autoridad por encima de los Estados que pueda imponerles el deseo de las grandes empresas transnacionales. Y ahí está la raíz del problema. Todos estos tratados tienen como máxima autoridad a un tribunal supranacional que tiene potestad sobre los Estados (tribunal que, por cierto, está bajo la influencia de las grandes empresas transnacionales que tienen mayor influencia sobre los Estados de mayor peso económico mundial), forzándolos a debilitar o eliminar aquellas medidas y leyes protectoras de la ciudadanía. De esta manera, una empresa privada puede llevar a un Estado al tribunal supranacional bajo el argumento de que aquella regulación o ley le discrimina y dificulta el desarrollo de su actividad económica.
Pero existe otra razón para oponerse a tales tratados además del desmantelamiento de la legislación laboral, ambiental y de defensa del consumidor. Y es que el debilitamiento del mundo del trabajo que se deriva de las medidas previstas en estos tratados conlleva la disminución de los salarios y del gasto público social, con lo cual la demanda doméstica baja todavía más, causando así el enlentecimiento del crecimiento económico (que puede incluso suponer un descenso anual del crecimiento del PIB de hasta 2 puntos). Y es ahí donde la supuesta solución neoliberal se convierte también en auténtico problema económico. Y esto apenas lo verá en los medios.
Una última observación. El discurso oficial de los promotores de tal tratado es la necesidad de incrementar la relación comercial entre los dos lados del Atlántico Norte, aumentando así la relación entre los dos continentes. No debería, en sí, ser un proyecto contraproducente para el bienestar de las poblaciones a los dos lados del Atlántico. En principio, parecería, pues, un tratado conveniente, e incluso necesario, ya que podría estimular la actividad económica a los dos lados del Atlántico. Ahora bien, este no es el propósito de tales tratados por mucho que sus promotores lo presenten de esta manera. Como he indicado, no hay en este momento ninguna dificultad para que se realice tal intercambio. Los aranceles, como he indicado antes, ya casi no existen. Tales tratados tienen poco de libre y de comercio. El tratado tiene como objetivo incrementar le poder de las grandes empresas transnacionales a costa de las pequeñas empresas y, sobre todo, a costa de los estándares y normas establecidas para proteger la salud, calidad de vida y bienestar de las poblaciones. Así ha ocurrido en gran parte de los tratados que han tenido el mismo título, y así ocurrirá con tal tratado si este se aprobara.

 

 

 

 

Le llaman tratado de “libre comercio” pero no lo es

por Vicenç Navarro

13 mar 2015




Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía Aplicada. Universidad de Barcelona
La gran mayoría de la población española no ha oído ni leído prácticamente nada sobre el llamado Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la Unión Europea. Y lo poco que habrá leído u oído le habrá parecido que es un tema que debería favorecerse, pues un tratado con este título seguro que aumentará el comercio entre los dos lados del Atlántico Norte, y con ello la actividad económica y la creación de empleo. Los mayores medios de información y persuasión, en manos de grandes grupos financieros y empresariales, o bajo el control de opciones políticas próximas a estos intereses, seguro que proveerán las cajas de resonancia para que el lector, el oyente y el televidente de tales medios saque esta percepción de dicho tratado.
Y ahí está el problema, pues tal tratado afectará a la gran mayoría de la población en términos desfavorables a sus estándares de vida y al nivel de protección social que ha adquirido, protección que se debilitará considerablemente con la aplicación de ese tratado. Y la causa de que ello ocurra así y no de otra manera es consecuencia del enorme poder que los grandes conglomerados económicos y financieros tienen sobre el Estado federal de EEUU y sobre los Estados miembros de la Unión Europea. Y existe evidencia muy robusta de que ello será así. Solo basta mirar otros tratados semejantes para ver quién se ha beneficiado de ellos y quién ha salido perjudicado.
La experiencia de otros tratados de libre comercio
Hace algo más de un mes, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz escribió un artículo en el New York Times (31.01.15), significativamente titulado “No negocien con nuestra salud” (“Don’t Trade Away our Health”), en el que detallaba cómo la industria farmacéutica, una de las más poderosas en EEUU (y en Europa), estaba, en realidad, escribiendo las reglas del nuevo Tratado de Libre Comercio de la Asociación Trans-Pacífico (Trans-Pacific Partnership, TPP), que regula el intercambio internacional de fármacos en los países del Pacífico. El objetivo de dicha industria es crear sistemas de propiedad monopolística (que entran en conflicto, por cierto, con el libre comercio) que imposibiliten medidas que rompan con tal monopolio. Y la manera de conseguirlo es dar a la industria el poder para definir el precio de los productos farmacéuticos mediante el establecimiento de patentes, por un lado, e imposibilitando el desarrollo, venta y distribución de productos genéricos, no sujetos a patentes, por otro. Tener una patente quiere decir que la industria que ha producido el fármaco patentado tiene pleno control de la producción y distribución del producto durante un largo periodo de tiempo, lo cual le permite pedir el precio que quiera por el fármaco. El caso más conocido es la producción de la medicina que cura la Hepatitis C, cuyo precio en EEUU es nada menos que de 84.000 dólares por paciente, mientras que en la India, una versión genérica (no patentada) del fármaco se vende por menos de un 1% de ese precio.
De libre, tal comercio tiene muy poco
La intención del Tratado de Libre Comercio, desde el punto de vista de la industria farmacéutica, controlada por las grandes empresas estadounidenses y europeas, es dificultar al máximo la introducción de los productos genéricos no patentados. Y lo están consiguiendo. Como Stiglitz menciona, las normas del TPP en el comercio de fármacos las están escribiendo las grandes empresas farmacéuticas que, en la práctica, controlan la agencia federal de EEUU a cargo de regular el comercio internacional de fármacos, las cuales utilizan la gran influencia comercial y diplomática del gobierno federal de EEUU para aplicar estas normas a los once países del área del Pacífico que forman parte del tratado, donde la extensión de los genéricos ha alcanzado niveles alarmantes para las grandes empresas. Un tanto semejante ocurre en el propio EEUU, donde los genéricos, para muchos productos farmacéuticos, representan ya el 86% de todas las ventas de fármacos, lo cual ha significado un ahorro para el gobierno federal de nada menos que de 100.000 millones de dólares.
De ahí la movilización de tales grandes empresas farmacéuticas para revertir este proceso, utilizando como argumento la necesidad de aumentar el comercio, cuando, en realidad, la aplicación de sus propuestas es precisamente lo opuesto a lo que indican. Su exigencia a los Estados de permitirles un comportamiento monopolístico se basa en la necesidad de recuperar el dinero supuestamente invertido en el descubrimiento y producción del nuevo fármaco, argumento sobre el que varias investigaciones académicas, creíbles y rigurosas, muestran su gran falsedad, pues la mayoría de lo que definen como producción son, de hecho, gastos de marketing y promoción. En realidad, gran parte del conocimiento científico sobre el cual se producen los nuevos fármacos procede de universidades y centros de investigación, como los famosos Institutos Nacionales de Salud (National Institutes of Health), que son financiados públicamente, lo cual explica que un número creciente de economistas, como Dean Baker, Codirector del Center for Economic and Policy Research de Washington, estén proponiendo el final de las patentes, asignando a las autoridades públicas la tarea de producir tales fármacos, lo cual resultaría más económico para los Estados, pues se librarían de tener que pagar unos precios tan altos.
Una última observación. La única defensa que la ciudadanía tiene es hacer valer su influencia sobre las instituciones democráticas que, al menos en teoría, representan sus intereses, para exigir plena transparencia en la preparación de esos tratados, rompiendo con una opacidad que intenta ocultar el maridaje y la complicidad de los intereses particulares de lobbies económicos con las agencias reguladoras públicas cautivas de tales intereses.

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