11 MAR 2015 - 09:31 CET
Una primera pista
EL PAÍS
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Esta vez el panorama parece que es distinto al de la Transición. Entonces los políticos eran lo único que teníamos a mano para establecer el debate y los pactos. Y ya era mucho, porque hasta entonces, socialmente, habíamos carecido de herramientas y hasta de conciencia política colectiva; salvo los obreros y los estudiantes en España nadie reivindicaba nada e incluso las reivindicaciones se miraban en la mayoría de la sociedad como hechos sin transcendencia, y muchas veces, como simples maniobras de ideologías subterráneas que sólo pretendían desestabilizar la "paz social". Igual que ahora opina el Gobierno y su cuadrilla de subalternos.
Cuando fueron castigados los profesores de la Universidad que pretendieron abrir los ojos a la sociedad empezando por la pedagogía de la conciencia, fueron cesados, despojados de sus cátedras y condenados al silencio. Su recuerdo siempre será imborrable para quienes aún en el Instituto, como mi generación, descubrimos que la libertad de pensamiento era posible a pesar de todo y arriesgándolo todo, cuando el profesor de Filosofía de Preu nos explicó dando una clase al aire libre en un parque, lo que había pasado con López Aranguren, García Calvo, Tierno Galván y Montero Díaz. ¿Cómo podía ser una Transición saliendo de aquel mundo de tinieblas? Pues como fue. Un intento. Un conato muy loable de abrir la mazmorra de los horrores. Y se abrió hasta donde las oligarquías lo permitieron. El 23 F lo confirmó y cerró el ciclo de todo posible avance de la conciencia ciudadana. "Ya habéis llegado al máximo de lo razonable y basta". A partir de ese punto cambió la historia.
La Transición hubiera sido estupenda si hubiese sido completa y no reducida a un mito interminable y único, sacada de contexto y subida a los altares como el tope máximo de altura social, política y moral a que se puede llegar. No ha sido ella el error, sino el enquistamiento en que fue enfundada y bunkerizada como un tabú. Como un paraguas protector sobre misterios iniciáticos. Intocable. Eso mismo la ha alejado de la realidad temporal, la ha momificado y reducido a la taxidermia. Aquellos maravillosos políticos de entonces tampoco ahora sabrían qué hacer. En primer lugar porque España ha perdido su soberanía, gracias a como los maravillosos negociadores de la Transición acabaron con ella a cambio del señuelo de los "fondos de cohesión" y un reconocimiento en Aquisgrán con el premio Carlo Magno. Todos los Judas aceptan sus treinta monedas. Basta observar y escuchar a Roldán en una entrevista de Évole para que todo recobre actualidad. Aquellos políticos eran y son aún como los de hoy. Capaces de un GAL, de un Intxaurrondo, de un caso Marey, de un caso Mariano Rubio, Roldán, Juan Guerra, BOE o Aida Álvarez; aun recuerdo al viejo Aranguren en TVE poniendo al ministro Barrionuevo las cartas de la decencia boca arriba. Y el poco caso que le hicieron o como se redujo "a la víbora de Tierno" -según Alfonso Guerra- al Ayuntamiento de Madrid para apartarlo del proyecto socialista real.
Creo que lo de hoy no es peor que lo de ayer sino más de lo mismo pero sin cantar de gesta añadido. Y creo que negociar con basura es igual de sucio en cualquier época. Si la basura sigue siendo el habitat del Parlamento de poco sirve discutir sobre el modo de repartirla y gestionarla lo mejor posible. Hay que limpiar sin complejos y tener el valor de la regeneración de lo que se pueda rescatar y de atreverse a generar lo que falta y nunca ha habido. No se llega a este estado en el que estamos hundidos ni por casualidad ni por una mala gestión puntual. Es mucho más profundo que todo eso. Es que los cimientos sanos constituyentes aún están por construir, por añadir, por descubrir y consolidar entre todos. Y es que a la Transición, como a nuestra tímida, superficial e inconsistente democracia, le ha faltado la mitad de su significado: la verdadera y completa participación del demos porque precisamente la otra mitad, la jrazia, se lo ha impedido desde su palco institucional transitivo eterno y al mismo tiempo ensimismado.
Está siendo la ciudadanía la que está despertando a las instituciones, la que con su activismo sacude la conciencia y coloca la realidad delante de los poderes enquistados y parapetados en su propio ombligo. Y si ahora Pedro Sánchez, Alberto Garzón, o Podemos y Ciudadanos, como IU y su catarsis, o como UpyD y Compromis y tantos espíritus inquietos están levantando en la calle y en el Parlamento el mensaje contundente de la realidad es porque la ciudadanía les ha demostrado lo que hay y ellos mismos empiezan a bajar del podium y a reconocerse ciudadanía implicada, porque no les queda otra si quiren ser reconocidos como humanos y vivos. Y no sólo eso, es que los ciudadanos se han puesto las pilas, sin esperar a que nadie se las coloque y ya desde 2011 van poniendo en marcha proyectos sociales que aportan trabajo, ideas realizables y capaces de sacar leche de un barril y vino de una lechera. Asociaciones de barrio que se mueven, se implican y consiguen mucho más que los decretos vacíos y las leyes ad hoc dedicadas al beneficio de la cleptocracia institucionalizada. Que es en lo que la Transición mal entendida hizo derivar el caciquismo franquista.
Se hizo lo que se pudo.
Se pudo hacer mejor
pero fue lo que fue
y bien estuvo.
Podría ser el justo resumen de un tiempo pasado que forma parte de nosotros, del que no renegamos en absoluto, al que estamos agradecidos, pero del que no nos sentimos héroes, ni deudores ni culpables, y que ya debemos aprender a dejar en su lugar. Como se deja atrás la infancia y la adolescencia para entrar en la madurez. Ya nos toca.
Ya no es aplicable el mismo método. Como ahora mismo los viajes a América no se hacen en carabelas ni los textos se imprimen con la técnica de Guttemberg ni las muelas las saca el barbero del pueblo, ni la ropa se lava en los arroyos y en los ríos.
Negociar ahora es otra historia y no podrá ser una verdadera negociación sin la creación de órganos ciudadanos institucionales que regulen y constituyan un comité cívico de control de calidad, derechos y garantías éticas, que con su participación en red constituyente, en los barrios, municipios, autonomías y Parlamento, sea el aval de las decisiones fundamentales que nos afectan y pueden mejorar al Estado y evitar que se hunda en la miseria en manos de cualquier grupo mafioso que pretenda hacer de él su herramienta de poder y lucro; es lo que ahora sucede.
No es adanismo, como afirma Javier Marías. Es poner a trabajar pedagógicamente el sentido común y la salud cívica de la inteligencia colectiva , si es que pretendemos que las cosas cambien a mejor.
Y para terminar, sólo hay que preguntarse si con una Transición bien rematada y una democracia limpia, bien clara y transparente, habría sido posible la corrupción demoledora del Gobierno González-Guerra y que el pp ganase por mayoría con Aznar a la cabeza hasta, burbuja a burbuja, desembocar en el 11M o que Zapatero renunciase al socialismo asumiendo la herencia burbujil sin más, para someterse al neoliberalismo y legalizar desahucios, que Rajoy haya llegado a la Moncloa nada menos que con una mayoría absoluta. Y que la crisis general sea para España mucho peor que para otros países como Francia, Bélgica o Finlandia. Estos desastres no son producto de un mal fario ni un mal de ojo, sino una falta de transición pedagógica desde un estado sometido a un estado soberano, un falta total de cultivo de valores éticos y de conservar el mismo argumentario político del siglo XIX y de la primera mitad del XX, pero ya sin la fuerza sana y vigorosa de un proletariado con futuro que forjase una conciencia cooperativa, igualitaria y progresista. Una hortera y pésima visión del bien estar como Estado y una ceguera cortoplacista aberrante en su consumismo desatado como signo de prosperidad y el abandono de la producción propia para hundirse en la importación de economías deplorables y esclavistas como las de China, Corea o Indonesia hasta el punto de invertir allí capital español, favorecer evasiones fiscales y dejar el tesoro público en cuadro. Una educación de autómatas y tiranos caprichosos y aburridos para nuestros niños y jóvenes, educados para consumir, contaminar y endeudarse con los bancos, sin creatividad, sin sensibilidad, sin iniciativa, sin responsabilidad, exigentes y adictos a cualquier cosa, ansiosos, dependientes, competitivos y envidiosos en vez de cooperadores y generosos, y sin la más mínima tolerancia a la frustración que nos acompaña normalmente porque no todo sale a gusto del consumidor. Sólo el caciquismo palurdo de siempre se atreve a gestionar y valorar en positivo algo tan deprimente, porque es su obra desde hace siglos y su máxima ambición social como ganar dinero y poder con el mínimo esfuerzo de los enchufes, clientelismo y contactos, a cualquier precio. El pequeño Nicolás es el paradigma. Más la lacra de los malos tratos y los asesinatos masivos de mujeres, cuya proliferación bate le record europeo y la crueldad redomada con los extranjeros pobres que nos llegan sin papeles y sobre todo sin dinero, recibiéndolos a tiros y corte de concertinas o hacinándolos en los CIEs donde la legalidad no existe ni los derechos humanos tampoco. No está mal el curriculum calamitatum de los primeros 37 años de democracia "civilizada" que estamos disfrutando. Es como para celebrarlo con champán y confeti.
Miremos los frutos que ha dado el árbol de la Transición y comprobaremos hasta qué punto está enfermo. La pobreza no es la causa de este desastre, sino la consecuencia de carecer de una conciencia política social y económica que no ha tenido referentes éticos sino leyes e imposiciones por decretos sin sustancia moral. Sin ejemplos prácticos de los que aprender. Igual que el franquismo. Igual que la mayoría de fuerzas de la II República, igual que la monarquía. Terminemos ya con el vicio de la ilusión y aceptemos una realidad que hay que levantar, renovar, reorganizar, regenerar y hasta crear de la nada en bastantes aspectos. Es como si las dos guerras mundiales que no nos afectaron en su momento directamente, nos hubiesen dejado destrozados más por dentro que por fuera. Muy chungo, sí, pero tan estimulante como empezar desde la base y por consenso ético, cívico e inteligente, una nueva forma de vivir y comprender la vida. Con el pasado a las espaldas, sin olvidarlo jamás, por un lado porque somos su consecuencia y por otro para valorar el aprendizaje forzoso y, con el firme propósito colectivo y personal, en lo posible, de no volver a repetir la misma historia.
Cuando fueron castigados los profesores de la Universidad que pretendieron abrir los ojos a la sociedad empezando por la pedagogía de la conciencia, fueron cesados, despojados de sus cátedras y condenados al silencio. Su recuerdo siempre será imborrable para quienes aún en el Instituto, como mi generación, descubrimos que la libertad de pensamiento era posible a pesar de todo y arriesgándolo todo, cuando el profesor de Filosofía de Preu nos explicó dando una clase al aire libre en un parque, lo que había pasado con López Aranguren, García Calvo, Tierno Galván y Montero Díaz. ¿Cómo podía ser una Transición saliendo de aquel mundo de tinieblas? Pues como fue. Un intento. Un conato muy loable de abrir la mazmorra de los horrores. Y se abrió hasta donde las oligarquías lo permitieron. El 23 F lo confirmó y cerró el ciclo de todo posible avance de la conciencia ciudadana. "Ya habéis llegado al máximo de lo razonable y basta". A partir de ese punto cambió la historia.
La Transición hubiera sido estupenda si hubiese sido completa y no reducida a un mito interminable y único, sacada de contexto y subida a los altares como el tope máximo de altura social, política y moral a que se puede llegar. No ha sido ella el error, sino el enquistamiento en que fue enfundada y bunkerizada como un tabú. Como un paraguas protector sobre misterios iniciáticos. Intocable. Eso mismo la ha alejado de la realidad temporal, la ha momificado y reducido a la taxidermia. Aquellos maravillosos políticos de entonces tampoco ahora sabrían qué hacer. En primer lugar porque España ha perdido su soberanía, gracias a como los maravillosos negociadores de la Transición acabaron con ella a cambio del señuelo de los "fondos de cohesión" y un reconocimiento en Aquisgrán con el premio Carlo Magno. Todos los Judas aceptan sus treinta monedas. Basta observar y escuchar a Roldán en una entrevista de Évole para que todo recobre actualidad. Aquellos políticos eran y son aún como los de hoy. Capaces de un GAL, de un Intxaurrondo, de un caso Marey, de un caso Mariano Rubio, Roldán, Juan Guerra, BOE o Aida Álvarez; aun recuerdo al viejo Aranguren en TVE poniendo al ministro Barrionuevo las cartas de la decencia boca arriba. Y el poco caso que le hicieron o como se redujo "a la víbora de Tierno" -según Alfonso Guerra- al Ayuntamiento de Madrid para apartarlo del proyecto socialista real.
Creo que lo de hoy no es peor que lo de ayer sino más de lo mismo pero sin cantar de gesta añadido. Y creo que negociar con basura es igual de sucio en cualquier época. Si la basura sigue siendo el habitat del Parlamento de poco sirve discutir sobre el modo de repartirla y gestionarla lo mejor posible. Hay que limpiar sin complejos y tener el valor de la regeneración de lo que se pueda rescatar y de atreverse a generar lo que falta y nunca ha habido. No se llega a este estado en el que estamos hundidos ni por casualidad ni por una mala gestión puntual. Es mucho más profundo que todo eso. Es que los cimientos sanos constituyentes aún están por construir, por añadir, por descubrir y consolidar entre todos. Y es que a la Transición, como a nuestra tímida, superficial e inconsistente democracia, le ha faltado la mitad de su significado: la verdadera y completa participación del demos porque precisamente la otra mitad, la jrazia, se lo ha impedido desde su palco institucional transitivo eterno y al mismo tiempo ensimismado.
Está siendo la ciudadanía la que está despertando a las instituciones, la que con su activismo sacude la conciencia y coloca la realidad delante de los poderes enquistados y parapetados en su propio ombligo. Y si ahora Pedro Sánchez, Alberto Garzón, o Podemos y Ciudadanos, como IU y su catarsis, o como UpyD y Compromis y tantos espíritus inquietos están levantando en la calle y en el Parlamento el mensaje contundente de la realidad es porque la ciudadanía les ha demostrado lo que hay y ellos mismos empiezan a bajar del podium y a reconocerse ciudadanía implicada, porque no les queda otra si quiren ser reconocidos como humanos y vivos. Y no sólo eso, es que los ciudadanos se han puesto las pilas, sin esperar a que nadie se las coloque y ya desde 2011 van poniendo en marcha proyectos sociales que aportan trabajo, ideas realizables y capaces de sacar leche de un barril y vino de una lechera. Asociaciones de barrio que se mueven, se implican y consiguen mucho más que los decretos vacíos y las leyes ad hoc dedicadas al beneficio de la cleptocracia institucionalizada. Que es en lo que la Transición mal entendida hizo derivar el caciquismo franquista.
Se hizo lo que se pudo.
Se pudo hacer mejor
pero fue lo que fue
y bien estuvo.
Podría ser el justo resumen de un tiempo pasado que forma parte de nosotros, del que no renegamos en absoluto, al que estamos agradecidos, pero del que no nos sentimos héroes, ni deudores ni culpables, y que ya debemos aprender a dejar en su lugar. Como se deja atrás la infancia y la adolescencia para entrar en la madurez. Ya nos toca.
Ya no es aplicable el mismo método. Como ahora mismo los viajes a América no se hacen en carabelas ni los textos se imprimen con la técnica de Guttemberg ni las muelas las saca el barbero del pueblo, ni la ropa se lava en los arroyos y en los ríos.
Negociar ahora es otra historia y no podrá ser una verdadera negociación sin la creación de órganos ciudadanos institucionales que regulen y constituyan un comité cívico de control de calidad, derechos y garantías éticas, que con su participación en red constituyente, en los barrios, municipios, autonomías y Parlamento, sea el aval de las decisiones fundamentales que nos afectan y pueden mejorar al Estado y evitar que se hunda en la miseria en manos de cualquier grupo mafioso que pretenda hacer de él su herramienta de poder y lucro; es lo que ahora sucede.
No es adanismo, como afirma Javier Marías. Es poner a trabajar pedagógicamente el sentido común y la salud cívica de la inteligencia colectiva , si es que pretendemos que las cosas cambien a mejor.
Y para terminar, sólo hay que preguntarse si con una Transición bien rematada y una democracia limpia, bien clara y transparente, habría sido posible la corrupción demoledora del Gobierno González-Guerra y que el pp ganase por mayoría con Aznar a la cabeza hasta, burbuja a burbuja, desembocar en el 11M o que Zapatero renunciase al socialismo asumiendo la herencia burbujil sin más, para someterse al neoliberalismo y legalizar desahucios, que Rajoy haya llegado a la Moncloa nada menos que con una mayoría absoluta. Y que la crisis general sea para España mucho peor que para otros países como Francia, Bélgica o Finlandia. Estos desastres no son producto de un mal fario ni un mal de ojo, sino una falta de transición pedagógica desde un estado sometido a un estado soberano, un falta total de cultivo de valores éticos y de conservar el mismo argumentario político del siglo XIX y de la primera mitad del XX, pero ya sin la fuerza sana y vigorosa de un proletariado con futuro que forjase una conciencia cooperativa, igualitaria y progresista. Una hortera y pésima visión del bien estar como Estado y una ceguera cortoplacista aberrante en su consumismo desatado como signo de prosperidad y el abandono de la producción propia para hundirse en la importación de economías deplorables y esclavistas como las de China, Corea o Indonesia hasta el punto de invertir allí capital español, favorecer evasiones fiscales y dejar el tesoro público en cuadro. Una educación de autómatas y tiranos caprichosos y aburridos para nuestros niños y jóvenes, educados para consumir, contaminar y endeudarse con los bancos, sin creatividad, sin sensibilidad, sin iniciativa, sin responsabilidad, exigentes y adictos a cualquier cosa, ansiosos, dependientes, competitivos y envidiosos en vez de cooperadores y generosos, y sin la más mínima tolerancia a la frustración que nos acompaña normalmente porque no todo sale a gusto del consumidor. Sólo el caciquismo palurdo de siempre se atreve a gestionar y valorar en positivo algo tan deprimente, porque es su obra desde hace siglos y su máxima ambición social como ganar dinero y poder con el mínimo esfuerzo de los enchufes, clientelismo y contactos, a cualquier precio. El pequeño Nicolás es el paradigma. Más la lacra de los malos tratos y los asesinatos masivos de mujeres, cuya proliferación bate le record europeo y la crueldad redomada con los extranjeros pobres que nos llegan sin papeles y sobre todo sin dinero, recibiéndolos a tiros y corte de concertinas o hacinándolos en los CIEs donde la legalidad no existe ni los derechos humanos tampoco. No está mal el curriculum calamitatum de los primeros 37 años de democracia "civilizada" que estamos disfrutando. Es como para celebrarlo con champán y confeti.
Miremos los frutos que ha dado el árbol de la Transición y comprobaremos hasta qué punto está enfermo. La pobreza no es la causa de este desastre, sino la consecuencia de carecer de una conciencia política social y económica que no ha tenido referentes éticos sino leyes e imposiciones por decretos sin sustancia moral. Sin ejemplos prácticos de los que aprender. Igual que el franquismo. Igual que la mayoría de fuerzas de la II República, igual que la monarquía. Terminemos ya con el vicio de la ilusión y aceptemos una realidad que hay que levantar, renovar, reorganizar, regenerar y hasta crear de la nada en bastantes aspectos. Es como si las dos guerras mundiales que no nos afectaron en su momento directamente, nos hubiesen dejado destrozados más por dentro que por fuera. Muy chungo, sí, pero tan estimulante como empezar desde la base y por consenso ético, cívico e inteligente, una nueva forma de vivir y comprender la vida. Con el pasado a las espaldas, sin olvidarlo jamás, por un lado porque somos su consecuencia y por otro para valorar el aprendizaje forzoso y, con el firme propósito colectivo y personal, en lo posible, de no volver a repetir la misma historia.
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