Hace tiempo que vengo observando la tendencia a dejar de lado la idea de la república como modelo de Estado. Y escucho recurrentes argumentos como que da lo mismo en realidad tener una monarquía o una república si total lo que importa es la libertad del pueblo y que se tengan valores revolucionarios, libertarios, comunistas, anticapitalistas, alternativos, etc, y que se luche por causas sociales y que haya derechos humanos y dignidad. Y me quedo a cuadros al oírselo decir a intelectuales, pensadores y profesores de ciencias políticas. Me asombra de verdad que nuestra sociedad haya asimilado como si tal cosa y mantenga tantos años esa normalización de la anormalidad democrática y trate la idea del interés por la forma republicana de gobierno como una especie de nostalgia romántica y fuera de la realidad, cuando ésta necesita que luchemos sólo contra el pp y sus huestes. Me parece una visión absolutamente reductiva, canija, miope y muy pobre a la hora de relacionar lo que nos está pasando, precisamente, con lo que no hemos arreglado en la historia contemporánea y aún tenemos pendiente sin solucionar.
El progreso y el bienestar de un país es inseparable de la madurez política y social de sus habitantes. Y unos habitantes tan conformistas y poco lúcidos como para tolerar durante cuarenta años un régimen monárquico endosado por un dictador y mantenido por el miedo a molestar a la misma oligocracia que ha sostenido esa monarquía como tapadera de su olla podrida,la verdad que muy maduros no son, ni muy lúcidos tampoco. Sino más bien cómodos, ignorantes voluntarios y resignados sociales y apolíticos. Hasta el punto de no ver la relación que hay entre la precariedad que sufren y el modelo de Estado que les maneja. Es cierto que un país civilizado, culto e inteligente funciona bien lo mismo con una monarquía que con una república, siempre y cuando sea la ciudadanía la que elija libremente su forma de gobernarse. No es nuestro caso. Aquí nadie ha votado tener que mantener a una familia real, no porque sea la de un Jefe de Estado competente, honesto y al servicio de los ciudadanos, como sucede en democracias tipo Noruega, Suecia, Dinamarca o Bélgica, sino por narices,porque un tirano genocida se reinventó la historia como un personaje de Orwell, y le dio el punto de dejar atada y bien atada su hegemonía perversa garrula y mediocre, como suelen ser todas las hegemonías personalistas y populistas. Basadas en el figura de turno, que acaba personalizando la estampa de un rey, sin más mérito que haber nacido en una familia dedicada a vivir parasitando a la sociedad que la mantiene sólo por hacer una comedia de su existencia y convertirla en oficio y beneficio de por vida. Está claro que España está encadenada voluntariamente a esa ficción convertida en realidad y en negocio para mafias de poder y demás hierbas tóxicas . La cosa ha llegado hasta el extremo, no solo de no proponer el referendum inevitable en una democracia sana y real, sino que para más inri, ni se dieron por aludidos cuando el mismo día de la coronación del rey actual, los ciudadanos dejaron vacías las calles de Madrid por donde pasaba el cortejo real con sus malestades a bordo del mismo coche en que el dictador Franco se paseaba por el campo de concentración en que convirtió el país y mientras la emblemática y fascistona Plaza de Oriente estaba en cuadro, la policía antidisturbios se dedicó a detener en cualquier sitio de la Capital, a los ciudadanos que llevasen en la vestimenta los colores republicanos. Sólo faltó detener al fantasma de Mariana Pineda para que estuviese completo el fenómeno monarco-poltergeist. Alucinante en la Europa del siglo....XIX, porque de XXI, nanay.
Cada vez estoy más convencida de que hasta que no decidamos libremente y establezcamos un consenso actualizado sobre el modelo de Estado y ya sin las presiones del pánico a una guerra incivil, -como son naturalmente todas las guerras entre conciudadanos-, ni nuestra economía ni nuestra cultura, ni nuestras instituciones, derechos y libertades, van a mejorar más de lo que hay ahora. Es imposible. No estamos curados y, gobierne quien gobierne, seguiremos eternamente haciendo de la convalecencia política un sistema lamentable de sociedad. Parcheando, remendando rotos y descosidos, esperando a un Godot que nunca llega porque lo que no hagamos y decidamos nosotros no nos va a caer del cielo ni es magia potagia. Los manzanos no dan jamones ni los cerdos aceitunas. Si queremos una política nueva, con parámetros sanos necesitamos refundar un Estado nuevo, decente, presentable y adecuado a lo que deseamos y necesitamos en el siglo XXI. Mientras la palabra "república" siga significando desorden, calamidad, desajuste y manga por hombro, aquí no se habrá crecido,mientras una mayoría de españoles te discutan que EEUU, Francia y Alemania no son repúblicas y que por eso funcionan de maravilla, esto no tendrá arreglo ni de coña.
Ya no se trata de que una república sea mejor o peor que una monarquía- comparación que en un país culto y avanzado no se produciría jamás- se trata de que ni siquiera hemos llegado a la necesidad de plantearnos como ciudadanía libre, soberana y responsable de sí misma si es compatible esa soberanía teórica con estar sometidos a una oligarquía real que se rige por un monarca, por un solo poder si en la Constitución consta que somos un Estado democrático,plural, es decir donde los ciudadanos deciden libremente su propio modelo de Estado y lo revisan y re-diseñan cada vez que sea necesario.
Los españoles no hemos aprobado aún la asignatura pendiente de asumir nuestro destino y configurarlo según nuestras necesidades cívicas, éticas y prácticas, -que es lo que significaría hacernos cargo de la res publica, de lo de todos- porque nuestro cabreo perenne no nos deja ver lo que tenemos delante . Se vive (¿?) en estado continuo de alteración, de hostilidad hacia cualquier cosa, si no es una ideología será un club de fútbol, y si no, el jefe, la empresa, el sindicato, el contrincante en el mus o en el dominó. El gobierno o los curas. Los jueces o los entrenadores del Real Madrid y del Barça. Perdemos tanta energía en pamplinas irritantes que no nos queda capacidad para detectar las causas de nuestras desgracias, que, por supuesto, siempre son culpa de otros y de la mala suerte histórica que nos persigue sin que nosotros, inocentes y magníficos, echaos p'alante y sensacionales, finos y tan agudos para todo, tengamos nada que ver. Porque hay que jorobarse, lo bien que funcionamos en el extranjero cuando emigramos, los más currantes y organizados, los más competentes y creativos, los más honrados y cumplidores, los más obedientes y respetuosos con las normas impuestas y pensadas por otros. Y resulta que además es cierto, sólo que no lo relacionamos con la inercia de nuestro españolismo, con el sistema que nos gobierna desde los cónsules romanos hasta hoy y con nuestra baja autoestima que solemos tapar con el orgullo infantil que sólo sacamos en casa, como los maltratadores; y es que en el extranjero todo funciona solo y no tenemos que inventarlo ni ponerlo en marcha nosotros, llegamos y nos acoplamos al ritmo y organización que ya funcionaban antes de que llegásemos, como todo caído del cielo, como si no hubiese unas normas que los ciudadanos del "extranjero" se dan a sí mismos y cumplen con agrado y normalidad, sin que la policía tenga que multar por orinar en las esquinas o en los contenedores de la basura, quemar papeleras o poner la calle hecha una pena a base de botellones, vómitos y latas de refrescos, colillas y papelujos. Ya lo dijo Unamuno: "qué inventen ellos", que lo nuestro es acoplarnos a lo que nos dan hecho. Qué limpien ellos, que en casa ya limpian las mujeres o el servicio, que suele ser mujeres también. Y es que en el fondo se han ido pegando como los mocos, los vicios modélicos de una monarquía de largo recorrido, sólo alterada por los paréntesis dictatoriales de minimonarquías laicas, como golpes militares y generales con fajines destemplados.
En realidad con tal panorama es hasta natural que los dos únicos intentos de república a los que nos hemos atrevido hayan sido un fracaso. El molde sociopolítico que nos encocora y atrae es, en el fondo, la monarquía de siempre, pero mucho más por ser lo de siempre que por ser monarquía.
Exigir un referendum para decidir libremente por primera vez en nuestra historia qué modelo de Estado nos interesa más, meditar y debatir sobre ello y decidir, nos daría el certificado de madurez política y social imprescindible para afrontar la construcción de ese mismo Estado de Derecho verdadero y no el sucedáneo que nos han vendido como si fuera un cupón de la ONCE a ver si toca algo, aunque lo que suele tocar en estos casos de inhibición ciudadana y pasotismo social resignado, es perder. Ese paso es el fundamento cívico, ético, político y social del que carecemos. Vivimos hipotecados por una falsa deuda política que el caciquismo secular firmó en nuestro nombre, una hipoteca histórica que venimos heredando de generación en generación, como una especie de contramagníficat sádico y terrible.
Mientras sigamos creyendo que da lo mismo monarquía que república porque elegir el modelo de Estado entre todos no tiene importancia y es un detalle insignificante, seguiremos atados al potro de la tortura institucional y social. Política. Y lo más patético, una tortura que nosotros mismos determinamos y ponemos en marcha, con la decisión de no intervenir, de no exigir, de no participar en el cambio que deseamos y nunca llega. Por eso se entiende que Podemos y Ciudadanos sean el relevo cabreado del bipartidismo actual y que no presenten innovaciones reales en horizontalidad, que estén desvitalizando los movimientos sociales para centrarlos en su estrategia de partido "salvador". Ellos también son tan verticales como marca la tradición monárquica, aunque nos quieran contar el cuento de la Bella Durmiente a la que despierta el beso apasionado de otra nueva hegemonía, que esta vez domina el lenguaje de la tecnología y de los medios para hacernos tragar con disimulo la misma píldora amarga de siempre.
Hasta que los ciudadanos y ciudadanas de la España de hoy no elijamos el modelo de Estado libre y responsablemente y éste se configure con el nuevo diseño adaptado a nuestras aspiraciones de liberación organizada, no habrá posibilidad alguna de un verdadero cambio definitivo de mentalidad social e individual, de visión y de aspiraciones. Y estaremos condenados a este suplicio de Tántalo,. inexplicable en unos tiempos donde es imprescindible despertar para no ser arrollados por la vorágine de una globalización destroyer, deshumanizada y sin pies ni cabeza. En esta situación estamos indefensos y en manos de lo más abyecto. Por eso los países del Sur de Europa, sometidos a Imperios y religión imperial, que no hemos trabajado la autonomía de las reformas a lo largo de los siglos, sino que las hemos combatido y reprimido, ahora estamos por los suelos y a disposición de los mejor organizados.
Por eso un cambio de partidos en este estado es como cambiar de camarote en el Titanic. La ciudadanía tiene que reaccionar, no sólo contra un partido o un gobierno, sino también, y sobre todo, para generar su propia fuerza y su vigor constructivo de otros parámetros nuevos contando con la experiencia de los logros pasados, parámetros en los que deberán participar generosamente, con la grandeza de la humildad y sin tentaciones caudillistas, todas la fuerzas sociales.
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