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Estas dos buenas piezas, en cambio, se quedaron enganchadas en aquellos vericuetos de los años veinte y treinta, revoloteando cual polillas al rededor de los faros de Mussolini, Hitler y Franco, bueno, y Stalin, -que tampoco era moco de pavo ni cartílago de gamba- y allí siguen agazapadas sin mover pestaña nada más que para untarse el rimmel y guiñar el ojo un poco estrábico, a los colegas corruptoides cuando viene a cuento, que suele ser
día sí y día también. Ains!
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