lunes, 16 de marzo de 2015

La voz de Iñaki

16 MAR 2015 - 09:04 CET
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Bar España

EL PAÍS   


No se puede definir con más acierto: Bar España. Cañí, además. Por lo de las cañitas a todas horas, el cerveceo irredento para el proletariado, más el fino jerezano para la estirpe con ppedigrí, y la fumata concomitante para todos. Y si se dispone de tiempo y pela a discreción, las tapas a tutiplén y el cohíba con cafetito y copazo, para rematar el sacado de brillo y lustre al esperpento patrio. Comer, lo que se dice comer, cualquier cosa nos apaña, pero el picoteo de todo y poco de ná de ná, que no decaiga. Hasta Felipe González instituyó su bodeguiya como una definitoria seña de identidad, hasta Pablo Iglesias y Alberto Garzón, la izquierda reformista, han cantado y cantan sus odas panegíricas a la gloria del bareto de siempre. Y eso que están empeñados en que van a cambiarlo todo, de arriba a abajo. Menos mal que la esencia hispana permanece incólume pese lo que pese y pase quien pase por el círculo del poderío. Por no hablar del pp que es ya en sí mismo un bar que huele a marisco pocho y a yogures caducados a base de contabilidades en maceración e imputaciones a la carta, pasando de barra, que lo de ellos es mucho más ceremonioso y aparente.

Pero esto tiene que cambiar. Sí o también. Hay que cambiar la economía hasta hacer posible que los pobres de solemnidad, como todo quisque, tengan a su disposición, además de los contenedores como supermercado y los cajeros de los bancos decorados con sus cartones, en su apartamento nocturno, la cerveza y la fumata básicas, con vistas a cirrosis y cáncer de pulmón asegurados, como todo ciudadano decente, con derechos y libertades. Eso es la primera línea roja que jamás puede transgredirse. El bar. Como sustento e instinto básico. El casino provinciano. O la tasca de barrio. O el garito de chaflán. O el chiringuito playero. Los templos de la política de altura, donde las neuronas pueden conservarse sine die en alcohol para que, con el tiempo y la pericia de carreras de 2 años + 3 masteres,  puedan ser investigadas por los científicos del futuro improbable, formados y recauchutados por el sistema Wert y revisados con el visto bueno de la Facul de Políticas de Somosaguas, que para entonces puede que se denomine Somoshumo o Somosbirra. A elegir según la predominancia del gen más activo y desactivador. Según de qué vaya el asunto. 

Yo tampoco estoy contra los bares, pero me gustaría que fuesen más habitables y menos antros de oloracos a cervezol, fritangas y tufos raros, en los que se mezcla, según la hora del día y según el nivel de higiene del dueño del local, toda una red olfativa que tumba, algún tufo a retrete o a tubería en estado desmerecido, adobado con detergente, lejía y ambientador de marcas blancas, pero de un blanco cañí, también cañí, como todo en este país de nuestros sobresaltos. O sea, poco blancas. Apolilladas más bien. Descolorías y sobeteás, como decía la tata Leo de mi infancia, que tenía un dominio espectacular, lo más sintético, preciso y ajustado, de las definiciones. 
Es más, el término ciudadanía debería sustituirse por "campechanía". Que es la esencia del bar. Todo el que traspasa el umbral de esos cenáculos tapenses , birreros, en-copetados y cortadiformes, se transmuta ipso facto en 'campechano', como si del antiguo rey en desuso se tratase. No queda otra si no se quiere ser objeto de una discriminación instantánea. ¿Qué mejor espacio para debatir las posibilidades del futuro político, económico y social de un país, que un bareto de confianza, donde se sabe que todo lo que se diga es de todos como en un Fuenteovejuna universal y sin señalar a nadie? "Lo he oído en el bar". "Alguien lo comentó en el bar". "¿Pero se ha acordado alguna decisión al respecto de la denuncia en el sindicato?" "No, que va. Ha sido allí, en el bar, que uno lo ha dicho, pero ahora mismo no sabría decirte quién" "Ya veremos un día de estos si vuelve a comentarse el tema, de momento no hay nada en firme". Obviamente, es imposible que algo vaya en firme cuando se ha trasegado una media de un litro de alcohol por barba o mecha californiana y se han fumado diez cigarrillos por cabeza y con el estómago como depositario de tres cacahuetes, un mísera lámina de papa frita  o un par de tacos de bravas a lo bestia que pican a rabiar. Y eso vale igual para el bar del Congreso y del Senado, que para "el caloret" de Rita Barberá. 
Lo nuestro es así. Devoto a la tradición, sea la que sea. Como cantaba Tevie en 'El Violinista en el Tejado', tradition is tradition!. Sea como sea. Hale, y ya está. Cosas del imperialismo judeo católico. Aunque sea peregrinar de bar en bar, como una penitencia hereditaria; como un verdadero barcrucis.  


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