lunes, 23 de marzo de 2015

La voz de Iñaki

23 MAR 2015 - 08:55 CET
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Enfermedades contagiosas

EL PAÍS  


Todo lo que emana del ego, sea en lo personal como en lo colectivo, es vírico, está enfermo de su mismo mal y por eso contagia sin poder evitarlo. Éxito y fracaso son valoraciones egocéntricas en la relación del ser humano consigo mismo y con su entorno. Con los demás seres humanos especialmente. Sólo cuando descubrimos que nuestra sustancia es el amor, esa patología congénita y crónica desaparece. Hasta que la política se haga desde el amor, o sea, desde la madurez y el equilibrio de nuestro potencial social y personal, estaremos condenados a ese riesgo de contagio, para el que ya estamos predispuestos desde que nacemos y nos las tenemos que ver con los instintos y la razón, con el alma en potencia y el animal en acto. Y empezamos a valorar que la libertad es lo que nos da el poder de elegir cómo gestionar el conjunto y cómo unificar el dentro y el fuera, lo de una y lo de todos con la misma atención y eficacia, el arriba y el abajo, lo mucho y lo poco, la miga y la corteza, el brik y el contenido, el ego y el Ser. Llegados a esa etapa del viaje, ya no se pierde ni se gana. No es necesario, ni atractivo, ni interesante. Se es. Entonces la política es sencillamente una manifestación del amor que somos y compartimos, con todo lo que eso implica. Hay políticos que lo intuyen e incluso lo intentan, pero se suelen enredar en bagatelas egofílicas y se "contagian" de triunfalitis o de fracasitis, o sea, del miedo embrollado y confundido entre fingir, aferrar, manipular y representar, y ahí, ya sin remisión, se fastidia el programa. La lían parda y acaban como todos. 
Hay otros que  se mantienen en su esencia y no se contagian. Esos dimiten enseguida de los púlpitos del aspaviento,para dedicarse a la política cotidiana del convivir con conciencia trabajando por el bien común, que es tan cosa suya como el bien propio. Ésos son los mejores. Hagan lo que hagan y estén donde estén, porque nunca dimiten de lo mejor de sí mismos, ni con presiones ni promesas ni amenazas, ni prebendas  giratorias foreveryoung, ni ambiciones de ganar a cualquier precio; no salen a ganar. Salen a servir a sus conciudadanos y no a acaparar poderes. Son lo suficientemente sabios como para detectar a tiempo los pies de fango enlodado y podre del poder por el poder, aunque vaya envuelto en las mejores garantías teóricas. Es cierto que, como Diógenes, hay que buscarlos/buscarse, con el  candil de la decencia lúcida, aunque sea mediodía y a plena luz, porque no se exhiben normalmente ni se ponen en venta en el mercado del apaño. No juzgan ni descalifican, aunque denuncien los delitos y malas prácticas, nunca condenan irremisiblemente a los implicados; están abiertos a la rehabilitación y al cambio sin por eso corromperse para lograr consensos de dudosa ética y justicia, al precio de su conciencia. Una pena que escaseen tanto. Pero si se encuentra alguno, todos los esfuerzos y malos tragos, compensan y valen la pena. La política, como la vida y su sentido,  es una peregrinación, un viaje de re-conocimiento, desde la mentira marrullera del ego hacia la verdad y la coherencia del ser, desde la imagen a la esencia, desde el personaje al autor, que sólo se encuentra al final, si es que previamente se han ido descubriendo las piezas del puzle en cada jornada del camino.

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