El ministerio del tiempo
por David Torres
El Ministerio del Tiempo es una de esas teleseries españolas que no se sabe si están hechas en broma o en Lepe. Cuando la cosa pretende ser divertida, da mucha pena, y cuando engola y se pone seria, te partes el esternón de la risa. Hubo un momento, al final del episodio sobre el encuentro entre Hitler y Franco en Hendaya, en donde en una misma habitación se congregaban a la vez unos soldados nazis, unos cuantos maquis, un par de guardias civiles con bigote y Diego Velázquez con la Cruz de Calatrava, hasta que de pronto entraba el general Spínola rodeado de tercios de Flandes diciendo con la voz de Bruce Willis: “Esto lo arreglo yo en un pis pas”. En medio del jolgorio alguien comentaba el gusto de ver perder a los alemanes y otro le aseguraba que esperase a que llegara “otro Grande de España”, Luis Aragonés. Más que un túnel en el espacio-tiempo, aquello parecía una tienda de disfraces. Sin comerlo ni beberlo, ya han dejado sin trabajo a José Mota.
La televisión española sigue empeñada en ofrecer una bazofia de ficción cuando les bastaría salir a la calle con una cámara en la mano para chocar de bruces con el realismo mágico. Toda la obra de gobierno de don Mariano Rajoy es un esfuerzo soberano para llevarnos por una parte a la ruina y por otra a la Edad Media. Hay que decir en su favor que el esfuerzo no es en vano; con José Luis Moreno y con Bertín Osborne ya rebasamos el prerrománico. Ahora bien, si querían rodar un Ministerio del Tiempo, con un artífice misterioso moviendo los hilos de un siglo a otro, nadie podría hacerlo mejor que Fernández Díaz desde su covacha de Interior, un hombre feudal que entre medallas a la Virgen, charlas privadas con Dios y un cuartel de la guardia civil inaugurado en el pueblo de su padre, sí que parece rescatado de las filas del Santo Oficio. Lo llega a ver Velázquez, aunque sea de refilón, y le saca una foto con el móvil para incorporarlo luego a un lienzo con muchos monjes y muchos angelotes.
La última providencia del Ministerio del Tiempo, digo, del Interior, es encargarle un informe a la Dirección General de la Policía sobre las actividades del comisario Villarejo, todo un clásico en las investigaciones policiales. Se empieza por investigar al investigador y se acaba como en Corea del Norte, donde cada ciudadano vigila a su vecino hasta llegar a la nuca del gran líder supremo. Claro que lo de Villarejo es sumamente raro, una mezcla entre Sherlock Holmes y Florentino Pérez, un detective metido en todos los ajos habidos y por haber que al mismo tiempo participa en doce sociedades distintas con 16 millones de euros de capital. Teniendo en cuenta que ha husmeado no sólo en los asuntos del pequeño Nicolás y el ático de Ignacio González, sino también en los casos Pujol, Campeón, López Madrid, el informe Veritas contra el juez Garzón y la declaración a favor del traficante de armas Al Kassar, lo que cabe preguntarse es cómo la medalla se la ha colgado el ministro Fernández Díaz a la Virgen en vez de a él, que está en muchos más lugares. Si le permitieran trabajar los domingos, los demás policías, la guardia civil y el resto de fuerzas de seguridad del estado tendrían que dedicarse a vigilar los tickets de la hora. Además, por las noches, entre sueño y sueño, Villarejo podría enmendar fácilmente el desbarajuste que custodian Guindos y Montoros en sus respectivas mazmorras. El Ministerio del Tiempo en una sola persona.
Otra pregunta más es cómo es que sale toda esta podredumbre a flote precisamente ahora, unos días después de la defenestración de Ignacio González, justo cuando entre las grabaciones de su amistosa reunión cafetera ha salido a la luz la palabra “mafia” de boca del presidente consorte de la Comunidad de Madrid en referencia al otro presidente, el ilustre don Mariano Rajoy. Por su parte, cuando le preguntaron en Guatemala por qué había prescindido de Ignacio González, Mariano puso su reloj en hora: “Estamos en el futuro” dijo. Anda que no tienen que menear la fregona Spínola, Velázquez, los tercios de Flandes, la guardia civil y Luis Aragonés para limpiar de mierda el patio.
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