Podemos, Syriza y los movimientos sociales: ¿Protagonistas o espectadores?
Miguel García, Miembro de econonuestra
¿Victoria pírrica en Grecia o dulce primera derrota? ¿Es el reciente acuerdo firmado por Syriza una victoria parcial del pueblo griego, o por el contrario, la clara confirmación de que frente a la Troika, ni un supuesto gobierno antiausteridad puede hacer nada? Parece que el siglo XXI de las revoluciones vencidas y los pueblos domados ya no se maneja en las coordenadas del morir de pie o vivir de rodillas. De hecho, flaco favor hacen quienes presentan la situación griega actual en estos términos. Esta lectura dicotómica de la coyuntura no sólo no nos permite ver con claridad la situación, sino que además niega, si es que existe, la posibilidad emancipadora que se ha abierto. El conflicto no está llamado a quedarse en los pasillos de Bruselas.
Al señalar las limitaciones que toda negociación con las instituciones conlleva, no se pretende entrar en el eterno debate de los movimientos sociales: instituciones-si, instituciones-no, sino un para qué sirve pelear en ellas. El campo de batalla que herramientas como Syriza o Podemos plantean, desde luego que se encuentra en la esfera institucional, pero no se agota -o no debería- en ella. De la misma manera que su origen está en las plazas y los movimientos, que crecieron fuera del aparato estatal-institucional, su futuro potencial transformador también dependerá, lógicamente, de estos mismos movimientos e iniciativas populares entre los que se gestaron.
La importancia de estos actores sociales radica en actuar desde fuera de la lógica estatal, generando espacios, allí donde las instituciones han dejado un vacío, abriendo la posibilidad de sobrepasar las normas impuestas. Los movimientos ejercen la transformación histórica e inscriben un nuevo sentido común sin atenerse a los vaivenes de la dinámica electoral. Sus formas de lucha desbordan las normas que rigen el tablero. Normas que desde luego no están dictadas para que estos, los movimientos, puedan construir más allá de las reglas de la representación. Jugar solo en la partida del cara a cara con la Troika, en un David contra Goliath, tiene como resultado y límite el estrecho margen conseguido por Syriza en su acuerdo del pasado Febrero. Frente a ello, los movimientos además cuentan con la ventaja de no responder ante nadie, de ser líquidos, de no poder ser medidos ni identificados con el baremo convencional.
Las transformaciones desde abajo sedimentan con mucha mayor fuerza que las efímeras victorias electorales. El cambio en el sentir popular respecto a los desahucios que instauró la PAH no depende de una victoria del PP o el PSOE, porque su victoria es mucho más profunda, está en el modo de percibir la sociedad por sus ciudadanos desde la cotidianidad. Como lo hacían los sindicatos en el siglo XIX, o los movimientos feministas y los Panteras Negras ya bien entrados en el XX.
Pero sin duda, los movimientos han cambiado. A raíz de nuestra primavera mediterránea particular, el 15-m, un crisol de nuevos movimientos, que rompía con las anquilosadas estructuras políticas y sindicales de lo que ahora sin miedo llamamos régimen, cristalizó. Siempre se recurre a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca como ejemplo, pero también un sinfín de asambleas, mareas multicolor y plataformas surgieron al calor de esta ola contestataria. Además, otras estructuras muy debilitadas, como las asociaciones de vecinos, o los centros sociales, han recuperado un vigor perdido entre años de neoliberalismo y paz social con sabor a ladrillo.
Coincidiendo con la pérdida de impulso de estos mismos movimientos surgió la iniciativa, por parte de un pequeño grupo promotor, de lo que hoy conocemos como Podemos. No pocos vieron en esto una suerte de causalidad: el vaciamiento de las calles en términos de un mucho menor número de manifestaciones y conflictos era consecuencia de la denominada “deriva electoral” con el novedoso Podemos a la cabeza.
Pero puede que la causalidad tenga un sentido contrario. Podemos y Syriza no son la causa, sino la consecuencia de la situación en la calle. La rabia popular, aquí y en Grecia, tomó la forma de huelgas generales y sectoriales, conflictos laborales de diferente índole o incluso nuevas formas de conflicto como los conocidos “escraches”. En Grecia, hubo más de 42 días de huelga general en los últimos años, para un resultado común en ambos casos: profundización de la austeridad y un balance casi negativo de victorias. Los movimientos, que no dejan de estar compuestos por personas -de paciencia limitada- cansados de darse siempre contra la misma pared, pensaron, en una gran parte, que quizá lo más interesante sería intentar agrietarla desde dentro. Esto implica, en el corto plazo, modificar la táctica, en la que Podemos y Syriza pasan a tener un rol central.
Sin embargo, esta táctica puede llevar al error de pensar que los movimientos y la organización popular debido a que ‘ha pasado su momento’ deben subsumirse en las tendencias electoralistas y pasar a reforzarlas. Quienes esperan esto de las iniciativas populares poco han entendido de la brecha en la que nos encontramos ahora. Las manifestaciones que hemos visto de apoyo a Syriza o Podemos marcan desde luego un cambio de tendencia en las manifestaciones actuales y sin embargo corren el peligro de relegar a la gente a meros espectadores y animadores de la partida que se está jugando en Bruselas.
El siguiente paso para el cambio no vendrá cuando los movimientos apoyen explícitamente a Syriza o Podemos, sino cuando estos vuelvan a marcar el rumbo. Y Syriza o Podemos, actuando en consecuencia, sirvan de herramienta canalizadora para el camino de estos. El rol de las herramientas electorales debe ser un reflejo de la calle, nunca al revés, por difícil que pueda parecer a la luz de experiencias previas.
Es precisamente por ello por lo que ahora más que nunca necesitamos esos movimientos, iniciativas que sigan marcando el camino desde un afuera. Movimientos que no queden recogidos dentro de la lógica partidista o electoral pero que se beneficien de ella de la manera que convenga. Que sean ellos los que rellenen de contenido la brecha institucional que se ha abierto en Grecia y debe abrirse aquí, para desbordarla. El juego de papeles debe volver a cambiar, y las protagonistas no deben ser las herramientas, es decir Podemos o Syriza, sino la gente: las y los de abajo.
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