Los golpes repentinos abren de sopetón las compuertas de lo desconocido. Las noticias son instantáneas y cuando son terribles caen de improviso sobre nosotros como ducha escocesa en medio de una nevada. Y nos dejan congelados por unos instantes al mostrarnos ese lado de la realidad en el que nadie piensa más que puntualmente, como de pasada, de vez en cuando, mientras se cruza de puntillas y lo más rápida y asépticamente posible, el vestíbulo de lo instantáneo, del aquí y el ahora inevitables.
En una sociedad donde la tecnología y el dinero lo tienen todo previsto y hasta solucionado antes de que pase, con aseguradoras, seguratas, guardaespaldas, alarmas, sirenas, bocinas, antidisturbios concentrado por si acaso, vacunas, revisiones médicas, puestas de parche antes del grano, arsenales nucleares disuasorios o no tanto, y todo tipo de prevenciones imaginables, empeñada en no dejar un sólo resquicio a la fragilidad, resulta que, de golpe, se estrella un avión y no queda un solo superviviente para contarlo. De un plumazo 150 personas desaparecen del mapa de la vida terrestre, del entorno de sus seres queridos, de su profesión, de su ciudad o de su pueblo, de su comunidad, barridas por un click, por un golpe, por un fallo de una máquina, de un técnico o de ambas cosas a la vez. Y desde ese momento sólo queda de ellas su nombre y sus datos helados sobre un papel o una pantalla. Y un espacio vacío en el tiempo que ha perdido su único habitante.
La muerte no es nada grave para el muerto, obviamente, es más un descanso de sus dolores o dramas, si los tiene, y todo lo más, un pasaporte a la aventura de lo desconocido, hacia todas las posibilidades. Desde la nada al todo, pasando por infinidad de estados, cambios y experiencias previsibles o no, pero indudablemente es una tragedia para los vivos que le quieren y un aldabonazo en las vidas de todos, que viene a recordar lo poquito que de verdad somos aunque el poder y la pasta o el éxito y el glamour de temporada, fragüe la efímera creencia de que se es algo importante o alguien imprescindible. Memento, homo, pulvis eris et in pulvere reverteris, eso decían los miércoles de ceniza cuando yo era chica, y en la iglesia te colocaban una cruz de pavesas en la frente, que se te mezclaba con el flequillo y durante el resto de la mañana, ya en clase, te iba cayendo sobre las pestañas, las mejillas, el pupitre y el cuaderno. Cuando ya en tercero de Bachiller descubrí lo que significaba aquella frase latina, me la guardé en la memoria: Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás. A lo largo de mi vida el recuerdo de esta verdad indiscutible me ha ayudado y me ayuda, muchísimo a bajar los humos de los fuegos fatuos y a no tomar en serio en absoluto las maniobras orquestales del dichoso ego, el compañero fatigoso que te la juega en cuanto te descuidas. El visir-esbirro que se encabota obsesivamente con ser califa en lugar del califa, como aquel Iznogud de comic. El ego, que es la pesada mochila de la conciencia y la cera que debe arder para que nos crezca la llama del alma y lleguemos a descubrir el ser. Lo que somos, algo y alguien mucho más intenso y gratificante que lo que parecemos, poseemos y creemos controlar.
Además del sopetón repentino como trauma, nos tropezamos con la aberración de las dimensiones de nuestras tragedias. Mucho más porque son nuestras que porque son tragedias. ¿A caso le damos la misma importancia a que se estrelle un avión indonesio o chino, con 300 pasajeros a bordo que desaparecen en el Pacífico tan repentinamente como nuestros europeos en los Alpes? Lo primero es comprobar si había españoles entre el pasaje y algún europeo, por eso de la solidaridad vecinal. Y si no los hay, se pasa página y a otra cosa. ¿Y qué decir de las miles de muertes diarias que ocasiona nuestro confort y nuestra encantadora sociedad de consumo? Destrozo de bosques y selvas, contaminación de los mares y ríos como si no fuesen nuestros, como si no fuesen las aguas podridas que se evaporarán y a continuación nos caerán encima como lluvia venenosa... Intoxicación del aire a base de quemar petróleo como gasolina o diessel...Radiactividad en las centrales nucleares que nos permiten iluminar nuestras fiestas y jolgorios faranduleros a tutiplén y sin recorte alguno, que quita votos.
¿Cuánto nos preocupan los muertos que nunca podrían pagarse un billete de avión a ningún sitio, como, por ejemplo, los que mueren por epidemias como el ebola, mientras no nos traigan a casa a los contagiados? ¿Acaso nos importan lo mismo los cientos y miles de víctimas en Siria, Irak, Libia y Afganistán, o el cerco judeo-cristiano(¡?), a Palestina, en cuya violencia programada trafican las armas españolas de Morenés y el pp? ¿Y los niños muertos de hambre y miseria, por unas anginas o una diarrea, -que aquí, en lo más 'civilizado' del Planeta, son simples achaques-, y que cada día desaparecen del mundo de los vivos? Claro, nos quedan tan lejos...son tan distintos, tan remotos y desconocidos. Tan raritos. Tan pobres e ignorantes, que es normal que les sucedan esas cosas. Nos pasa como a los nazis que gestionaban desde sus despachos en Berlín, los campos de exterminio sin ver lo que estaban haciendo aunque algo les sonase como un eco lejano. Es la 'fatalidad' de lo insolidario. El cinismo de la comodidad. Es suicidio del confort como modus moriendi. El sopor que dinamita la capacidad de ser humanos y dejarnos a la altura ontológica consciente de una ameba o un paramecio. Pero eso sí, de gimnasio y spa. De bótox, peeling y lifting. De portafolios, corbata y tacón de aguja. Finísimos y encantadores. O de macarras y chonis que se gastan lo que no tienen para ser nada como los que parecen algo. Pero es el primer mundo. Nada que ver con la morralla que peta por tonta y andrajosa por esos andurriales del mundo sin civilizar (¡¡¡¡Ajjj!!!).
Quizás por ese proceso degenerativo de envolver en tecnología, mercado, negocio y publicidad lo insolidario, lo fútil, lo cómodo, el narcisismo "cultural", lo indiferente, así, hemos llegado a esto, a lo que hay y sobre todo a lo que no hay. Al oxímoron que supone la máxima carencia de lo fundamental provocada por el aplastante superávit de lo superfluo y prescindible que se ha convertido en hipernecesario. A la asfixia de la inteligencia por el CO2 de la imbecilidad sin sustancia considerada hasta "ciencia de vanguardia al servicio del progreso", sin saber de qué va ese ejército del que se es cabo gastador, ni hacia qué objetivo real se progresa. Y si vale la pena progresar en semejantes condiciones y con tales garantías y resultados globales.
Por supuesto, que la tecnología en sí misma, como herramienta de cooperación al bien común, me parece una maravilla. Y jamás podría afirmar que sea la culpable del deterioro humano. Ni mucho menos. Es un sector de la humanidad distraída y perdida de lo mejor de sí misma, lo que ha se ha deteriorado y "cosificado" hasta el punto de utilizar en su propio daño y perjuicio sus mejores logros y capacidades. Los mejores recursos en las peores manos son fatales. Terroríficos. Y la educación carente de sustancia inteligente y de valores humanos prácticos, tiene una gran responsabilidad, en impedir que el homo habilis nunca llegue de verdad a ser homo sapiens. Quizás el eslabón perdido entre ambos prototipos sea el inexistente homo ethicus. Habrá que inventarlo si queremos que esto cambie a mejor y no al desastre a que va encaminada la cosa.
El estudio atómico de Einstein pudo haber derivado en la fusión atómica como fuente de energía, pero no se hizo así. Se eligió la fisión, la ruptura, la descomposición del átomo. ¿Por qué? Porque había prisa por aplicar su poder táctico y destructivo como arma para ganar la guerra mundial y porque el proceso era más veloz y más barato. Siempre la prisa y la impaciencia de la inmadurez por ganar en lo puntual acaba por hacernos perder en lo fundamental. Jamás un científico ha lamentado un descubrimiento tanto como Einstein lamentó el suyo. Sin embargo el ataque nuclear a Japón por sacarse la espina de la humillación en Pearl Harbor, sin siquiera saber las consecuencias de las bombas atómicas, no es culpa de la ciencia ni de la investigación ni del átomo descompuesto, sino de los políticos y militares ignorantes, ambiciosos, prepotentes e irresponsables que utilizaron el trabajo de un científico para destruir a los seres humanos y una zona importante de la naturaleza del Planeta. Qué duda cabe de que el propio Eisntein también tuvo su parte de culpa, al entregarle los resultados de sus investigaciones a aquella manada de homínidos poderosos y armados hasta los dientes que le habían acogido tan generosamente -tratándose de quien se trataba para sacarle rendimiento bélico- y salvado del exterminio nazi, sin estar seguro de las consecuencias de su invento. Posiblemente, también tuviese algo que ver su curiosidad por ver los resultados de su investigación aplicados en grandes áreas, quizás le pudo la curiosidad científica más que su ética. Parece que es un defecto demasiado común entre los investigadores. Igual que los químicos de laboratorio farmacéutico, sin ningún reparo moral, experimentan sus vacunas y remedios nuevos en el tercer mundo con campañas de vacunación "gratuita" que luego producen efectos epidemiológicos de daños irreversibles como el SIDA o el ebola y muchas más enfermedades y síndromes, que no trascienden, porque la gravedad de sus síntomas no es extrema ni peligrosa para Occidente. Curiosamente aparecen en África, que es el reino experimental de las vacunas. Un terreno perfecto para ver qué pasa con las pócimas y de paso, si salen mal, exterminar población y al final, ya casi exterminada la población oriunda, apoderarse del continente menos contaminado del Planeta, por la tecnología mal usada. No es la ciencia la culpable de esas barbaridades atroces. Es la idiotez avariciosa y prepotente. Histérica. Del aspirante a ser humano. Es tan infantil, ególatra y necio que como sabe que su vida es breve y no va a sufrir las consecuencias directas de su expolio irracional, se dedica al deporte de la tierra quemada para llenarse los bolsillos y la vanidad. Se merece que exista la reencarnación para que pueda "disfrutar" de sus propios resultados directamente. No es imaginable peor y más adecuado infierno que ése. Volver al lugar que se destruyó, en un estado de ignorancia total, miembro de una raza que se despreciaba y tener que sobrevivir en medio del desastre, la miseria y el olvido del resto del mundo. Y todo sin que nadie castigue a nadie, sólo como resultado matemático, natural e inexorable de las propias maldades cometidas. Como la cirrosis es al alcoholismo o las ampollas a las quemaduras.
Jesús de Nazaret ya lo advirtió a quien quiso entenderlo: de esta cárcel no se sale hasta que se ha pagado hasta el último delito cometido. Los budistas dicen lo mismo y le llaman karma a la repetición de curso y asignaturas pendientes. Experiencia tras experiencia. Hasta que no se da el salto voluntario de la animalidad a la conciencia, de la apariencia y la forma, a la esencia del ser. Del envoltorio a la sustancia. Del sueño al despertar. De la muerte aparente a la vida real. Que está aquí y no en ningún paraíso ajeno a lo que somos.
Por supuesto, que la tecnología en sí misma, como herramienta de cooperación al bien común, me parece una maravilla. Y jamás podría afirmar que sea la culpable del deterioro humano. Ni mucho menos. Es un sector de la humanidad distraída y perdida de lo mejor de sí misma, lo que ha se ha deteriorado y "cosificado" hasta el punto de utilizar en su propio daño y perjuicio sus mejores logros y capacidades. Los mejores recursos en las peores manos son fatales. Terroríficos. Y la educación carente de sustancia inteligente y de valores humanos prácticos, tiene una gran responsabilidad, en impedir que el homo habilis nunca llegue de verdad a ser homo sapiens. Quizás el eslabón perdido entre ambos prototipos sea el inexistente homo ethicus. Habrá que inventarlo si queremos que esto cambie a mejor y no al desastre a que va encaminada la cosa.
El estudio atómico de Einstein pudo haber derivado en la fusión atómica como fuente de energía, pero no se hizo así. Se eligió la fisión, la ruptura, la descomposición del átomo. ¿Por qué? Porque había prisa por aplicar su poder táctico y destructivo como arma para ganar la guerra mundial y porque el proceso era más veloz y más barato. Siempre la prisa y la impaciencia de la inmadurez por ganar en lo puntual acaba por hacernos perder en lo fundamental. Jamás un científico ha lamentado un descubrimiento tanto como Einstein lamentó el suyo. Sin embargo el ataque nuclear a Japón por sacarse la espina de la humillación en Pearl Harbor, sin siquiera saber las consecuencias de las bombas atómicas, no es culpa de la ciencia ni de la investigación ni del átomo descompuesto, sino de los políticos y militares ignorantes, ambiciosos, prepotentes e irresponsables que utilizaron el trabajo de un científico para destruir a los seres humanos y una zona importante de la naturaleza del Planeta. Qué duda cabe de que el propio Eisntein también tuvo su parte de culpa, al entregarle los resultados de sus investigaciones a aquella manada de homínidos poderosos y armados hasta los dientes que le habían acogido tan generosamente -tratándose de quien se trataba para sacarle rendimiento bélico- y salvado del exterminio nazi, sin estar seguro de las consecuencias de su invento. Posiblemente, también tuviese algo que ver su curiosidad por ver los resultados de su investigación aplicados en grandes áreas, quizás le pudo la curiosidad científica más que su ética. Parece que es un defecto demasiado común entre los investigadores. Igual que los químicos de laboratorio farmacéutico, sin ningún reparo moral, experimentan sus vacunas y remedios nuevos en el tercer mundo con campañas de vacunación "gratuita" que luego producen efectos epidemiológicos de daños irreversibles como el SIDA o el ebola y muchas más enfermedades y síndromes, que no trascienden, porque la gravedad de sus síntomas no es extrema ni peligrosa para Occidente. Curiosamente aparecen en África, que es el reino experimental de las vacunas. Un terreno perfecto para ver qué pasa con las pócimas y de paso, si salen mal, exterminar población y al final, ya casi exterminada la población oriunda, apoderarse del continente menos contaminado del Planeta, por la tecnología mal usada. No es la ciencia la culpable de esas barbaridades atroces. Es la idiotez avariciosa y prepotente. Histérica. Del aspirante a ser humano. Es tan infantil, ególatra y necio que como sabe que su vida es breve y no va a sufrir las consecuencias directas de su expolio irracional, se dedica al deporte de la tierra quemada para llenarse los bolsillos y la vanidad. Se merece que exista la reencarnación para que pueda "disfrutar" de sus propios resultados directamente. No es imaginable peor y más adecuado infierno que ése. Volver al lugar que se destruyó, en un estado de ignorancia total, miembro de una raza que se despreciaba y tener que sobrevivir en medio del desastre, la miseria y el olvido del resto del mundo. Y todo sin que nadie castigue a nadie, sólo como resultado matemático, natural e inexorable de las propias maldades cometidas. Como la cirrosis es al alcoholismo o las ampollas a las quemaduras.
Jesús de Nazaret ya lo advirtió a quien quiso entenderlo: de esta cárcel no se sale hasta que se ha pagado hasta el último delito cometido. Los budistas dicen lo mismo y le llaman karma a la repetición de curso y asignaturas pendientes. Experiencia tras experiencia. Hasta que no se da el salto voluntario de la animalidad a la conciencia, de la apariencia y la forma, a la esencia del ser. Del envoltorio a la sustancia. Del sueño al despertar. De la muerte aparente a la vida real. Que está aquí y no en ningún paraíso ajeno a lo que somos.
En estas tesituras es hasta 'natural' que nos conmueva lo único que queda después del trauma inesperado de una desaparición colectiva de buenos vividores. Un espacio vacío en el tablero que anunciaba la llegada de un vuelo que nunca será posible. El renglón inhóspito sin rellenar, el espacio en blanco, el voto nulo donde en la pantalla informativa de un aeropuerto alemán, sólo queda sin más referencia la palabra gelangete. Llegada.
En realidad somos polvo y en polvo nos convertimos; y por más que se acapare, se luche por ganar y ser importantes, acabamos dejando sólo eso. El hueco. Que pronto borrará el olvido con que la cotidianidad normaliza lo trágico y nos permite seguir en las mismas, sin que nada importante cambie. Con el mismo empeño cegato. Sobremorir de espaldas a la vida, creyendo que se vive la mar de bien. Y tonto quien no lo haga ni lo consiga. Y todos encantados con el marrón, sosteniendo el imperio de lo hueco. De la nada.
En realidad somos polvo y en polvo nos convertimos; y por más que se acapare, se luche por ganar y ser importantes, acabamos dejando sólo eso. El hueco. Que pronto borrará el olvido con que la cotidianidad normaliza lo trágico y nos permite seguir en las mismas, sin que nada importante cambie. Con el mismo empeño cegato. Sobremorir de espaldas a la vida, creyendo que se vive la mar de bien. Y tonto quien no lo haga ni lo consiga. Y todos encantados con el marrón, sosteniendo el imperio de lo hueco. De la nada.
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