sábado, 21 de marzo de 2015

La banalidad del mal como sistema

Parece que después de tanta polémica y tantos detractores, va a resultar que Hanna Arendt tiene razón, que la historia, en el siglo XXI, está corroborando su diagnóstico sobre el mal, que en su momento fue incomprendido y criticado duramente, ya no sólo por algunas víctimas del Holocausto, sino sobre todo por el victimismo desproporcionado del rencor nacionalista por encima de la inteligencia y su racionalidad-emotiva, que impidió comprender el alcance ético e intelectual de la aportación de Arendt al pensamiento filosófico universal.

Por primera vez una voz, de alguien que tenía todos los motivos para odiar absolutamente, - de origen judío, estuvo presa en un campo de concentración hasta que pudo huir a EEUU- se alzaba poniendo el dedo, por encima del individuo culpable, en la llaga crónica de un sistema perverso, que se alimenta del mismo vacío de conciencia que provoca con sus métodos en sus criaturas, que a su vez son su causa y su efecto. La ciega fidelidad a un juramento, la 'obediencia debida' y la lealtad a las órdenes del poder, por el simple hecho de la jerarquización y asimilación de valores mecánicos, la sumisión a la conveniencia del miedo como coartada y verdugo de la dignidad humana, de sus derechos, garantía y libertades, se convierte en origen y resultado de la "funcionalidad" del mal, concebida como un "bien" para el bien estar de una nación, como sucedió en Alemania en la época del nazismo.  Esa consecución del "bien" egoísta de un país, al precio de su conciencia y de su moralidad, provocó la peor masacre bélica que el mundo ha conocido y la muerte de millones de seres a los que previamente se fue despojando de su humanidad, a base de hacerles vivir en absoluto desconcierto, en la inseguridad, en el abuso como "normalidad", en la opresión del miedo, en las prohibiciones que poco a poco les fueron marginando hasta reducirlos, primero al aislamiento y a la persecución, después a los ghettos, después a los campos de trabajos forzados e improductivos, como cavar y tapar zanjas que no tenían utilidad, y finalmente al exterminio en los hornos de gas, de quienes no habían muerto agotados por la dureza del trato cotidiano.
Arendt apunta a que es el mismo sistema el que produce los verdugos y las víctimas. Y que todo ese proceso de producción enferma es la causa del mal porque impide ejercer la humanidad a los miembros de nuestra especie; los degrada hasta el punto de olvidar que son seres humanos y no las piltrafas vacías de contenido en que los convierte un sistema criminal que, en el colmo de la demencia, ni siquiera es consciente del abismo en el que ha caído. Y encaja perfectamente este análisis con el pensamiento de Primo Levi, otro superviviente de Auswitz, que en su relato autobiográfico llega a una conclusión similar, sin juzgar ni calificar nada, sólo con la descripción de los hechos con rigor científico, él era químico de profesión y con esa mirada contó la realidad. Por eso, precisamente, su relato es mucho más escalofriante que la más sugerente recreación narrativa.
Hanna Arendt hace una revisión profunda acerca de los motivos de la complicidad implícita  y de la resignación de las víctimas a los mandatos de la barbarie, su obediencia ante las órdenes de un sistema perverso que racionaliza la crueldad y la justifica como legalidad irreversible, sucumbiendo a millones con aceptación total y sin rebelarse, y además responsabiliza a los líderes de las comunidades judías por su falta de capacidad de reacción al someter a sus conciudadanos y hermanos de religión y cultura, a las directrices del holocausto. Y al mismo tiempo se asombra de la reacción del acusado, Eichman, completamente seguro de no haber matado jamás a nadie personalmente y alegando que él sólo manejaba papeles en un despacho y nunca apretó un gatillo contra ninguna víctima; cumplía con su deber, con su juramento y su particular 'código deontológico'. No lo hizo por sadismo ni por una especial crueldad, era su obligación, lo que le habían ordenado hacer y él era un hombre de 'honor'. Realmente es lo mismo que cualquier ejecución por pena de muerte. Tampoco se consideraban responsables de nada los verdugos nombrados ad hoc, en el franquismo, o actualmente en las cámaras de gas, silla eléctrica o inyecciones letales a los reos de la pena capital en países como EEUU, Japón o China o lapidar, quemar y decapitar en los países islámicos o en India. Los verdugos eran y son  aún, una especialidad 'necesaria', al servicio público, nada más, como los enterradores o las funerarias.
Es la misma frialdad psicópata de Bush, Aznar y Blair cuando firmaron el acuerdo de Las Azores para liquidar Irak. O cuando Obama y la OTAN deciden masacrar Libia por la misma razón: el petróleo. Ellos también cumplían sus normas de eliminar estorbos humanos que les impedían apoderarse de unas zonas estratégicas riquísimas. Seguro que si ahora se le preguntase a Aznar si se siente responsable de la masacre irakí, diría que no, que él estaba tratando de defender  Occidente del peligro terrorista, que hasta entonces no habíamos conocido tan de cerca como después de dejar Irak como la palma de la mano. Como los nazis se protegían del peligro judío. Pura profilaxis. Lo mismo dijo Zapatero cuando mandó tropas a Afganistán después de haberlas sacado de Irak. Es que hay que cumplir las normas, sean las que sean. O cuando deformó la Constitución que nos dejó en manos de la trioka y del neoliberalismo de la UE, sin siquiera consultarnos. Una masacre de derechos, de libertad, de dignidad ciudadana y de soberanía popular. Zapatero no es un sádico ni una mala persona, seguramente Aznar nunca mataría a nadie con sus propias manos, no es lo mismo matar  en persona que matar con una firma. Mucho peor es para ellos abortar una mórula de seis semanas; un crimen de lesa proto-humanidad católica y apostólica. Una condena a muerte mucho peor que la que se aplicó a Irak, a Libia y se aplica a Palestina cuando les da el punto destroyer-financiero. No hay conciencia de que se esté cometiendo un genocidio. Sólo son trámites de despacho. Como Eichman confesaba inofensivamente y asombrado de que se le juzgase y condenase por algo tan inocente como firmar papeles mandando a la muerte a miles  de seres humanos indefensos. Ahora son los judíos los que también matan y destrozan familias palestinas enteras, igualmente, con una firma en cualquier despacho. Aprendieron muy bien la lección nazi. Todos.Y la siguen practicando sin parar. Ojos que no ven corazón que no siente.
La banalidad es inseparable del mal, como abstracción justificada de la crueldad animalizante. Lo mismo que la falta de inteligencia. A eso también se refiere la reflexión de Hanna Arendt. No puede haber ética sin inteligencia que la haga necesaria e imprescindible para llevar una vida digna personal y social. Fue esa misma inteligencia emocional la que hizo a esta gran mujer romper su relación amorosa con su maestro, el filósofo Martin Heidegger, favorable a la ideología nazi. Lo que para ella fue la demostración de que hasta la filosofía es inútil e incluso un arma de dos filos, si se pliega a  la falta de ética para aplicarla y que el pensamiento sólo sirve si nos ayuda a ser mejores y más humanos.

Lo que espanta y nos deja perplejos y anonadados es observar y comprobar que el sistema que Hanna Arendt denuncia, como degradante vaciador de conciencias y destructor de responsabilidad moral, basado en la repetición de las mentiras hasta convertirlas en verdades ortopédicas y en cínicas constataciones de "esto es lo que hay y basta",reducido a ordenamiento político y a "legalidad", sigue siendo el mismo que utilizaron los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX.
 Se sigue funcionando a base de  consignas publicitarias y razón de Estado -¿razón, seguro o quizás perversión de la razón por medio de 'razones' acomodaticias?- como hicieron Lenin, Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Fidel Castro, Videla, Pinochet o Chávez. La "ilusión" sigue siendo la llave de la ceguera colectiva y la herramienta de la demagogia. El proceso es ir prometiendo grandezas y hacer ver a los ciudadanos que ellos jamás podrían conseguirlas sin que les dirija un caudillo capaz de todo, con mano dura y  pocas ideas, pero muy definidas y repetidas ad infinitum, hasta convertir en finalidad los instrumentos de que se sirve, como el imprescindible aparato de partido, que será el laboratorio ideológico de la comida de tarro generalizada, el que decidirá los métodos de proselitismo, el estilo de comunicación, las campañas para hacerse portavoz de todo lo que ve en la ciudadanía, no para ponerse a su servicio, sino liderándola desde el poder hegemónico, desde el que se declara la guerra, se margina y se descalifica sin más a todo el que disiente. 
Este cuadro político lo tenemos ahora reflejado lo mismo en los dos grandes "bi" partidos tradicionales que en los nuevos, revolucionarios en cuanto a  modales y propaganda, pero idénticos en la metodología manipuladora y en el argumentario.
Todos ellos desean lo mismo: el voto mayoritario de la ciudadanía para poder diseñar el modelo de Estado. Interferir en el Poder Judicial, hacerse con la mayoría parlamentaria del Poder Legislativo que garantice el Poder Ejecutivo. Por ello son capaces hasta de lo peor y más indigno. De hecho ya están matando  por decretos-ley  a quienes se suicidan por perder trabajo, sustento y techo o por perder la salud y morir por falta de asistencia, de acogida y  de humanidad, a base de tiros en las fronteras, de reclusión y malos tratos en loe CIEs, en dejar que se ahoguen en el mar  o que se desangren con cuchillas en las vallas fronterizas, si se trata de pobres sin papeles.
La verdad es que hay pocas diferencias entre el totalitarismos del siglo XX y la globalización totalitaria del siglo XXI. El sistema es igualmente perverso y a la vez banal. ¿Se puede ser más banal que Rajoy, Botella, Aznar, Montoro, Rita Barberá, Gallardón, Morenés, Floriano, Arenas, Cospedal o Aguirre? Creo que no. Que baten el récord. Pero también son banales Pablo Iglesias, Monedero, Errejón o Bescansa. Albert Rivera o Pedro Sánchez. Banales informados y técnicos. Pero igualmente banales, porque también exigen la fidelidad y el fervor ciego del victimismo que denuncia Hanna Arendt. No son tan banales Alberto Garzón y sus huestes, porque son los que mejor definen la realidad y aportan mejores propuestas, pero en los métodos descalificadores y discriminadores, en las guerras sucias, en las puñaladas traperas a los colectivos ciudadanos y en su instrumentalización de sanguijuelas para usurparles su fuerza y abducirles son iguales o peores, porque van de legales. De igualitarios. De camaradas por la lucha obrera. Y como llegan más al corazón de la realidad trabajadora, aún su abuso duele más y hace más daño. La verdad es que sólo nos tenemos a nosotros mismos: a la ciudadanía que no está corrompida por nada, que es sectorial por naturaleza mucho más que fanática de credos políticos. Mucho más práctica que teórica, mucho más humana que depredadora.

Toda la filosofía política que nos intentan vender ahora mismo es un camelo indecente ante la realidad que debemos afrontar solos. La ciudadanía no discrimina, acoge. No es violenta si no se envenena artificialmente con banderías, porque está en contacto directo con la vida y sus riesgos, con sus necesidades y soluciones. Todos, sean de la opinión que sean, se deben enfrentar a las mismas carencias  y retos. A los mismos fraudes del falso Estado de Derecho. Sólo hay que ver en las manifestaciones y acciones reivindicativas como como se coincide y se comparte la misma determinación, sean ateos o creyentes, parados o con trabajo, médicos o enfermos, maestros o alumnos. Mujeres u hombres. Jóvenes o mayores. Jubilados o activos laborales. Sólo hay que ver a la izquierda camuflándose de yayoflauta, de 15M o de PAH, para hacer méritos y sacar votos en su sus candidaturas. Ojalá consigamos que nos dejen  en paz, porque nosotros mismos somos capaces de decidir como y quienes pueden ser elegidos libremente y sin listas ni consejos ciudadanos y confluencias del apaño. De momento sólo tengo experiencia directa de que eso sucede en un pequeño partido-coalición como Compromis en Valencia, nacido de la ciudadanía, de la tierra, del tú a tú, donde todos se conocen y la transparencia es natural por sí misma. Todos los demás que he conocido Psoe, IU y Podemos, porque he estado en contacto directo y , sobre todo el Pp , cuyo sadismo maligno y banal estamos padeciendo a base de bien desde hace tres años y medio que ya se nos están haciendo un siglo. 

La banalidad que hace posible el mal es el resultado de una falta de conciencia, de capacidad para pensar conscientemente y elegir desde esa conciencia que, en el caso de la banalidad, no se tiene desarrollada. El nazi Eichman, a cuyo juicio en Israel asistió como observadora Hanna Arendt, estaba enfermo del mismo mal: falta de humanidad consciente de sí, por el automatismo de la reproducción de órdenes y pensamientos automáticos que nunca son propios sino reproducciones de consignas y pensamientos ajenos, por la magnificación acrítica de una ideología, por seguir ciegamente consignas y formas de sometimiento al poder que le abdujo y le convirtió en un desalmado, estando convencido de que todo lo que hacía era por el bien de su patria. Es el mismo argumento de Pablo Iglesias defendiendo la guillotina o los actos de violencia armada para conseguir el bien de los humildes.
Da igual que se maten pobres o ricos. Un ser humano que mata a sus semejantes pensando en que hace un bien a su causa, deja de ser humano para convertirse en monstruo y deja por los suelos a la mejor de las causas. Da igual de qué lado esté. El lado que funciona así es repugnante e inhumano, aunque defienda los mejores programas y hasta los cumpla. En eso el nazismo fue un paradigma: Alemania creció, recuperó su autonomía, se hizo potentísima, acabó con la miseria, el paro y la pobreza, pero lo hizo al precio de una política populista basada en la eugenesia, matando a los deficientes, enfermos, dependientes y pobres. Fabricando maquinaria de guerra y declarando también la guerra para seguir produciendo y tener pleno empleo en la militarización de la sociedad, lavó el cerebro a los ciudadanos que se convirtieron en rebaño repetidor de consignas y convencidos de ser los mejores del mundo por las arengas propagandísticas. En España vivimos lo mismo con Franco. La banalidad del mal se convirtió en la censura, en la represión de toda crítica que pudiese mejorar las cosas, hasta en pena de muerte como la cosa más legal y natural para quien no estaba de acuerdo con el régimen, en la supresión de las libertades de todo tipo, en la 'dignificación' aberrante de la miseria y la desigualdad: hospicios a tutiplén, auxilio social, falange y acción católica, comedores y roperos parroquiales, himnos, consignas, actos públicos multitudinarios...aquí ganaron la guerra, por eso nunca se ha sabido la verdad, como en Alemania o en Italia, porque  allí la perdieron y en Rusia se supo muy tarde, cuando cayó el régimen por agotamiento tras setenta años de conciencias narcotizadas por lo mismo: consignas, himnos, actos multitudinarios, magnificación de "la madre patria" y campos de trabajos en Siberia para disidentes.Pero los rusos, hartos de tanta comedia, acabaron haciendo trizas el mausoleo y la estatua del "padrecito" Lenin. Mientras en España aún se conservan estatuas ecuestres y plazas dedicadas al dictador. Y eso es absurdo imponerlo cuando no hay conciencia, si se les quitan los símbolos que ellos valoran como "su" historia se victimizarán y será peor el remedio que la enfermedad. Lo que necesitan es una pedagogía activa que les cuente la historia con libros, con vídeos, con testimonios directos de quienes vivieron aquel tiempo terrible y tuvieron que descubrir la historia en la Universidad o en el taller, en la mina o en la fábrica, o en el exilio, en voz baja y ya  voz alta de cuando murió el dictador .La terrible historia de la banalidad del mal asumido como bien entre presión fáctica y propaganda del No-Do y las noticias de una prensa secuestrada y sometida por el mismo imperio de la banalidad y la conveniencia de ser fieles y sumisos.

Podemos hace "acompañamientos vigilantes" en las redes para controlar a sus seguidores y obrar en consecuencia. Entrar en un blog de Podemos o de IU y decir respetuosamente que no estás de acuerdo con algo, es un seguro de insultos y burradas de todo tipo, criticar al Gobierno en twitter sin faltar el respeto, sólo denunciando hechos, puede hacer que te quiten la cuenta . Las dos cosas me han pasado y quiero advertir del peligro que estamos corriendo si nos olvidamos de que ante todo somos ciudadanía soberana, inteligencia colectiva y no ganado que se compra y se vende en el mercadillo de las urnas o se lanza a la calle convocado por el cencerro de la demagogia convenenciera y vigilado por los perros pastores. 
El mal es banal en sí y, por más retorcido y erudito que parezca, no tiene más fundamento que la animalidad primitiva de una parte de la especie que aún no ha evolucionado, desde luego, porque la inteligencia sana y verdadera es transparente, directa y eficaz en sí misma y jamás necesita el mal "útil" para realizar su función. Pero precisamente por ser banal, el mal no permite ver lo monstruosos que pueden ser sus métodos y resultados, disfrazados  virtuosamente de bienes acomodaticios parciales  (frecuentemente promesas que nunca se cumplen) para camuflarse mejor. 
Los peores malos no son los malos listos sino los malos tontos e infatuados que no distinguen inercia de conciencia. Banales.

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