jueves, 26 de marzo de 2015

La voz de Iñaki


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Imposible fiarse

EL PAÍS  

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La banca representa el dark side del basurero económico. Es la rebotica y el almacén de la corrupción porque es la dueña y administradora del pudridero. La llave de la despensa, que debería ser patrimonio de un Estado de Justicia Libre y Democrático. Desgraciadamente no existe tal Estado. El problema no es el manejo de las finanzas sino que en nuestro tiempo político y social las finanzas son el patrimonio de ese tejido criminal que se extiende por todas partes. Antes los criminales estaban localizados y sus conductas repelían en general, eran mafiosos fuera de la ley y la justicia los perseguía, las leyes eran cristalinas a la hora marcar las líneas rojas, ahora la criminalidad se ha hecho líquida, confirmando las peores expectativas de Bauman. Las leyes, por imposición político-marrullera, permiten que la manipulación, la ambigüedad y la trampa campen a sus anchas, al servicio del mejor postor y que jueces, magistrados, abogados y fiscales floten y remen en un caldo de absoluta olla podrida incapaces de dilucidar qué es legal pero ilícito moralmente y cívicamente ilegítimo, y peor aún, incapaces de conseguir que les obedezca el poder político y económico. Las finanzas lo han comprado todo. Y para comprar lo más sagrado de un colectivo humano que es la dignidad, los derechos, garantías, deberes y libertades, es necesario que previamente se hayan borrado las líneas rojas de la conciencia personal y colectiva de la mayoría gestora del Estado. 
Si a la primera jugada sucia los parlamentarios en masa no abandonan el Parlamento, renuncian a sus actas y se plantan en los juzgados a denunciar al Gobierno y al mismo poder judicial transigente y cómplice, y  mientras la Jefatura del Estado, indiferente y en las mismas de siempre,  se concentra en su show diario  de Nancy y Ken, como si no pasara nada y se abstiene de comparecer y cooperar con la ciudadanía para algo más que felicitar las Pascuas en Navidad, es hasta natural que el lumpen financiero que ha asaltado la política a lo largo de una rara evolución que ha ido derivando de democracia a cleptocracia, con el beneplácito de los poderes estatales, se haya echado al monte y esté en plan Curro Jiménez, Tempranillo y Pernales, asaltando lo que pilla. El Estado está a la altura de una cuadrilla de bandidos y a ver quién es el chulo que le pone el cascabel al gato de esa corrupción asumida como normalidad o tira la primera piedra, si la fábrica de cascabeles está en China y los importadores son los banqueros y la cantera de las piedras lapidadoras es propiedad de Castor, o sea Florentino & Friends.  Con todo lo que eso implica. 
Esto sólo tiene dos salidas o aceptar la quiebra absoluta del régimen, disolver el Parlamento, explicar a los ciudadanos qué ha pasado, qué no está pasando y qué debería pasar. Reconocer que la situación les ha desbordado, que, en el mejor de los casos,  -o sea, a los despojos de la izquierda y a las anomalías de la derecha-, no se han enterado de nada hasta que el agua les ha llegado al cuello y los sufrientes electores, entre Podemos y Ciudadanos, les han colocado contra las cuerdas, porque los chanchullos se les han hecho tan familiares que no saben distinguirlos de la minima moralia  imprescindible para gobernar y convivir con decencia medianamente aceptable. Y de ahí, al referendum que adecente y limpie la base democrática y posiblite la separación de poderes y la reforma de la ley electoral, y las normativas que permiten el descontrol de la pernada política, quitando aforamientos y facilitando a la Justicia el cumplimiento de sus funciones reguladoras. Y una vez decidido el modelo de Estado, entonces, sí, elecciones generales. 
O se hace algo así o la otra alternativa sólo puede ser un milagro, un fenómeno cósmico liberador que abra los ojos del símbolo a la realidad flagrante. Por ejemplo, que se hunda el Parlamento por exceso de peso  y fragilidad de los viejos cimientos, como en  La leyenda de la ciudad sin nombre, que sería la metáfora exacta de lo que está pasando en todo el Estado. Y que en la réplica del crack se hundiesen de paso y al unísono, los palacios de Moncloa(ca) y de Zarzuela y que así se acabase la representación del sainete tragicómico que ya dura demasiado y el público no soporta ni con la mejor voluntad, que tampoco es que esté por la labor. No cabe otra cosa mejor cuando la basura se ha convertido en patrimonio nacional como máximo exponente del Estado.

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