jueves, 26 de septiembre de 2013

Magistral

Meditación desde la periferia

por Luis García Montero

26 sep 2013
Las reflexiones más objetivas sobre la realidad tardan poco en reconocer que resulta inviable una vuelta al viejo Estado nación. Los entramados económicos que conforman la vida cotidiana de millones de ciudadanos en el planeta se mueven ya en un horizonte muy distinto. Sería ingenuo pensar que puede haber una aislada respuesta española a la economía especulativa, a la situación del euro o a las inercias del mercado laboral. Pero sí creo muy pertinente opinar desde España.
Necesito establecer una diferencia entre una respuesta española y una respuesta desde España. La respuesta española conduce a una autarquía más o menos flexible, es decir, a una situación que, ya se viva desde la nostalgia o el desagrado, es hoy pura irrealidad. La respuesta desde España, sin embargo, supone una toma de conciencia de cómo nos está afectando a los ciudadanos de este lugar del mundo una dinámica internacional y muy en concreto una manera determinada de construir la Unión Europea. Que las consecuencias son negativas ya está claro. Basta con observar el empobrecimiento de la mayoría social y la degradación vertiginosa de las condiciones laborales y de los derechos cívicos. Así que no buscar la respuesta propia de los afectados significa renunciar a la ilusión política y despreciar su experiencia histórica. Las identidades, tan peligrosas cuando se confunden con esencias sobrenaturales o raciales, son imprescindibles cuando se trata de comprender una experiencia histórica de la realidad. Creo, pues, en una respuesta en y desde España.
Y desde mi experiencia particular de ciudadano español quiero hablar del Estado. No tengo especial interés en replegarme a la vieja idea del Estado nación, pero sí quiero defender la necesidad del Estado como un espació común capaz de asegurar la convivencia en el equilibrio democrático y en la justicia social. La gran estafa cívica de la construcción europea consiste en la liquidación de los viejos estados sin ofrecer como alternativa la creación de un nuevo espacio estatal común. Este proceso, admitido y alentado de una forma irresponsable por los partidos socialdemócratas, nos ha llevado a un lugar nebuloso de abstracciones en el que la soberanía cívica desaparece y los poderes financieros más fuertes imponen su ley.
Esta falta de control sobre la usura contemporánea establece su propia geografía, diseña sus mapas. La construcción europea ha dibujado de hecho una realidad neocolonial con Berlín y las instituciones financieras alemanas como centro. ¿Qué lugar ocupa España? El de la periferia. Durante años nuestros políticos han tomado decisiones sobre la agricultura, la industria y la ciencia que definen a España, después de la renuncia a una parte de su propia capacidad productiva, como un país dependiente y periférico. Hoy podemos valorar con más claridad el valor metafórico de cada olivo arrancado, cada vaca sacrificada o cada industria reconvertida. Se trataba de un desgarro melancólico, pero lo peor es que miraba hacia un futuro humillado.
El neocolonialismo establece unas relaciones sociales concretas. Mientras las élites de la periferia se alían con la metrópoli para conservar sus privilegios, las clases trabajadoras del centro se desentienden de sus semejantes que habitan en los arrabales. La misma inercia que une a los privilegiados separa a los desfavorecidos. Los ejemplos saltan a la vista. El Gobierno español y la oligarquía financiera a la que representa se ponen al servicio de la política alemana. Pero los obreros alemanes, más que pensar en sus compañeros del Sur, apoyan el nacionalismo alemán en espera de que su economía les permita una mejora particular. No observan los negocios especulativos de sus bancos. Están incluso dispuestos a confundir el Sur con una tierra de vagos que no quieren trabajar y que sólo esperan subvenciones. Así es posible que un parlamento en Berlín con mayoría progresista considere un deber patriótico respetar el gobierno neoliberal de la señora Merkel.
En esta situación creo imprescindible meditar desde la periferia que es España y opinar con la identidad de nuestra experiencia histórica. ¿Qué ha supuesto para nosotros esta construcción europea? ¿Cómo ha afectado a nuestra sanidad, nuestra educación, nuestra vida laboral, nuestras pensiones y nuestra economía productiva? Recuperar la identidad histórica no supone replegarse a un viejo Estado nacional, sino la reivindicación del Estado y la soberanía cívica. Recuperar el poder como españoles es la mejor manera de participar en un proyecto europeo diferente, democrático y no colonialista. España y Europa necesitan un proceso reconstituyente.
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Sólo me gustaría puntualizar algún detalle sobre ciertas referencias al pueblo alemán. Con observaciones a pie de calle y contrastadas con lo que leo en España acerca de lo que piensan sobre nosotros los alemanes.

 Nos admiran, valoran y nos respetan como grandes trabajadores y muy inteligentes. Y las empresas y negocios prefieren españoles como trabajadores porque son eficaces, ocurrentes, honestos y fluyen. Se adaptan muy bien y conviven sin problemas. Ni complejos de nada. Son buenos compañeros y se puede contar con ellos para mejorar las cosas. No se explican los alemanes como con esa calidad y esa preparación los ciudadanos consienten unos gobiernos semejantes. Ya me gustaría que en España acogiésemos así a los inmigrantes que llegan, -como han llegado tres de mis hijos a Alemania- muchos de ellos con estudios superiores y profesiones muy dignas. Buenos trabajadores y responsables. Aquí he visto de señora de la limpieza fatalmente pagada a una profesora de historia rumana. He visto a un ingeniero búlgaro trabajando en un horno a las órdenes de personas mal educadas y despóticas que lo explotan sin piedad. He visto como se trata a los sin papeles. También he visto en Alemania algún sin papeles, al que los servicios sociales se los han proporcionado y ha podido vivir gratis en un albergue hasta que el trabajo le ha permitido pagarse el alquiler de su casa. Allí la idea de bienestar social engloba a toda persona que esté en territorio alemán. Aquí no. Aquí un sin papeles debe dormir y vivir materialmente a la intemperie y huyendo de la policía. Allí la policía lo lleva a una institución que le ayude, aquí la policía le detiene y le expulsa. Aquí a un parado pueden hasta negarle la atención sanitaria si se le ha terminado el subsidio o por ahorrase una radiografía provocar una complicación que ha terminado en el  quirófano sin necesidad, y con muchos más gastos que si se hubiese tratado la lesión a su tiempo como debería. 
Los desahucios son una plaga entre nosotros. Entre los alemanes el delito más grave no es no poder pagar al banco, sino dejar en la calle y sin asistencia a cualquier ser humano por muy pobre y extranjero que sea, e incluso, por eso mismo. Si no se puede pagar entero el alquiler o la hipoteca (caso menos frecuente porque allí casi nadie se compra una casa), también el Estado añade lo que falta para completar el colchón-base salarial para la supervivencia digna.
Es otro mundo y otra forma de entender el Estado y los asuntos públicos y privados. Otra ética. Bueno, la ética. La normal. No la derivada del catolicismo beato devotísimo y cumplidor a rajatabla de preceptos sin sustancia pero desentendido del prójimo con nombre y apellidos, rostro, cuerpo y derechos, si no es para darle unos céntimos en la puerta de una iglesia.

Desgraciadamente desde un ambiente enrarecido, sufridor, autocastigado, fatalista y machacado  por tradición, la percepción de los demás se deforma con la lente de la propia impotencia y del propio dolor. Y cuando se ve algo mejor de aquello a lo que estamos acostumbrados, en vez de admiración y de preguntar cómo se hace para vivir tan bien y aprenderlo, pues resulta que nos pica el orgullo, el victimismo y hasta cierta envidia que se nos condensa en crítica a fallos que comparados con los nuestros son peccata minuta. Como les pasa a los enfermos crónicos, que ya no se conciben así mismos libres de su mal y eso les hace empeorar aún más, mientras siguen comiendo, bebiendo y fumando lo que les perjudica. Y si alguien hace algún comentario desafortunado se traspasa a todo el mundo. "Los alemanes" no desprecian a los españoles aunque alguna a prensa neoliberal tanto alemana como española tenga intereses en que sea así. La realidad es otra. Por fortuna para los españoles que están en Alemania, sobre todo.

Es cierto que el neoliberalismo de Merkel es un azote para nosotros, pero es sencillamente porque nuestro ritmo de vida y de pensamiento y desarrollo va a otra velocidad y estamos desarmados ante su rodillo, que para ella y su pueblo no lo es. Y estamos así porque nunca deberíamos haber aceptado entrar en un consorcio de dos velocidades económicas  como parientes menesterosos, como nos engatusó y desinformó en su momento aquel gobierno pseudosocialista de González y sus grandes burbujas imaginarias, ya divorciadas del Marx y enganchdas a la economía de despilfarro, mediocridad y vaciado de todo valor sólido y duradero. Una descafeinada socialdemocracia prêt-à-porter.

Es cierto que soplan en el planeta vientos de capitalismo salvaje y cruel. Pero también es cierto que nadie ha movido un dedo para salir del consumismo y de su engaño. Y que las clases sociales desaparecieron ante el poder del chocolate para todos sin comprender que la oferta era puro veneno y un mataconciencias irreversible. Te veían sin coche o sin tele  o que pasabas el verano en la ciudad disfrutando del vacío con tu bici por avenidas y  parques, sin salir de viaje, y no se explicaban como se podía vivir así. Si les explicabas porqué, te decían rácana, agorera y pesimista. 
Cuando "la conciencia de clase" se vio con coche, apartamento y vacaciones en el mar, se olvidó de su alma, de su valor real y se vendió como chatarra al banco, se hipotecó entera, porque ya que pagas alquiler, es mejor que sea de tu propiedad, porque ya puestos te amplías la hipoteca y cambias de muebles que estos están muy vistos o te compras un coche nuevo porque el otro ya tiene tres años...porque tanto tienes o tanto aparentas que tienes, tanto vales. Total qué son 30 años pagando, ¿verdad? 

En la Europa más avanzada, como es Francia o Alemania, lo raro es tener casa propia. Y nadie se avergüenza por vivir de alquiler. De todos modos el timo de la hipoteca los alemanes lo tienen con el fraude bancario de los planes de pensiones en la época de Helmut Köhl. Que alegando la excusa de "la crisis", les está pagando pensiones miserables que obliga a los pensionistas actuales a buscar minijobs para poder vivir, después de haber estado "cotizando" en un timo globalizado.  Pero el Estado también compensa el descalabro de los más perjudicados. Un alemán por ley no puede estar por debajo de una renta que le permita vivir con dignidad.
En cuanto a nosotros, españoles divididos entre las pirañas especuladoras y sus víctimas, cuando la realidad de la injusticia reveló la trampa capitalista del esquilme, ya ha sido demasiado tarde. Todos los peces habían caído en la red.

Ahora lo que necesitamos es tomar conciencia de que debemos cambiar no sólo el Estado, sino nosotros también, porque seremos nosotros los que demos forma a lo que deseamos tener y vivir. Todo está cambiando a mucha velocidad y aunque ahora no lo veamos así, es para mejor, para despertar y no volver a permitir un batacazo semejante. Si necesitamos salir de la UE, como Cataluña se plantea dejar de ser España, lo haremos. Y el mundo no se hundirá, seguramente mejorará bastante si eso es lo que nos va ayudar a ser mejores.

Para empezar lo primero es darse cuenta de que no podemos volver a repetir la historia vieja. Ni el cultivo ceniciento del pesimismo como "sabiduría" experimental. Ya hemos sufrido y aprendido. Ya no más. Ya toca levantarse. Dejar las repeticiones mentales de ese mantra de la fatalidad. Dejar de marear la perdiz de lo sobeteado y comenzar a estrenar la vida en otro plano de frescura más inteligente, más confiado, más sano y más reconfortante. Hasta más feliz.


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