domingo, 6 de mayo de 2018

De la vileza y la impotencia

Elisa Beni

Ya está. Lo han conseguido. Conmigo y con miles más. He visto lo que no quería ver y me han obligado a saber lo que siempre evité. Llevo meses trabajando en los platós con personas que conocían la identidad de la víctima de La Manada y ninguno intentó desvelármela ni yo propicié que lo hicieran. No quise ver fotos tomadas durante la vista. Nadie me ofreció ver nada que yo hubiera rechazado ver. Pero, ya está. Esta madrugada, sin que yo lo buscara, sin mi consentimiento, han dejado en mis canales de comunicación con Internet la filiación, la foto y otros datos personales de la víctima de un delito junto con una vomitona de palabras. Ya está. El mal está hecho. Si yo, que tantas oportunidades tuve y tanto me apliqué para que su intimidad no fuera también violada, no he podido evitarlo, eso significa que el daño está hecho y que un número indeterminado de personas, muy grande, muchas de las cuales serán de su entorno, saben a estas alturas su identidad y la estarán juzgando no ya en un cuestionable ejercicio teórico sino en primera persona.
Me siento indignada y cabreada y dolida. Tengo que decir en voz alta que acaba de quedar manifiestamente claro que la Justicia no es capaz de proteger a sus víctimas. No se crean que me desayuno ahora con esta cuestión, pero esta víctima era un icono, un emblema, un símbolo. Sobre ella se desplegaron todos los decimonónicos sistemas de protección que una anacrónica Ley de Enjuiciamiento Criminal es capaz de desplegar. Más allá de los biombos, se ensayó la vista cerrada y se bloquearon las pruebas. Mucha gente ha sacado un cuestionable pecho, en público y en privado, afirmando que habían accedido a pruebas claves del proceso como los videos. A mí me asegura el tribunal que los videos del caso sólo los tiene el juez instructor y la Audiencia de Navarra y que las partes sólo los han podido visionar en sede judicial y en presencia de quien podía dar fe pública de que no fueran copiados ni grabados de forma alguna. Desde allí me decían ya durante el juicio: “al 99% que nadie tiene los videos, aunque sí fotogramas de un informe policial de más de 300 folios sobre el contenido de los videos que las partes han pasado a algunos periodistas”. A pesar de ello nunca se identificó a la víctima.
Pero ha sucedido. La víctima ha quedado expuesta y eso es un fracaso de la justicia penal de este país de tremendas dimensiones porque sus efectos no tienen ya marcha atrás. Ayer la Policía presentaba un informe ante el juez sobre los foros, las páginas web y las personas que han desvelado y hecho circular tales datos acompañados, y esto es tanto o más repugnante, de comentarios y frases para la historia de la ignominia. Puede incluso que se lleguen a tomar algunas medidas contra ellos, pero la intimidad y el honor de una joven se han quebrado irremisiblemente y son estas posesiones irrenunciables de tal fragilidad, que una vez rotas, como el jarrón de la dinastía Ming que se hace mil pedazos, nunca vuelven a recomponerse sin que se noten las juntas, sin esos trozos que no encajan. Hay cosas que, una vez descompuestas, no tienen vuelta atrás. Y eso es lo que acaba de suceder en un homenaje a la vileza del ser humano que nos debería hacer reflexionar sobre los valores que también hemos destrozado por el camino sin que quizá exista tampoco manera de volver a reunirlos. Porque no se trata solo de la identidad sino de la saña, la ignominia, la violencia verbal y la venganza que se desprende de toda la mierda vertida en la red en las últimas horas.
La Justicia ha desplegado todos los medios procesales a su alcance y, sin embargo, se ha producido todo el daño que intentaban evitar. ¿Cómo digerimos esto? La moraleja es clara y rotunda e insoportable: si denuncias, nadie podrá protegerte, no porque no quieran, sino porque no tienen capacidad para ello. Y este mensaje es terrible. Tremendo. Una hostia en toda la línea de flotación de nuestra confianza y de la lucha por lograr que las mujeres saquen su dolor de los armarios y busquen la justicia y la reparación.
No solo ha habido un temido juicio paralelo, que ha incluido el juicio a la víctima y su revictimización, sino que, una vez tenido un fallo judicial condenatorio, los que militaban en las filas de la defensa paralela de los agresores han llevado a cabo su propia venganza y, lo que es aún peor, han conseguido llevarla a efecto. No hay nada que la policía o los jueces puedan hacer ya por restaurar el orden de las cosas. Podrán castigar a unos cuantos, pero no recoger el agua derramada.
El problema es incluso más grave, puesto que no se trata de un fallo puntual achacable a nadie sino de una incapacidad estructural de un sistema diseñado hace dos siglos. Cierto es que algunos juristas y teóricos del Derecho consideran que podrían realizarse reformas en la Ley de Enjuiciamiento Criminal que lograran proteger los derechos inalienables de víctimas y justiciables de esta sociedad de la impúdica transparencia total. Otros letrados, sin embargo, expertos en esta nueva realidad de la disrupción, son mucho más pesimistas. El actual estadio tecnológico no permite imaginar muchas reformas que consigan, de forma eficaz, frenar la difusión de datos a la par que se mantienen libertades que consideramos irrenunciables. Cosa distinta es que las castiguemos a posteriori mientras vemos como la honra y la intimidad derramada siguen corriendo como regueros de vergüenza ante nuestros ojos.
La venganza se ha producido. Todos los fantasmas que la civilización, la codificación, la conquista de los derechos, habían logrado encerrar en la cueva han vuelto a desplegarse ante nosotros. La impotencia. ¿Qué proponen hacer? ¿Qué están sintiendo ahora los miembros de ese tribunal o ese instructor o la fiscal que tanto lucharon por preservar a esta joven del daño que ahora mismo está sufriendo?
Todos esos innobles, todos esos abyectos, todos esos viles sólo se amparan en el hecho cierto de que sus acciones permanecen en esa zona de sombra que la Justicia no es capaz de proporcionarles a los justos. Ninguno soportaría la prueba de que la ponzoña y las heces que han salido de sus mentes fueran mostradas a sus próximas, que sus mujeres, sus hijas, sus hermanas, sus novias los miraran a la cara después de leer y de ver lo que son capaces de hacer en la cobardía anónima en la que le piden a la vida lo que no son capaces de cobrarse en la realidad. En este mundo no virtual en el que nunca fueron más ciertas las palabras del filósofo:
“Lo bello es un escondrijo (...) La pornografía como desnudez sin velos ni misterios es la contrafigura de lo bello. La esencia de la belleza es la indesvelabilidad”. Byung-Chul Han.

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