Con la elección de Cottarelli, el presidente de Italia hace un regalo a la extrema derecha
La defensa del 'statu quo' por Sergio Mattarella asegura el éxito de las políticas racistas y populistas
A Italia debería irle bien. A diferencia de Reino Unido, exporta considerablemente más al resto del mundo de lo que importa, mientras que su Gobierno gasta menos (a
excepción de los pagos de intereses) que los impuestos que recibe. Y
aun así, Italia está estancada y su población, muy cerca de una revuelta
después de dos décadas perdidas.
Aunque es cierto
que Italia necesita reformas seriamente, aquellos que creen que la culpa
del estancamiento las tienen las ineficiencias internas y la corrupción
deben explicar por qué Italia creció tan rápido durante el periodo de
postguerra hasta que entró en la Eurozona. ¿Fueron su Gobierno y su
sistema político más eficientes y virtuosos en los 70 y en los 80?
Apenas.
La única razón de los males de Italia es su pertenencia a
una unión monetaria terriblemente diseñada, la zona euro, en la que la
economía italiana no puede respirar y que los distintos gobiernos
alemanes se niegan a reformar.
En 2015, el pueblo griego eligió un
Gobierno progresista y europeísta con el mandato de exigir un nuevo
acuerdo con la Eurozona. En el espacio de seis meses, bajo las
directrices del Gobierno alemán, la Unión Europea y su banco central nos
aplastaron. Unos meses más tarde, el diario italiano Corriere della Sera
me preguntó si creía que la democracia europea estaba en peligro y esto
fue lo que contesté: "Grecia se rindió, pero fue la democracia europea
la que resultó herida de muerte. A menos que los europeos se den cuenta
de que su economía está en manos de seudotecnócratas no electos e
irresponsables, que comenten un error garrafal tras otro, nuestra
democracia seguirá siendo un invento producto de nuestra imaginación
colectiva".
Desde entonces, el Gobierno proestablishment
del Partido Demócrata de Italia ha aplicado, una tras otra, las
políticas que demandaban los burócratas de la UE a los que nadie ha
elegido. El resultado ha sido un mayor estancamiento. Así, en marzo, unas elecciones nacionales otorgaron la mayoría parlamentaria absoluta a dos partidos antisistema que, pese a sus diferencias, comparten dudas sobre la pertenencia de Italia a la Eurozona y su hostilidad hacia los migrantes. Fue la amarga cosecha fruto de falta de perspectivas y esperanzas marchitadas.
Tras unas semanas de intercambio político postelectoral común
en países como Italia y Alemania, los líderes del M5S y la Liga, Luigi
di Maio y Matteo Salvini, llegaron a un acuerdo para formar Gobierno.
Por desgracia, el presidente Sergio Mattarella utilizó los poderes que
le confiere la Constitución italiana para impedir la formación de ese Gobierno y, en su lugar, otorgó el mandato a un tecnócrata, un antiguo empleado del FMI que no tiene ninguna posibilidad en un voto de confianza en el Parlamento.
Si Mattarella hubiera rechazado a Salvini para el puesto de ministro de Interior, indignado por su promesa de expulsar a 500.000 inmigrantes
de Italia, me hubiera visto obligado a apoyarle. Pero no, el presidente
no tenía tales reparos. Ni por un momento pensó en vetar la idea de que
un país europeo desplegara sus fuerzas de seguridad para acorralar a
cientos de miles de personas, encerrarlas y obligarles subir a trenes,
autobuses y ferris antes de enviarles a saber dónde.
No, Mattarella optó por enfrentarse contra una mayoría absoluta de
legisladores por otra razón: su desaprobación hacia el ministro
de Hacienda elegido. ¿Por qué? Porque dicho caballero, aunque
completamente cualificado para el puesto, y a pesar de sus declaraciones
de que cumpliría con las normas de la UE, en el pasado había expresado
dudas sobre la arquitectura de la Eurozona y ha favorecido un plan de
salida de la UE en el caso de que sea necesario. Fue como si Mattarella
declarase que la sensatez de un posible ministro de Hacienda
constituyese un motivo para su exclusión del cargo.
Lo que es verdaderamente sorprendente es que no haya ningún economista
pensante en ningún lugar del mundo que no comparta preocupaciones sobre
la arquitectura defectuosa de la Eurozona. Ningún ministro
de Hacienda prudente dejaría de desarrollar un plan para una salida del
euro. De hecho, sé de buena tinta que el Ministerio de Hacienda alemán,
el Banco Central Europeo y todos los grandes bancos y empresas tienen
planes para la posible salida de la zona euro de Italia e incluso de
Alemania. ¿Nos está diciendo Mattarella que el ministro
de Hacienda italiano tiene prohibido pensar en ese tipo de plan?
Más allá de su fracaso moral en oponerse a la misantropía a escala
industrial que representa la Liga, el presidente ha cometido un grave
error táctico: cayó en la trampa de Salvini. La formación de otro
gobierno "técnico", con un antiguo apparatchik del FMI, es un regalo fantástico para el partido de Salvini.
Salvini está salivando secretamente al pensar en otras elecciones, en
las que luchará no como el sectario y divisivo populista que es, sino
como el defensor de la democracia contra el profundo establishment.
Ya ha escalado el terreno moral con las conmovedoras palabras: "Italia
no es una colonia, no somos esclavos de los alemanes, los franceses, la
prima de riesgo o las finanzas".
Si Mattarella se
consuela con el hecho de que los anteriores presidentes italianos
lograron poner en marcha gobiernos tecnócratas que hicieron el trabajo
de la élite (tan "exitosamente" que el centro político del país se
derrumbó), está muy equivocado. Esta vez, a diferencia de sus
predecesores, no tiene la mayoría parlamentaria para aprobar un
presupuesto ni para dar un voto de confianza a su Gobierno elegido. De
este modo, el presidente se ve obligado a convocar nuevas elecciones
que, gracias a su deriva moral y a su error táctico, devolverán una
mayoría aún mayor a las fuerzas xenófobas de Italia, posiblemente en
alianza con la debilitada Forza Italia de Silvio Berlusconi.
¿Y luego qué, presidente Mattarella?
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