Tribuna
Entre Iglesias y Errejón, entre el cesarismo y la inanidad
En lugar de potenciar y estructurar la corriente
de descontento procedente del cuerpo social, Podemos ha pretendido
dirigir lo social desde la esfera institucional-representativa y
capitalizarlo en forma de posiciones institucionales
Isidro López
/
Emmanuel Rodríguez

Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se abrazan al término del Congreso de Vistalegre II, en febrero de 2017.
Manolo Finish
Manolo Finish
1 de
Mayo de
2018-Público
Quizá uno de los mayores errores de interpretación de esa
nueva disciplina llamada "podemología" fue creer que en el congreso de
Vistalegre II se ventilaba algún tipo de combate entre proyectos
políticos diferentes. Este amago de debate se nos presentó entonces en
las dramatis personae de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. La
decisión de ungir a este último como candidato a la Comunidad de Madrid
parecía la constatación palmaria de ese error de interpretación. Como
reivindicamos entonces, aquello que salió vencedor de VA2 fue una concepción cesarista o bonapartista de la política,
centrada en Pablo Iglesias. No otro era el significado de la apelación
"unidad, unidad, unidad", que se podría entender también según la
clásica máxima "o te unificas, o te unifico".
El cesarismo saliente de VA2 se pudo medir en la peculiar y
caprichosa equivalencia, siempre prerrogativa del líder visionario, que
resultó del trueque de posiciones entre un cargo publicístico
–como es la portavocía del Congreso de los Diputados– y el control
efectivo de una comunidad autónoma. También entonces quedaron a la
vista, aunque hizo falta un poco más de tiempo, algunos otros síntomas
de cinismo político, como la renuncia del errejonismo a defender los
sistemas proporcionales de elección en primarias. Al fin y al cabo, su
cabeza ya había encontrado acomodo. Y ambas facciones habían acordado
subordinarse a otro Bonaparte local, Manuela Carmena y su directorio de
confianza en el Ayuntamiento de Madrid.
Los mismos defectos que han lastrado la trayectoria de
Podemos desde la segunda mitad de 2014, y muy especialmente desde las
autonómicas y municipales de 2015, se han ido haciendo cada vez más
pesados para la línea oficial del partido. De acuerdo con su fofa
versión de la autonomía de lo político, el peso de las decisiones
tácticas debe racaer en los sondeos demoscópicos y en el posicionamiento
en medios. Al tiempo, la composición de una organización democrática
capaz de producir decisiones estratégicas pierde todo asomo de
prioridad. Los famosos "bandazos" de Podemos son plenamente atribuibles a
este peculiar maridaje entre el espeso discurrir teórico en torno al
discurso de Ernesto Laclau, con la comunicología de guerrita cultural
para sectores progres heredada de los gobiernos de Jose Luis Rodriguez
Zapatero. Tampoco aquí ha habido grandes distanciamientos entre el
pablismo y el errejonismo. En general y con alguna excepción honrosa, el
pablismo ha sido una "secta errejonista" deudora de las elucubraciones y
los hallazgos políticos de Íñigo Errejón.
Fuera de este marco –o frame, en el relamido
lenguaje tecnocrático que hace furor en la nueva política–, apenas tenía
lugar cualquier vinculación con las fuerzas materiales y sociales que
empujaron el ciclo político que hizo de partera de Podemos. Detrás de
aquel ciclo 15M, existía un profundo malestar por una democracia
mutilada, incapaz de recoger las demandas económicas de las mayorías
sociales. Pero la línea oficial de Podemos ha ido reduciendo estas
demandas inarticuladas a un juego de representación política,
invirtiendo el sentido del mandato original. En lugar de potenciar y
estructurar la corriente de descontento procedente del cuerpo social,
Podemos ha pretendido dirigir lo social desde la esfera
institucional-representativa y capitalizarlo en forma de posiciones
institucionales. Como se sabe, las instituciones del Estado tienen una
fuerte autonomía y tienden a organizar las vidas y las cabezas de sus
ocupantes. No hay un terreno intermedio, o se rompen las inercias
institucionales o se reproducen. Podemos las ha reproducido, y luego las
ha trasladado sobre su desarticulada esfera social de influencia.
Como era de esperar, el repliegue sobre lo institucional,
lo comunicativo y lo electoral ha abierto enormes huecos sociales, que
en algún momento se situaron en la esfera de influencia de Podemos. Por
un lado, se ha vuelto a hacer efectiva aquella crisis de representación
que engullía a la esfera política antes del 15M. Hemos vuelto así al
sempiterno "votar con la nariz tapada" del que vivieron en su día el
PSOE y la vieja IU. Y como pasaba entonces han vuelto a surgir las
mismas formas políticas del bipartidismo de los últimos cuarenta años:
todo el programa político del oficialismo podemita se resume en buscar
el desalojo de la "derecha" de los gobiernos estatales y autonómicos.
¿No recuerda todo esto demasiado al PSOE cuando estaba en la oposición?
Por otro lado, y este es un fenómeno que en Madrid es
fácil de situar en los barrios y las periferias metropolitanas, la
retirada de Podemos de cualquier forma de enganche con los procesos
materiales ha generado una nueva recaída en el desencanto y la
desafección de los sectores sociales afectados por la crisis. El
consiguiente resentimiento está siendo ya capitalizado por la verdadera
fuerza política emergente, Ciudadanos. Esta formación está hoy en su
campo de pruebas de algunos parámetros microfascistas y reactivos,
próximos a los de expresiones europeas como Alternative Fur Deutschland o
el remozado Front National. Espoleados por el cruce de líneas en
dirección a los territorios tradicionales de la izquierda política, el
oportunismo flagrante de los naranjas ha basculado recientemente (Madrid
es el ejemplo) desde la simple identificación entre partido y Estado,
heredada del PP-PSOE, a un programa de capitalización del rencor de la
clase media en proceso de desafiliación. Se trata de aprovechar la
frustración social y orientarla al señalamiento de nuevos chivos
expiatorios situados en las posiciones de mayor fragilidad social
(okupas sociales, okupas políticos, migrantes, etc.).
Sobre estas premisas, es fácil –como ha hecho el candidato
oficialista ya ungido, Íñigo Errejón– leer la coyuntura política como
una suerte de reflujo conservador. Si se han sorprendido escuchando
recientemente a Errejón hablando de "orden y seguridad" entiéndanlo como
un acomodo a una coyuntura que se renuncia por completo a transformar.
Su derechismo no es obviamente genuino. Si mañana se diera la improbable
circunstancia de que hubiera una revolución maoísta, podemos estar
seguros de que el discurso del joven líder se amoldaría a la perfección a
la nueva coyuntura.
El apoyo inveterado y sin fisuras al carmenismo responde
también a esta lectura. Manuela Carmena es una figura ideal para
mantener vivo el fuego de la guerra cultural progre en una situación de
reflujo. Además, desde los criterios gerencialistas del oficialismo de
Podemos, la exjueza es el trampolín desde el que saltar al ruedo de la
normalidad institucional. Al fin y al cabo, se requiere de una
respetabilidad suficiente para engatusar al votante del PSOE.
Salta a la vista también que esta estrategia de seguidismo
ciego a la figura de la alcaldesa, compartida al cien por cien por el
pablismo, al menos en la esfera pública, carece de la más mínima
reciprocidad por la otra parte. Carmena no quiere engatusar al votante
del PSOE porque ya es del PSOE. Con toda probabilidad, el nuevo proyecto
político de revalidación de la alcaldía será algo así como un Forza
Manuela, progre y caudillista a partes iguales. Atrás queda el proceso
de composición plural de Ahora Madrid. Y sin embargo, se está vendiendo
la idea de que el mayor obstáculo que tiene hoy la política madrileña
son los sectores críticos de Ahora Madrid, especialmente los vinculados a
Ganemos.
El proceso oficialista de unción del candidato Errejón y
de composición de una lista "unitaria" a la comunidad es, en todo caso,
complejo. No sabemos cuánto durará la alquimia de reunir a las dos
facciones mayoritarias de Podemos en torno a este único pegamento: la
promesa de mejores resultados electorales y de eliminar la competencia.
Recuerden que se trata de dos colectivos humanos que lo que mejor saben
hacer es matarse entre ellos. Ni siquiera un reparto de poltronas y la
sombra de un enemigo interno común –en este caso el sector crítico de
Podemos en la Comunidad de Madrid– impedirá la guerra interna.
En definitiva, las luchas en Podemos Comunidad de Madrid
han cesado solo aparentemente. La lista "unitaria" apenas podrá
disciplinar durante un rato a las partes en lucha por el control del
aparato. En estas condiciones, es harto improbable que pueda plantearse
siquiera la composición de una candidatura mínimamente plural. Ya no
solo por la exclusión en términos prácticos del sector crítico y de IU,
sino porque no hay en tal lista presencia de nadie que provenga de
movimientos sociales, asociaciones o sindicatos. Como guinda del pastel
aparatero, el sistema de elección establecido en el reglamento de
primarias es el ultramayoritario sistema Desborda –nombre, sin duda, sarcástico– que deja todas las posibilidades de copar los puestos a la opción mayoritaria.
Se puede y se debe recordar lo rápidamente que el
errejonismo madrileño ha olvidado su demanda de proporcionalidad en las
procesos internos de Podemos que abanderó en Vistalegre II. Aquello duró
el breve lapso de tiempo en que, antes de la designación celestial de
Íñigo como candidato, este pudo agitar la bandera de la radicalidad
democrática. Tampoco se debe pasar por alto la forma en que el pablismo
madrileño ha convertido los procesos internos en una suerte de instancia
dependiente del aparato. Las consultas y las primarias tienen el único
propósito de legitimar de manera automática las decisiones de la
dirección madrileña. Sin proporcionalidad en los métodos de composición
de listas, sin garantías democráticas, e incluso como sucedió en las
últimas primarias de Madrid, sin debate entre los candidatos, estos
procesos son poco más que peso muerto en términos democráticos.
Plebiscitos como los de cualquier régimen monopartidista.
En este contexto, la decisión tomada en el espacio de
Podemos en Movimiento [el sector crítico de Podemos, al que pertenecen
los autores de este artículo] de no acudir a las primarias del partido
en la Comunidad de Madrid debe entenderse como la única posible a fin de
recuperar una política digna de tal nombre. Una política que vaya más
allá de las dinámicas burocráticas y de aparato y del encierro
solipsista en las instituciones del Estado. Ahora se trata de recuperar
lo que queda de vivo en un ciclo largo, que como nos enseñaron las
manifestaciones del 8 de marzo, o las movilizaciones por las pensiones,
está lejos de estar tan cerrado como piensa el oficialismo podemita,
seguramente incapaz de leer los fenómenos sociales emergentes a partir
de su particular paradigma Laclau-Zapatero. Seguramente es este
paradigma lo que le ha llevado a pensar que las batallas centrales
contra las élites económicas madrileñas como la Operación Chamartín o la
imposición de la regla de gasto de Montoro se podían solucionar desde
un punto de vista comunicativo, algo así como enmendar en el discurso lo
que en la práctica era una capitulación.
En definitiva, si se quiere recuperar el pulso, en un
momento en que se ciernen nubarrones muy negros sobre la economía
española y europea, habría que empezar por desconvocar las actuales
primarias de Podemos en la Comunidad de Madrid. Al mismo tiempo se
debería establecer un proceso capaz de aglutinar a todos los actores
políticos interesados en la liquidación del modelo oligárquico
madrileño: unas primarias con garantías democráticas, proporcionalidad y
debate político. Caso contrario es probable que nos encontremos con dos
candidaturas en la Comunidad de Madrid, la del podemismo oficial en
trance de autoabolición, y la de aquellos ya convencidos de que hay que
crear otra cosa.
Autor
-
Isidro López
Sociólogo. Miembro del colectivo de investigación militante Observatorio Metropolitano.Es diputado autónomico por Podemos en Madrid desde junio de 2015.
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