domingo, 27 de mayo de 2018

Verso Libre

La hora de la ciudadanía

Publicada 27/05/2018-Infolibre    
 
Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno, escribió Antonio Machado en su Retrato. Declararse bueno era un peligro y por eso tuvo que matizar. La sociedad que componemos tiene motivos suficientes para confundir la bondad con la estupidez y la buena intención con la tontería. Pretendo ser bueno, pero no soy tonto, quiso advertir Antonio Machado en medio del griterío de un mundo que ha aprendido a sospechar de la verdad y a vivir en la desconfianza como norma de la inteligencia. Pero, en momentos como los que vivimos, conviene arriesgarse a ser buenos.

La inteligencia puede conducir al pesimismo, no a la maldad. Y la descalificación del llamado buenismo, que se debe en muchas ocasiones al prestigio de la maldad, tiende a confundir a la persona inteligente con algo muy distinto: la figura del listo. Su mirar con el rabillo del ojo tiene menos que ver con los asuntos de la conciencia que con los intereses del ombligo.

La democracia española vive una hora difícil por el desprecio de la bondad, la normalización de las maldades y el predominio de los listos y las listas frente a la inteligencia. Es muy difícil que en estas condiciones se cultive la fraternidad, el respeto y la mirada generosa sobre las realidades conflictivas que nos afectan. Por eso el periodismo y la política sirven a menudo para acentuar los conflictos más que para buscar soluciones a los problemas. Y más que pensar en la convivencia, el río revuelto anima a perseguir las ganancias de los pescadores. En España se pesca más que se cultiva, una situación grave de por sí, pero casi agónica cuando se carece de una marinería de altura.

¿Quién piensa en la vida de los españoles? Leer los periódicos, escuchar las radios, ver el televisor al día siguiente de los sucesos es una buena manera de penetrar en la selva de las superficies. Conocida una sentencia en la que el presidente de Gobierno queda como rematado mentiroso y el PP como una asociación para el crimen organizado, presentada la moción de censura por el PSOE, parece que todo el mundo empieza a pescar en el río revuelto. ¿Hay alguien que piense en España?

Se me dirá que los intereses partidistas son formas de pensar en España, pero no es verdad. El descrédito de la política española se debe, además de a la corrupción, al modo en el que se ha sustituido el interés de la ciudadanía por el sectarismo de cada coyuntura con ventanas electorales. Si queremos devolverle la dignidad a la política es hora de acercarla de nuevo a la verdad, a la necesidad de ser honesto, a preguntarnos con la razón y el corazón más que con el rabillo del ojo. Confieso que la prevención contra los listillos tiene una causa concreta: en una sociedad en la que los medios de comunicación están en manos de la élite económica, los listillos se convierten con facilidad en los tontos útiles de la derecha.

La ciudadanía española –por culpa, sobre todo, del PP y de la derecha catalana– lleva años obligada a aceptar la corrupción y la mentira como norma. La rotunda sentencia de esta semana tiene un pasado largo: se inhabilitó a un juez, se entorpecieron las investigaciones, se rompieron ordenadores, se hizo público el apoyo del presidente a un tesorero corrupto, se compró con una buena recompensa el silencio de ese tesorero y se ha mentido con una desfachatez de hormigón armado. Obligarnos a convivir con la corrupción pudre nuestra sociedad y nuestros comportamientos. La falsificación, la renuncia, los relatos mentirosos y el dinero negro son el pan de cada día.

España tiene problemas muy graves, además de la corrupción. La articulación territorial y una economía que confunde el desarrollo con la desigualdad galopante necesitan respuestas inmediatas. Y esas respuestas necesitan a su vez que la ciudadanía recupere su orgullo para volver a confiar en la política y en el bien público de la virtud. Creo que una forma de devolverle el orgullo es darle también la palabra en una hora grave, después de que la justicia haya confirmado la escandalosa corrupción del partido en el gobierno. La moción de censura es una exigencia ética que no puede limitarse a jugar el papel de la exigencia ética. Debe edificarse también un pacto político que haga posible la repulsa colectiva al deshonor, la mentira y el robo. Expulsar del gobierno al PP es ahora la verdadera exigencia ética. Y para evitar maniobras interesadas y argumentos tácticos (que si los independentistas, que si sube Ciudadanos, que si la derecha, que si la izquierda) es imprescindible que el apoyo a la moción vaya acompañado del anuncio de unas elecciones generales en un tiempo preciso. Que los ciudadanos se responsabilicen de la realidad y de la política para reivindicar el bien común y la virtud pública.

Sé que las cosas están mal. Y lo sé porque empiezo a pensar en mí mismo (y soy también interesado). Todo puede pasar, pero si escribo lo que escribo es porque creo que es posible una sorpresa y que los tontos útiles sean, esta vez, los listillos de derechas que se queden con la miel en los labios.  Puede ser que haya un cambio de rumbo en su horizonte calculado: un escenario definido por el debate PP-Ciudadanos y por la desaparición de la izquierda.  Quizá no sea así. Pero esa esperanza propia la dejo para otro artículo. Machado confesaba tener dentro un diablo que escribía sobre su propia escritura para decir lo contrario de lo que había dicho. A ese diablo, que por fortuna llevamos dentro todos los que hemos aprendido a dudar de las verdades absolutas, quiero pararle hoy los pies. Es necesario devolverle la bondad y la verdad a la política. Se puede ser de derechas o de izquierdas, pero no se puede robar, señor Rajoy.

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