Reivindicación del republicanismo
Otro gallo cantaría si lográramos insuflar
espíritu republicano a una democracia que languidece entre las presiones
neoliberales del mercado global y el desconcierto de una ciudadanía
desengañada
El J.R. Mora de hoy: 14 de abril (14/04/2018)
J.R. Mora
J.R. Mora
21 de
Mayo de
2018
CTXT
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Es una pena que en Catalunya, y en el conjunto de España,
no tenga más fuerza la tradición republicana. Y así nos va –mal, muy
mal–, con una idea muy pobre de democracia que los hechos empobrecen aún
más, redundando en el debilitamiento de un Estado cada vez más sumido
en una grave crisis institucional.
Los acontecimientos nos muestran lo que todos tenemos ante
los ojos: un independentismo que en Catalunya tiene la mayoría
parlamentaria suficiente –trabajosamente articulada, a pesar de lo
supuestamente en común– como para investir un presidente de la
Generalitat, pero que no llega ni mucho menos a ser capaz de poner en
pie piezas fundamentales para una república catalana. Y ello no sólo por
las consabidas trabas que a tal efecto pone el Estado español, sino por
la debilidad de un proyecto que, junto al mucho independentismo, apenas
cuenta con un muy escaso republicanismo –inexplicable que ERC se
mantenga en silencio sobre ello–. Y si ahondamos, se concluye que el
sedicente republicanismo no pasa para muchos de quienes lo invocan de un
planteamiento antimonárquico, lo cual es a todas luces insuficiente
para definir una posición consistentemente republicana.
Ya hemos constatado en otras ocasiones cómo los impulsores
del Procés dejaban atrás elementos fundamentales de lo que habría de
ser un proceder cabalmente democrático. Así, por ejemplo, defendiendo la
legitimidad de una comunidad nacional a manifestarse en referéndum por
la forma en la que encauzar su futuro político, en este caso por el modo
de relación con el Estado español, incluyendo como posibilidad la
independencia, olvidaban, sin embargo, la necesidad imperiosa de no
arrollar derechos individuales de ciudadanos y ciudadanas al tratar de
sacar adelante un derecho colectivo. Es ese mismo conjunto de ciudadanos
y ciudadanas, como sujetos de derechos, el que queda abusivamente
subsumido en una idea de nación con la que se moldea la noción de pueblo
a la que se remite el discurso soberanista del independentismo. Por más
que se quiera apelar al pueblo entendido como demos, es lo
cierto que la coloración identitaria del nacionalismo desde la que se
opera –la que sin duda se acentúa al llevar a Quim Torra a la
presidencia de la Generalitat– hace desembocar en un pueblo entendido
como etnos. Precisamente eso es lo que se agrava desde el
momento en que la fractura social generada impide el proceder inclusivo
que supondría conjugar el pluralismo político al modo que exige la más
elemental concepción republicana de la democracia.
Diríase, recordando a Rousseau, con quien el
republicanismo se vuelca hacia la democracia que hoy llamamos
participativa, que el independentismo catalán ha tomado en exclusiva
para sí una voluntad general que se permite interpretar en clave de la voluntad de todos, pero contando como todos
sólo a los suyos, es decir, dejando fuera a la mitad de la población,
como refleja un resultado electoral en votos que no llega al 50% a favor
de la secesión. Siendo así, se ve imposibilitada la solidaridad a la
que todo ideal republicano convoca –cual vínculo patriótico, según
decían en otras épocas o dicen en otras latitudes, como sostén del
Estado desde la fraternidad de los iguales–, la cual se entiende como
condición para su mismo proyecto político. A tal desajuste se añade el
hecho consiguiente que consiste en el desprecio olímpico al principio de
legalidad como complemento indispensable del principio democrático que
ha de ponerse en juego en todo Estado democrático de derecho, dicho
tanto de los que existen como de los que aspiran a existir. Incluso
cuando un poder constituyente se enfrenta a un poder constituido, por la
intransigencia y rigidez de éste, no debe pasarse por alto esa
combinación de votos y leyes que el republicanismo, desde la antigua
noción aristotélica de un gobierno mixto, pone en juego, en
aras de evitar toda arbitrariedad y toda ilegítima imposición de una
parte sobre otra, incluso siendo minoritaria, a la hora misma de abordar
los conflictos políticos.
¡Ojalá, por tanto, el independentismo catalán fuera coherentemente republicano! No basta la borbonofobia
para construir república. Como tampoco basta el exacerbado españolismo
para salvar la democracia de un Estado en crisis –antes bien, es gran
obstáculo para superar esa crisis–. Una y otra vez es necesario
subrayarlo, aun a riesgo de que, tras lo dicho, venga cualquiera a
calificarle a uno de equidistancia, lo que no deja de ser palmaria
muestra de estulticia. De nuevo, pues, hay que decirlo cuando nada se
vislumbra en el horizonte que dé pie a pensar que pronto se va a salir
del inmovilismo impuesto por el presidente Rajoy. Lo grave es que se le
sigue secundando por otras fuerzas, como, por ejemplo, Ciudadanos, por
la derecha, partido que puja por sobrepasar al PP en dureza
anticatalanista –va más allá de oposición al independentismo–. ¡Cuánto
se echa en falta un ejercicio de republicana virtud cívica que
facilitara al menos la búsqueda de un razonable desbloqueo de la
situación, en vez de la cada vez más cerrada judicialización de un
conflicto que sólo puede tener solución política!
Desgraciadamente, el deslizamiento de la crisis del Estado
hacia una endiablada judicialización –ésta afecta ya a las relaciones
internacionales de España en el seno mismo de la UE– no hace sino
acentuarse. También por el lado del autodenominado bloque
constitucionalista se opta por vías que se alejan de una inteligente
defensa democrática del Estado de derecho cuando, sin mediar debate
parlamentario alguno, se prorroga la aplicación del artículo 155 de la
Constitución para impugnar el nombramiento de personas que se hallan en
prisión provisional, pero sin sentencia firme y en la plenitud de sus
derechos políticos, como consejeros del Govern. Hay razones para pensar
que no se trata de una ilegalidad, por más que haya muchos motivos para
la más contundente crítica política al desatino político que supone
nombrar como miembros de un gobierno a quienes de hecho no pueden
ejercer dicho cargo. Ante el exceso de una prórroga tan ligeramente
decidida, igualmente se echa en falta aunque fuera esa dosis mínima de
republicanismo para autoexigirnos en democracia que las medidas
políticas permanezcan en todo momento alejadas de esa arbitrariedad que a
los republicanos de otros momentos le llevaba a tratar de impedirla
promoviendo un gobierno de leyes en vez de un gobierno de hombres.
El tantas veces mentado republicanismo del PSOE, ya que no está para
plantear explícitamente un debate sobre la forma de Estado, debía dar de
sí al menos para ese correcto uso del principio de legalidad en
democracia –cosa a la que ha apuntado el primer secretario de los
socialistas de Catalunya, Miquel Iceta–.
Es una pena que otras fuerzas políticas, como es el caso
de Podemos –los momentos complicados de este partido a causa de la
polémica debida a la trascendencia pública de determinadas decisiones
personales de su secretario general y su portavoz en el Congreso le
tienen atascado, incluso para respaldar las posiciones defendidas por
Xavier Domènech en el parlamento de Catalunya–, no entren con posiciones
más clarificadas y esclarecedoras en un debate que no debe quedar
atrapado entre lugares comunes de corte populista y tópicos de
nacionalismos identitarios. Nos queda seguir intentando transitar por
las vías de una radicalidad democrática a la que apunta una tradición
republicana que de ninguna manera es mero asunto del pasado. Otro gallo
cantaría –podría ser rojo y contrario a tanto vuelo gallináceo como
presenciamos en la triste política española– si lográramos insuflar
espíritu republicano a una democracia que languidece entre las presiones
neoliberales del mercado global y el desconcierto de una ciudadanía
desengañada. La cuestión, por consiguiente, estriba en trabajar el momento republicano que necesitamos.
Autor
-
José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático y decano en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013)
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