Hay que echar al PP
Conocida la sentencia del caso Gürtel y acreditado que el PP era el eje de una corrupción institucional que le permitió financiarse ilegalmente, constatado que se manipularon contratos y se hincharon precios con el correspondiente quebranto a las arcas públicas y confirmado que el partido mantuvo durante años una caja B de mordidas y sobresueldos, a Rajoy sólo le quedaba la dimisión, la dignidad de una renuncia que pusiera una pequeña tirita en la enorme herida que su partido ha causado a la democracia española.
Pero Rajoy, al quien el tribunal no da credibilidad y sugiere que mintió para evitar el reproche social, el alter ego de ese M. Rajoy que figura en los apuntes de Bárcenas como receptor de 373.000 euros en sobresueldos, no se irá, y por esa misma dignidad de la que carece, por un imperativo moral, es urgente echarle cuanto antes del Gobierno porque deshonra al cargo y avergüenza al país.
A esta misión está llamado el PSOE por responsabilidad y por coherencia, sin temor a recabar los apoyos necesarios, porque la mentira no puede sentarse en el Consejo de Ministros ni echarse la siesta en la Moncloa. No es una moción de censura sino de decencia, cuyo triunfo debería permitir abrir puertas y ventanas y levantar alfombras como paso previo a una convocatoria de elecciones limpias en las que tengamos la certeza de que se ha puesto fin a esta trama. Tanta basura acumulada no puede esconderse bajo una bandera, por muy grande que ésta sea, porque la mayor amenaza no es el independentismo sino la delincuencia organizada que durante años ha anidado en el partido del Gobierno.
Llega también la hora para ese regenerador de salón que es Albert Rivera, ese increíble hombre cambiante al que ya no le cabe un disfraz más y al que se le han torcido los planes para dejar que el PP se consuma a fuego lento ahora que la marmita ha saltado hecha pedazos. Hasta aquí ha llegado el márketing. Incluso para el líder veleta sería difícil explicar por qué pidió la dimisión de Cifuentes por su máster y se mostró dispuesto a apoyar una moción de censura si no dimitía, y que ahora se cruce de brazos ante el fallo que certifica la corrupción galopante de un partido del que ha ejercido como báculo. Para limpiar hay que mancharse las manos o reconocer que el Don Limpio naranja es un fraude.
Esta urgencia de higiene democrática es la que ha entendido Podemos, aunque algunos de sus dirigentes sigan mirándose el ombligo y trasladen la idea de que el estruendo mediático del chalet de Galapagar ha sido una operación orquestada para debilitarles justo en este momento, cuando lo razonable es pensar que para que dicha operación fuera posible era necesario que el chalet existiera y que alguien lo comprara.
En ningún país civilizado la oposición miraría a otro lado ante la degradación que supone que el partido del Gobierno haya sido condenado por corrupto y el presidente del Gobierno haya sido retratado como un farsante y un redomado mentiroso. Ningún otro país sería ajeno a la casualidad o a la maniobra de que el fallo de esta sentencia se haya conocido horas después de que se aprobaran los Presupuestos que permitirían a Rajoy resistir el naufragio agarrado a una tabla de faquir. En ningún otro sitio se hubiera permitido la constante obstrucción a la Justicia que el PP ha protagonizado, incluido el uso del martillo para destruir las pruebas que lo incriminaban. En ningún lugar se permitiría hacernos bailar con la indignidad con estos tacones de aguja. O paramos la música o nos reventarán las ampollas.
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