No quieren cazar al ratón, sólo quieren llevarse el gato al agua
Benjamín Prado
“No hagas leña del árbol caído, pero tampoco te sientes a esperar que dé manzanas”.
Que esta legislatura ha acabado ya tiene que aceptarlo hasta quien propició que se alargase en el tiempo de manera absurda, que no es otro que Albert Rivera, el hombre de las mil barajas. Ahora, le ha venido bien, aparentemente, el derrumbe de sus socios, porque las encuestas lo hacen otra vez ganador, aunque las dos anteriores se equivocaron de norte a sur. La discusión es acerca del momento en que habrá que poner las urnas. Cs quiere que sea de inmediato, porque entiende que se las va a llevar de calle. El PSOE prefiere llegar al poder y rearmarse desde La Moncloa. Y el tercero en discordia, el PNV, espera que los socialistas les aseguren que les darán lo mismo que le habían sacado a Rajoy –540 millones de euros en inversiones en el País Vasco y una subida de las pensiones que les viene bien para afrontar el alto número de jubilados de su región, donde afortunadamente se vive bien, los médicos y los hospitales son estupendos y, en consecuencia, la salud es buena– y saben que los naranjas no les darían, como acaba de confirmar en una entrevista su propio líder: “¿El cupo vasco? Habrá que recalcularlo”.
Su última ocurrencia ha sido la de proponer una “moción instrumental” que dé lugar a un Gobierno de circunstancias y en manos de “una personalidad independiente.” La cuestión, llegados a ese punto es: ¿de quién estamos hablando? ¿Existe eso en España? Y si existiera, ¿sería de fiar alguien así, neutral, sin ideología definida y equidistante de todo? ¿Dónde lo buscamos? ¿Quién lo elige? ¿Cuántos lo eligen? ¿Se trataría de alguien de consenso o de quien el aspirante y sus eventuales aliados decidan? Hablar es fácil. Convertir las palabras en hechos, no tanto. Sobre todo, para quien está acostumbrado a decir cada vez lo que le viene bien, y si es lo contrario de lo que dijo antes, pues aquí paz y después gloria, se tira de patriotismo, se pone el traje de estadista y santas pascuas. Es divertido verlos hablar del bien común mientras cada uno busca el suyo. No quieren cazar al ratón, sólo quieren llevarse el gato al agua.
Acostumbrado a decir lo primero que se le pase por la cabeza, incluso
cuando tiene la cabeza en otra parte, el ministro de Justicia ha
resumido la sentencia de la Audiencia Nacional sobre el vergonzoso
caso Gürtel
–que a estas alturas ya
nadie
diría que es una trama “contra el PP”, sino “del PP” y para beneficio
del PP y sus compinches–, argumentando que en realidad
no se condena al Partido Popular por corrupción, sino que eso es sólo lo que decimos algunos
,
que si se han lucrado “y tá-tá-tá-tá”. Su compañero del departamento de
Cultura ha completado la teoría exculpatoria añadiendo que las penas
impuestas a los miembros de la organización criminal de la que formaban
parte Correa, Bárcenas y compañía las está usando la oposición “como
excusa” para satisfacer
“la ambición y ansiedad” de Pedro Sánchez “por ser presidente”
.
Por supuesto, Méndez de Vigo se refiere a la moción de censura
que se discutirá en el Congreso el jueves y el viernes y sobre la que
convendría ya cambiar la pregunta, porque lo sustancial no es quién la
presenta, sino si este PP la merece, y en eso todos los demás partidos están, al parecer, de acuerdo.
También estaría bien plantearse si los condenados de la calle Génova
tienen que irse o se les tiene que echar, como escarmiento. Irse de
rositas existe; echarte de rositas, no. Y aquí hablamos de políticos que
han establecido un sistema que les permitiera financiarse de manera
ilegal, algo que constituye una trampa a la democracia. Las instituciones no pueden estar en manos de los mismos que las saquean, las pervierten y las utilizan en su propio beneficio y para engañar y manipular a los ciudadanos. Ofrecerle a este PP encanallado una salida honrosa, como parece querer Ciudadanos, es una burla, y pretender que Mariano Rajoy dimita y convoque unas elecciones generales es una ingenuidad: nunca lo hará, porque eso equivaldría a reconocer todos los cargos que siempre ha negado y que, en resumen, lo señalaría como el elefante blanco
de esta historia para no dormir. “Yo nunca he sido el jefe de mis
subordinados”, viene a repetir, una y otra vez, pero es nada más que
otra de sus perogrulladas, sostenidas, eso sí, a favor de corriente en
un reino de Babia donde se sigue discutiendo si él será o no será ese
“M. Rajoy” al que los apuntes de su antiguo tesorero y amigo, sé fuerte,
Luis, atribuyen cobros ilegales en dinero negro. Una joya. Haberlo
mantenido en su puesto en nombre de la gobernabilidad, se parece a
cuando se nombraba comisario antiterrorista a un torturador de la dictadura, en nombre de la seguridad.
Que esta legislatura ha acabado ya tiene que aceptarlo hasta quien propició que se alargase en el tiempo de manera absurda, que no es otro que Albert Rivera, el hombre de las mil barajas. Ahora, le ha venido bien, aparentemente, el derrumbe de sus socios, porque las encuestas lo hacen otra vez ganador, aunque las dos anteriores se equivocaron de norte a sur. La discusión es acerca del momento en que habrá que poner las urnas. Cs quiere que sea de inmediato, porque entiende que se las va a llevar de calle. El PSOE prefiere llegar al poder y rearmarse desde La Moncloa. Y el tercero en discordia, el PNV, espera que los socialistas les aseguren que les darán lo mismo que le habían sacado a Rajoy –540 millones de euros en inversiones en el País Vasco y una subida de las pensiones que les viene bien para afrontar el alto número de jubilados de su región, donde afortunadamente se vive bien, los médicos y los hospitales son estupendos y, en consecuencia, la salud es buena– y saben que los naranjas no les darían, como acaba de confirmar en una entrevista su propio líder: “¿El cupo vasco? Habrá que recalcularlo”.
Su última ocurrencia ha sido la de proponer una “moción instrumental” que dé lugar a un Gobierno de circunstancias y en manos de “una personalidad independiente.” La cuestión, llegados a ese punto es: ¿de quién estamos hablando? ¿Existe eso en España? Y si existiera, ¿sería de fiar alguien así, neutral, sin ideología definida y equidistante de todo? ¿Dónde lo buscamos? ¿Quién lo elige? ¿Cuántos lo eligen? ¿Se trataría de alguien de consenso o de quien el aspirante y sus eventuales aliados decidan? Hablar es fácil. Convertir las palabras en hechos, no tanto. Sobre todo, para quien está acostumbrado a decir cada vez lo que le viene bien, y si es lo contrario de lo que dijo antes, pues aquí paz y después gloria, se tira de patriotismo, se pone el traje de estadista y santas pascuas. Es divertido verlos hablar del bien común mientras cada uno busca el suyo. No quieren cazar al ratón, sólo quieren llevarse el gato al agua.
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