La educación que nos falta
Me encuentro con Aristóteles al leer el último libro de Emilio Lledó, Sobre educación (Taurus, 2018). El filósofo contemporáneo abre sus reflexiones con una cita del filósofo clásico: “Puesto que toda ciudad tiene un solo fin es claro que también la educación tiene que ser una y la misma para todos los ciudadanos”. ¿Claro? Bueno, claro y preciso aparece este pensamiento como uno de los ejes imprescindibles en los orígenes de la Política democrática. Pero si lo planteamos hoy en medio del debate ideológico de moda, es decir, en la pelea entre el tradicionalismo español del PP y el falso regeneracionismo de Ciudadanos, los líderes de los dos partidos se pondrían inmediatamente de acuerdo en afirmar que la cita de Aristóteles es propia de un comunista radical y peligroso.
La distancia entre la España oficial y la España real corresponde de manera exacta a la distancia establecida entre el pensamiento democrático real y los valores del neoliberalismo. La ley económica del más fuerte que se ha apoderado de nuestra sociedad es incompatible con el sentido social de la democracia. Bajo las disputas superficiales sobre el folklore mediático (que si España, que si Cataluña, que si los presos de ETA), las ideas de Ciudadanos y del PP sobre sanidad, educación y dignidad laboral coinciden de manera íntima, establecen la misma distancia elitista ante una idea de la convivencia basada en la libertad, la igualdad y la fraternidad.
La democracia de la ciudad aristotélica inició una tradición que sólo puede entenderse en la igualdad de oportunidades y en la educación común de la ciudadanía. Y es que la libertad democrática no supone sólo la independencia del individuo, sino la fraternidad de un marco social de convivencia que asegure la posibilidad de una realización personal. Así lo entendió la pedagogía democrática, así lo explicó el maestro republicano Lorenzo Luzuriaga al defender en La escuela única (1931) una formación cívica sin diferencias por cuestiones de dinero o de credo. El respeto a la conciencia individual supone la defensa de un espacio laico que no permita la imposición de un credo sobre otro. También exige una formación que no distinga a los ricos de los pobres.
En los presupuestos para 2018 que van a aprobar el PP, Ciudadanos y el PNV, se rompe la barrera de la precariedad educativa al invertir menos del 4% del PIB en educación. La media europea está en el 5%. Además de los recortes, la igualdad sufre una agresión grave cuando el reparto empobrece cada vez más la escuela pública y favorece la concertada. Las leyes educativas del PP y las Comunidades Autónomas en las que la derecha gobierna han asumido como acción ideológica clave el desmantelamiento de la enseñanza pública. La mercantilización educativa late en el centro de la degradación democrática que vivimos. ¿Es la excitada aparición de Albert Rivera una alternativa? Sus ideas sobre la educación demuestran complicidad con una corrupción social de la democracia en la que el título falso de Cristina Cifuentes es sólo un episodio esperpéntico y vergonzoso, pero muy superficial.
En democracia, la palabra libertad no puede limitarse a significar libertad para crear centros educativos privados o libertad para elegir centro de estudios. La dimensión social de la libertad, la creación de una marco que asegure la igualdad de oportunidades, es imprescindible si queremos que la democracia no sea una máscara del elitismo económico y del clasismo familiar. Educar en libertad no es generar desigualdades desde la infancia.
Excluir del debate de actualidad la educación, sepultada por los escombros del independentismo catalán, me parece un disparate suicida. Ya me llevé una sorpresa en su día al ver que amigos catalanes de formación democráticos votaban y defendían a los herederos de Pujol en nombre de su identidad. Ahora me sorprende que demócratas madrileños se identifiquen con Ciudadanos para defender su identidad agredida. ¿De qué identidad me hablan? ¿Es que no ven lo que han hecho, lo que están haciendo, lo que van a hacer con la educación?
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