martes, 8 de mayo de 2018

¿Sirve de algo una sentencia sin conciencia?


La noticia

"Según la sentencia, a la que ha tenido acceso Europa Press, y por la que también se le condena a indemnizar a la víctima con 1,1 millones, se considera probado que, sobre las 5.30 horas de la mañana del 25 de junio de 2016, la víctima pisó “de modo involuntario a R.T.T., quien reaccionó de forma agresiva, por lo que ambos se enzarzaron en una discusión que hizo que el portero los echara del local”.
Entonces el agresor, tras decirle a la víctima “te vas a enterar”, fue a casa de su padre que estaba en la misma calle y cogió una tijera y dos cuchillos de cocina de grandes dimensiones con los que, “con intención de acabar con la vida” de la víctima se abalanzó sobre el apuñalándole por la espalda “de manera totalmente sorpresiva y repentina, anulando cualquier capacidad de defensa de la víctima”.

Las dos puñaladas que le asestó le provocaron diversas heridas de las que tuvo que ser operado y que, a su vez, hicieron que la víctima sufriera un shock hemorrágico que desembocó en una lesión neurológica causante de un coma irreversible, que ha provocado que el joven de 34 años permanezca ingresado en una residencia para poder ser atendido. 


El Tribunal ha tenido en cuenta que el acusado –que durante el juicio pidió perdón a la familia de la víctima– ingirió en la noche de los hechos alcohol y otras sustancias por lo que se ha considerado la atenuante analógica de responsabilidad penal de embriaguez porque aquella noche “su capacidad cognoscitiva y volitiva resultaba levemente afectada”." (¿?¡!)

                        Resultado de imagen de Mafalda y las leyes de Moisés


No y sí. Una sentencia sin conciencia No hace justicia pero confunde y destronca la moral de las instituciones y al mismo tiempo  condiciona la conciencia colectiva manipulando los valores éticos del individuo y, por ello, de la comunidad social, acompañando el error cognitivo y ético, con el sello de la legalidad. Además crea casuística y precedentes judiciales que en el futuro se usarán, sin duda, como apoyo a y justificación de efectos penales y causas delictivas, que se basarán en ese precedente. 

Ayer las noticias nos informaban acerca de una sentencia dictada en el Juzgado de Ciudad Real ante un delito cometido en la localidad de Malagón, donde un joven en pleno delirium tremens, perdidos todos los límites naturales de la continencia más elemental, la lucidez y el autocotrol, cocido por el abuso del alcohol combinado con drogas, apuñaló a un hombre que, según el auto judicial, le pisó sin querer en el pub donde el reo se estaba poniendo ciego a base de coloque, que es la triste manera de disfrutar a que ha llegado esta oximorónica civilización del hipotético "bienestar" malviviendo sin conciencia y al precio de la propia vida y de la propia dignidad.
La víctima no ha muerto pero ha quedado en coma irreversible. O sea, muerto en vida sin posibilidad alguna de arreglo. Es decir, muerto, a efectos prácticos, reducido a vegetar hasta que su cuerpo diga basta por haber pisado sin querer a un energúmeno borracho y fuera de sí por propia elección.
No se dice nada de las condiciones en que pueda quedar la familia de la víctima, ni de cómo va a discurrir su tiempo desde ahora, ingresado en un hospital de terminales o en su casa, si la tiene...Se supone que esas consecuencias sí las debería considerar el juez al valorar la gravedad y las secuelas que deja el desastre tanto al pobre herido como a la familia y a la sociedad que también deberá mantener al enfermo con dinero público.

Hay una gravísma responsabilidad que debe asumir el causante de tanto mal, que además de un buen lote de años a buen recaudo, requiere un trabajo pedagógico bien potente en cuidados intensivos de vergüenza, valores y sentimientos humanos, para que la prisión no sea sólo una privación de libertad o una venganza institucional, sino una escuela obligatoria en la que desarrollar conciencia de sí mismo y de lo que nos rodea.Y también un reto para una justicia que expende sentencias según la visión de los jueces y sus luces, que acaba convertida en lotería: según la capacidad cognitiva, ética y consciente del que sentencia. Así la ley se queda en nada, en una liturgia imprevisible de togas y atestados.

En el caso que comentamos, toda la desolación ha sido prepetrada por un borracho drogado, y eso al parecer a la justicia que ha emitido la sentencia parece traerla sin cuidado, considerando la causa del delito, o sea, el colocón, un atenuante. Cuando en realidad objetivamente es un agravante, -por no decir la causa primera y fundamental-, elegido en modo voluntario por el consumidor, que habría podido optar librememente por abstenerse de sustancias tan peligrosas, de consecuencias terribles, como las derivadas del cosumo de tóxicos  en el caso en cuestión.
Es más que evidente que la merma temporal de las facultades mentales del delincuente no era tan grave ni aguda como para no recordar con acierto en donde guardaban su padres las tijeras y el cuchillo con que matar al "enemigo" cuya terrible ofensa había sido el accidente de un pisotón al pasar, ni para no saber donde estaba la casa de su padre. O sea, que si hay voluntad decidida para pensar en matar, para ir a buscar las armas y para amenazar con un "te vas a enterar" y para buscar el momento oportuno en que apuñalar por la espalda y a traición, o sea, para pensar una estrategia, también la hay para pensar en no matar y para parar el impulso asesino.

Esa sentencia hubiera sido coherente si al autor de la agresión le hubiesen obligado a drogarse y a emborracharse, pero antes del consumo de alcohol y drogas  no se puede ignorar, y menos un juez,  que existe la elección personal de absterse del exceso y poner límites a la ingesta de sustancias capaces de trastornar la mente, las emociones y anular la voluntad, junto con la capacidad de discernir, condiciones básicas que nos permiten comportarnos como seres humanos y no como fieras salvajes peligrosísimas para quien se les cruza por el camino o tropieza con ellas, como le sucedió a la víctima  en este desgraciado episodio. 

Sí, claro que hubo y hay responsabilidad moral en el acto de decidir emborracharse o no, claro que sí, como la hay en el consentimiento de quienes proporcionan y sirven los tóxicos en el mostrador a quienes ya han consumido en exceso, y la justicia debería reconocerlo como otro agravante para ser justa.
 Tratar de incapaces y libres de una responsabilidad completa a quienes emplean su libertad para convertirse en Jack 'el destripador' por el abuso de alcohol y "otras sustancias" como concluye la sentencia, es, sobre todo, una condena estéril, inútil e incoherente, que dejará al juez muy contento por su clemencia, pero que en nada ayudará a cambiar la actitud del reo, algo  que debería ser objetivo fundamental de una justica con lógica y sentido constructivo, puesto que el mismo reo, apoyado por el juez y su sentencia quasi exculpatoria, sentirá minimizada la comisión de su delito y que, en realidad, no es culpable de nada grave, además  de una añadida compunción sui generis y ad hoc, que oportunamente le ha llevado a pedir perdón, casi seguro, aconsejado por la estrategia del abogado defensor,  ya que como en la canción, y con la bendición judicial incluída, la culpa fue del chachachá. Del alcohol y de las otras sustancias estupefacientes, que se apoderaron de su cuerpo y de su mente sin que él tuviese nada que alegar en contra de un ataque por sorpresa que de repente le convirtió en Mr Hyde, algo que nunca se habría producido si él no se hubiera puesto ciego con el drinking y el coloquing.
No bastará con poner la multa impagable de un millón de euros para salvar del coma al prácticamente asesinado. ¿De dónde sacará esa cantidad astronómica un mindundi asesino de pueblo manchego? ¿Tendrá su familia que asaltar un banco o que vender drogas en plan camello para pagar a "la justicicia" una deuda que en realidad ningún dinero puede redimir? Tal vez, además de los años de prisión que le han caído, una buena terapia penitenciaria correctora sería "condenarle" a cuidar cada día de su víctima,  -acompañado adecuadamente por guardianes penitenciarios y un psicólogo de la Junta de Tratamiento de la prisión que regule el proceso-, a limpiar sus residuos orgánicos, lavar el suelo de su habitación, lavar su ropa y cuidar de su higiene, hablarle y pedirle perdón todos los días hasta que su mente se despeje, su corazón se abra, nazca su empatía y se convierta en ser humano de verdad. Nada de disculpas desde fuera que no tienen sentido. La culpa cuando existe, hay que asumirla sin paños calientes, para que tenga la fuerza sanadora de la conciencia naciente y no sirva como refugio y soporte al autoengaño sado-maso.

Hay en la película de La Misión de Roland Joffé, un episodio semejante a este caso, y es el de Rodrigo Mendoza, (Robert de Niro), cazador de esclavos, que mata a su hermano, y después de pasar un infierno consigo mismo devastado por la culpa y sus remordimientos, se impone a sí mismo una caminata penitencial interminable por toda la selva cargado con sus armas de caballero asesino  y traficante de esclavos, incluso cuando sus compañeros de viaje le quieren liberar de su carga, él se niega el alivio, hasta que llegando al lugar adonde se dirigía la expedición, junto a una comunidad de indios guaraníes en medio de la selva de Paraguay, que él mismo había atacado y secuestrado como esclavos para vender, son aquellos seres compasivos y sanos de alma, quienes conmocionados por la visión de aquel reo desgraciado cargado de cadenas, armadura, casco y todo el equipo de matar, le liberan del doble peso, el físico y el psíquico, quitándoselo de encima y devolviéndole su dignidad y su integridad como ser humano, mientras le abrazan, le reconfortan y le perdonan, él llora como un niño agradecido y vuelto a la vida. Ellos también eran el hermano asesinado.
Pues en eso consiste la rehabilitación verdadera de los delitos: del nacimiento de la conciencia sin la cual es imposible que nos rehabilitemos de nada, es ella la verdadera rehabilitación, la que nace como fruto del madurar despertando y al mismo tiempo es imprescindible para seguir madurando a lo largo de toda la existencia. Sin ella de poco valen los arrepentimientos de superficie. Pronto se derrumba el edificio chapucero del autoengaño, que nunca consigue que cambiemos en realidad, mientras vivimos en el plano de la superficie aparente e inestable sin tocar el fondo de lo real, donde tenemos la raíz de nuestra esencia. El amor inteligente. La inteligencia cordial y emocional

Esa rara tolerancia con el dejarse llevar del delincuente, esa comprensión empática con la maldad, da mucho material para analizar  en qué grado valoran los jueces el poder responsable del ser humano sobre sus pulsiones y decisiones, si de todos modos el delito se comete sin saber por qué, pues se trata de un automatismo compulsivo y fatal, que acaba por exonerar a los culpables del resultado de sus decisiones; si es así, entonces, ¿para qué están las leyes y qué sentido tiene usarlas, sólo para especular con los detalles morbosos, dejando en la cuneta la materia principal, que es la implicación directa de la voluntad humana en lo que se determina hacer antes y/o después de delinquir?
Por eso no basta pedir perdón, hay que cambiar la condición que nos lleva a la culpa y a repetir una vez y otra la misma farsa reincidente creyendo que es nuestra absoluta verdad del momento, que mañana nadie sabrá dónde la ha dejado, en cuanto una situación desagradable se nos ponga delante.

Me pregunto por qué la justicia, española en particular, tiene una manga tan ancha hacia los abusadores del terrorismo machista con sus descontroladas emociones sociópatas, y una manga tan estrecha y asfixiante para sus víctimas. ¿No será que la mayoría de los jueces y hasta algunas juezas son tan machistas y poco autocríticos que ni siquiera pueden detectar objetivamente estas lagunas imperdonables y esperpénticas, en sus propias conclusiones que ven tan lógicas como normales? 
Así se explica lo de La Manada, donde queda clarísimo para los sentenciadores que la víctima no lo era tanto...Y tienen razón: la culpa, en el fondo, era suya por ser mujer, tener 18 años y no 85, por irse de fiesta con cualquiera y creer confiadamente que aquellos chicos sevillanos, tan graciosos, dicharacheros y simpaticones, eran seres humanos como ella y que  vivía en un país democrático regido por un estado de derecho, donde esas barbaridades, tan abusivas y crueles como legalizables, son imposibles.

A lo mejor va y resulta, que ya es hora de cambiar los parámetros cognitivos, analíticos, sintéticos y sobre todo, éticos, para comprender el daño que hace a la ciudadanía del siglo XXI vestirse por obligación y embanderamiento inquisitorial en plan ministeriales novios de la muerte, con la misma cota de malla que llevaban en la Edad Media sus ancestros. Y que los sastres de tales vestiduras sean los jueces y los fiscales d'agora mesmo, mientras los defensores se columpian desorientados entre los banquillos de las audiencias, hilvanando y deshilvanando las mismas costuras de Mio Cide en Santa María de Burgos do iuran los fijosdalgo. O sea, una sociedad de la talla 50 apretujada y embutida dentro de una talla 38. Y encima, coraza fashion, querido Moix, querido Catalá, querida Concha. Y tan concha, que ya parecemos galápagos y tortugas discapaces, renqueando al ritmo   Despacito xd!


Ains!

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