Los catalanes no son menores de edad y los demás tampoco
Entre presuntas
encerronas y negadas inocencias seguimos avanzando en el duro tránsito
hasta el 1 de Octubre, fecha del no menos presunto referéndum catalán.
Los dramáticos atentados del terrorismo yihadista
han venido a extremar la confrontación. Como punto culminante, la
manifestación del sábado en Barcelona. Por ahora. La comparecencia, este
miércoles, del presidente del PP y del gobierno, Mariano Rajoy, en el
Congreso para responder por la Gürtel brindará a buen seguro nuevas
ocasiones para imaginativas estrategias de acción y ocultación.
Moncloa cree que hubo una encerrona
titula o mensajea la prensa de Madrid y alguna de Barcelona. ¿A quién?
¿Al PP que situó a sus figuras más destacadas rodeando a Felipe VI? ¿Al
monarca? ¿Tampoco sabía el Rey de España a qué iba y por qué?
¿Desconocen que la etiqueta de la cortesía que aparca los conflictos no
rige en la calle abierta? ¿Cabe menospreciar más a los ciudadanos que
contarles la fábula de la encerrona? Lo que sí hemos hecho es aprender
un poco más sobre este país en el que vivimos, sobre quienes lo
gobiernan o quienes cuentan lo que ocurre. Partamos de varias
confusiones difundidas, varias de ellas –no todas- con total
intencionalidad.
1º) Una manifestación no es un funeral.
Ya hubo su funeral oficial católico, para víctimas de distintas
culturas por cierto. Y algunos más. En uno de ellos, en Madrid, el cura
se volcó tanto en la unidad, la repulsa del terrorismo y la caridad
cristiana que pidió el procesamiento de la alcaldesa Ada Colau, por no
poder los bolardos que, según él, le ordenó el gobierno. Y para Manuela
Carmena la edil de Madrid porque le cae mal y ya es suficiente razón.
2º) Una manifestación es política.
La vida de los ciudadanos se desarrolla en política. La política no
muerde, ni siquiera cuando la hacen los contrarios limpiamente. Y de
manifestaciones politizadas a lo grande y una se llenan las hemerotecas.
3º) La reclamada unidad es una entelequia.
La sociedad no está unida, no es uniforme y difieren sus intereses. Lo
cual, por cierto, enriquece. La unidad que reclama el intenso
pensamiento dominante es la suya. Todo lo que se aparte de su idea es
reprobable. Y en su unidad no cabe mayor táctica política. En la
manifestación por las víctimas del terrorismo exigían la unidad de su
concepto de España, como la exigen para sus políticas, formas y métodos.
¿Que el independentismo movió sus bazas? Por supuesto. Y los medios de
forma ostentosa, tan unánimes a favor de las tesis del PP de Rajoy y
cuanto representa. Creo que muchos ciudadanos, muchos, miles de ellos,
fueron con toda inocencia a plantar cara al terrorismo, a acompañar a
las familias de los muertos y heridos.
4º) La Santa Inocencia.
Es la que no ha visto o no quiere ver el insistente juego sucio del
ultranacionalismo español, tan vinculado a unas políticas concretas: muy
conservadoras, muy injustas, muy tiznadas hasta de corrupción. Tampoco
las fuerzas independentistas están limpias, y ni, por lo más remoto, lo
que ofrecen es la panacea. Los errores del Procés retumban. Pero todo
esto se sabía, se ha visto venir y crecer. Y ya está encima. Y toca
lanzar sermones episcopales de unidad. Cuando, desde las portadas a los
editoriales, pasando por artículos de variada intención, no hacen sino
agrandar el problema. Que viene muy de lejos, y está muy enviciado y muy
vapuleado.
Llama la atención que hasta catalanes de
probada sensatez se apunten al asombro y la preocupación discriminada.
Porque invariablemente, en la pretendida equidistancia, la mayor culpa
recae en un solo lado. ¿No lo vieron venir? ¿No han asistido a la larga
historia de provocaciones y agravios? Hasta grabaciones existen de la
guerra sucia desde Interior. Por no decir cómo calentaba el ambiente la
prensa de Madrid hablando ya de boicot y acusando a Puigdemont en los
días previos a la manifestación. Las cosas son como son y no como
gustaría fueran.
5º) El paternalismo.
El factor más inadvertido, de enorme gravedad, germen de muchas
conductas. Las declaraciones de los políticos españolistas y los
titulares de la prensa de Madrid, han venido asegurando desde la
manifestación de Barcelona que el independentismo boicoteó el acto, organizó la protesta.
Algo que no ha destacado en absoluto la prensa internacional. El
problema es que confieren al independentismo una capacidad de acción
desmesurada para dirigir a las personas. A pobres seres sin voluntad
propia que, con la dirección adecuada, van donde les lleven. Demuestran
su propio pensamiento. Es muy evidente que ellos, esa prensa “de parte”,
lo busca. Prensa, radio y televisión, y políticos de su círculo. Y
deben creer que funciona. A ellos de alguna manera sí, pero las
maniobras son tan burdas que presumiblemente algún día la gente se
tropezará con ellas anudadas a su garganta e igual, antes de ahogarse,
reacciona.
Lo preocupante es que hasta episcopados
decentes y preocupados con causa estén llamando a una especie de
autoridad que lo resuelva. Debe ser la educación en dictadura o el
profundo alejamiento que las élites demuestran tener del común de los
mortales. La tentación del padre estricto no deja de crecer. Ocurre más
en tiempos de desconcierto. George Lakoff lo definía muy bien en No pienses en un elefante, (UCM, 2004). Se ha impuesto la dirección y el castigo a compaginar con el despojo y el “apáñate como puedas”.
Manténganse atentos porque el presidente prudente, el que no responde a las afrentas, el que se encuentra en una encerrona
con el Rey rodeado de figuras de su partido y todos silbados por un
grupo magnificado en su número, sin que nadie pudiera sospechar tal
reacción, prepara más leyes restrictivas. Nueva vuelta al Código Penal
propone. A ciertas ideologías siempre les da por lo mismo. Ningún país
logra detener por completo los atentados, pero amordazar a sus
ciudadanos se lleva mucho, es la moda del momento. Sánchez, secretario
general del PSOE, ha pactado con Rajoy “mantener una posición conjunta”
ante, lo que llaman el "desafío soberanista catalán". Será cosa del
bipartidismo. O del sentido de Estado del bipartidismo.
En conclusión, desconfiemos del patriotismo de personas para quienes la única patria es el dinero y el poder. En cualquier territorio.
Llegados a este punto de enconamiento, la salida más razonable sería
celebrar la consulta. Posiblemente saldría que no. Si siguen echando
leña a la hoguera va arder toda esperanza. En genérico. Ya ni estamos en
el escenario en el que otros países llevaron a cabo un referéndum en
circunstancias parecidas. Y la mala noticia es que en ningún caso se
resolverán las fracturas. Ni la catalana, ni la española, ni la
relacionada con ambas estructuras.
Los ciudadanos en
general somos seres adultos y responsables. No necesitamos un papá que
nos guíe más allá de los 12 años. Ni una mamá siquiera. Créanme, salvo
unos cuantos -millones incluso pero no al punto de representar la
mayoría-, sabemos lo que queremos, y no nos gusta que nos manipulen, ni
nos engañen.
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