miércoles, 9 de agosto de 2017

Juana no está en mi casa









Juana Rivas.
Juana Rivas.
No, Juana no está en mi casa. Es una pena porque allí donde se encuentre creo que no la están ayudando como es debido. Si Juana hubiera estado en mi casa, la habría intentado convencer con todas mis fuerzas de que no asumiera el error fatal de cometer un delito. Ahora ya es tarde. Cometer un delito y convertirse en prófuga de la justicia penal era la peor elección que podía hacer, sobre todo por sus hijos. Ahora los ha convertido en rehenes de su condición de huída y se arriesga a ser castigada con entre dos y cuatro años de cárcel y a ser inhabilitada para ejercer la patria potestad sobre ellos entre 4 y 10 años. ¿Qué va a ser entonces de sus hijos? Si Juana ingresa en prisión o si pierde la patria potestad perderá a sus hijos durante un largo periodo. ¿No es eso lo que intenta evitar a toda costa? ¿Quién piensa que eso es lo mejor para ellos? ¿Cómo quienes la rodean y tienen conocimiento penal no la han conseguido convencer de la magnitud del error que está cometiendo?
No, Juana no está en mi casa. No está tampoco en casa de ninguno de los bien pensantes que se levantaron poniendo un hashtag que les hace sentirse humanos y empáticos pero que no responde a una verdadera reflexión informada sobre la cuestión. Muchos de los que lo han hecho también fueron Charlie, aunque después han demostrado una y otra vez no entender de qué va la libertad de expresión. Algunos fueron incluso activistas de las primaveras árabes y ahora no sabrían decir qué ha pasado después en aquellos países. Ni les importa. En el mejor de los casos, muchos han compartido su empatía y su comprensión, su humanidad y su compasión con el dolor de Juana, pero quizá sin pensar en que los actos individuales, cuando devienen en masivos, pueden tener consecuencias. Una de ellas, sobre la que merece la pena reflexionar, es la de hacer creer a esta mujer —cuya confusión, dolor y aturdimiento todos podemos comprender— que con un apoyo mayoritario de la opinión pública puede luchar contra el sistema legal. Otra hacerle que sienta que sus decisiones, como ahora la de convertirse en una prófuga de la Justicia, se verán atenuadas por el respaldo popular. Y eso, hay que decirlo clara y rotundamente, es mentira. Mentira. Al final cada uno volverá a su vida y Juana quedará a solas con la suya y con la consecuencias de su actos. Así funciona la realidad y así debe funcionar.

Todos hemos convenido, desde el momento en que somos ciudadanos de un Estado de Derecho, en que cuando se producen conflictos, del género que sea, en nuestra convivencia y no podamos resolverlos mediante el acuerdo, serán los jueces los encargados de dirimir las diferencias. Además en casi cada acto de nuestra vida estamos aceptando qué jueces serán competentes para ello. No se si todos se han fijado pero al final de todos los contratos que firmamos —del móvil, de la agencia de viajes,de la luz— se recoge nuestra aceptación de los tribunales en los que dirimiremos cualquier diferencia. En el caso de Juana es evidente que existe un conflicto, puesto que sus razones y las de Francesco sobre sus hijos comunes divergen y, por tanto, no queda sino que sean los jueces quienes decidan de acuerdo a la norma. No aceptar eso es más subversivo, radical y destructivo que rajar ruedas de autobuses de turistas, no lo duden. Además, Juana aceptó que los jueces que tuvieran poder para esa decisión fueran los italianos, desde el momento en que eligió que un italiano fuera el padre de sus hijos y vivir con ellos en ese país. Pretender que la solución a los problemas de Juana puede darse en algún otro ámbito es falso, desestabilizador y peligroso. "La superación de los actos propios como medio de solventar los problemas constituye un avance del Estado de Derecho de modo que no cabe tomarse la Justicia por su mano", en esa frase de la resolución civil de la Audiencia de Granada ordenando a Juana entregar a sus hijos se resume, en lenguaje jurídico, todo lo que acabo de expresarles.
A mi no me vale más el corifeo de opiniones de miles de personas, sin datos ni fundamentos jurídicos en casi todos los casos, que el criterio profesional y basado en la norma de cuatro jueces. Es evidente que el Convenio de La Haya de 1980 es un buen convenio y que se redactó para evitar los secuestros de niños por parte de progenitores extranjeros porque ese problema existe. Si ese caso se produce ahora o no sólo pueden decirlo los magistrados que han tenido en sus manos todas las pruebas que nosotros no tenemos. En esto no entra ni la ideología ni el posicionamiento personal ni ninguna otra cuestión. Se equivocan los que quieren convertir a Juana en un campo de batalla para la reivindicación porque, insisto, al final cada uno se irá con su pancarta y será ella la que se quede con el marrón. Yo soy feminista —feminazi reconocida para los descerebrados que acuden cada día al juzgado de Granada— y no por eso dejo de ver cual es la situación real.
No afirmo que Juana no tenga nada que hacer, en absoluto, pero las únicas armas con las que tiene sentido defenderse son las que le da la ley. Yo hubiera animado a Juana a presentar una demanda de custodia, a demandar unas cautelares, a haber pedido quizá al Ministerio de Justicia ayuda para la agilización de la tramitación de estas cuestiones en Italia, que para eso tenemos magistrados de enlace. Cualquier cosa que le permitiera la ley tras asumir que, hasta ahora, no ha conseguido probar a los magistrados que exista un "peligro cierto" para sus hijos por estar con su padre. Así lo expresan los jueces basándose, entre otras cosas, en las propias manifestaciones de su hijo mayor.
Hace mucho tiempo que me enseñaron que ninguna de las partes de un pleito da toda la información cuando lo relata. No es ni siquiera por mala fe, es porque su perspectiva de la realidad es unívoca. Sólo un juez independiente, con los hechos y la norma en la mano, tiene alguna posibilidad de acercarse a la verdad. No dudo en absoluto de los magistrados que han visto el asunto, porque no hay motivo alguno para hacerlo, ¿qué ganarían o perderían con prevaricar en este caso? Sí dudo de que Juana haya sido bien asesorada y también del sentido de convertir su caso personal e íntimo en un caso mediático porque esa es una decisión consciente apuntalada por personas concretas. Tengo publicado un libro de Comunicación para abogados en el que hablo de las circunstancias en las que la comunicación de litigios puede convenir para hacer ganar el pleito de la opinión pública a un cliente aunque se pierda el pleito legal. Juana no es una empresa ni un personaje público, no tiene otro pleito que ganar que el de conservar a sus hijos y en ese debieron centrarse desde el principio.
No, Juana no está en mi casa ni en la de la mayoría de vosotros. Juana está sola ante la realidad y ante su destino y sólo puedo desearle que alguien con sororidad, cabeza y empatía le explique cual es su verdadera situación y la convenza de lo que más le conviene. Por ella y por sus hijos. Qué queréis, soy de contar las verdades aunque no sean populares. 


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Elisa Beni da en el clavo del acierto. Nada se soluciona cuando el remedio es peor que la enfermedad. Y cuando ni siquiera se sabe quién es el enfermo ni hay capacidad para hacer análisis ni pruebas,  lo mejor es ir al médico, no al curandero de la esquina. En este caso el médico es la Justicia y la medicina, salir del escondite, dejar de poner a los niños en riesgo de desequilibrio y estrés emocional y perder el miedo al maltratador que así está ocupando el rol de víctima, que es lo que pretende, para llevarse la custodia de los chiquillos por orden judicial si la madre se comporta como Curro Jiménez ante los tribunales.

La empatía y la compasión son sentimientos de la familia del amor; los sentimientos son el resultado de la fusión saludable entre las emociones y la mente, no son emociones que provienen del instinto sin pasar por la razón. Por eso los sentimientos son inteligencia emocional, que nos permite gestionar con acierto las situaciones más difíciles. Por el contrario las emociones a su aire o la razón por su lado, no solucionan nada, más bien complican y aumentan el dolor que en ese plano psicoemocional, se convierte en sufrimiento, en pathos, en patología. En enfermedad. El dolor es la reacción natural ante una herida, trauma. Pero el sufrimiento es el regodeo innecesario en el dolor que se produce cuando no se acierta con el remedio y la curación-solución adecuada al problema o patología y el doloroso asunto se prolonga sine die

Casos como el de Juana lo último que necesitan es el regodeo en el dolor, que lo prolonga en sufrimiento para la víctima, no para sus palmeros emocionales, seguramente tan bien intencionados como irresponsables, que como dice Elisa, no son los implicados reales sino solo espectadores y comparsas o cómplices del desvarío, que después de gritar en la calle, vuelven a la seguridad de sus rutinas diarias, mientras Juana se come el marrón ella sola, porque en realidad nadie la puede acompañar en lo fundamental y menos aún sustituir como protagonista de su propia vida y milagros, o calamidades, como en este caso. 

A veces las mejores intenciones producen los peores resultados. 
La mejor ayuda para Juana en este momento es un buen equipo de abogados, asistentes sociales y un buen terapeuta con capacidad para ayudarla a centrarse y a actuar con más lucidez que miedo, indignación y rencor, que son reacciones emotivas naturales del instinto de conservación, pero son también los peores consejeros en los peores momentos. 

El resto de activistas en las redes lo mejor que podrían hacer es apoyar su dignidad de ser humano y su derecho a que la justicia se ocupe de su caso, quererla y solidarizarse, no con los hechos, cuya realidad desconocemos todas excepto ella y su entorno familiar, sino con su persona y su situación individual, por cómo está viviendo lo que le pasa. Y darle ánimos y sensatez, ideas e iniciativas concretas y buscar recursos legales que puedan ayudarla  en vez de exacerbar su estado y complicar aún más la situación, desde los twits y los mensajes en FB, como en la calle. El secuestro de los hijos menores es un delito en todas partes y prolongarlo es una barbaridad. Utilizarlos para presionar o dañar a la pareja, es además de un delito, un atentado contra la integridad psicoemocional de los niños y una interpretación destructiva del amor y el equilibrio que ellos necesitan.

Por otra parte hay una realidad compleja: la denuncia contra el marido por malos tratos físicos y vejaciones, que es condenado por ello y con una orden de alejamiento que se incumple, cuando ella regresa junto a él y tienen un segundo hijo; es un episodio que enturbia bastante la lógica de los acontecimientos y el discernimiento sobre una justa percepción del caso.
Por otra parte ¿quién habiendo sido maltratada por la pareja, ya por segunda vez, se arriesga a encerrarse con él en una isla diminuta y remota de la que es imposible salir cuando uno quiere, porque hay que esperar el horario de los ferrys?
¿Qué dañará más a los niños, la custodia compartida en la isla del fin del mundo o perder de vista la influencia y los riesgos del padre maltratador comprobado? Tiene todo el sentido que una vez con los niños en Granada la madre no quisiera volver al secuestro legal en la isla. Por seguridad y para evitar el pésimo ejemplo de convivencia para la educación de los hijos.

De todas maneras las verdaderas víctimas inocentes de esta penosa historia son los dos niños, que deberían ser alejados lo antes posible del padre y de la madre hasta que demuestren que han madurado y que ya no son padre y madre de riesgo, y que jamás volverán a utilizar a sus hijos como armas arrojadizas para agredirse mutuamente y vengarse entre sí de sus chaladuras irresponsables sin que les importe un rábano el daño que les están haciendo. Mejor estarían en algún hogar en protección de menores mientras los padres se reeducan y alcanzan la adultez y la responsabilidad que están demostrando que no tienen.

Un abrazo, compañía, transparencia y verdad, apoyo sereno y  buenas ideas constructivas son la mejor ayuda y justicia para Juana y Francesco en estos momentos, sobre todo en favor de los niños. Echar más leña al fuego solo acabará en humo y cenizas. Hace falta la lluvia de la lucidez que apague el incendio antes de que la misma Juana y su pareja se quemen en él. Mientras los palmeros de su sufrimiento regresarán a sus rutinas diarias esperando otro caso en las redes que les anime las ganas de vomitar indignación "solidaria" y a gritar frustraciones propias en las causas ajenas. El ego "compasivo" de tópico y  boquilla es tan peligroso o más que el ego indiferente. Revuelve la superficie del guiso pero el fondo se pega y se socarra. Una causa no es más importante porque tenga un mayor número de víctimas que justifiquen su existencia y voceras que la publiciten. Todas las causas son igualmente justas aunque sólo haya una sola víctima. No es necesario hacer proselitismos con ellas.
Un exceso de movilizaciones hiperestésicas y constantes por todo y a todas horas produce a la larga el efecto contrario: la inconsciente autoprotección de acostumbrarse e inmunizarse ante una catarata de estímulos irresolubles, desbordantes y agotadores que conducen a una progresiva desafección social. Y es posible que ante problemas gravísimos de intervención popular urgente y contundente, ya no haya respuestas ni movilizaciones por cansancio. Y nos ocurra lo de Pedro y el lobo.

Es imprescindible que lo que se grita en la calle y en las redes tenga sentido y coherencia, que aporte mejoras, si no es así, es preferible no empeorar las cosas haciéndose abogados sacamuelas de pacotilla y cafetín.

Por si le sirve a alguien, aquí van estas sugerencias para aplicarlas en estos casos:

Que el asunto en que voy a implicarme sea verdad y no solo un picoteo de noticias.

Que mi implicación sea más a favor de construir lo que falta que de odiar lo que estorba.

Que lo que haga y diga tenga como finalidad el bien común.


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