lunes, 28 de agosto de 2017


A los terroristas se les puede matar





Las informaciones sobre los atentados de Cataluña repiten que se contabilizan 16 muertos. Y tanto los medios de comunicación dominantes como los representantes de las instituciones dan por buena esta cifra. Los cinco hombres abatidos en Cambrils y Younes Abouyaaqoub, el que se suponía que conducía la furgoneta que atropelló a las personas en Las Ramblas de Barcelona, tiroteado por los Mossos d’Esquadra en Subirats a 50 kilómetros de Barcelona, no entran en la cuenta.
No sé si es porque no se consideran muertos o porque no se consideran personas. El relato de los hechos transmitido por los medios de comunicación diríase propio de una película del Oeste. Los malos han vencido a los buenos.
El Mundo escribe: Un único agente de los Mossos d’Esquadra, ya bautizado  como el héroe de Cambrils, logró evitar con su puntería una nueva masacre el jueves como la sucedida pocas horas antes en La Rambla de Barcelona. Él solo abatió con sus disparos a cuatro de los cinco terroristas muertos en Cambrils…  
“El segundo control de los Mossos consiguió cerrar el paso con dos coches patrulla al Audi A3, que volcó en una violenta maniobra y fue a parar al lado el Club Náutico, junto al dique. Los cinco terroristas salieron del vehículo con cuchillos de grandes dimensiones y un hacha, además de supuestos cinturones explosivos que no llevaban carga. Fue entonces cuando iniciaron los ataques con arma blanca a las personas que se encontraban en la zona- una resultó herida en la cara- y fueron tiroteados por un agente de los Mossos. Cuatro de los terroristas murieron en el acto por sus disparos…
“El quinto se dirigió en dirección a la avenida de la Diputación. Fue interceptado frente a un McDonald’s. Alguno de los testigos asegura que se escondió en una marquesina de autobús e intentó fingir que esperaba allí. Al ser descubierto, salió a la carretera, y pese a las reiteradas peticiones de los policías para que tirase el cuchillo y se tumbará boca abajo, hizo caso omiso y trató de acercarse a los agentes, que lo derribaron con varios disparos. Murió poco después”.
Ya está. Los Mossos disparan a matar. En los segundos en que el presunto yihadista salió a la carretera y trató de acercarse a los agentes estos no pudieron apuntar a un lugar de su anatomía que no fuera vital. Tenía como toda arma un cuchillo.
Como nos han informado, los presuntos terroristas esgrimían cuchillos y un hacha, un hacha para los cinco, no una cada uno, y con tan elemental y parco armamento sembraron el terror en Cambrils. La crónica explica que “Había un concierto en directo y todos escaparon como pudieron… la gente se metía en las cocinas por las ventanas, otros pudieron entrar dentro del edificio… apagamos las luces, nos encerramos y cruzamos los dedos para que no entrasen», recuerda una de las camareras. Quienes no pudieron entrar al club corrieron hacia el pub Barlovento…. Allí se llegó a reunir cerca de un centenar de personas. «Venía gente llorando y gritando -describe la tripulante de un barco atracado en los muelles- y les indicamos en qué dirección correr… Ha sido dantesco, el susto de nuestras vidas. Algunos incluso llegaron a escapar a nado antes de que los Mossos los evacuasen en grupos de entre seis y 10 personas”.
Ciertamente los presuntos yihadistas consiguieron aterrorizar a cien ciudadanos con la menor inversión posible: cinco cuchillos, un hacha y un cinturón de explosivos de pega. Claro que el mayor gasto fue el de su propia vida.
Con mucha lucidez Ghanno Gaanimi, la madre de Younes Abouyaaqoub, el posible conductor de la furgoneta del atentado en Barcelona, pidió a su hijo que se entregara porque “es mejor que esté preso a que muera”. El relato de cómo los Mossos abatieron a Younes lo explica perfectamente:
Después de que una vecina y el propio jefe de la comisaría de Vilafranca creyeran haber visto al terrorista merodeando por la zona… se activó el dispositivo de búsqueda y esos dos policías vieron cómo un joven accedía a un camino rural, de piedra, a escasos metros de la puerta principal de la depuradora de Subirats. Arma en mano, se acercaron y le pidieron que se identificara…No dio tiempo a más. El joven se abrió la camisa de manga larga y mostró lo que parecía un chaleco explosivo. Después gritó en árabe: “Alá es grande”. Inmediatamente los dos mossos abrieron fuego contra el individuo. Younes Abouyaaqoub murió en el acto. Con los ojos abiertos. Y el rostro desfigurado por el impacto de las balas. “
Ya se sabe, todo sospechoso de terrorismo, aunque sea de este terrorismo de cuchillos que nos aterroriza a la población europea -que no recibe los bombardeos con drones con que las potencias occidentales obsequian cotidianamente a las poblaciones de Afganistán, Irak, Pakistán, Siria, causando cientos de muertos- será abatido por la policía en el momento de su captura, disparando a la cabeza, aunque sólo esgrima un chaleco explosivo falso como toda arma. Policía que recibirá toda clase de parabienes por su heroica acción.
En 1976 escribí en Vindicación Feminista un artículo sobre la busca y captura del delincuente apodado el Rubio, perseguido en Canarias por ser sospechoso de haber asesinado a un industrial llamado Eufemiano Fuentes. Entonces, unánimemente, tanto los medios de comunicación como la policía como los gobernantes del momento exigían que se le capturara, vivo o muerto, al estilo del Oeste americano. Titulé mi artículo “A los delincuentes se les puede matar”.  En el acoso a que la policía sometió a la familia llegaron a violar a la hermana, actuación que muchos medios comprendieron arguyendo que también era una delincuente. Y escribí otro artículo que titulé “A las delincuentes se las puede violar”. No obtuve más que un clamoroso desprecio por mi sensiblería.
Todos los que luchamos denodadamente contra la dictadura franquista reclamamos que la democracia aboliera la pena de muerte como se estaba aprobando en toda Europa. Una de las condiciones que se exigen al país que pretenda formar parte de la UE es que haya eliminado ese bárbaro castigo. Y entre las garantías para los acusados se implantaron la presunción de inocencia, los varios recursos judiciales que se pueden plantear contra la primera sentencia, la necesidad de presentar pruebas suficientes para ser condenado, garantías todas que existen en los ordenamientos jurídicos de los países democráticos. O por lo menos así lo dicen.
Ya imagino las encolerizadas respuestas de los fascistas, racistas, xenófobos  e ignorantes habituales contra mi defensa de los terroristas. Porque la población ya habrá decidido que esos hombres abatidos por la policía lo eran y merecían ser ejecutados. Contra ellos no tenemos más información que la que las fuerzas de seguridad nos han proporcionado. Ninguna de las víctimas ni de los testigos presenciales de los atentados han identificado ni al conductor de la camioneta ni a los atacantes de Cambrils. Y por supuesto no se han presentado las pruebas en las sesiones de un juicio, pero todo el mundo los da ya por culpables.
Los demócratas exigimos que se aboliera la pena de muerte incluso cuando el acusado hubiera sido declarado culpable de crímenes terribles – naturalmente a nadie se le ocurría, en el siglo XX, que se pudiera condenar a muerte a persona alguna por otros delitos- y después de un juicio justo con sentencia firme, que suponía varias instancias judiciales.
Lo que no podíamos ni pensar es que el sistema democrático permitiera a las fuerzas de seguridad la ejecución pública de los acusados por meras sospechas, y que además aquellas fueran calificadas de héroes y condecoradas por su meritoria actuación. 

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Querida Lidia, esta democracia de pan pringao es lo que tiene. Que la sacas del modelo John Waine y se nos queda en nada. Hecha un dolor.

El trámite de abolir la pena de muerte para formar parte de la UE no significa que la vida humana en el estado español se haya convertido en un derecho universal e igualitario, así por arte de birlibirloque repentino, sino en un simple trámite regulable por ley para lavar la cara al franquismo -pero dejando intactas las legañas y las púas en el corazón patrio-, según el cual no todos merecen vivir por el hecho de haber nacido, a ver dónde vamos a ir a parar con tanto melindre y tiquismiquis, hombrepordiósh!Y a ver si nos aclaramos con shenshatez: sólo merece vivir quien no comete delitos espectaculares y cruentos. Como si los criminales dignos de liquidación in situ estuviesen a la altura de los toros, de los jabalíes de Sierra Morena o de los elefantes de Botswana. 


Un terrorista con 17 años, en España, no es un menor que delinque por comida de tarro, carencia de educación y de oportunidades como son los estudios, la integración social y la formación, y que por eso necesita un terapia rehabilitadora aunque sea en la cárcel, sino una mala bestia con finiquito a lo Puerto Hurraco, que es el modo más cómodo, rápido y polivalente de rematar asuntos penosos que no merecen soluciones civilizadas sino, literalmente, un rápido aquí te pillo y aquí te mato. Muerto el perro se acabó la rabia. Una filosofía que pone los pelos de punta, sobre todo cuando se aplica contra seres humanos marginales (algunos de los terroristas estaban fichados por delitos diversos) y animales indefensos.
Así lo hizo el propio estado con el GAL en su día y hubo mucha gente que lo aplaudió. Parece que tras un cuarto de siglo, las cosas siguen en la misma línea. Y que hasta esa Catalunya estupenda en tantos aspectos y que hasta mira por encima del hombro al resto del territorio "nacional" y quiere el legítimo divorcio geopolítico, está a idéntico nivel ético que Puerto Hurraco o que las huestes policiales que mandaba Cifuentes antes de su reciente conversión a la demoscopia electoral, que no a la democracia. 

No es de extrañar que las lacras heredadas de siglos y siglos se resistan a desaparecer. Si hemos estado así desde la noche de los tiempos, pretender un cambio en cuatro décadas es pedir la Luna. Alemania pudo cambiar en cuanto Hitler y sus esbirros desaparecieron del mapa. Italia cambió tras Mussolini y la Guerra Mundial que le encalomó su dictadura. Pero España no. España solo sabe acostumbrarse a lo que no quiere cambiar porque le resulta demasiado trabajoso y molesto tener que tomar decisiones y cambiar de perspectivas e incluso crearlas, por eso acumula en lo más profundo grandes dosis de miedo y de violencia reprimida, que han formado tanto en su inconsciente como en sus comportamientos, un bloque indestructible de inercias ya imperceptibles por lo habituales. Una espesa y altísima muralla del pasado que le impide cambiar el presente para tener futuro.

A cualquier ser humano normal le repele la violencia, los toros martirizados y la caza como deporte les repugnan y deprimen. En España no. Al contrario, los Sanfermines y los toros embolaos baten el récord de morbo y popularidad, desde siempre. Las ganaderías bravas siguen ahí sin que nadie diga basta, porque dan dinero. En Tordesillas se armó la marimorena cuando Pedro Sánchez dijo que el toro de la Vega debería suprimirse porque es una aberración y hasta el alcalde socialista se puso de uñas con Sánchez porque quería suprimir la tradición del alanceo del pobre animal. El sutil y finísimo  García Lorca y muchos poetas tan sensibles para según qué cosas, o el sesudo Ortega y Gasset estuvieron encandilados por ese "arte" del suplicio y la muerte violenta de animales indefensos y hombres desafortunados en el ruedo y por supuesto, con el telón de fondo, como siempre, del negocio. Es cierto que hace 80 años la sensibilidad humana en general y la española en particular estaban por los suelos. Sólo así se explica el nazismo terminator y que Einstein, par arreglarlo, cediese sus descubrimientos sobre la desintegración del átomo para que EEUU montase la de Hiroshima y Nagasaki .  Pero al paso del tiempo, aquí seguimos en las mismas: Spain is different en lo peorcito. No cambia. Y además está encantada con su condición de inmutable.

Nuestra España cañí, no solo no ha remontado el cepo de la ley del Talión que Jesucristo abolió en la práctica con su vida y su mensaje, es que la ha convertido en normalidad desde los tiempos de Don Pelayo, como mínimo, es que la ha "cristianizado" católicamente con la inquisición y el santo oficio a tutiplén, y además para rematar, la ha ido exportando a sus antiguas colonias. Sólo hay que echar un vistazo a Hispanoamérica para comprobar 'la herencia recibida'.
Por todos esos motivos y algunos más, a casi nadie le impacta la liquidación in situ de los terroristas. Y me incluyo en el lote. Lo confieso.  Hasta que leí a Carlos Bollero y a ti, ahora, Lidia Falcón, yo misma estaba envuelta, sobre este aspecto, en esa maraña hereditaria e inconsciente de la costumbre, en la inercia social y opaca de lo monstruoso sin que esa vendetta oficial me produjese algo más que tristeza y desazón. Pasaba las hojas de mi compromiso vital sin leer despacio los renglones espeluznantes de la actualidad más allá del shock, desde la perspectiva de una verdadera revolución integral de la conciencia.  

Arrebatar el don de la vida no es justo en ningún caso. Siempre es un crimen, aún, en la socorrida 'defensa propia'. Mil veces lo he pensado y sentido: si tengo que elegir entre matar a otro para poder vivir, prefiero morir antes que matar y convertirme en aquello que me horroriza y me degrada. El asesino de asesinos sufre la misma mutación que el Dorian Gray de Wilde. No valdría la pena vegetar sin conciencia y sin alma por los desiertos de un mundo tan horrible como una misma. Siempre lo he visto claro y en su día hice lo que pude porque desapareciera la pena de muerte. Y sin embargo ante este caso-aluvión de los terroristas abatidos, aunque he sentido por ellos la misma compasión que por sus víctimas, no me he parado a pensar en la crueldad de un sistema legal que permite abatir sin piedad ni conciencia, colocándose a la misma altura y maldad de los asesinos abatidos, con el atenuante de ser ejecutores de una justicia sui generis e improvisada que barre para adentro cuando se trata de sus asuntos, con los mismos argumentos y pistolas en ristre que aquellos que en su día mataron al Ché Guevara también por terrorista o a Salvador Puig Antich. El miedo y la violencia nos deshumanizan exponencialmente, cuantas más 'razones' se añaden y con cuantas más leyes se justifica  la venganza "justa", más conciencia quitamos a nuestras vidas y a nuestra sociedad.
Esa carencia de reflejos compasivos y empáticos es sin duda un síntoma preocupante de sociopatía rutinaria aceptada como algo natural por una inmensa mayoría a medio despertar o, descaradamente, dormida como un tronco. No creo que ya en el siglo XXI se tenga como normal ni compatible con la propia vida, seguir con esos "tics" y que además se consideren no sólo competentes y "legales", sino hasta heroicos y dignos de aclamación popular.

Tenemos tanto que cambiar en lo personal como en lo colectivo...



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