lunes, 21 de agosto de 2017


Trabajar para el enemigo

Aceptar y repetir su relato y su lógica siempre ha resultado una de las más efectivas formas de trabajar para el enemigo
Nada legitima más al odio que el discurso del odio











Hogar Social Granada despliega una pancarta a las puertas de la mezquita
Hogar Social Granada despliega una pancarta a las puertas de la mezquita
Ocho de cada diez victimas del terrorismo yihadista son creyentes musulmanes. De cada diez atentados que perpetran, nueve se producen en países de mayoría musulmana. Los atentados, el terror, la muerte y la tragedia, todo lo que se acaba de vivir en Catalunya, constituyen el día a día de millones de creyentes musulmanes victimas del mismo odio y el mismo fanatismo.
No los matan por ser europeos o defender los valores de las democracias occidentales. Los matan porque en su camino hacia la victoria y la gloria prometida los terroristas asesinan indiscriminadamente a todo aquel que no comparta su idea del islam y del mundo. No es una guerra, es una matanza de ciudadanos inocentes.






Todos aquellos que pretenden entender o analizar sus crímenes desde la lógica de la respuesta a años de dictaduras y guerras, evidentemente patrocinadas por un occidente codicioso del petróleo o el gas, deberían preguntarse cómo encaja en ese razonamiento la evidencia de que asesinan sobre todo e indiscriminadamente a quienes afirman querer liberar.
Todos aquellos que abrazan con pasión la charlatanería de la guerra santa y la guerra contra occidente y los valores que teóricamente representamos debería preguntarse si no es eso precisamente aquello que más anhelan los asesinos. Verse reconocidos como soldados de su Dios en una guerra santa donde sólo sirve vencer o morir.
Resulta estremecedor comprobar con que facilidad los charlatanes de la guerra santa señalan y amplían el circulo de sus enemigos: primeros son los terroristas, luego los islamistas, luego los musulmanes, luego todos esos progres y buenistas idiotas que no entienden que estamos en guerra, luego los gobiernos buenistas y sus votantes idiotas, luego los gobiernos que no movilizan a los ejércitos y empiezan a contraatacar y así hasta que al final sólo quedan ellos.
Existen muchas formas de trabajar para el enemigo. Aceptar y repetir su relato y su lógica siempre ha resultado una de las más efectivas. Nada legitima más al odio que el discurso del odio. 

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Quizás, Antón Losada, el triunfo redondo del sistema autodestructor que estamos creando y manteniendo entre todos, asentado en los cuatro puntos cardinales de nuestro mundo, sea, precisamente, que el miedo, el odio y la violencia vayan  de la mano y hasta se conviertan en "ideales", en diversos registros, que hostigan y hacen imposible el entendimiento y la convivencia entre las culturas, los países y los seres humanos en general. Esa imposibilidad básica, frustra en su raíz las mejores iniciativas, es decir, la justicia, la igualdad, la ética, la empatía, la libertad, la compasión, el respeto a la diversidad y el equilibrio ideológico, la belleza de las buenas iniciativas y, por todo ello,  la posibilidad de vivir en paz y fraternalmente. La víctima universal es la conciencia de los seres humanos y por ende, los mismos seres humanos interdependientes de esa conciencia, cuyo nacimiento y manifestación depende del estado evolutivo de los individuos y, obviamente, de la especie, que al parecer tiene, -tenemos-, cada día más difícil alcanzar esa realidad humana que en teoría debería ser nuestra esencia y nuestro mejor plan de pensiones cósmico, pero en la práctica es un arma letal, que funciona por intoxicación contagiosa de emociones, malos pensamientos y pésimos actos destructivos, aunque muchas veces vayan disfrazados de lógica, de ciencia y de credos ideológicos y/o religiosos. 

Sin haber alcanzado una mínima madurez como masa crítica para crear una ecología existencial sana e inteligente, habitable , y con un sentido que valga la pena sostener y expandir, la especie y los individuos se han ido engolfando en un mundo de efectos especiales instantáneos. En un superficial y estúpido juego interactivo entre los tronos y el hambre. En ese marco cabe todo, desde el heroísmo a la atrocidad, con el agravante de que sin más ética que internet y el cortoplacismo del impacto súbito en las redes, heroísmo y atrocidad se han fundido emocionalmente en plan acción-reacción, donde tiempo y espacio empiezan a formar parte de la postverdad, o sea, de la mentira existencial. Un terreno alienado y líquido, que a veces ya es gaseoso por la inconsistencia, pero mucho más dañino por la inmaterialidad de lo ficticio, donde la realidad tangible que atrapa y abduce, ya sólo es imagen y sonido. Eco sin voz ni mensaje que despierte y en paralelo, el jolgorio y el tumulto arrollador que arrolla todo y no permite pensar ni sentir, sólo accion-reacción autómata. Eso se convierte y se materializa en el trauma por el trauma,  el destrozo y el desastre colectivo. 
Vivimos colectiva e individualmente, en una burbuja depredadora y destructiva de todo y de todos, in crescendo, sin tener conciencia de las dimensiones y de la voracidad de nuestro invento. 


Desconocemos lo esencial, como por ejemplo, que cuanto más repetimos y machacamos los males que detestamos, más los invocamos y publicitamos a los grande, les damos forma, potencia y cuerpo, les inyectamos fuerza y sustancia, creando verdaderas hecatombes. Basta que uno tema algo y lo repita constantemente, para que ese "algo" temible suceda en la realidad. Somos creadores del mundo que padecemos, pero como nos han dicho durante milenios que todas nuestras desgracias y felicidades dependen de los caprichos de divinidades remotas, en plural o en singular, hemos desvivido y desperdiciado los tiempos y espacios para crecer de verdad, dedicándolos a atraer sobre nosotros la imaginaria protección de diversas entidades inmateriales, que sólo los locos o los manipuladores, aseguran haber visto alguna vez. Lo cierto es que todo lo que nos sucede es de nuestra manufactura. Made in ego

Una vez invadido el Planeta por ese estado general de debacle, todo se vuelve contra nosotros mismos. Hasta la naturaleza y el cosmos, que están "contagiados" de nuestro desorden y despiste universal. La física cuántica tiene mucho que explicarnos aún sobre este proceso.
Ese terrorismo que sufrimos como consecuencia de nuestros desajustes y torpezas individuales y globales, se manifiesta de repente en una masacre, a veces premeditada, justificada  y consensuada políticamente como las guerras "buenas" y las invasiones "justas", o las crisis del déficit yanky -que vendiéndose arruina el mundo, mientras crece exponencialmente su Reserva Federal-, a veces salta sin previo aviso y en petit comité como los actos violentos que incluyen la autoinmolación en el mismo crimen que se perpetra contra el prójimo. La única salida "racional" que el sistema nos permite, es dividirnos en víctimas y verdugos, en buenos y malos. En vencedores y vencidos. En creyentes devotos o en herejes perversos. En poderosos y menesterosos, con una tierra de nadie de por medio, la de los indiferentes y melasudistas, que se van acoplando a lo que haya. Y así, siglo tras siglo, nuestro sistema se reduce a una ruleta rusa, en la que nos obligan (nos obligamos en realidad),  a jugar por narices, y mientras lo consintamos en lo público y en lo privado, mediante leyes y delitos, mediante tensión constante que nunca nos permite la libertad y la independencia íntimas, para poder discernir como conseguir limpiamente la libertad e independencia colectivas.  

El sistema autómata que nos aprisiona lo programamos y aceptamos entre todos. A las élites que lo manejan desde el puente de mando las elegimos nosotros mismos con nuestros votos y devociones no elegidas, sino paradójicamente, autoimpuestas y dogmáticas, con nuestro consumo devorador de sus pócimas maravillosas y narcóticas. La droga material es sólo la metáfora de la droga menos evidente, empantallada, publicitaria, mediática y mercantil. Emocional. 

Las encuestas solo preguntan sobre opiniones puntuales, lógico, solo se ocupan de investigarnos para hacernos carne de consumo a todos los niveles. Resulta chocante que con tantas investigaciones sociológicas nunca pregunten algo como ¿para qué cree que ha nacido usted?, ¿cuáles son los motivos por los que usted vive? ¿le llena la vida lo que tiene o le falta algo más cuando se para a pensar más allá de la lista de la compra y los tópicos?, ¿se siente usted libre o se siente manejado por lo que no puede elegir?, ¿piensa usted que todo se reduce a tener amigos y enemigos o cree que se puede vivir más allá de esa rutina mental?, ¿odia usted a alguien o algo?,  ¿puede explicar cómo ha llegado usted al odio?, ¿qué cree que hay o no hay en usted para que el odio se produzca cuando se ve envuelto en lo que le asusta y no tiene herramientas para gestionar?
Es posible que si se ayudase a los seres humanos a hurgar en sí mismos con serenidad y salud psicoemocional, las inercias y mecanismos del terror se fueran deshaciendo por sí mismas. Somos las células de la sociedad global. Un cuerpo sano no es posible si sus células mayoritariamente están enfermas y ni siquiera lo saben. Todas parecen estar de acuerdo en una sola cosa: piensan que las células enfermas son las otras. 

Buscar las bases del terrorismo en la superficie de lo aparente, -por muy cruel que sea no deja de ser la superficie de la enfermedad y no las raíces-, es una fracaso asegurado. Si no son los fanáticos religiosos los terroristas lo serán las pirañas políticas y económicas sedientas de poder, triunfos y dineros a las que la vida de los otros les importa tanto como a los asesinos dogmáticos. Si no es la muerte violenta por fanatismo, será la muerte igualmente violenta cada día de miles de personas en accidentes de tráfico, por delitos de sangre, por intoxicaciones alimentarias, medicamentosas o medioambientales. O por recortes o por suicidio desesperado cuando han perdido trabajo, salario, casa y derechos. O país, familia y tierra bajo sus pies por causa del macro-terrorismo estratégico de despacho y portafolios. 

Lo que resulta incomprensible todavía a estas alturas de la historia es que sólo produzca rechazo la visibilidad de lo cruel. El espectáculo gore. Los miles de seres humanos que diariamente matan las armas, la sequía, las hambrunas, las avalanchas de fango -ya no existen los bosques que hacían de guardianes del equilibrio natural y ahora son muebles de lujo en los despachos de los depredadores-, y las epidemias, la enfermedad del abandono, más  la irresponsabilidad y la avaricia de los "buenos", deberían provocar en nosotros, al menos, la misma reacción que las 14 víctimas en Catalunya. Pero no es así, está clarísimo.
Mientras ese cambio no suceda, todo lo que queda de este presente sin futuro, es la repetición de la misma triste y etnocéntrica escenografía y carne de manipulación de la que los mismos que destruyen la vida, sacan tajada para seguir en el mismo plan. 

El hombre propone y el hombre dispone. Si hubiese un dios capaz de disponer y premiar algo tan horrendo sería un monstruo del que liberarse no una fuerza espiritual digna de tener en cuenta y mucho menos de adorar . Las religiones que matan son locura y miseria. Una desgracia y una rémora para la humanidad en evolución hacia el despertar consciente a su transcendencia, a su sustancia divina, cuanto más humana y amorosa, más aterrizada y más universal.

Es tremendo que el hecho de que las tres religiones que proceden del Libro de los Libros, o sea de la Biblia, sean las más sanguinarias, fanáticas, soberbias, crueles y avariciosas del mundo. Judía, cristiana y mahometana. Vaya trío de ases exterminadores. Qué vergüenza planetaria. 
Vino Jesús a intentar la liberación pacífica de esa espiral de horrores y manipulaciones, y tan asustado como defraudado el  discípulo Juda lo entrega al sistema; se lo cargaron y no sólo eso, es que han usado el evangelio liberador para convertirlo en herramienta de muerte, venganzas, invasiones, tiranía y miseria universal. La "guerra santa" como dogma religioso es un crimen planetario del que los limpios de corazón y por eso, lúcidos, se alejan sin retorno.

Sólo cuando esos millones de afectados de larga duración por tales pías aberraciones vayan cambiando y abriendo el corazón y la mente a la luz del espíritu, desde dentro de sí y no desde iglesias, sinagogas y mezquitas, entenderán y serán entendidos. Y entonces habrá paz sin necesidad de más guerras que intentan separar lo que el universo divino y humano, material y energético, ha unido desde su origen, en una misma especie fraternal, que dividida y rota se destruye a sí misma, pero que si descubre el poder ilimitado del amor, saldrá fortalecida y regenerada de todos sus propios errores y entropías mortíferas. Sólo el amor tiene el poder de hacer ese trabajo desde la conciencia individual y colectiva.



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Para comprender un poco la realidad en  que estamos inmersas hacen falta dos aspectos complementarios: el estudio y la observación de los hechos puntuales y el estudio analítico en paralelo integrado en el marco antropológico e histórico en que se desarrollan los hechos del presente como parte de un todo orgánico que fluye en el tiempo: la humanidad como tejido vivo que se transforma mediante las conductas de los seres humanos, desde que estos son los agentes más activos e influyentes en la morfología del Planeta.
Nada está aislado aunque lo parezca. La fuerza mental humana tiene una potencia ilimitada que va mucho más allá de las barreras  físicas. Por ejemplo, la difusión de ideas conectadas con las emociones tales como el miedo, la inseguridad, la rivalidad, la ira, la venganza o la supremacía violenta de cualquier tipo, religiosa, racial, ideológica, machista, homófoba, etc..., es mucho más rápida que cualquier otro tipo de 'transporte', la pólvora y la chispa que se juntan.
El "hábitat" de todo el proceso es el sistema que sostenemos y nos sostiene. No es malo por ser un sistema, es malo porque nos impide evolucionar sin consecuencias fatales para unos u otros y eso es lo que nos divide y que es una brecha insuperable que deriva en el enfrentamiento y choque inevitable, aunque se vayan haciendo estrategias para retrasarlo.

No se puede ser "antisistema", eso es una aporía. Pero sí deberíamos ya colocarnos inteligentemente frente a este sistema, sin combatirlo, sino elaborando en paralelo el nuevo hábitat necesario, para que la caída total en el vacío, no sea una hecatombe global.  Tener un sistema es vital para organizar la vida, los recursos, la relaciones y las necesidades, por eso, cuando el sistema que hemos ido modificando durante siglos, sin demasiado éxito para la evolución de nuestra especie y exterminador para las demás especies y la vida del Planeta, está claro que ya no sólo no sirve, es que está en estado de descomposición y se ha convertido en mortal de necesidad para el presente y el futuro de la especie. Como dice Ilya Prigogine, Nóbel de Fisica hace años, cuando un sistema desarrolla una entropía imparable, quiere decir que hay que abandonarlo y comenzar una salida, una bifurcación. Nada de empeñarse en recapitular ni en remendar aquello que está más que roto, deshecho, de modo que cuando metes la aguja a lo Susana Díaz, para recoserlo, el sistema se desgarra más aún y acelera su desintegración necesaria en tal estado, para que la energía de todos se pueda emplear en  la creación y puesta en marcha del nuevo mundo sistémico. Ahí la unidad se hace sustancia sine qua non. No para combatir nada ni a nadie, sino para construir las bases mínimas necesarias del bien común para la supervivencia. Los fanatismos derivados de un Islam mal interpretado, han captado también esa onda pero la interpretan al revés, la descodifican en el viejo estado evolutivo de las guerras santas del medievo. Y el sistema aprovecha la ocasión para utilizar ese empujón agónico y fiero, como les sucede a los animales cuando se ven acorralados y a punto del exterminio.

Ese terrorismo islámico y el terrorismo cristiano-racista con Trump a la cabeza y sus palmeros europeos, rusos o saudíes, es el síntoma agudo de un mal terminal del propio sistema que está en las últimas y delira hasta pensando en escapar del Planeta desolado mediante una tecnología aeroespacial que le saque del infierno que se ha creado globalmente y abandone a su suerte a los millones de idiotas que han hecho de su vida un servicio incondicional a la causa terminator. No otro es el fin del carísimo  proyecto de investigación que se lleva a cabo en Suiza mediante el acelerador de partículas (que parece estar inspirado en Contact aquella peli de Jodie Foster), y con cuyo presupuesto anual desaparecería el hambre del mundo. Se equivocan, pero no tienen capacidad para verlo.

Al resto de humanidad no nos deberían entretener las paranoias de los fósiles sistémicos ni sus exhibiciones terroríficas mano a mano. Cuando haya estallidos de violencia y muertos inevitables, no les hagamos encima al caldo gordo y la propaganda gratuita. Seamos lo más austeros y contenidos posible en nuestro dolor, pensando en la cantidad de muertes diarias que el terror del sistema provoca en todo el mundo (una media de 200 ahogados cada día en el Mediterráneo nos deberían centrar en lo imprescindible que supera el impacto de lo inmediato), acompañemos a los familiares, ayudemos a que estén bien atendidos, pero no sigamos la parafernalia mediática ni seamos los palmeros de quienes bajo el disfraz de la institución, facilitan que el sistema siga matando. Desconectemos de las tertulias viscerales y manipuladas. Hagamos que esas conexiones no sean rentables, con un buen bajón de audiencias en los programas morbosos y carnaza, seguro que cambian de orientación y pasan de la casquería al análisis serio y creíble cuando les bajen los ingresos por publicidad.

Mientras tanto, hay que asociarse, acercarse a los barrios y a las familias migrantes, solicitar en los ayuntamientos y barrios la atención a la educación de sus niños y jóvenes, para que se integren, respetando su forma de vestir o de cubrirse la cabeza, sus creencias originales e invitarles a participar en las AAVV y ser amigos y compañeros de espacios. Ayudarles también cuando son manteros, como en Valencia se hace, respetando la única forma que tienen de sobrevivir sin tener que humillarse delinquiendo por necesidad. Con amor, solo con amor práctico, se vence el odio. Y se puede salir de un sistema muerto y podrido, para crear otro vivo y palpitante.

Uno de los alumnos de castellano del centro de refugiados, un chaval de Costa de Marfil, me dijo hace unas semanas, al acabar la clase:

-Sabes, Sol, en mi país casi nadie tiene el pelo como el tuyo (mi pelo es gris casi blanco).

-¿Y eso, por qué?

- Porque se mueren muy pronto. Llegar a los cincuenta años es ya un milagro. No tenemos casi abuelos y los padres y madres se mueren muy jóvenes. Por eso me vine a España, para poder vivir más años y no morirme casi sin haber vivido. No quiero que me maten en la mezquita o por la calle como les ha pasado a muchos amigos y familiares.

El sistema se pudre cada día con la muerte de los inocentes.

No me duelen más las víctimas de Barcelona y de Cambrils por ser de mi cultura. Me duelen todos y todas con la misma intensidad. Y mis lágrimas se reparten sin fronteras. Como el viejo sistema, pero en sentido contrario. Con el amor que nace nuevo cada día y no sabe de colores de piel, de dogmas ni de ideologías.



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