El deseo
Puede decirse que la historia de la humanidad es la historia del deseo.
Desde la aparición de las urbes, las monarquías y las religiones, la
respuesta a la pregunta '¿Qué desear?' indefectiblemente conducía a lo
'bueno'. Deseo esto porque es bueno. Lo bueno circunscribía, por lo
tanto, el objeto de lo deseable, quedando fuera de foco aquello que no
aprovechaba a la monarquía o a la religión. Si había algo a l
o que el rey o los dioses, si no a ambos de forma indisoluble como
ocurría con las monarquías de origen divino, no consideraban apropiado
simplemente no era deseable. En caso de duda, se recurría a la mazmorra,
el manicomio o la pira.
Fue el humanismo y la ciencia los que
desplazaron a las fuerzas telúricas del centro de la vida de las
personas y hoy es ese mismo humanismo, ese 'yo' inapelable cargado de
deseos, el que corre riesgo de pasar a la historia.
A la pregunta de '¿Qué desear?' los monoteísmos contestaban: 'Dios'. El
Estado decía 'El Rey', el Rey decía 'El Estado' y el budismo, que no es
una religión, simplemente se encogía de hombros y predicaba no desear
(lo que me recuerda siempre a esa novela espeluznante de Delibes, 'La
sombra del ciprés es alargada', donde su protagonista renuncia a vivir
para no pagar la factura por vivir). Luego vino Lacan que dio carta de
naturaleza al hombre como 'sujeto de deseo'. Y después Deleuze quien
dijo que algo no es deseable porque sea bueno, sino que es bueno porque
lo deseo. Esta fue la apoteósis del proceso a que ha conducido
el humanismo: el hombre sin ataduras, incluso a contrapelo de la moral
mayoritaria.
Pensamos que
el humanismo va a existir siempre como la democracia o el liberalismo
(su vicario en la Tierra), pero echando una vista atrás, pongamos que
desde el año 2000, el mundo ha cambiado tan drásticamente que nadie
puede exactamente predecir el futuro inmediato.
Muere en el mundo tres veces más gente por ingesta de azúcar que por conflictos bélicos.
El mismo concepto de trabajo, ante un universo de máquinas, tiene los
días contados. Nuevas reglas sociales regularán la existencia de los
hombres productivos y de los no productivos.
Las mismas instituciones van dejando de ser representativas para ser
gobernadas por tecnócratas que no han sido elegidos ni rinden cuentas,
pero que toman decisiones 'por nuestro bien'.
La medicina se centrará más en mejorar a los humanos (que puedan
pagárselo) que en curarlos. Viviremos tantos años (el que pueda
pagárselo) que nos hartaremos de vivir.
'Big data', ese monstruo que alimentamos con nuestros datos con la
inconsciencia de un niño, ha convertido en obsoleta la administración,
incapaz ni con millones de empleados públicos de digerir el torrente de
datos que generamos. Ergo, las administraciones son meras gestorías (ineficientes) y el empleo público mutará.
Nuestro coche no arrancará si el ordenador de a bordo concluye que no hemos dormido bien. 'Por nuestro bien'. Y lo aceptaremos.
La educación ya dejó de ser el gran trampolín para el salto entre
clases sociales porque las élite se han cerrado a los advenedizos.
La
clase política se reproducirá con individuos de la élite, dejando fuera
a la mayor parte de la población. Votar cada vez tendrá menos
influencia en nuestras vidas.
El mismo concepto de revolución política ha periclitado. Puede que haya
una revolución cultural, que levante a cada hombre y mujer
individualmente y por yuxtaposición genere nuevos estados de conciencia
colectiva, pero en el mundo interconectado los procesos revolucionarios
de corte político están llamados al fracaso. Y si no, que se lo
pregunten a los árabes: ninguna de sus 'primaveras' ha tenido éxito.
Las nuevas reglas del juego han quedado fijadas y ni nos hemos enterado.
Pongo un ejemplo. Imagine que le guste el fútbol, imagine que le guste
mucho mucho el fútbol (si realmente le gusta mucho, le felicito, yo no
llego a tanto), pero que:
-Podrá asistir al campo pero no cambiar las reglas de juego (la complejidad del juego excede su comprensión).
-Podrá ser espectador pero nunca jugador (usted nunca formará parte de la élite).
-Podrá dar su opinión sobre la alineación pero nunca tendrá la decisión final (para eso está el míster al que le paga).
Esto cabrea bastante, pero cabrea más pensar que ha sido creado con su
consentimiento, o mejor dicho, con su abulia. Por supuesto podrá
alegrarse del éxito o entristecerse con el fracaso de su
equipo, pero sus sentimientos no tienen trascendencia.
-Podrá...
-Deseará...
Pero '¿Qué desear?' sigue siendo una pregunta pertinente. ¿A qué
llamaremos en el futuro lo 'bueno'? Si la felicidad es lo que produce
placer, ¿cuál será el buen placer deseable? ¿En el fondo preguntarse qué
desear no es preguntarse qué queremos ser?
No creo
que la respuesta esté ya a nuestro alcance. Por falta de información y
por falta de capacidad de decisión. Digamos que alguien o algo decidirá
por nosotros. Más bien algo. Por nuestro bien, con nuestro
consentimiento. El datismo arrinconará al humanismo con la ayuda de la
ciencia. Ellos sí tienen la respuesta.
Nota: Si ha
llegado hasta aquí, sufrido lector, alabo su paciencia. Si no en mi
descargo, sí como atenuante baste decir que cuando escribo estas líneas
es fiesta en Santander, los periódicos tienen las páginas en blanco y
además llueve.
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