jueves, 24 de agosto de 2017


Elogio de la libre información

En democracia existe un régimen de libre flujo de información y de contrapeso de poderes que no es compatible con la utilización única de fuentes oficiales de información









Uruguay reitera su "enérgico rechazo" a los atentados terroristas en cinco países
Efectivos policiales en el lugar del atentado de La Rambla de Barcelona. EFE
Muchas veces pienso que sería mucho mejor que dejáramos de actuar como si las redes sociales fueran la vida. Ciertamente creo que nos ocupamos demasiado de ellas. A fin de cuentas, de los millones de personas que se han informado en días pasados sobre los trágicos atentados de Catalunya, ¿cuántos lo han hecho a través de redes sociales y cuántos por los medios tradicionales? En Europa estamos lejos aún de las disfunciones que está produciendo en Estados Unidos ese número ingente de votantes cuya fuente principal de información es Facebook. Las consecuencias de este cambio de paradigma están ahí, por lo que no es preciso insistir en que son inquietantes.
No obstante, como yo sí andurreo por las redes sociales, me decido a tratar algunos de los mantras recurrentes y machacones, y no por ello más acertados, que han circulado estos días por ellas. Uno de ellos es el de aceptar que la única información buena y aceptable en unas circunstancias tan dramáticas como las de un atentado es la información oficial. El aviso que los Mossos y otras policías hicieron y hacen sobre la no difusión de bulos y la utilización de fuentes oficiales entiendo que se refiere a los ciudadanos en general. Muchos lo tomaron al pie de la letra y emprendieron una especie de cruzada contra los medios de comunicación y los periodistas a los que llegaron a imprecar por dar informaciones que "aún no eran oficiales" en la cuenta de @mossos.  

La intencionalidad del mensaje policial era clara: evitar que las redes se llenaran de mierda. No obstante, me da miedo que los ciudadanos acepten tan fácilmente, y con el ímpetu de una cruzada, que en caso de atentado grave la única información que debe fluir es la oficial y que los medios de comunicación deben acoplarse a ella y al ritmo que las autoridades policiales marquen. Eso, me van a perdonar, no sería una expresión de ciudadanía sino de un tipo de régimen que difícilmente se compadece con la democracia.
En democracia existe un régimen de libre flujo de información y de contrapeso de poderes que no es compatible con la utilización única de fuentes oficiales de información. Los periodistas, más que nadie, sabemos que las fuentes oficiales pueden estar envenenadas en alguna ocasión y, en otras, simplemente fluyen al ritmo y con el contenido que los gobernantes creen conveniente. La comunicación de crisis de la policía catalana y de la Generalitat ha sido muy buena pero eso no invalida el aserto general. ¿Se acuerdan del sangriento 11 de marzo? ¿Se acuerdan de cuánto tardó el gobierno de Aznar en aceptar que no iban a poder esconder la verdad de los atentados? Mal hubiéramos ido si los periodistas no hubieran sondeado sus propias fuentes y hubieran comenzado a pedir explicaciones.
Así que, a pesar de que la información oficial haya fluido con el caudal que la policía ha estimado conveniente, eso no invalida el esfuerzo periodístico por ampliarla, completarla e ir más allá. Esa es la esencia del periodismo. Dar información veraz y darla lo más pronto posible. Eso lo recuerdo para los que dicen ahora preferir que la información llegue más tarde pero que "sea buena". La noticia es por principio urgente. Respecto a la veracidad, el propio Tribunal Constitucional, ha hecho en su jurisprudencia una muy buena definición de qué es esto de la veracidad y de la obligación del periodista de ceñirse a ella. El periodista está obligado a ofrecer en cada momento la información veraz de que se dispone EN ESE MOMENTO. El periodismo no tiene como objeto solucionar los casos o resolver los dilemas antes de que lo hagan los encargados de ellos y hacerlo sin errores. No, en absoluto. El periodismo avanza informando a los ciudadanos en el mismo sentido que lo hacen las investigaciones, a veces de forma pluriforme o diversa, errática en otros momentos. Así es como se logra la resolución judicial y policial de los asuntos y así es como se lo contamos.
Los periodistas pueden y deben utilizar fuentes extraoficiales o de cualquier tipo para ofrecer información adverada. La vieja regla de las tres fuentes diferentes para dar un hecho por confirmado debería seguir rigiendo, aunque creo que hay redacciones banalizadas y precarizadas en las que ya no se practica una exigencia tan elemental. Así que admitiría que se hicieran reproches concretos, que se criticara a un medio u a otro ésta u otra cuestión, pero la descalificación global del periodismo a favor de la información de los Mossos como única fuente no puedo aceptarla.
Los que claman en las redes sociales tampoco lo hubieran hecho, en realidad, porque cuando se produce un hecho de tal violencia y tan radicalmente injusto, lo primero que precisa el imaginario colectivo es entender qué está pasando y contextualizar la situación y eso no lo consiguen unos tuits oficiales y unas ruedas de prensa. El periodismo corre porque es la sociedad la que tiene prisa por entender. No se confundan.
Otra de las cuestiones suscitas hasta la extenuación ha sido la de la publicación de imágenes de los atentados. De nuevo considero que las advertencias sobre la no difusión de imágenes en bruto se refería a las tomadas por esas personas que de forma inane se saltaron su obligación legal y moral de auxiliar a las víctimas para dedicarse a grabar con sus teléfonos. Jamás un periodista gráfico o un cámara hubiera ofrecido esos vídeos en bruto con comentarios totalmente deshumanizados y fuera de lugar que fluyeron por las redes. Sé que este medio decidió no ofrecer fotografías, pero esa es una opción que no invalida la idea de otros muchos diarios de todo el mundo de ofrecer la realidad, tamizada por la deontología, la cual marca el criterio de elección.
Muchos tuiteros se agarraron al tema como si hubieran descubierto una fuente inagotable para fustigar a los medios, pero no repararon en que casi todo lo que saben sobre el mundo que les rodea, también lo trágico, lo percibieron a través de las elecciones y el criterio profesional de los periodistas de todos los tiempos. El debate ético sobre los límites entre el deber de informar y la dignidad de las personas se ha producido entre los periodistas en todas la épocas y es un debate en permanente avance. Puedo decirles que la opción de ocultar la miseria que provocan los terroristas, incluso para no amplificar su terror, se ha barajado muchas veces pero siempre se ha encontrado desproporcionada, inútil y peligrosa.
En estos tiempos abruptos sin matices y sin precisión en el debate, reivindico un regreso del periodismo a los cuarteles de invierno de la ortodoxia de las normas de la profesión. La urgencia por informar no justifica el burdo error. Ese es un axioma que nos grabaron a fuego en la Facultad. Quizá hay que repensarse ese afán, también periodístico, de pensar que las redes son la vida. Ni nos va la vida en unos clics ni las redes son las únicas y mejores fuentes.
Pensemos y repensemos un periodismo de calidad, estoy de acuerdo, pero en el linchamiento del mejor oficio del mundo –Camus, dixit– no cuenten conmigo. Y tengan cuidado con hacerlo. El poder y las fuentes oficiales son peligrosos y hace falta que haya profesionales preparados para saber dónde beber. 

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Lúcida como siempre, Elisa Beni. La libre información es imprescindible para la salud democrática, claro que sí. Otra cosa es cómo se gestione su difusión y qué intenciones, deontología, habilidad o torpeza tenga cada periodista o cada empresa mediática a la hora de administrar ese cuarto poder, que como decía Cantinflas en una de sus pelis geniales, muchas veces se puede quedar en un simple y a la vez manipulable "no poder salir del cuarto". 

Y eso pasó la tarde del jueves 17 de agosto cuando toda la vida mediática española se volcó, no sólo en dar la noticia del ataque terrorista, como es su obligación indiscutible, sino en hacer del terror durante horas y horas, el protagonista absoluto de todo. El terror consiguió su objetivo: hacerse el amo de la calle, de los medios y de la atención de millones de personas, que es su obsesión y finalidad primordial, como su nombre indica (terror/oris:espanto,pánico;terrare: aterrorizar). 
En esa latitud inextensa pero a la vez supertensa y rebosante de datos que se afirman y contradicen constantemente en catarata, tal vez los periodistas metidos en su oficio hasta el cuello en esas circunstancias, y puede que, como les pasa a los políticos en pleno oficio y trabajo institucional, no se den cuenta de que  la proclama  urbi et orbe del terror paraliza las funciones lógicas de  la mente y de las sensaciones humanas e impide una percepción equilibrada de lo que está pasando, para convertirse en un "sentir" automáticamente lo que  nos están contando con imágenes deslavazadas en cadena y comentarios desarticulados por el mismo espanto muy natural de los testigos narradores, desde el lugar de los hechos. 

Ejercer así la información de modo masivo y unívoco, donde todas las cadenas informativas están proclamando sincrónicamente el mismo espanto sin parar hace que el periodismo entre en el bucle twittero o feisbukero, pero con el agravante de que no tiene respuestas de nadie que le puedan hacer pensar en que tal vez se esté yendo de varas y haciendo el juego a la misma atrocidad que denuncia, convencido de que está  cumpliendo su deber profesional. Donde nadie puede decirles directamente y con razones, y no con insultos, "no es adecuado el modo en  que estás trajinando este momento, podrías mejorar el tono, los tiempos y esa persistencia redundante de martillo pilón en el mismo clavo."
¿No sería bueno y bastante más útil hacer un hueco a la serenidad y un repaso inteligente y sereno a lo que significa el bien común también en la manera de informar?

Es obligación moral que el periodista informe desde la verdad. Pero también lo es hacerlo desde un eje ético central de la conciencia colectiva y no sólo desde las propias convicciones; también es obligatorio que cualquier profesional de los asuntos públicos, sean institucionales, empresariales, informativos, comerciales o religiosos, culturales o educativos, tengan como fundamento el bien colectivo y el individual, más que tantas prisas por ser los primeros en dar el trending topic. No se debería poner jamás por delante de ese bien ni siquiera la praxis profesional perfecta, ni la ideología más pura ni los códigos a rajatabla de las mejores leyes. Una verdad comunicada con torpeza y desaliño ético, con datos erróneos e imprecisos porque lo importante es hablar y salir a escena aunque no se diga nada de enjundia, que confunde más que aclara, aunque sea un bombazo informativo, hace tanto daño a la coherencia y credibilidad de la información como una mentira contada con pericia profesional. 

No todo vale en los métodos informativos aunque la información sea cierta. La verdad para que no caiga en saco roto debe ir acompañada de la lucidez y de la responsabilidad de considerar causas y efectos. Para eso está el análisis del receptor cuando descodifica contenidos y formas y distingue el trigo de la paja y de la cizaña. Pero es evidente que no toda la audiencia está concienciada para ejercer su libertad a la hora de discernir. Los terroristas ya cuentan con ese factor y lo aprovechan como agua de mayo. Aterroriza que algo queda. La prensa seria, responsable y lúcida debería tenerlo en cuenta a la hora de los campanazos del pánico, de la inseguridad y de los brotes del odio. Y no puede quedarse al mismo deplorable nivel gestor de las noticias, que un sálvame, por muy de luxe que se autotitule. 

Lo fundamental es que la prensa no olvide jamás que la mejor herramienta del terrorismo es una gran publicidad mediática de sus hazañas in situ. Que se vea. Que se oiga. Que se toque si es posible. Que se mastique y se saboree la amargura de cada noticia del espanto. Que las ambulancias llegando tarde y los muertos por las esquinas y la confusión general dejen bien claro en plan reality la indefensión de todos y quiénes tienen el poder absoluto para cambiar vida en muerte en un instante. Que esas huellas informativas se queden bien impresas a base de pasar cientos de veces las mismas imágenes y el mismo relato por las pantallas y la radio. Que los gobiernos, partidos y  entidades como las policías diversas y los ciudadanos se enzarcen entre sí con el miedo pilotando la nave de la confusión, los entredichos y los intereses, y les dejen libre la vía para seguir haciendo masacres. Hacer terrorismo es crear un egregor, una criatura irreal pero que puede materializarse en cualquier momento. Y eso se planta como un brote en el inconsciente colectivo, como lo hacen los credos religiosos. Y el miedo a todo se convierte en dogma y liturgia. 

Sugerencias:
¿No sería mucho más sano, cuando pasan cosas horribles, cuya solución desborda y sobrepasa a la ciudadanía, como sucede con los ataques terroristas, centrarse en el lugar ayudando y siendo de utilidad in situ, mucho más que informando histéricamente y asaltando con el micro y la cámara a las personas bajo shock, a los polis o al personal de asistencia urgente? Y luego, que nos lo cuenten, cuando el hilo conductor del relato noticiable tenga sentido y se puedan entender los hechos, su trayectoria y sus secuencias. Que en las emisoras de radio y tv, simplemente se diese la noticia en el informativo a la hora habitual. Sin cortar la vida pública para  darle protagonismo al crimen. La mayoría de la audiencia no puede hacer nada por lo que acaba de ocurrir a cientos o miles de kilómetros, sólo bloquearse, paralizarse, sentir impotencia y vulnerabilidad  al  no poder centrarse en otra cosa, y además inútilmente, como diría Teresa de Ávila, 'viviendo sin vivir en sí'. Es decir, fuera de sí e introducidos por la tele en una especie de show de Truman donde nadie se imagina quién es el deus ex machina que le da a las palancas y pulsa las teclas.
Está clarísimo que no es sólo dolor  y pánico lo que quiere provocar el terrorismo, es además sufrimiento. Atadura a lo que golpea sin tener la posibilidad de remediar nada ni impedir lo ya irremediable. Otro éxito del terror: paralizar e invadir espacios públicos y privados para envenenar mejor la mente y el alma  colectiva con el miedo pululante y sin control, porque ya nada depende de uno mismo sino de "la suerte", del giro de la ruleta, de que no le toque el marrón en cualquier sitio. La prensa debería caer en esas cosas antes de convertirse en vocera del infierno y sus testaferros.

¿De qué sirve una prensa supuestamente libre si las mentes y las emociones de quienes la disfrutan están aprisionadas por  los relatos al servicio del terror de esa misma prensa, creyendo ingenuamente que con la propaganda que le hacen lo van a combatir en vez de darle alas? Para ser una especie tan baqueteada por sus propios errores, hay que ver lo poco que nos cunde la experiencia. ¿Será que entretenidos por tantos inventos y novedades apasionantes, no nos queda tiempo para ir a la escuela de la inteligencia colectiva y de la responsabilidad personal?

Sin ir más lejos ayer pude ver, además de la portada que me parece genial,  la lectura narrativa del atentado en Catalunya que hace Charlie Hebdo. Y la verdad es que está, con su humor, apresado en el mismo bucle que denuncia en los otros. Frente al islamismo, cristianismo y judaísmo fanáticos y desquiciados, ellos han creado el charlihebdoísmo (al fin y al cabo les ha educado la misma biblia aunque sea con mando a distancia). Todos los que  no se ríen de lo mismo que ellos, son herejes dignos de la hoguera del ridículo y del desprecio total de una sociedad 'postmodelna' y comme il faut. Tiene narices y mucho pan y con qué engañarlo. A lo mejor es que necesitamos tanto humor como amor. Pero el negocio y sus secuelas no facilitan esa igualdad paritaria.

Tras el trago de estos atentados, ha quedado muy claro que, lo mismo que la humanidad, la prensa debe madurar y salir del bucle estrepitoso, follonero sin sentido, sin más objeto que la información como show y el tirón del negocio, con la excusa de informar. Porque en medio de la hecatombe del jueves lo único que conservó el oremus en off fue la publicidad que siguió su curso como si nada; para los anuncios y el consumismo no hay lazo negro que valga ni barrera que lo impida. También, como en el viejo western de Clint Eastwood, la violencia, el terror, la locura de la maldad y la muerte tienen un precio muy alto: la captura del ser humano para domesticarlo y dejarlo en el chasis como ser consciente y eternamente frustrado en su galimatías irresoluble. Un precio excesivo que la publicidad, siempre al loro, se cobra a base de bien.  Y el periodismo también cobra, se mueve y vive por la publicidad.

Querida y honesta Elisa Beni, la deontología de la información tiene mucha tarea por delante y habrá que ponerla al día. No es nada fácil. Pero hay que empezar a dar caña también, y sobre todo, desde dentro del montaje. Menos mal que hay peña como tú para currar en esos horizontes confusos, no tan perdidos, aunque sin descubrir todavía. Todo se andará si no dejamos que nos paren.
¡Mucho ánimo!



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