Lo tenemos a huevo: de los escándalos alimentarios a la agroecología
El caso de los huevos contaminados con fipronil, un insecticida
tóxico prohibido en la cadena alimentaria europea, es el último episodio
de una interminable historia condenada a repetirse mientras no cambie
la lógica que sostiene el modelo de producción, distribución y consumo
La gran industria
alimentaria produce recurrentemente sonados escándalos, que han
terminado por generar una tenue sombra de desconfianza en el
funcionamiento del sistema agroalimentario. El caso de los huevos
contaminados con fipronil, un insecticida tóxico prohibido en la cadena
alimentaria europea, son el último episodio de una interminable historia
condenada a repetirse mientras no cambie la lógica que sostiene el
modelo de producción, distribución y consumo.
Para
extraer lecciones de este caso, podemos anticipar algunas de las
enseñanzas que se sacarán de esta reunión: hay que reforzar los sistemas
de alerta temprana, intensificar los controles y la colaboración entre
países, fortalecer la trazabilidad de los productos y tranquilizar a la
población pues la seguridad alimentaria no se ha visto comprometida. Y
probablemente todas ellas sean correctas, pues son las respuestas
esperables a las preguntas que previsiblemente van a realizarse. Sin
embargo, cabe la posibilidad de hacernos otras preguntas que cuestionen
la industrialización de la alimentación vivida durante las últimas
décadas.
1 ¿Cómo se las apañauna serie de
granjas de Bélgica y Holanda para en el plazo de unas semanas dispersar
su producción por 17 países europeos y Hong-Kong?
La alimentación no ha escapado a la globalización de los mercados,
hemos normalizado el hecho de que la cesta de la compra esté repleta de
productos que han recorrido miles de kilómetros, en el caso español una media de más de 3.000 kilometros.
Esto no sería de extrañar en el caso de productos que no podemos
producir en proximidad, y que siempre han viajado, como es el caso del
café, el té, o el chocolate; pero sí resulta cuestionable cuando estamos
exportando e importando los mismos productos con una lógica que se
aleja de asegurar el consumo de alimentos lo más frescos posibles, de
apoyar a las economías rurales y mantener la diversidad e identidad de
productos locales. Esta idea está ilustrada en a historia de dos
camiones que chocaron de frente en una autopista francesa en 2014,
relatada por el campesino y filósofo Pierre Rabhi: El camión que viajaba de Almería a Holanda transportaba tomates y el que viajaba de Holanda a Barcelona transportaba…tomates
Estos circuitos globales agroalimentarios han provocado la
desvertebración de la economías campesinas locales y la concentración
empresarial, y son responsables de más de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero
que provocan el cambio climático. El sistema agroalimentario
contemporáneo es altamente ineficiente, requiere mucha más energía para
producir y distribuir alimentos que la que proporcionan los mismos
alimentos ( en el caso de EE UU el balance es de siete a uno), lo que solo resulta viable en base al consumo masivo de combustibles fósiles.
2 ¿Debemos confiar en la regulación existente de la gran industria química y alimentaria?
El fipronil es un insecticida prohibido en la Unión Europea para su uso
en animales de producción de alimentos que, en este caso, ha sido
utilizado para tratar la presencia de un ácaro en granjas de gallinas
ponedoras. Una ilegalidad que será perseguida judicialmente pero que no
despeja la duda de los efectos sobre la salud humana y del planeta del
uso masivo de pesticidas que sí se consideran legales.
Mediante la publicidad, los lobbies o la subvención científica, la gran
industria química minimiza sus impactos y recela de cualquier
regulación que tienda a aplicar el principio de precaución, por el cual
no debería aprobarse el uso de productos que no hubieran demostrado
completamente su inocuidad. La sociedad civil debe probar su toxicidad y
no la industria su inocuidad, el pirómano es nombrado responsable de la
torre de vigilancia antiincendios Así que no sorprende que estos días
supiéramos que Monsanto siguió vendiendo conscientemente productos tóxicos y contaminantes hasta que fueron prohibidos, como el PCB,
un caso con muchas similitudes a las de otros famosos productos de esta
empresa como el DDT y al glifosato. Ante lo que responden: en la época
en que Monsanto fabricaba PCB, era un producto legal y aprobado que
tenía muchos usos. Monsanto no es responsable por la contaminación que
causaron los que usaron y desecharon PCB en el medio ambiente.
Unas instituciones resignadas ante las grandes corporaciones asumen que vamos a vivir en entornos tóxicos
y que el veneno es la dosis, sin cuestionar la presencia de pesticidas
en nuestros alimentos. De esta forma las autoridades basan la protección
de la salud frente a los riesgos que ocasionan los plaguicidas, en
asegurarse de que las cantidades de residuos que contienen los alimentos
se encuentren por debajo de un límite máximo establecido. Además
sabemos que España es el Estado de la UE que más productos químicos utiliza en términos absolutos.
La relatora especial sobre el derecho a la alimentación y el relator
especial sobre productos tóxicos de la ONU enviaban en marzo al Consejo
de Derechos Humanos un duro informe
que carga contra la industria de los pesticidas, denunciando sus
efectos sobre la población y el medio ambiente. Donde también señalan la
fuerte presión que las multinacionales ejercen sobre los gobiernos y la
comunidad científica, retrasando y bloqueando la implementación de
regulaciones más estrictas. Aunque esto no ha generado excesiva alarma
social, ni un alto eco mediático.
Y todo esto
obviando la contaminación permanente de suelos y acuíferos que
prolongarán en el tiempo esta situación,comprometiendo la seguridad
alimentaria al reducir la superficie de suelos sanos, como plantea la
propia FAO. Los beneficios empresariales parecen estar por encima de otras consideraciones sanitarias o ambientales.
3 ¿La industria agroalimentaria es la solución al problema creado por la industria agroalimentaria?
Manejamos una noción de seguridad alimentaria reducida a controles y
supervisión de las reglas actuales, que resulta miope por no incorporar
otras dimensiones como son: la sostenibilidad ambiental de la que
depende la producción de alimentos a medio plazo, el control de las
semillas que se encuentra en manos de cuatro empresas ( recientemente un agricultor de Castilla y León ha sido condenado a un año de carcel por reutilizar sus semillas),
la dependencia de alimentos que recorren grandes distancias, la
imperativa adaptación a los efectos del cambio climático, la tutela de
la gran distribución alimentaria que acapara los beneficios como mensualmente muestra en el IPOD ( el diferencial entre lo que cobran productores y lo que pagamos consumidores sufre incrementos de hasta el 900%)...
Donde algunos ven una fortaleza nosotros percibimos una enorme
fragilidad, al no cuestionar un modelo que tiende de forma entusiasta
hacia la desnaturalización, industrialización y tecnologización de la
forma en la que nos alimentamos. Asistimos a una nueva versión del
relato de la agricultura sin agricultores donde los problemas se reducen
a una cuestión meramente técnica que la ciencia y los expertos irán
solucionando. Un clima de tecnoentusiasmo donde parece menos fantasioso
diseñar un menú sintético que modificar la dieta, los hábitos de consumo
o cambiar hacia manejos agronómicos y ganaderos inspirados en la
agroecología.
Laboratorios y centros de investigación
con presupuestos millonarios se encuentran investigando las
potencialidades de la biotecnología y la alimentación sintética. Recientemente se hacían públicos los resultados de las primeras investigaciones para elaborar carne artificial a partir de células madre,
alegremente sus promotores sostienen que podría ser una solución para
alimentar a la humanidad a la vez que evitaría el sufrimiento animal.
También asistimos a la progresiva autorización de plantas transgénicas
para el consumo animal y humano: científicos chinos han creado vacas lecheras transgénicas que producen leche humanificada (similar a la leche materna), los inventores de la oveja Dolly han creado un cerdo resistente a la fiebre porcina, en EE UU se acaba de aprobar la comercialización para consumo humano de un salmón modificado genéticamente para crecer en la mitad de tiempo.
Ante las dudas que este proceso puede provocar en la opinión pública y
despreciando el más elaborado sistema de ensayo y error, millones de
años de evolución de la naturaleza, un profesor de Biotecnología de la
Universidad Politécnica de Valencia afirmaba que « no hay ningún motivo para el alarmismo. Para
la aprobación del salmón transgénico, éste ha estado sometido a un
control más exigente y largo que cualquier variedad de planta y animal
no transgénico».
Responder a estas preguntas
desde la agroecología nos llevaría a afirmar que necesitamos alimentos
de proximidad que reduzcan la distancia afectiva y geográfica;
necesitamos transitar de la idea de seguridad alimentaria individual y
basada en la salud a corto plazo, hacia la soberanía alimentaria y una
noción multidimensional de seguridad; necesitamos arraigar en las
comunidades locales otros sistemas alimentarios basados en la justicia y
la sostenibilidad a lo largo de toda la cadena productiva. Combatir la
contaminación requiere no confundir el síntoma con la enfermedad, pues
no podemos enfrentar aquello que envenena suelos, alimentos y acuíferos,
sin enfrentar lo que envenena nuestros imaginarios (valores,
expectativas, hábitos, representaciones simbólicas…). Cambiar la
situación implica cambiarnos.
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