Yo podría haber sido terrorista
A punto de cumplirse una semana desde los atentados en Barcelona, continúan las encendidas opiniones vertidas en redes sociales, en los bares, en la salas de espera… Durante este tiempo he escuchado auténticas barbaridades, desde acusaciones que finalmente ponen en duda la unidad de que tanto presumían algunos y que yo nunca vi -bastaba ver la inexistente con el 11-M-, a argumentos abiertamente islamófobos o, si me apuran aun peor, maquilladamente islamófobos… ya saben, aquello de “yo no soy xenófobo peeeeeero, que no vengan a quitarnos el pan”.
Probablemente, uno de los momentos más surrealistas los he vivido en las últimas horas, cuando discutiendo informalmente el tema con una jueza, ésta no sólo afeó a Jaume Asens que en 2011 impidiera que se violara el Estado de Derecho tras haberse aplicado técnicas más propias de la Administración Bush o de lo que defendía Trump, sino que se ha llegado a alegrar por la muerte de los autores del atentado porque así no se corre el riesgo de que se libren de una condena por hechos como los de 2011.
Terrible. Que nadie se equivoque, que los terroristas hayan sido abatidos a tiros no es una buena noticia. No lo es, aunque haya personas, como ha sucedido con quien jaleaba a esta jueza, que aseguren que no hay mejor lugar para ellos que “una caja de pino”. El mejor escenario, una vez cometido el atentado, era la detención de los autores, la continuación de una investigación que se ha cerrado caminos, el juicio y la correspondiente condena. Todo eso se ha ido al traste.
No seré yo quien juzgue si abatirlos a tiros estaba o no suficientemente justificado; entre otras cosas, porque se dosifica tanto la información que nos llega que no tenemos elementos suficientes de valor para ello. Lo que sí juzgo es esa lectura tan superficial que se ha extendido por doquier y que igual te la hace una persona que apenas sabe leer y escribir que nada menos que una magistrada.
Si se repasa a los integrantes de la célula terrorista, si se realiza una lectura reposada del reportaje Nos faltan ocho niños en el pueblo de Elise Gazengel, no es difícil caer en que algo falla. Jóvenes de 17, 19, 21 o 22 años… ¿qué hacían preparando un atentando contra la Sagrada Familia, qué les llevó a conducir la furgoneta por Las Ramblas?
Lo cierto es que he escuchado muy pocas reflexiones al respecto. A juzgar por los pensamientos de algun@s, parece que estos jóvenes, que estaban perfectamente integrados en la sociedad española, hubieran nacido ya terroristas. No es así y, si me permiten, no deja de ser curioso que en un momento en el que en España hay padres y madres que siguen viendo a su hijo de 20 años aun como un crío, incapaz de valerse por sí solo si se independizara, esos mismos progenitores juzgan ahora a un crío de 17 años como si fuera una persona adulta con experiencia.
Los argumentos para defender esa postura, a mis ojos, tan irracional, son tan endebles como el esgrimido por la jueza que mencionaba al inicio del artículo: “Tú y yo hemos tenido esa edad y creo que no se nos hubiera ocurrido hacer esas cosas”… o sí, ¿por qué no? En igualdad de condiciones, ¿quién nos dice que no hubiésemos podido ser víctimas del ‘lavado de cerebro’ de alguien a quien vemos como un líder?
El fenómeno de captación de terroristas -no sólo yihadistas-, en especial con gente tan joven, guarda muchas similitudes con el de captación de adeptos de una secta. Manipular a una persona en determinadas circunstancias puede llegar a ser relativamente sencillo. En este contexto, no podemos olvidar que, además de las circunstancias personales que rodearan a estos jóvenes, las masacres cometidas contra inocentes por parte de Occidente en países como Irak, Libia, Afganistán, Yemen, Somalia, Pakistán, Siria… sin que siquiera se haya cuestionado si debían ser juzgadas, facilita aún más el lavado de cerebro.
¿A dónde quiero llegar? A que incluso al autor de una matanza como la vivida en Las Ramblas es posible recuperarlo, sobre todo cuando se trata de jóvenes que ni siquiera superan los 20 años. Pensar que están mejor muertos que juzgados y condenados es una auténtica barbaridad que no nos hace mucho mejores que quienes usan el terror y la muerte para conseguir sus fines. La rehabilitación es posible, incluso en casos de terrorismo, y si queremos construir de veras una sociedad mejor, con esa perspectiva es con la que tenemos que trabajar.
La filosofía ‘muerto el perro, se acabó la rabia’ es un tremendo error en el que no debiéramos caer. ¿Acaso podemos tener mejor aliado contra el terrorismo que a quien estuvo en ese lado y ya no lo está, que a quién conoce los peligros y las técnicas de captación y ha dejado de creer en la violencia? Yo creo que no. Y es posible, vaya si lo es.
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