La gallina Turuleca
La precarización y las escasas protestas no son juegos infantiles, ni canciones de niños y payasos
Lo cantaban los Payasos
de la Tele: "Yo conozco a una vecina, que ha comprado una gallina, que
parece una sardina enlatada. Tiene las patas de alambre, porque pasa
mucha hambre y la pobre está todita desplumada". Buena parte de lo que
estamos viendo este verano con el modelo turístico, algunas protestas
vecinales y movilizaciones de trabajadores, como los de El Prat, muestra
que el turismo no puede ser ni la gallina de los huevos de oro, ni la
Turuleca que deba poner dos al día echándole la mitad de pienso.
Los pingües beneficios empresariales deben ir acompañados de sueldos
razonables para los empleados y de una ordenación sostenible del
turismo, que no pasa por simplificar como "turismofobia" o llamar
"radicales" a todos aquellos que pidan algo de sentido común. La gallina
Turuleca no va a poner uno, dos, tres y así sucesivamente, sin acabar
"loca de verdad", como rezaba la canción.
Lo que se mueve ahora en El Prat me parece un buen
síntoma de todo esto. Pudiera ser un "basta ya" que no ha cogido
vacaciones. Los trabajadores de seguridad del aeropuerto de Barcelona
pueden extender un aviso a navegantes frente a unos cuantos abusos de
nuestra época: privatización de lo público, lo de todos, para el
suculento beneficio de unos pocos, con sueldos de miseria para la
mayoría. La respuesta del Gobierno es decir que "asistimos a protestas
radicalizadas" y envía a la Guardia Civil, que también lamenta sus
condiciones laborales o ha visto recortadas sus funciones en favor de
estas empresas privadas.
Ahora que tanto se habla del
"boom turístico", conviene recordar "gallinitas compradas", como AENA.
La mitad de Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea se privatizó
apresuradamente para lucro de fondos de inversión o de la banca
extranjera, con beneficios de 1.164 millones solo en 2016 (un 40% más),
mientras que los servicios de seguridad, limpieza, mantenimiento de
pistas u hostelería han sufrido recortes constantes.
Los trabajadores que hacen huelga en El Prat cobran entre 900 y 1.100
euros al mes, de una empresa como Eulen, que incrementó un 65% su
beneficio neto el año pasado. Consiguen la adjudicación de servicios tan
delicados como estas vigilancias en los aeropuertos y lo administran
con importantes ganancias, precarizando la mano de obra. Las autoridades
delegan en ellas la precariedad.
La
"precarización" es, seguramente, el gran cambio del tiempo que vivimos.
Se nos habla de recuperación económica, pero en los últimos cinco años
hay casi diez mil millones menos en sueldos y más de treinta mil en
excedentes empresariales. Sin embargo, la movilización de los
trabajadores no ha ido en consonancia con ese desequilibrio en el
reparto de la riqueza. Es como si el conformismo, el miedo o la
criminalización de la protesta hubieran ido haciendo mella.
Algo se mueve ahora en El Prat y dudo mucho que lo que simboliza esta
huelga se resuelva como una canción de niños y payasos. No bastará con
decir que son cosas de radicales o lanzar el mantra de apoyar o no a la
Guardia Civil. Los guardias civiles cumplen, pero son los primeros que
saben que sus labores se precarizan o se han privatizado en los
aeropuertos o en las cárceles. El conflicto puede extenderse y no
bastará con un "pitas, pitas" y esperar a que "la gallinita, pobrecita,
ponga diez".
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