viernes, 4 de agosto de 2017

Cosmología de Agosto


Donde habita la luz
desde siempre
hay un sitio reservado a la sombra;
la luz no es enemiga de la noche
sino tan sólo ausencia de tinieblas
como la oscuridad es apagón
de claridades y no su carcelera.
En ella sólo caben
el pulso artificial de las bombillas,
los tubos de neón
o el brillo de las llamas.

La luz es generosa
y hace hueco a su opuesto,
le regala un espacio gratuito
sin poner malas caras
y sin pensar enredos
ni alusiones raritas
que no existen
más que en la negra trama
de la noche incipiente
cansada y aburrida
de ser tan soledad en compañía
de tantas soledades sin más identidad
que una melancolía a quemarropa.

Sin embargo la noche tiene miedo
aunque aún no sabe a qué,
y se esconde en el anonimato
de sueños clandestinos
que arropan las estrellas, las nubes
o la Luna con sus cambios de humor
y de antifaz.

Eso de dar la cara
no es cosa de la noche,
sino el limpio descaro que viste la mañana
o el rudo mediodía
achicharrando aceras en verano
y haciéndose la loca vespertina
hacia el ocaso
para bordar colores y horizontes
que duran un suspiro
mientras llenan el atrio de la noche
de música y silencios que resbalan,
que patinan y saltan
en las pistas del aire.

La luz es la pintora impresionista
que dibuja los rostros y las almas,
los paisajes del mundo que se muere
y los lirios que replanta la vida
en sus ventanas.

La noche o la guarida del cansancio
donde el dolor se apiña y se recoge
en todos los rincones desahuciados.

Y a pesar de tan claras diferencias
la oscuridad y la luz son las dos manos
con que teje la vida
el ajuar de los tiempos,
las sábanas de ayer y el edredón de hoy,
ese final feliz del desamparo
que más pronto o más tarde colorea
el vestido sutil de las palabras
que tramaron los hilos del sentido
bailando en el andén del sentimiento.



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