"Llegamos ocho gitanos a trabajar y los compañeros cerraban sus taquillas, pero les he quitado los prejuicios"
Eugenio, Marlene y
Elisabeth cuentan sus experiencias de inserción laboral como ciudadanos
gitanos, con las barreras que han superado en su entorno y en las
empresas en las que han trabajado
Forman parte del programa 'Aprender Trabajando', de la Fundación Secretariado Gitano, que ha presentado sus últimos resultados este martes tras seis ediciones
Marlene dejó los estudios con 13 años para casarse, pero los retomó años después y da charlas a chicas en su misma situación: "Les digo que se puede, que no pasa nada por hacer lo que quieren, por estudiar"
Forman parte del programa 'Aprender Trabajando', de la Fundación Secretariado Gitano, que ha presentado sus últimos resultados este martes tras seis ediciones
Marlene dejó los estudios con 13 años para casarse, pero los retomó años después y da charlas a chicas en su misma situación: "Les digo que se puede, que no pasa nada por hacer lo que quieren, por estudiar"
Es
lo que él ha hecho "y funciona", dice. Eugenio cuenta una anécdota de
su llegada para hacer prácticas a una tienda con otros siete jóvenes
gitanos. "Allí tienen la costumbre de no cerrar las taquillas y, cuando
llegamos nosotros, las cerraron. Yo ya les dije, eso te lo puede hacer
un gitano o un payo, pero parece que cuando lo hace un gitano suena más
que si lo hiciera otra persona", explica. El conocimiento mutuo y
trabajar codo con codo acabaron con los estereotipos y el racismo
soterrados.
Para que eso ocurra, gitanos y payos deben compartir
espacios en el mercado laboral, conocerse, y no siempre es fácil. La
Fundación Secretariado Gitano ha celebrado este martes unas jornadas en
Madrid, con participantes que han pasado por alguna de las seis
ediciones de su proyecto 'Aprender Trabajando', que desarrolla con
jóvenes gitanos y gitanas de entre 18 y 30 años en situación de alta
vulnerabilidad social. El 66% de participantes no contaba con el
graduado en ESO al acceder al programa y un 58% vivía en hogares con
todos los miembros en situación de desempleo.
Eugenio
Montoya fue una de esas personas. Formó parte de la primera edición de
'Aprender Trabajando', que combina cursos de formación con trabajo
práctico en empresas y que tiene "una tasa de inserción laboral del
40%", según la fundación. El joven entró con 21 años en Conforama y a
sus 27 continúa en la misma compañía y se está formando para ser jefe de
sección. "Me siento muy valorado, mi jefa me dice que soy su mano
derecha. Eso me lo he ganado con esfuerzo y trabajo".
Cuando eres la primera en estudiar
Para
Marlene Hernández Iglesias, de 20 años, el programa le ha dado su
primera experiencia en el mundo laboral, en la hostelería. Ahora trabaja
los fines de semana como camarera de bodas, que compagina con las
clases, porque ha retomado la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), y
con la colaboración en un programa para mujeres de la fundación. "Nunca
pensé que iba a llegar tan lejos. Creía que iba a llevar la vida que
tenía, que seguiría casada, que tendría hijos y ya está".
Marlene
abandonó los estudios a los 13 años. "Porque me pedí y me casé a los
pocos meses. Me dolió mucho dejarlo, desde chiquitita siempre había
querido estudiar, pero no pude hacerlo". Su familia no la obligó a
casarse en contra su voluntad, dice la joven, sino que era lo que
tocaba, lo normal. Y salirse de ese camino, sin apoyos ni referentes en
su entorno de personas que hubieran estudiado, era muy complejo.
Pero
lo hizo. "Me separé con 15 años, casi 16, salí de situaciones y
conseguí lo que me había propuesto pasito a pasito, sola. Es muy
satisfactorio". Retomó los estudios, empezó a trabajar y a colaborar con
la fundación para dar charlas a chicas que pasan por lo mismo que ella
unos años atrás. "Les digo que se puede, les pongo mi ejemplo. No por
nada, sino para mostrarles que no pasa nada por hacer lo que quieren,
por estudiar", sostiene.
La joven, que vive con su
familia, destaca que ha abierto los ojos a sus padres "en que porque
estudies, te formes y trabajes no dejas de ser gitana". Para las
"palabras necias, oídos sordos" –dice– porque esas no le dan de comer
cada día.
Un ejemplo que abre puertas
De ocho
hermanos, fue la única que estudió en su casa. Elisabeth Motos, técnico
del departamento de Empleo de la Fundación Secretariado Gitano, lleva
casi dos décadas trabajando en la organización, aunque la primera vez
que entró en contacto con la fundación estaba "perdida, sin saber qué
quería exactamente". Tenía 18 años. Ahora, acumula a sus espaldas la
carrera de Trabajo Social, está cursando un máster en gestión de ONG y
ha recibido un premio internacional (Amazing Woman 2017, de la Fundación
Orange).
Su currículum se le habría antojado
impensable cuando era pequeña. "Mis padres no es que no nos dejaran
estudiar, es que no habíamos tenido referentes, no nos habían inculcado
que había que formarse. Cuando dije que yo quería, la reacción era 'y
¿para qué?'. Como si fuera una pérdida de tiempo. Siendo joven, estando
sola, la única gitana de tu entorno que quiere estudiar... Te ves sola
frente a todo y es realmente difícil salir de ahí". Hoy sus sobrinos
estudian y sus hermanos les animan a ello. "Ya hay un cambio, porque lo
han visto".
Contra los discursos de la inmovilidad del
pueblo gitano, la especialista subraya el gran cambio que ha observado
en los jóvenes que se acercan ahora a la fundación respecto a los
que llegaban hace dos décadas. "Antes estudiar no era lo normal,
sorprendía, y ahora es lo contrario. La mayoría de los jóvenes sienten
que formarse es una necesidad, no una opción, que tienen que estar
preparados", indica.
En las empresas también observa
una evolución, tras años trabajando para eliminar prejuicios sobre el
rendimiento y la capacidad de los trabajadores gitanos. En el Hotel
Fuerte El Rompido, en Huelva, hoy tienen cinco empleados gitanos entre
un total de 100 trabajadores fijos. Antes de recurrir a programas de
inserción laboral de la comunidad gitana, no tenían ninguno. "El
resultado final de estos proyectos es que se humanizan las plantillas,
se eliminan prejuicios y eso lo nota el cliente", explica el director
del hotel, Tomeu Roig.
Eugenio y Marlene esperan
seguir avanzando en sus carreras. Él quiere promocionar dentro de su
empresa y a ella le llama la carrera de Psicología. Aunque se sienten
gitanos, y no tienen problema en decirlo si se lo preguntan, esperan que
haya un día en que comunicarlo no parezca un requisito cuando accedes a
un puesto de trabajo. "No sé por qué mi presentación tiene que ser:
'Soy Eugenio y soy gitano'. No, soy Eugenio y soy una persona igual que
tú, con otra cultura y otra forma de crianza, sí, pero tengo dos manos
para trabajar como tú".
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