domingo, 19 de mayo de 2019

Genial esta lección magistral sobre el tabú de la muerte visto desde su lado más humano: la compañía y el consuelo; la capacidad de empatizar, de amar y demostrarlo en los momentos cruciales, respetando el proceso de cada persona y su modo de afrontar el paso final, de un plano material a un plano energético, que también es vida en formato sutil. De eso la homeopatía es cumscientia mater et magistra. Mil gracias a los queridos doctores Gonzalo y José Ignacio





¿Cómo puede ayudar la homeopatía durante el duelo y la muerte?


“¡Ah! ¡pero qué semejantes son los gemidos del amor y de la agonía..!”
(Malcolm Lowry, Bajo el volcán)

Vida y muerte, muerte y vida. En este vídeo los Dres. José Ignacio Torres y Gonzalo Fernández comentan acerca del proceso del duelo y la muerte.
En esos momentos tan duros y difíciles, por los que muchos hemos pasado, cómo se agradece la compañía y las palabras del médico.
Porque un acto médico no solo es recetar medicamentos. En absoluto. Es más, ya hemos hablado en otros posts (aquí y aquí) de qué modo se está sobremedicalizando la sociedad ante situaciones que no requieren de medicamentos sino de adaptaciones a las nuevas circunstancias. O situaciones de tipo social, asociadas fundamentalmente a la pobreza, que muchas veces, demasiadas, son las verdaderas causas o desencadenantes de la enfermedad.
En todo caso, centrándonos ahora en el duelo y la muerte, acompañar a la persona o a sus familiares con atención y delicadeza, con una escucha activa y una compasión no compasiva ¡puede ayudar tanto!
Y qué decir de los medicamentos homeopáticos en estas situaciones. Pues que, puestos a elegir, y si fuera necesario medicar, pueden ser de gran ayuda dados sus poco efectos secundarios.
Medicamentos tales como Natrum muriaticum, Ignatia, Causticum, Phosphoricum Acidum… Pero sobre todo, y para hacer una buena prescripción, hay que individualizar cada  paciente para ver cuál o cuáles son los sentimientos o sensaciones predominantes, que  es lo que nos dirigirá al mejor medicamento para esa persona determinada y esa situación. Porque cada uno de nosotros puede reaccionar de manera diferente ante la misma situación.
A continuación José Ignacio relata una de sus experiencias, relacionadas con la muerte y el acompañamiento, vividas en su labor de médico de familia:



“Estuve solo en tres ocasiones con Juan Carlos, pero es de esos pacientes que un médico nunca olvida.
Acudió el pasado verano a mi consulta por estar su médico de vacaciones por dolores relacionados con diversos motivos en el contexto de un cáncer de pulmón tratado con cirugía y quimioterapia.
En esos días, los dolores le permitían hacer vida normal con la única, pero no desdeñable limitación, de la dificultad para dormir, especialmente por un dolor de tipo neuropático relacionado con el tratamiento previo.
Charlamos largo rato, y valoramos las posibles opciones para mejorar sus dolores y su salud en general, de modo que unos días después acudió de nuevo solicitando que fuera yo su médico de cabecera por la pequeña mejoría experimentada con la medicación y la confianza generada en nuestra relación.
Poco más de un mes después, acudió a la consulta su esposa. Yo había estado fuera de vacaciones y Juan Carlos se encontraba peor hasta el punto de no poder venir el mismo al Centro de Salud por lo que al terminar la consulta me dirigí a su domicilio.
Le encontré en la cama, con dolores soportables controlados con una dosis baja de analgésicos opiáceos, más delgado, cansado y con dificultad para moverse por la importante astenia que sufría.
La habitación luminosa era un elemento más de la escena que estábamos representado. Su calidez nos permitió establecer un momento significativo hablando de la vida y de la muerte que parecía estar muy presente entre nosotros y a pesar del cansancio y el dolor su rostro sereno me ayudó a tomar su mano y poner los cinco sentidos en el encuentro.
Escuché su relato de los últimos días, y la última consulta con el oncólogo en el hospital. Explicaba el resultado de las pruebas, que desafortunadamente mostraban un rápido empeoramiento de la enfermedad, el tratamiento pautado para controlar los síntomas y su perplejidad por las palabras del médico cuando les comunicó la mala noticia.
Intenté comprender el impacto emocional que estas palabras habían supuesto para ellos y conocer la información de que disponían, pues desde mi punto de vista, la situación clínica de Juan Carlos me hacía pensar que estaba en sus últimos días.
Por eso, después de explorarle, me dispuse a un largo y profundo diálogo que me permitiese saber cómo poner en marcha todos los recursos técnicos y afectivos que el paciente precisaba.
Hablamos de sus hijos, de sus asuntos personales, sus amigos y el modo de controlar sus síntomas y garantizar el confort. Hablamos también del modo de desplazarse al hospital para la siguiente consulta, ya que el oncólogo insistía en seguir el tratamiento con quimioterapia y de los recursos sanitarios domiciliarios disponibles cuando fueran necesarios, que a mi modo de ver era ya.
Al salir de esa casa, que visitaba por primera y quizás última vez acudieron a mí emociones en cadena y un batallón de dudas. No sabía con certeza si Juan Carlos se encontraba realmente en una situación terminal o era una impresión personal, por lo que llegué a pensar que quizás me había precipitado en mis consejos, y que pudiera ser que el oncólogo con su experiencia en estos casos tuviera razón sobre la utilidad de la quimioterapia en la mejora de la cantidad y calidad de vida del paciente.
Llegué muy tarde al Centro de Salud a la vuelta de la visita con muchas imágenes y emociones y con la duda de cómo gestionar el desplazamiento al hospital en el caso de que fuera a consulta en los próximos días. Dudas que acentuaron algunos compañeros de mi equipo y que me hicieron pensar de nuevo en la prematuridad de mis impresiones.
Por eso, al día siguiente decidí llamar por teléfono al oncólogo que de modo cordial me informó de la situación del paciente y compartió conmigo su opinión, lo que constituyó para mi una bofetada de realidad.
Era posible, que me hubiera equivocado en mi impresión pronóstica y no sabía si eso podía dañar a Juan Carlos y su familia.
Me quedé con desasosiego y dudas pero la decisión de acudir al hospital estaba tomada y yo partía de vacaciones con mi familia.
Después de la consulta, Juan Carlos ingresó en el hospital para fallecer pocos días después, por la progresión de la enfermedad, sin que tuviera oportunidad de visitarle.
Lo supe por su esposa, que vino a la consulta para agradecerme esa visita domiciliaria que le permitió despedirse de su mejor amigo que vivía en Sudamérica y dejar sus asuntos personales, familiares y espirituales resueltos.
Me hubiera gustado poder estar con ellos en esos momentos. Hubiera deseado que el final pudiera haber sucedido en esa casa que desprendía calor de hogar y amor, pero solo me resta el haber estado allí en un momento posiblemente importante para ellos y acompañar a esa mujer en un duelo que se presenta difícil porque todavía no he sido capaz de hacerle ver que el duelo no es el final del amor conyugal, sino una de sus fases.
A menudo me da por pensar cómo hubiera sido nuestra relación si los tiempos hubieran sido otros. Porque hay personas con las que estableces vínculos que parecen más difíciles de romper.”
Dice el antiguo adagio médico que “curar, a veces, aliviar a menudo, consolar siempre”.
Y José Ignacio cita al psiquiatra Thomas Emmenegger cuando afirma que “lo que cura es la relación y el afecto; no hay terapia sin simpatía”.
Pues eso, amigos.

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