Alzad los brazos, hijos del pueblo español
La "España Viva" ha
llegado al Congreso y ya nada será igual: cada día un numerito, aunque
el de hoy no lo entiende nadie. Una ficción sobre ultraderecha y
símbolos patrios
Vigésima edición de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco
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"El numerito diario, que
no falte", piensa la presidenta del Congreso, y con ella varias decenas
de diputados que resoplan cuando lo ven ponerse en pie. Acaba de empezar
la sesión, la presidenta no ha terminado de leer el orden del día, y
ahí está él: de pie, sin moverse de su escaño.
"El
numerito diario", se dicen en voz baja unos diputados a otros. "El
numerito diario", tuitean a la vez miles de espectadores que seguían el
pleno por la tele. "El numerito diario", sonríe la presentadora de la
tertulia matutina, que conecta en directo con el Congreso y ahí está, el
protagonista del numerito: en su escaño, de pie, muy tieso, los brazos
pegados al cuerpo y la barbilla levantada, mirada desafiante. Los
diputados de su partido tardan unos segundos en reaccionar, y por fin lo
imitan, se ponen también en pie, y ahí quedan, veinticuatro estatuas.
La presidenta elige ignorarlos, ya ha comprobado que es
la mejor estrategia, no seguirles el juego que se traen desde el primer
día, cuando madrugaron para ocupar escaños detrás del presidente del
Gobierno, juraron el cargo "por España", y patalearon un rato. Desde
entonces no ha habido en el último mes un solo pleno en que no monten su
numerito: colocar una bandera rojigualda sobre el escaño, pedir minutos
de silencio estrambóticos, dar golpes en la mesa para que no se oiga a
los diputados independentistas, abandonar el hemiciclo cuando los de
Bildu toman la palabra… El numerito diario. ¿Con qué nos van a
sorprender hoy?
Pasado medio minuto, conseguida la
atención del pleno y por supuesto de los fotógrafos y televisiones, el
líder se sienta, y los otros veintitrés con él. ¿Eso es todo? ¿Ponerse
en pie, sin decir nada, y luego sentarse?
La sesión
continúa con normalidad, la presidenta reparte turnos de palabra, pide
silencio varias veces, reprende a algún alborotador, nada
extraordinario. Hasta que media hora después, y sin que aparentemente
haya pasado nada que lo justifique, el líder del partido se levanta otra
vez de su asiento. No dice nada, solo se pone en pie, ahora más
envarado que antes, el pecho ensanchado, el mentón alto, mirada
entornada, entre murmullos y risas. Sus compañeros de bancada parecen
sorprendidos, intercambian miradas de extrañeza, pero el líder les hace
un gesto enérgico y, obedientes, todos se incorporan. Otra vez los
veinticuatro en pie, mientras el resto de diputados silba, ríe, gritos
de "payasos", y el jolgorio aumenta cuando el líder del partido se pone
una mano en el pecho y cierra los ojos. No queda otro remedio que
intervenir, suspira la presidenta:
-Señorías, les
ruego silencio, por favor. Y a los señores diputados que permanecen en
pie interrumpiendo el normal desarrollo de la sesión, les ruego vuelvan a
sus asientos. No estoy dispuesta a…
El líder del
partido dice algo, levanta la voz para hacerse oír entre el jaleo. La
presidenta le recuerda que no está en el uso de la palabra, pero él
sigue, grita por encima de los silbidos:
-Señora presidenta, los símbolos nacionales son sagrados para nosotros…
-No está en el uso de la palabra, le ruego que guarde silencio y se siente.
Por
fin se sientan los veinticuatro, sin que nadie en el Congreso haya
entendido su gesto. El pleno puede seguir, pero no hay dos sin tres:
veinte minutos después el líder está otra vez de pie, mano en el pecho,
ojos cerrados. Mientras la mayoría chifla, sus diputados ya no disimulan
su estupor, cuchichean, se encogen de hombros, hasta que el líder les
ordena ponerse en pie, y lentamente obedecen. Ahí están, los
veinticuatro otra vez. El numerito diario, hoy ya por tres veces.
-Es
la última vez que los llamo al orden –amenaza la furiosa presidenta. Le
gustaría soltarles un "¡se sienten, coño!", que tendría su gracia, pero
no está para bromas.
-Tantas veces como suene, nos pondremos en pie –grita el diputado.
-Silencio, señorías, ¡silencio, señorías!
Resignada,
la presidenta pregunta al líder del partido qué pretende con su acción,
y le concede la palabra, más por curiosidad que por expectativa de un
diálogo sensato. El diputado levanta el micrófono de su escaño, y
sonriente explica:
-Señora presidenta, si quiere que
permanezcamos sentados, pida usted que no lo pongan más, pero no nos
pida que permanezcamos sentados mientras suena nuestro…
Risas,
abucheos, gritos, pataleo, nadie escucha las últimas palabras. La
presidenta ordena un receso de quince minutos y llama a los secretarios
de los grupos parlamentarios para que acudan a su despacho.
Tras
la interrupción, el pleno se reanuda y consigue concluir a mediodía sin
más incidentes. Pero cuando la presidenta levanta la sesión, todos los
diputados salen menos uno: él, otra vez él. Permanece en su escaño, en
pie, rígido, durante todo un minuto, mientras sus compañeros no saben
qué hacer, qué pensar.
Si lo que pretendía era
atención mediática, lo ha conseguido: en el pasillo lo espera una
montonera de cámaras y micrófonos. El líder se acerca sonriente, se deja
rodear por los micros, los periodistas disputan por preguntar, hasta
que él declara, con un brillo en la mirada: "Ya se empiezan a ver los
resultados de que la España Viva haya llegado al parlamento. Nunca el
himno nacional había sonado tanto en esta cámara".
Entre
el desconcierto de los periodistas, el líder se aleja camino del
ascensor. El número dos del partido lo alcanza, camina a su lado, lo
toma del brazo afectuoso:
-Oye, Santi, ¿estás bien?
-¿Yo? Perfectamente, ¿y tú?
-Yo… Bien… Es que…
Los
dos solos en el ascensor. El número dos ve en el espejo la cara de su
líder, la sonrisa que parece sincera, hasta que se gira hacia él, en voz
baja:
-¿Te das cuenta, Javi? ¡Hasta en el ascensor! No me esperaba algo así…
Las
puertas se abren y el número dos no tiene tiempo para preguntar,
intenta encontrar el significado de esas palabras. Estamos todos muy
cansados, piensa. Demasiado estrés.
En el despacho
revisan juntos la agenda de la semana, hasta que el líder se levanta y
se pone a mirar el techo. Recorre el despacho revisando el techo, la
lámpara, las paredes, como si buscase algo. Por fin, se gira hacia su
atónito colega y le pregunta:
-¿Eres tú?
-¿Si yo el qué…?
-El que lo ha puesto.
-¿Qué he puesto?
-¡El himno, joder! ¿Lo llevas de tono en el teléfono?
-De verdad, Santi, me estás preocupando. ¿Qué himno…?
-Calla y escucha. Se oye perfectamente.
Quedan
los dos en silencio unos segundos. El número dos del partido pone la
típica cara de cuando uno intenta oír algo inaudible: mirada
concentrada, frente fruncida, respiración contenida, inmóvil. Mientras,
el líder sonríe y mueve la cabeza y una mano de director de orquesta al
compás de algo que solo él oye.
-¿Qué? ¿No lo oyes?
Joder, Javi, estás como una tapia. Da igual, ya se ha parado. Igual
venía del despacho de al lado, aunque no me imagino a los vascos esos
oyendo el himno.
Todavía pasarán dos días en los que
se acumulan los malentendidos: otro pleno en que el líder se pone en pie
varias veces hasta que es expulsado ("no me ofende a mí, señora
presidenta, ofende usted a España"); una discusión con un asesor que
jura no oír nada ("¿me estás tomando el pelo? Claro que lo oyes"); un
forcejeo con la radio del coche ("qué raro, la apago y sigue sonando"), y
el golpe definitivo: una entrevista en televisión en la que discute con
la entrevistadora, escena tragicómica que presencian millones de
espectadores, y muchos más cuando se viraliza en redes:
-¿Por qué han puesto el himno, señorita?
-¿Qué himno?
-¿Cómo que qué himno? ¿Es una burla o qué?
-Perdone pero no…
-¿Quieren que parezca un chiflado? ¿Están todos compinchados? ¡Váyanse a la mierda!
Y su salida airada del plató.
Tras
el incidente, reunión a puerta cerrada en el partido. Sus colaboradores
más cercanos, que llevan días sin saber cómo afrontarlo, le hablan con
mucho tacto:
-Verás, jefe… Esa historia del himno… Nos preguntamos si… ¿De verdad…? ¿De verdad escuchas el… el himno de España?
-Sí. Y vosotros también, pero no sé por qué os empeñáis en…
-¿Ahora mismo lo estás escuchando?
-No, ahora no suena.
-¿Cuándo fue la última vez que… lo oíste?
-Esta mañana. Me despertó. Algún vecino lo había puesto a todo volumen.
-¿Y seguro que es… el himno de España?
-No sé, a lo mejor es el himno de Cuba y no lo distingo. ¡Vaya pregunta idiota!
-¿Y cómo… cómo suena?
-¿A qué te refieres?
-Digo si suena… Si es música, o un silbido o qué…
-Me estoy cansando de este juego… Es el himno de España, en versión orquestada. A veces incluso con letra.
-¿Con letra?
-Sí, con aquella de "Viva España, alzad los brazos, hijos del pueblo español…" Aunque otras veces es el de Marta Sánchez.
-¿El de Marta Sánchez?
-Sí, ya sabes… "Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí…"
Tras
negarse durante una semana, por fin acepta consultar con su médico de
confianza, que ya está al tanto. Tras hacerle muchas preguntas, le mira
el interior del oído con un otoscopio, sin saber muy bien qué está
buscando. Le palpa el cráneo, le toma la tensión, le pregunta si tiene
insomnio, ansiedad, pensamientos sombríos. Si consume droga. Si alguien
ha podido suministrarle alguna droga sin su consentimiento. Acaba por
pedirle una analítica completa, pero cuando unos días después no
encuentra nada en sangre, orina y heces, lo envía al neurólogo y
solicita varias pruebas diagnósticas.
-Pero ¿qué tengo, doctor?
-No lo sabemos. He visto muchos pacientes con acúfenos pero…
-¿Acúfenos?
-Sí,
cuando alguien oye un sonido que no procede de ninguna fuente externa,
sino que está dentro de su oído. Pero oyen pitidos, zumbidos,
golpecitos. No sé de nadie que oiga… el himno de España. Podría tratarse
de un extraño tipo de alucinación acústica… Voy a derivarte a un
colega.
-¿Un psiquiatra? ¿Insinúas que estoy mal de la cabeza o qué?
-No he dicho eso. Pero compréndeme, todo esto es muy…
-Por favor, doctor: que esto no salga de aquí.
La
información no tarda ni veinticuatro horas en aparecer en un periódico
digital. Un portavoz del partido desmiente los rumores: el líder se
encuentra perfectamente, solo se ausentará unos días por motivos
familiares. Pero ya no hay quien detenga la mofa que corre loca por
redes sociales, tertulias y programas de humor.
El
líder del partido intenta continuar la actividad política con
normalidad. Evita levantarse en el escaño. No hace declaraciones en los
pasillos. Algún diputado con mala leche le silba el himno desde una
bancada próxima. Deja de salir a la calle, no se baja del coche, porque
si entra en un restaurante o cruza una plaza siempre hay gente desalmada
que le canta a gritos el "chunda, chunda, tachunda…" En las redes
triunfa un llamamiento para concentrarse frente a su portal y tararear
juntos. La policía tiene que disolverlos, aunque él pasa la noche en un
hotel, encerrado en la habitación y sin distinguir ya si el himno que
suena está en su cabeza o hay algún gracioso en el pasillo.
Con
un breve comunicado el partido anuncia su retirada temporal de la
política "por motivos de salud, en la confianza de su pronta
recuperación".
Si por casualidad se cruzan con él, no sean crueles, respeten su dolencia.
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