lunes, 20 de mayo de 2019

Introducción a un libro más que necesario del profesor Pérez Tapias, desde la raiz a las hojas de un problema del que no se puede escapar si no lo resolvemos juntas y regeneramos o creamos de verdad la tal vez nunca verdadera ni palpable, alma de Europa, a pesar de los siglos vividos sin vivir en sí, sino casi en exclusiva por los intereses de unos cuantos...que siguen erre que erre desde el miedo, la mentira y la opresión de un eurocentrismo tan enfermo como eurosuicida

LECTURA

La Europa desalmada

Introducción y primer capítulo del nuevo libro de la Colección Contextos

<p>Brexit </p>
Brexit
Malagón
15 de Mayo de 2019
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Introducción

Resistencia a la autonegación de Europa
Inmersa en crisis que se solapan, Europa vive momentos críticos. El tortuoso recorrido del brexit, desbordando con su eco y efectos las reafirmadas fronteras del Reino Unido –no sin nuevos problemas por resolver entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte–, confirma su discordia. Europa no logra ubicarse en el mundo globalizado y la manera como en la Unión Europea se imponen medidas de ajuste prueba la dinámica antidemocrática que erosiona la legitimidad de sus instituciones. La Unión Europea se mantiene por razón del euro, pero con ello no salvará su “alma”.  El drama de la inmigración y la tragedia de los refugiados muestran una Europa que, “desalmada”, se niega a sí misma. Las tendencias nacionalistas activadas incluso al afrontar el terrorismo yihadista hacen patente las vías regresivas por las que transitan Estados europeos. El nuevo fascismo que gana espacio político en muchos de ellos evidencia hasta dónde puede llegar esa regresión antidemocrática. Si el proyecto de Unión Europea está muerto, ¿qué Europa es posible “después de Europa”? Europa podrá reencontrarse, trascendiendo su “des-unión”, si apuesta por una economía solidaria, una democracia inclusiva, un compromiso serio con los derechos humanos y si se resitúa en el mundo abandonando el eurocentrismo del pasado.
Europa involuciona. Falta que se resquebraje aún más la mitificación del progreso –producto por excelencia de la modernidad europea– para que se tome nota de ello con la necesaria clarividencia. Agravada por las crisis que desde las financieras hasta las políticas acompañan a los reajustes de un mundo globalizado, la crisis de Europa, y no sólo de ésta en sentido amplio, sino más precisamente de ese invento supranacional que es la Unión Europea, acusa la manera en que se ve descolocada en el actual contexto mundial, sin capacidad, hasta ahora, para salir airosa de la lucha agónica que tiene lugar en su propio seno. Así, ante una nueva “agonía” –recuerda, aunque en circunstancias muy distintas, aquélla de la que hablaba con tanta aprensión María Zambrano[1]–, no sólo aflora la apesadumbrada exclamación “¡ay, Europa!” –el quejido habermasiano nos suena en la misma onda que el “me duele España” de Unamuno[2]–, sino que ella lleva aparejadas cuestiones que llegan a ser existenciales cuando afectan a la identidad de la ciudadanía europea. Ésta, en décadas pasadas, se preguntaba “cómo ser europeos”; y obtenía respuestas, como nos hizo ver Cees Nooteboom en bellos textos reunidos bajo ese título[3]. Hoy, en cambio, esa misma pregunta se radicaliza en diferentes vertientes, ya sea interrogando unos sobre si podemos ser europeos, ya cuestionando otros el sentido de serlo.
Si Europa ve desdibujado su horizonte y emergen voces preguntando a dónde va[4], ellas se tropiezan ineludiblemente con ese golpe a la Unión Europea que supone el abandono de la misma por parte del Reino Unido. Los europeístas no lograron convencer a los ciudadanos británicos que en referéndum inclinaron la balanza hacia el brexit. Hay cuestiones cruciales en torno a las cuales la política europea muestra hoy graves deficiencias, cuando no escandalosa dejadez. Se trata de la manera antidemocrática de afrontar la crisis económica y sus consecuencias sociales –paro y crecimiento de las desigualdades–, de la forma en que se elude dar adecuada respuesta a la cuestión migratoria y a la crisis de los refugiados, y de las graves insuficiencias a la hora de afrontar el terrorismo yihadista. Europa se pierde cuando no acierta con la respuesta a tales cuestiones. Y necesita reencontrarse. Cuando en gran medida la Unión Europea ha perdido su atractivo como aquel atractivo modelo de marco supranacional, construido compartiendo soberanía en aras de un proyecto común, es el momento quizá en que tengamos que reinventarla de nuevo, lo cual es muy europeo. A ello convoca la necesaria resistencia a la autonegación de Europa.
Capítulo 1
El tortuoso proceso del brexit: síntoma agónico de una Europa en discordia
Empecemos por lo que de ninguna manera estaba previsto. La historia siempre reserva sorpresas. A mediados de 2016 nos llegaron desde el Reino Unido los melancólicos tonos de brexit, pieza cargada de amargura que intensificó el desconcierto europeo. La verdad es que todos podíamos haber sido más previsores, pues, aun con mucho mirar de reojo al referéndum del Reino Unido, se albergaban demasiadas confianzas en que ganarían los partidarios de su permanencia en la Unión Europea. Tal expectativa se reveló a la postre como ingenua; el proyecto europeo no ofreció aliciente para que amplios sectores de la sociedad británica quisieran permanecer en él.
Antecedentes euroescépticos y consecuentes antieuropeístas del “terremoto brexit”
El resultado de aquel referéndum británico ofreció diversas caras, las cuales, desde el respeto que reclama el ejercicio del voto por parte de la ciudadanía, bien merecen detenerse en ellas para una aquilatada valoración. Si no cabe duda de que buena parte de los votos favorables a la permanencia en la Unión Europea se han dado desde una posición crítica, apostando por quedarse en ella para transformarla –como en principio subrayaba el laborista Corbyn–, tampoco se puede poner en duda que otra buena parte de los votos a favor de la salida han sido por la experiencia negativa en una Unión burocratizada, antidemocrática, sometida a los intereses de los poderes financieros y ajena a los padecimientos de millones de personas que, como tantos trabajadores, han visto muy deterioradas su condiciones de vida. La misma parálisis de la socialdemocracia –el laborismo de la Tercera Vía en el contexto británico– ante la reducción de los Estados europeos a la impotencia, atrapados en una maquinaria infernal ajena a exigencias de justicia, forma parte de las razones que fueron a apoyar en muchos casos el “no” a la permanencia del Reino Unido.
Pero nos engañaríamos si sólo se considerara esa parte. El volumen porcentual alcanzado por el apoyo al brexit, además de las causas apuntadas, contó como factor determinante con el discurso ultranacionalista y xenófobo desplegado por el partido UPK y por el sector más derechista de los conservadores, precisamente el que ha torpedeado el mismo acuerdo para la salida de la Unión que la primera ministra May negoció y sucesivamente, en tres intentos, trató, sin fortuna, de que se aprobara en el parlamento de Westminster. Hay que recordar que la cuestión migratoria se situó de la peor manera en el centro de un debate que, ahogado en demagogia, se escoró hacia el rechazo visceral a la inmigración, incluida la de trabajadores comunitarios. Si a eso se añade el efecto de soflamas ultranacionalistas dirigidas a encumbrar la identidad británica y a proclamar, con resabios de nostalgias imperiales, la recuperación de la “independencia” en nombre de una soberanía mitificada, tenemos todos los factores contribuyentes al decantamiento a favor del brexit.
Que el brexit es revulsivo para reconstruir proyecto europeo es conclusión positiva que pudiera sacarse, máxime cuando recientemente hemos visto a un millón de ciudadanas y ciudadanos británicos manifestarse en las calles contra la salida de la Unión Europea –también se han dado a conocer opiniones en el mismo sentido de muy diferentes colectivos ciudadanos, destacando entre ellos el posicionamiento público a ese respecto mantenidos por las principales universidades del Reino Unido–, apelando incluso a un segundo referéndum ante el bloqueo parlamentario para resolver la cuestión. Invertir la corriente euroescéptica requiere comprender que una adecuada respuesta europea al “desplazamiento del mundo” hacia las nuevas coordenadas en que estamos –como analiza Sami Naïr a la vez que habla de una Europa mestiza[5] no se logra por los caminos regresivos de identidades excluyentes ni de economías apoyadas en insostenibles arrogancias nacionalistas. También es cierto que esas nuevas respuestas necesitan implicación de la ciudadanía desde el respeto a los pueblos que en cada caso constituyen.
Por más voluntarismo que se ponga desde las instituciones europeas, es inocultable que el terremoto brexit sigue haciendo notar su desestabilizadora onda expansiva. No sólo es así en el epicentro británico, sino que la posibilidad de dejar la Unión se defiende abiertamente por determinadas fuerzas políticas en otros países, destacando sorpresivamente a ese respecto el caso de Holanda y el de Francia con Le Pen. Ello es claro exponente de la situación en que se encuentra Europa. Por ello, cuando en 2017 en España se le concedió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia a la Unión Europea con motivo del LX aniversario del Tratado de Roma, ello se percibió como un sarcasmo, dado que tal distinción se otorgó en momentos de abierta discordia. Ésta era y es aún más clamorosa si se tiene en cuenta la actitud obstruccionista de la mayoría de los países europeos a la acogida de refugiados sirios o provenientes de otros países con sangrientos conflictos, países que aun cuando protesten de instituciones de la Unión que, si pueden imponer una férrea disciplina económica, se muestran sin embargo incapaces de conseguir la concordia necesaria para acordar planes eficaces para aplicar el derecho de asilo según obligan las convenciones internacionales.
Con todo, si con la turbulenta historia del brexit la crisis de Europa se muestra en toda su crudeza, no hacer falta compartir los motivos de quienes se han pronunciado a favor del mismo para hacerse cargo de cuestiones que venían planteándose de antemano y que vuelven para ser repensadas. El historiador Tony Judt se preguntaba, allá por el año 1996, sobre el futuro de una Europa en construcción –entonces el debate era sobre la incorporación de los “países del Este” una vez liberados del yugo soviético y en complejos, y a veces tortuosos, procesos de democratización– que él veía encandilada por el “mito” de una Europa que se vivía de una manera hiperrealista por cuanto la Europa de la Unión en marcha se mostraba y se autocomprendía más europea que el continente mismo, es decir, más europeísta que lo que la facticidad política y económica de la Europa real podía sostener como proyecto europeo viable en todos sus términos[6]. Por ello, Judt se presentaba a sí mismo como intelectualmente euroescéptico por cuanto la Europa deseable no la veía posible, y de ahí que insistiera en relegitimar el Estado-nación como imprescindible institucionalidad política no eliminable en ningún proceso de construcción europea. Quizá ese hiperrealismo denunciado por Judt haya sido un factor más entre los causantes de las decepciones y rechazos que han desembocado en el brexit, los cuales nos ponen a otros ante mayores dificultades para argumentar con Étienne Balibar que el caso de Europa es uno de esos en los que hay que sostener que lo imposible es necesario[7].
El brexit y el peaje de la “posverdad”. La democracia exige “política de verdad”
Si lo “imposible necesario” enfatizado por Balibar se dice de lo que hemos entendido como construcción europea en su conjunto, cuando esa paradoja se verifica tensionando al máximo sus polos entre pretensiones de suyo contradictorias el abordaje de las mismas se hace complicado hasta el extremo si todo ello viene afectado por las perversiones discursivas propias de esta época que ha encontrado en la llamada “posverdad” la dinámica sociopolítica en la que los hechos se contextualizan y distorsionan.
Todos sabemos que este capítulo de  la “posverdad” se escribe cuando nos hallamos metidos de lleno en la sociedad informacional, en la que los flujos comunicativos se multiplican sin término, dando pie a que se diluyan las exigencias en cuanto al compromiso de verdad en los mensajes que circulan en un macroentorno de redes, facilitando con ello el surgimiento de nuevos modos para la fabricación de la mentira. Ello no es ajeno al hecho de que la comunicación y la producción tengan lugar en el marco definido por densas redes de poder –no sólo por redes sociales, como es obvio–, sobre todo de un poderes económicos que extiende sus brazos al campo político, al ámbito social y a la esfera cultural, cuyo horizonte de actuación es ya el mercado global. No ha de olvidarse que al frente de los partidarios del brexit, cuando inducen la inmersión en la dinámica de la “posverdad” como mentira cínica, mediáticamente construida, socialmente difundida, políticamente promovida y rentabilizada y en definitiva –podemos añadir– consentida por amplias mayorías en tanto a sabiendas entran en el “juego”, aunque en todo ese engranaje se busque movilizar emocionalmente las pasiones más bajas, eso no deja de impulsarse a favor de otros objetivos que la racionalidad estratégico-instrumental de quienes están en los centros de poder tratan de conseguir manipulando la opinión pública a su favor. Aunque hay argumentos fuertes para pensar que se equivocan, entre los impulsores del brexit no faltan quienes piensan que el Reino Unido ha de jugar sus bazas económicas en un marco distinto del que supone la Unión Europea, para así ganar por su cuenta y con otras alianzas políticas espacio propio en el proceso de globalización. Por algo Trump, desde la presidencia de EEUU –logro por su parte no ajeno al aprovechamiento de la “posverdad”–, no oculta sus simpatías por el brexit.
Si la verdad no interesa, sino que el objeto de deseo se sitúa en lograr la aquiescencia a quien esgrime un relato cuyo objetivo no es otro que lograr adhesiones emocionales y, con ellas, el reforzamiento de vínculos identitarios, la verdad de los mismos hechos pasa a ser irrelevante al verse desplazada por una interesada construcción que sobre ellos, inventando al respecto lo que haga falta. Si el resultado encaja bien en los cauces de la espectacularización mediática de lo político, el éxito se considera logrado, por más que haya entrañado el desplazamiento del discurso, reducido a relatos falaces en los que desaparecen los argumentos contrastados en la actividad de Storytelling[8], a una emotividad irracional puesta al servicio de la ley del más fuerte. Ésta, en definitiva, es la que priva en una sociedad que ve impasible como el capitalismo cínico, ni siquiera necesitado de sofisticadas coberturas ideológicas, contamina toda la vida social hasta hacer que la democracia misma se vea corroída por un cinismo político que la destruye.
Es definitiva, es bajo el régimen antidiscursivo y, de suyo, antipolítico de la “posverdad” como el fenómeno Trump, al que acabamos de aludir, llevó a la presidencia de EEUU al tipo que encarnaba el más acentuado populismo de derechas, machista y racista a un tiempo, sirviéndose de una demagogia capaz de encandilar a millones de votantes. Y también hay que contar entre los efectos de la “posverdad” el brexit, contemplando en el cómputo de sus recursos movilizadores el uso descarado de la demagogia xenófoba, así como de narrativas ultranacionalistas, similares a las que con tanto furor se han desatado en muchos países europeos.
No hay que infravalorar, por tanto, los efectos que ha tenido en todo el decurso del brexit la ausencia de una política de verdad, es decir, de verdadera política que no se desentendiera de la verdad en política. Obviamente, no es problema sólo británico, pero el espejo del Reino Unido nos devuelve a todos la imagen de una política que, al prescindir de la verdad sobre la situación de los británicos en la Unión Europea, sobre los flujos económicos, financieros y fiscales de ida y vuelta a uno y otro lado del Canal, sobre la realidad de la inmigración sin mentiras interesadas…, se ha visto dando vueltas en un laberinto en el que la democracia británica ha visto deteriorada su imagen y hasta el mismo pragmatismo inglés ha brillado por su ausencia. Empezando por las dificultades para gestionar el resultado de un referéndum que no se afrontó con la seriedad requerida y terminando por las fracturas producidas en la sociedad británica, en sus partidos políticos, en parlamento y gobierno… todo ha coadyuvado al deterioro de una situación cuya salida no se encontrará si no es reconectando de nuevo democracia y verdad. Las fechas corren y se empujan unas a otras, los plazos se agotan y se plantean prórrogas, el debate pasa a estar entre quienes en el Reino Unido quieren un brexit inmediato y efectivo a costa de lo que sea –brexit duro con previsibles consecuencias muy negativas para el Reino Unido y también para países de la Unión Europea– y quienes apuestan por un brexit suave que considera incluso permanecer en una unión aduanera rediseñada al efecto –solución por la que se inclina el laborismo, no sin disensos en su campo–.
Cabe entrever, en medio de tan mayúsculo enredo –el escritor británico lo achaca a “la estupidez aleatoria con la que se maneja el destino”[9]–, una ciudadanía en la cual se incrementa la proporción de quienes se inclinan por un segundo referéndum, si no para volver a plantear exactamente lo mismo que en el anterior –supondría un cuestionamiento fuerte del resultado del primero, con la consiguiente contradicción en cuanto a procedimiento democrático–, sí para pronunciarse en apoyo del acuerdo o los acuerdos que se consiguieran con la Unión Europea, entre otras cosas para que no sean reversibles a manos de un posible gobierno conservador dispuesto a desmontar las filigranas urdidas por May. Con todo, en medio de discordias patentes queda mucho que aprender a partir de la experiencia del brexit por ese conjunto heteróclito que es la Unión Europea, la cual quiso ser modelo de marco supraestatal de soberanías compartidas en aras de un proyecto común. Bajo el régimen de la “posverdad” todo es retroceder y bajo el paradigma neoliberal es imposible avanzar.
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El libro La Europa desalmada está disponible en el Ágora de CTXT.

[1] Cf. M. Zambrano, La agonía de Europa, Madrid, Trotta, 2000, cap. “La agonía de Europa” [1940], pp. 23-42).
[2] Cf. J. Habermas, ¡Ay, Europa! [2008], Madrid, Trotta,2009, pp. 55-128.
[3] Cf. C. Nooteboom, Cómo ser europeos [1993], Madrid, Siruela, 2006.
[4] Cf. M. Seguró y D. Innerarity (eds.), ¿A dónde vas, Europa?, Barcelona, Herder, 2017.
[5] Cf. S. Naïr, La Europa mestiza. Inmigración, ciudadanía, codesarrollo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2010.
[6] Cf. T. Judt, ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa [1996], Taurus, Madrid, 2013, cap. 1.
[7] E. Balibar, Nosotros, ¿ciudadanos de Europa? Las fronteras, el Estado, el pueblo [2001], Tecnos, Madrid, 2003, p. 13.
[8] Cf. C. Salmon, Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear mentes [2007], Península, Barcelona, 2008.
[9] Entrevista en El País, 08.04.2019

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