domingo, 19 de mayo de 2019

Tus cuentos, Isaac Rosa, son selfies de la vida misma. Gracias, hermano, por estos retratos al natural, sin retoques ni maquillajes.Tal como son.


No todo va a ser trabajar

En esta empresa cumplimos siempre el horario, todos se van a casa al terminar la jornada, ni un minuto más. Una ficción sobre horas extra, tiempo de trabajo y tiempo de vida
Decimonovena edición de 'Letra Pequeña': lee aquí la serie de relatos escritos por Isaac Rosa e ilustrados por Riki Blanco



No todo va a ser trabajar
No todo va a ser trabajar RIKI BLANCO
A las cinco menos cuarto viene Manu, suelta una carpeta sobre mi mesa, gira la silla para sentarse al revés como quien cabalga, y me dice:
-Lo he pensado mejor y quiero que te ocupes tú. Se lo iba a encargar a Eduardo, pero lo vas a hacer tú, ¿vale?


-Preferiría no hacerlo –respondo.
Y él me guiña un ojo y hace el gesto del pistolero que dispara. Así le gusta que le respondamos, siempre con el mismo chiste. El que llega nuevo a la empresa lo aprende pronto, los veteranos se lo contamos el primer día: "Cuando el jefe te pida algo, respóndele 'preferiría no hacerlo', es como una broma interna, por no sé qué personaje literario que le gusta. Ah, y no lo llames jefe, ni Hernández, ni siquiera Manuel, sino Manu".
Así que le sigo la broma, me llevo la mano al corazón por su disparo que me ha alcanzado, el paripé de siempre que ya no me divierte pero tampoco me molesta, y siempre es preferible el jefe buenrollista al jefe cabrón. Hacemos el paripé, y luego le pregunto que para cuándo lo necesita, y el jefe, es decir, Manu, me dice que corre prisa, mucha:
-Es para ayer. Si me lo tienes mañana a última hora te como la boca. O mejor, te doy un día libre.
Después mira el reloj, y se adelanta a mi resoplido:
-No te estoy pidiendo que te quedes. Lo puedes hacer mañana.
-Me quedaré un rato, estoy bien –asumo.
-Tú mismo. Mañana sales antes, o entras más tarde otro día, lo que te vaya mejor para compensar. Ya sabes cómo trabajamos aquí.
A las cinco en punto se oye el arrastrar de sillas, el frufrú de chaquetas y sudaderas, los reiterados adiós y hasta mañana, los emplazamientos a una cerveza en el bar de siempre. En pocos minutos me quedo solo. En eso tiene razón Manu, así trabajamos aquí. Ya en la entrevista te lo avisa: "tu contrato dice cuarenta horas semanales, y no tienes que echar ni un minuto más. Ni uno. Yo no quiero sillas calientes y culos cuadrados, no quiero compromiso presencial sino compromiso de resultados."
Cuando empecé a trabajar, como todavía no pillaba al jefe y no estaba seguro de si era de verdad buenrollista o solo un cabrón disfrazado de buenrollista, alguna tarde me quedaba terminando un presupuesto después de la hora, y era Manu el que venía, me apagaba el ordenador sin preguntar y me echaba de malas maneras, o lo que me parecían malas maneras y que en realidad era parte de su broma interminable:
-A la calle, chaval. Pero ya. A la puta calle. No quiero verte más. O te largas, o te largo. Vamos, vamos, vamos –y me iba empujando hasta la puerta.
Qué diferente a la empresa de la que yo venía. Allí competíamos entre nosotros por ver quién aguantaba más en su sitio una vez cumplida la jornada, quien era el valiente que daba el paso de salir primero, permitiendo así que los demás nos marchásemos después. Aquel jefe, al que hablábamos de usted mientras nos tuteaba, te daba una llave cuando llevabas un mes, como muestra de confianza: "toma, por si un día sales el último o llegas el primero, o si un sábado tienes que venir, que a veces pasa". Y vaya si pasaba. El sofá de recepción estaba raído.
A las seis y media Elena me dice que no puede recoger a Nico del conservatorio, tiene exámenes por corregir, así que coloco todo en la nube y salgo corriendo. Los veinticinco minutos de metro, con el portátil sobre las piernas, son todo lo que necesito para rematar el fichero, y mañana empezar el día con esa parte resuelta. Pero me atasco, no suelo usar este programa, no tengo claro el formato, así que escribo un mensaje a Eduardo, a ver si me echa una mano. Se cachondea de mí un rato cuando se entera de que me ha tocado el marrón que iba destinado a él, pero me resuelve la duda y me pasa un enlace a un tutorial. Cuando el vídeo termina, me doy cuenta de que me he pasado de parada. Subo a saltos las escaleras mecánicas, gano la calle, corro cinco manzanas y Nico está esperándome en la puerta.
Paseamos hacia casa, Nico me cuenta lo que le pasó hoy en el patio, y Eduardo se ha equivocado, ahora entiendo que no me vale su solución, me voy a complicar más de la cuenta si le hago caso, con razón Manu no se lo encargó a él, hago una búsqueda con el móvil en un foro de usuarios del mismo programa, parece que no soy el único que no se aclara con el formato, hay muchas preguntas similares y ninguna respuesta convincente, quizás el problema es el programa mismo, un usuario recomienda otra aplicación que no me suena pero la apunto, estiro el brazo hacia atrás con la mano abierta pero nadie la agarra. ¿Y Nico? A mi espalda, la calle con ningún niño hasta donde alcanza la vista, como en una pesadilla de padre. Pero apenas empiezo a correr de vuelta lo distingo con la cara pegada a un escaparate, siempre ha sido el típico niño que se detiene sin avisar, es largo el historial de sustos.
Reprimenda y ya no lo suelto hasta casa. Lo raro es que no pase más veces, joder. El tipo aquel que se dejó al niño en el coche y se pasó el día convencido de que lo había dejado en la guardería, hasta que encontraron el cadáver, qué escalofrío nos recorrió a tantos padres que de vez en cuando nos pasamos la parada del metro, soltamos la mano, dejamos de mirar por el retrovisor, atendemos una llamada o repasamos mentalmente la tarea pendiente que ya nunca terminarás si al final del día encuentran el cadáver de tu hijo.
-¿Sí o no, papá?
-¿Qué? Perdona, Nico, no me he enterado…
Elena sigue corrigiendo exámenes, Nico ve un rato los dibus, y yo aprovecho mientras preparo la cena para ojear el manual de esa otra aplicación que recomendaban en el foro, a ver si me sirve. Pregunto a Eduardo, por si la conoce, me pide que le explique bien cuál es mi problema, le mando un par de pantallazos y entre los dos acabamos encontrando la manera de ajustar el formato sin que dé error. Buen compañero, Eduardo.
Y aun así, durante la cena vuelvo a dudar. La solución de Eduardo me resuelve solo una parte, la más sencilla, y qué pasa cuando tengamos que meter otra variable. ¿Se volverá a joder el formato? Quizás no sea mala idea probar otra aplicación, no sea que haga el trabajo entero y en el último momento me vuelva a pasar lo mismo.
-Perdonadme un segundo –me levanto de la mesa, Elena está riñendo a Nico por no sé qué hizo en el baño, voy al ordenador, abro un archivo cualquiera y me voy directo al final, lo mejor es probarlo y salir de dudas. Relleno un par de campos, selecciono todo, cambio formato y ahí está, lo que pensaba. No funciona. No son horas para llamar a Eduardo, pero le mando un mensaje que me responde en seguida. Le digo que haga él la misma operación en su ordenador, y que vea lo que pasa. Me da la razón.
Elena se duerme nada más meterse en la cama, no es disciplina sino agotamiento. Yo echo un último vistazo al foro de usuarios, sin encontrar nada que me sirva. Mala idea usar el móvil en la cama, el desvelo está garantizado, recomiendan alejarse de todo chisme al menos dos horas antes de acostarse, no sé qué historia sobre la melatonina y la luz de las pantallas. Insomnio tecnológico, lo llaman. "Vamping", leí en algún lado.
Mejor levantarse que seguir dando vueltas en la cama, huir del bucle insomne. No necesito abrir el ordenador, me vale con un papel y un bolígrafo para dibujar lo que buscamos. Diagramas, flechas. Hay que tener en cuenta todos los departamentos de la empresa, pero podríamos agruparlos en un mismo registro. Claro. En realidad me he estado complicando demasiado, hay que simplificar. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Manu no me ha pedido ninguna catedral, le vale con cuatro paredes y un techo. Funcional, rápido, sencillo, barato: un sistema que no haya que estar revisando cada vez que algo cambie. Una herramienta que pueda manejar cualquiera. Hasta un crío. Hasta Manu. Ahí está, joder, lo tenía delante de mis narices, idiota, idiota, idiota. Abro el ordenador, solo será un momento, no daré tiempo a la melatonina esa. Hago un archivo de prueba, con solo cuatro, cinco campos, y entonces sí. Bingo. Lo tenemos.
Al amanecer recorto la carrera diaria a solo treinta minutos de trote tranquilo, mi cuerpo echa en falta las horas restadas al sueño, pero esos cinco kilómetros son perfectos para espabilarme, y hasta para componer mentalmente lo que dentro de un rato continuaré en el ordenador. Tan productiva se muestra de repente mi inteligencia que hasta lamento correr sin teléfono, no poder apuntar nada o grabar una nota de voz. Al entrar en casa busco deprisa el móvil y lo anoto todo, lo pensado mientras corría y nuevas ideas que son arrastradas por aquellas, como cerezas engarzadas.
Cuando un obstáculo desaparece, todo fluye fácil, despejado. La energía que ya no tengo que emplear en resolver la dificultad de ayer, hoy me permite ver con claridad los siguientes pasos. En el metro abro el portátil sobre las piernas, y así cuando llego a la oficina tengo la mitad del trabajo hecho. La perspectiva de una mañana rápida, incluso poder salir más temprano para compensar la hora y media extra de ayer, me pone de buen humor.
Antes de la pausa de comer, toco a la puerta de Manu, que desde su mesa me hace otro de sus guiños habituales:
-¿Contraseña, soldado?
-Perdón –digo, y tamborileo en la puerta la serie de toques largos y cortos que él acepta como contraseña.
-Has hecho un gran trabajo –me reconoce media hora después, cuando termino de mostrárselo.
-Gracias, jefe.
-¿Cómo me has llamado, miserable? –y ahora soy yo el que desenfundo antes y disparo. Cuando concluye su teatralización de la muerte por balazo, sigue hablando:
-De verdad, has hecho muy buen trabajo. Una pena hacerte perder el tiempo así, malgastar tu tiempo y tu talento, porque esto es trabajar para nada. Ya me dirás tú qué falta nos hace a nosotros un sistema así. Como si necesitásemos registrar las horas trabajadas. Como si aquí no cumpliésemos siempre el horario. Como si no os fueseis todos a casa a vuestra hora. Pero la ley obliga. Y ojo, que soy el primero que celebro que el gobierno haya metido mano por fin en ese tema. Millones de horas extra que no se pagan. Tantas empresas que abusan, que exprimen a sus trabajadores con horarios infernales. Y la gente tiene que vivir, joder, no todo va a ser trabajar. ¿Verdad?

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