Un bochorno perfectamente evitable
El baile de
responsabilidades que se traen el Tribunal Supremo y la Mesa del
Congreso, para ver quién se come el marrón de suspender a unos diputados
electos y no condenados, pinta mal y amenaza con un resultado aún más
catastrófico
Cuando el eurodiputado Oriol Junqueras acuda a Estrasburgo a tomar posesión de su más que probable acta, puede acabar colocándonos en la pura antología del disparate y el esperpento ante una Europa asombrada
Antón Losada
Cuando el eurodiputado Oriol Junqueras acuda a Estrasburgo a tomar posesión de su más que probable acta, puede acabar colocándonos en la pura antología del disparate y el esperpento ante una Europa asombrada
Lo peor del embarazoso y
vergonzoso espectáculo que se nos ha ofrecido en sesión doble en el
Congreso de los Diputados es que era perfectamente evitable. No me
refiero al patético numerito de los diputados de Vox corriendo a ocupar
los escaños de la bancada socialista. En todos los inicios de curso de
todos los colegios del mundo concurre esa cuota de tontería inevitable.
Cuando no puedes llamar la atención por otra cosa, la llamas por
payasete. Es una verdad universal que acompaña al género humano desde la
noche de los tiempos. De las sesudas informaciones sobre quién le dio o
no la mano a quién, mejor ni hablamos.
La vergüenza
que sí nos podían haber evitado se dio con el trato dispensado a los
diputados presos catalanes. Representantes de la soberanía popular,
legítimamente elegidos por el pueblo soberano y ciudadanos en posesión
de sus derechos políticos, entre ellos a elegir y ser elegido. En una
decisión que solo se puede calificar de peregrina, se les permitió
acudir a la cámara a tomar posesión de su acta de diputado y participar
en el pleno, pero haciéndolo como cuando aún se usaba el fax y las
noticias llegaban por teletipos que escupían ruidosas en impresoras de
agujas.
El resultado era un accidente esperando para ocurrir. En
la era digital solo nos faltó ver a sus señorías lavándose las manos
después de mear, para indignación de la prensa y las diputadas y
diputados de la derecha, siempre con el teatrillo del melodrama
constitucionalista a punto para la representación y siempre prestos para
patear y abuchear todo aquello que no les gusta oír.
El
baile de responsabilidades que se traen el Tribunal Supremo y la Mesa
del Congreso, para ver quién se come el marrón de suspender a unos
diputados electos y no condenados, pinta mal y amenaza con un resultado
aún más catastrófico. El show mediático y político que se puede montar
en España, cuando el eurodiputado Oriol Junqueras acuda a Estrasburgo a
tomar posesión de su más que probable acta, puede acabar colocándonos en
la pura antología del disparate y el esperpento ante una Europa
asombrada.
Otra vez el quiero y no puedo de la
Justicia española que acompaña al juicio del procés. Se les reconocen
sus derechos porque no hay base legal para negárselos, pero cuando
pretenden ejercerlos se recurre a toda suerte de trampas administrativas
y trucos de salón; desde el horario de las prisiones a las urgencias de
la seguridad parlamentaria. Todo vale para recordarles y hacernos
recordar a cada minuto del día que son presos bajo la tutela del Estado.
Poco
Estado es aquel que no puede permitirse ni sabe soportar con normalidad
que unos diputados protegidos por la presunción de inocencia, que han
demostrado decenas de veces que no tienen intención alguna de huir de la
Justicia, puedan comportarse como tales sin restricciones ni trabas
burocráticas: hablar con la prensa, ocupar su escaño, votar, asistir a
reuniones, hacer el trabajo para el que han sido elegidos por el pueblo
soberano hasta que una sentencia y una condena firmes se lo impidan. Los
Estados fuertes saben cómo hacerlo sin abochornar a nadie.
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