La capacidad integradora de la política
En la despedida a Alfredo Pérez Rubalcaba ha habido emoción de verdad
En los elogios póstumos se suelen mezclar sinceridades e hipocresías en cantidades variables pero en la despedida a
Alfredo Pérez Rubalcaba ha habido emoción de verdad. Porque todos, los que le querían más, los que le querían menos e incluso
los que le detestaban compartían un sentimiento de primera calidad, el respeto.
Respeto a la persona, respeto a su inteligencia superior y respeto a
una mirada sobre la política, esa que llamamos la visión de Estado que
sabe proyectarse más allá de lo inmediato en
asuntos dificilísimos y decisivos como la batalla final contra ETA,
soportando incomprensiones absolutamente injustas, algunas feroces. Y
no es que no supiera o no le gustaran las argucias e intrigas del juego
en corto, que sí que le gustaban; y además
se manejaba en ellas como nadie sino que las había integradas en procesos de otra dimensión, en las mayúsculas de la política.
La unanimidad en el reconocimiento de su trabajo como servidor
público, desde los más afines hasta sus rivales, desde la primera
instancia de la nación hasta la gente de la calle es, no solo un gran
broche de oro para su carrera, sino un dato sobre le que reflexionar.
Porque estos días de duelo nos ha permitido comprobar e
l valor que la sociedad otorga aún a la política que en Rubalcaba tenía a su profesional por antonomasia. Y que esa actividad, la política que es capaz de
hozar en las discordias agravándolas, también tiene, aunque se use poco un gran potencial integrador.
Este mensaje sobre la capacidad integradora de la política
se autodestruirá en cinco segundos ya que estamos en campaña electoral pero convendría que nadie lo olvidara. Ni siquiera, los políticos en campaña.
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