4 mayo, 2019
ecologismo, progreso, ciencia, cientificismo: respuesta a déborah garcía
Lo que en realidad plantea Déborah García en su
artículo “El progreso nos salvará del ecologismo” no es una discusión
científica, sino filosófica: se refiere a cosmovisiones y valores
básicos.
https://culturacientifica.com/2019/05/02/el-progreso-nos-salvara-del-ecologismo/
En ese nivel es donde, a menudo, concluyen los debates. “–Cómo, ¿se opone usted al progreso?” “–A lo que usted está llamando progreso, y que para mí es una huida hacia adelante autodestructiva, sí. Pero hay otras concepciones del progreso humano…”
Fundamentar en filosofía práctica quiere decir: ir desnudando las raíces de nuestra posición, limpiándolas, calibrando su verdadera profundidad… Y al final: llegar a una raíz primera que simplemente asumimos o afirmamos –y que para nuestro adversario será, probablemente, una petición de principio.
Como decía Wittgenstein, cavamos y excavamos y al final damos con el suelo duro que no nos permite avanzar más: ahí nos detenemos. “Todo punto de partida de una investigación filosófica implica una petición de principio. No existe un punto de partida sin presuposiciones” (Alasdair MacIntyre).[1]
¿Cuáles son las presuposiciones en este caso? (Dejo de lado tonterías como “el ecologismo anhela una naturaleza prístina”, “el ecologismo es nihilista”, “el ecologismo es un movimiento apocalíptico”, “el ecologismo tiene una visión infantilizada de la naturaleza”, etc., que sólo requieren que Déborah García se informe un poco, en vez de inventarse un espantapájaros para luego atizarle mamporros a su gusto.)
(Sobre la supuesta “concepción de la naturaleza presocrática” del ecologismo ya propuse la reflexión que me parece básica hace muchos años: mi texto sobre naturaleza y artificio.)
Jorge Riechmann NATURALEZA Y ARTIFICIO cap. 4 UN MUNDO VULNERABLE
Creo que el fondo del asunto que plantea ese desencaminado artículo (“El progreso nos salvará del ecologismo”) es la idea de progreso como avance sin fin en la dominación de la naturaleza, que la autora comparte con la cultura dominante, y que la subcultura ecologista (por desgracia tan minoritaria) cuestiona.
Uno de los grandes pensadores del siglo XX, Cornelius Castoriadis, nos indicó que para las sociedades industriales “el objetivo central de la vida social es la expansión ilimitada del (pseudo)dominio (pseudo)racional”.[2] En el centro de la cultura occidental determinada por las dinámicas del capitalismo y de la tecnociencia hemos de situar la cuestión de la dominación. La ciencia no tiene por qué asociarse necesariamente con el proyecto de dominación –aunque por desgracia la tecnociencia hoy dominante sí lo hace.
Como Castoriadis, también René Dubos –entre otros forjadores de un pensamiento ecologista– critica semejante filosofía de la dominación, y apunta lo contraproducente que resulta: “Cuanto más absoluto sea el dominio del hombre fáustico y más se adhiera a la filosofía de que la naturaleza debe ser conquistada, más rápidamente se deteriorará el entorno y más calidad perderá la vida humana”.[3] Pero ¿por qué el exceso de dominación acaba por volverse en contra del dominador? ¿De dónde proceden estos fenómenos de contraproductividad?
Una respuesta sencilla sería la siguiente: formamos parte de sistemas complejos adaptativos (ecosistemas)[4] y del “sistema de ecosistemas” que es la biosfera, con múltiples bucles de realimentación. Al estar inmersos en esta clase de sistemas complejos donde “todo está conectado con todo” (o casi) mediante bucles de realimentación, sucede que en muchas ocasiones –como intuyeron muchas sabidurías tradicionales– los efectos de nuestras acciones acaban por volver sobre nosotros mismos.
Definir el progreso material en términos de dominación creciente puede inducirnos a olvidar que somos interdependientes y ecodependientes en un mundo compuesto por sistemas complejos adaptativos, y que en un mundo así el exceso de dominación es, a la postre, contraproducente: acaba volviéndose contra el mismo dominador.
Pues, cuando se trata de relaciones lineales, más de lo bueno es mejor; pero en cuanto intervienen relaciones no lineales y circuitos de realimentación –como ocurre masivamente en el mundo real compuesto de sistemas complejos adaptativos-, más de lo bueno a menudo empeora la situación.
Resulta contraintuitivo para nuestro pensamiento lineal, pero es real como la vida misma… Los ejemplos abundan, sobre todo los referidos al progreso técnico de las sociedades industriales: no hay más que pensar en el uso de combustibles fósiles, o de insecticidas organoclorados como el DDT.
La intensificación productiva y la expansión económica se producen a costa de un acrecentado impacto sobre los sistemas naturales que sustentan la vida. Lo que se gana por un lado se pierde por el otro: como sucede tan a menudo en los sistemas complejos de toda índole, al maximizar una variable deprimimos otras. Y si sólo miramos una pequeña porción del fenómeno, estaremos autoengañándonos.
La sabiduría popular lo consignaba: lo mejor es enemigo de lo bueno. Desde una perspectiva sistémica, todas las propiedades de una cosa están interrelacionadas, de modo que la maximización de una de ellas probablemente minimice otras. Todo beneficio tiene su precio…
El socialista holandés Sicco Mansholt (miembro de la Comisión de la CEE desde su fundación en 1958 hasta 1974, y presidente de la misma en 1972-74), describía así su sorpresa al topar con el informe al Club de Roma Los límites al crecimiento que Dennis y Donella Meadows –coautores del mismo— le hicieron llegar a finales de 1971:
“Hasta entonces no me había dado cuenta cabal del nexo que existía entre todos los problemas. Energía, alimentación, demografía, escasez de recursos naturales, industrialización, desequilibrio ecológico, formaban un todo. No había sentido nunca, como sentí en el momento de leer el informe, que era casi imposible corregir un punto, uno solo, sin agravar los restantes”.[5]
Y si nos damos cuenta de lo injusto, destructivo y contraproducente del proyecto de dominación, ¿entonces, qué? El ecologismo defiende, básicamente, un proyecto de simbiosis con la naturaleza. “Simbiosis es como se denomina a la intrincada asociación de organismos y funciones que articula la cadena de la vida en la Tierra.”[6]
[1] Alasdair MacIntyre, Animales racionales y dependientes, Paidos, Barcelona 2001, p. 96.
[2] Encontramos esta formulación en muchos lugares de la obra de Castoriadis. Por ejemplo, en Cornelius Castoriadis y Daniel Cohn-Bendit, De la ecología a la autonomía, Mascarón, Barcelona 1982, p. 18.
[3] René Dubos, Un dios interior, Salvat, Barcelona 1986, p. 227.
[4] Nosotros mismos, como organismos, somos sistemas complejos adaptativos…La naturaleza está formada por multitud de sistemas complejos adaptativos: células, organismos, ecosistemas, la biosfera en su conjunto. La noción de sistema complejo adaptativo proviene de Murray Gell-Mann y sus colaboradores en el Instituto de Santa Fe, institución estadounidense consagrada a la investigación interdisciplinar que centra sus esfuerzos en el estudio de la complejidad. De forma intuitiva, el conjunto de los sistemas complejos adaptativos es coextensivo con el fenómeno de la vida: la naturaleza animada .“A diferencia de la naturaleza inanimada, todas las formas de vida tienden a adaptarse al mundo exterior, aunque a menudo traten de acomodar el mundo exterior a sus propias necesidades. Desde este punto de vista [evolutivo], la adaptación a las cambiantes circunstancias del entorno se produce fundamentalmente a través de los procesos de eliminación no aleatoria [selección natural, en términos darwinianos].” Fred Spier, El lugar del hombre en el cosmos. La Gran Historia y el futuro de la humanidad, Crítica, Barcelona 2011, p. 184.
[5] Sicco Mansholt: La crisis de nuestra civilización, Euros, Barcelona 1974, p. 44, 131 y 133.
[6] José Manuel Naredo, Taxonomía del lucro, Siglo XXI, Tres Cantos (Madrid) 2019, p. 56.
https://culturacientifica.com/2019/05/02/el-progreso-nos-salvara-del-ecologismo/
En ese nivel es donde, a menudo, concluyen los debates. “–Cómo, ¿se opone usted al progreso?” “–A lo que usted está llamando progreso, y que para mí es una huida hacia adelante autodestructiva, sí. Pero hay otras concepciones del progreso humano…”
Fundamentar en filosofía práctica quiere decir: ir desnudando las raíces de nuestra posición, limpiándolas, calibrando su verdadera profundidad… Y al final: llegar a una raíz primera que simplemente asumimos o afirmamos –y que para nuestro adversario será, probablemente, una petición de principio.
Como decía Wittgenstein, cavamos y excavamos y al final damos con el suelo duro que no nos permite avanzar más: ahí nos detenemos. “Todo punto de partida de una investigación filosófica implica una petición de principio. No existe un punto de partida sin presuposiciones” (Alasdair MacIntyre).[1]
¿Cuáles son las presuposiciones en este caso? (Dejo de lado tonterías como “el ecologismo anhela una naturaleza prístina”, “el ecologismo es nihilista”, “el ecologismo es un movimiento apocalíptico”, “el ecologismo tiene una visión infantilizada de la naturaleza”, etc., que sólo requieren que Déborah García se informe un poco, en vez de inventarse un espantapájaros para luego atizarle mamporros a su gusto.)
(Sobre la supuesta “concepción de la naturaleza presocrática” del ecologismo ya propuse la reflexión que me parece básica hace muchos años: mi texto sobre naturaleza y artificio.)
Jorge Riechmann NATURALEZA Y ARTIFICIO cap. 4 UN MUNDO VULNERABLE
Creo que el fondo del asunto que plantea ese desencaminado artículo (“El progreso nos salvará del ecologismo”) es la idea de progreso como avance sin fin en la dominación de la naturaleza, que la autora comparte con la cultura dominante, y que la subcultura ecologista (por desgracia tan minoritaria) cuestiona.
Uno de los grandes pensadores del siglo XX, Cornelius Castoriadis, nos indicó que para las sociedades industriales “el objetivo central de la vida social es la expansión ilimitada del (pseudo)dominio (pseudo)racional”.[2] En el centro de la cultura occidental determinada por las dinámicas del capitalismo y de la tecnociencia hemos de situar la cuestión de la dominación. La ciencia no tiene por qué asociarse necesariamente con el proyecto de dominación –aunque por desgracia la tecnociencia hoy dominante sí lo hace.
Como Castoriadis, también René Dubos –entre otros forjadores de un pensamiento ecologista– critica semejante filosofía de la dominación, y apunta lo contraproducente que resulta: “Cuanto más absoluto sea el dominio del hombre fáustico y más se adhiera a la filosofía de que la naturaleza debe ser conquistada, más rápidamente se deteriorará el entorno y más calidad perderá la vida humana”.[3] Pero ¿por qué el exceso de dominación acaba por volverse en contra del dominador? ¿De dónde proceden estos fenómenos de contraproductividad?
Una respuesta sencilla sería la siguiente: formamos parte de sistemas complejos adaptativos (ecosistemas)[4] y del “sistema de ecosistemas” que es la biosfera, con múltiples bucles de realimentación. Al estar inmersos en esta clase de sistemas complejos donde “todo está conectado con todo” (o casi) mediante bucles de realimentación, sucede que en muchas ocasiones –como intuyeron muchas sabidurías tradicionales– los efectos de nuestras acciones acaban por volver sobre nosotros mismos.
Definir el progreso material en términos de dominación creciente puede inducirnos a olvidar que somos interdependientes y ecodependientes en un mundo compuesto por sistemas complejos adaptativos, y que en un mundo así el exceso de dominación es, a la postre, contraproducente: acaba volviéndose contra el mismo dominador.
Pues, cuando se trata de relaciones lineales, más de lo bueno es mejor; pero en cuanto intervienen relaciones no lineales y circuitos de realimentación –como ocurre masivamente en el mundo real compuesto de sistemas complejos adaptativos-, más de lo bueno a menudo empeora la situación.
Resulta contraintuitivo para nuestro pensamiento lineal, pero es real como la vida misma… Los ejemplos abundan, sobre todo los referidos al progreso técnico de las sociedades industriales: no hay más que pensar en el uso de combustibles fósiles, o de insecticidas organoclorados como el DDT.
La intensificación productiva y la expansión económica se producen a costa de un acrecentado impacto sobre los sistemas naturales que sustentan la vida. Lo que se gana por un lado se pierde por el otro: como sucede tan a menudo en los sistemas complejos de toda índole, al maximizar una variable deprimimos otras. Y si sólo miramos una pequeña porción del fenómeno, estaremos autoengañándonos.
La sabiduría popular lo consignaba: lo mejor es enemigo de lo bueno. Desde una perspectiva sistémica, todas las propiedades de una cosa están interrelacionadas, de modo que la maximización de una de ellas probablemente minimice otras. Todo beneficio tiene su precio…
El socialista holandés Sicco Mansholt (miembro de la Comisión de la CEE desde su fundación en 1958 hasta 1974, y presidente de la misma en 1972-74), describía así su sorpresa al topar con el informe al Club de Roma Los límites al crecimiento que Dennis y Donella Meadows –coautores del mismo— le hicieron llegar a finales de 1971:
“Hasta entonces no me había dado cuenta cabal del nexo que existía entre todos los problemas. Energía, alimentación, demografía, escasez de recursos naturales, industrialización, desequilibrio ecológico, formaban un todo. No había sentido nunca, como sentí en el momento de leer el informe, que era casi imposible corregir un punto, uno solo, sin agravar los restantes”.[5]
Y si nos damos cuenta de lo injusto, destructivo y contraproducente del proyecto de dominación, ¿entonces, qué? El ecologismo defiende, básicamente, un proyecto de simbiosis con la naturaleza. “Simbiosis es como se denomina a la intrincada asociación de organismos y funciones que articula la cadena de la vida en la Tierra.”[6]
[1] Alasdair MacIntyre, Animales racionales y dependientes, Paidos, Barcelona 2001, p. 96.
[2] Encontramos esta formulación en muchos lugares de la obra de Castoriadis. Por ejemplo, en Cornelius Castoriadis y Daniel Cohn-Bendit, De la ecología a la autonomía, Mascarón, Barcelona 1982, p. 18.
[3] René Dubos, Un dios interior, Salvat, Barcelona 1986, p. 227.
[4] Nosotros mismos, como organismos, somos sistemas complejos adaptativos…La naturaleza está formada por multitud de sistemas complejos adaptativos: células, organismos, ecosistemas, la biosfera en su conjunto. La noción de sistema complejo adaptativo proviene de Murray Gell-Mann y sus colaboradores en el Instituto de Santa Fe, institución estadounidense consagrada a la investigación interdisciplinar que centra sus esfuerzos en el estudio de la complejidad. De forma intuitiva, el conjunto de los sistemas complejos adaptativos es coextensivo con el fenómeno de la vida: la naturaleza animada .“A diferencia de la naturaleza inanimada, todas las formas de vida tienden a adaptarse al mundo exterior, aunque a menudo traten de acomodar el mundo exterior a sus propias necesidades. Desde este punto de vista [evolutivo], la adaptación a las cambiantes circunstancias del entorno se produce fundamentalmente a través de los procesos de eliminación no aleatoria [selección natural, en términos darwinianos].” Fred Spier, El lugar del hombre en el cosmos. La Gran Historia y el futuro de la humanidad, Crítica, Barcelona 2011, p. 184.
[5] Sicco Mansholt: La crisis de nuestra civilización, Euros, Barcelona 1974, p. 44, 131 y 133.
[6] José Manuel Naredo, Taxonomía del lucro, Siglo XXI, Tres Cantos (Madrid) 2019, p. 56.
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