El día que ETA se topó con Rubalcaba
La banda reconoció en
un documento interno que el mensaje de "o bombas, o votos" alcanzó un
"alto grado de penetración" en la izquierda abertzale
Lideró una estrategia que aceleró el final de la violencia: golpes policiales a los sectores continuistas y fomento de la disidencia en el interior de las cárceles
Su nombramiento como ministro del Interior desató las teorías conspirativas: todo lo malo sin autor conocido se adjudicaba de inmediato al político socialista
Lideró una estrategia que aceleró el final de la violencia: golpes policiales a los sectores continuistas y fomento de la disidencia en el interior de las cárceles
Su nombramiento como ministro del Interior desató las teorías conspirativas: todo lo malo sin autor conocido se adjudicaba de inmediato al político socialista
No habrá hoy obituario laudatorio que
logre redimir de sus pecados a Rubalcaba. "Ni falta que hace", dirán
los suyos. Es difícil que este viernes arranque la leyenda cuando sus
enemigos se empeñaron en elevarle a mito en vida. En España, hubo una
época en que todo lo malo sin autor conocido era inmediatamente
atribuido a Rubalcaba. Y ni él tenía capacidad para que eso pudiera ser
cierto. Cuando Zapatero decidió que sería el ministro del Interior que
pilotaría el final de ETA, algunos cables mentales cortocircuitaron:
Rubalcaba iba a mandar en los servicios de Información.
En
el Partido Popular llegaron a convencerse de que el sistema de escuchas
con orden judicial que ellos adquirieron se había convertido en una
herramienta de espionaje masivo al servicio del malvado Rubalcaba. En la
Policía y la Guardia Civil se echaban las manos a la cabeza al
escucharlo: cualquier eventual quebrantamiento de la legalidad no podía
estar relacionado con Sitel, más bien al contrario. ¿Hubo una
utilización torticera de la investigación policial del caso de
corrupción Gürtel? Pérez Rubalcaba siempre lo negó. Hasta en esta su
última época defendía en privado a sus jefes policiales anticorrupción, señalados ahora por las grabaciones del caso Villarejo como presuntos profesionales del juego a dos bandas.
Un documento interno de ETA incautado en 2009 reconocía
el "alto nivel de penetración" que el mensaje "o bombas, o votos" había
alcanzado entre las bases de la izquierda abertzale. Con Batasuna
ilegalizada, agotada por la travesía en el desierto que arrancó con la
ruptura de la tregua de 2006, las palabras del ministro de Interior
fueron el zumbido constante que precedió al silencio definitivo de las
pistolas. Con su didáctico mensaje, el "jefe de los enemigos" alcanzaba a
una masa social tan impenetrable como era aquella hace diez años.
Cualquier comparación entre este manejo de la comunicación y el efecto
que tienen las ocurrencias de algunos de los actuales líderes políticos
conduce irremediablemente a la melancolía.
"Rubalcaba
fue el mejor ministro del Interior que ha habido". Parece una frase al
calor de los micrófonos en la puerta del tanatorio. Es, sin embargo, un
mantra entre los altos mandos de la Policía y la Guardia Civil desde que
Rubalcaba regresó a su casa, en el noroeste de Madrid. Un apunte, por
si fuera necesario: ninguno de esos coroneles o comisarios estuvieron de
acuerdo con el proceso de paz de 2006, ni se les conocen adscripciones
ideológicas izquierdistas. En realidad, tampoco aquel sistema de dos
mesas de diálogo paralelas (partidos y Gobierno-ETA) convencía a
Rubalcaba, quien sin embargo se empleó a fondo en su gestión y desplegó
sus temidas artes de presión contra los medios que publicaban las
evidencias de la negociación.
Después de Rubalcaba se
quedó al frente de Interior su número dos, Antonio Camacho, para dar
continuidad en el departamento mientras "el jefe" gestionaba la
descomposición de la era Zapatero desde la Vicepresidencia del Gobierno y
acordaba la sucesión de la Corona. Lo que ocurrió a continuación con el
PP y Jorge Fernández Díaz en el Ministerio fluctúa entre el bochorno y
una investigación en marcha de la Audiencia Nacional. Si se pregunta a
los funcionarios de la casa, aquellos que son ajenos al color político
del Gobierno de turno, vuelve a emerger la melancolía.
Fernández
Díaz pudo dedicarse a confundir sobre la vigencia de ETA con sus
farragosas peroratas porque el trabajo ya estaba hecho después de la
declaración de alto el fuego definitivo. Cuarenta años de lucha contra
el terrorismo, incluidos los episodios de la guerra sucia, culminaron en
una época donde, sencillamente, se actuó con estrategia. Con Arnaldo
Otegi en prisión, y la información del CNI acerca del debate abierto en
el seno de la izquierda abertzale, Rubalcaba lideró una estrategia
dedicada a allanar el camino a los posibilistas a base de golpear a los
continuistas. Ekin, Segi y Askatasuna, las organizaciones que apoyaron
la continuidad de ETA en las asambleas internas, eran reducidas a la
mínima expresión con continuos golpes policiales.
Mención
aparte merece la estrategia para romper el colectivo más numeroso
dentro de ETA: sus presos. El Ministerio de Rubalcaba, con Mercedes
Gallizo en Instituciones Penitenciarias, revolucionó la política
penitenciaria respecto al frente de makos. Aunque con escasa adhesión
entre sus reclusos, se puso en marcha la vía Nanclares, una opción de la
que abominaba el EPPK (la voz de ETA en la cárcel), pero que recordaba,
otra vez como un zumbido, que había un camino de reinserción posible
para ellos.
Mientras, los presos que simplemente
expresaban en el patio o en las comunicaciones su rechazo a la violencia
eran acercados a Euskadi. Los irreductibles, alejados. Y además
aquellos movimientos eran reversibles según los avances. La asunción
definitiva de la legalidad por todo el colectivo se ha retrasado años,
en parte, porque el PP optó por la inacción cuando no por la destrucción
del trabajo realizado.
La implicación en esta
estrategia antiterrorista de un grupo selecto de uniformados popularizó
el término 'comando Rubalcaba' en los ambientes más reaccionarios, los
que se movían en los entornos mediáticos del PP y de algunas
asociaciones de víctimas. Con él designaban a esos miembros de las
Fuerzas de Seguridad, destacados miembros del colectivo más castigado
por ETA, por hacer su trabajo, esta vez con un ministro socialista. No
soportaban que consideraran a Rubalcaba uno de los suyos, rompiendo el
concepto patrimonialista que un sector de la derecha española tiene de
la bandera, de la seguridad o de la Guardia Civil. Era otro ejemplo de
la inquina con la que los más radicales detractores del dirigente
socialista se saltaban sus propias líneas rojas para atacarlo. A la
postre, otra señal del éxito de Rubalcaba al frente de Interior.
Ni
Rubalcaba fue el "portavoz de los GAL", como recogían los argumentarios
del PP, ni estuvo relacionado con el chivatazo a ETA en el bar Faisán,
en contra de las más de cuarenta acusaciones de los conservadores en
sede parlamentaria. Cuando se convirtió en la voz del Gobierno de Felipe
González habían pasado cuatro años del último atentado de los GAL. Es
cierto que le tocó lidiar con los descubrimientos periodísticos y
judiciales del momento, pero la simplificación del término tenía trampa.
En el momento de la delación de la red de extorsión, Alfredo Pérez
Rubalcaba llevaba tres semanas en el Ministerio de Interior. Nunca
apareció en la investigación judicial y quien conoce el caso sabe que
las sospechas fundadas por encima de los policías condenados conducen a
un cargo político cesado por el propio Rubalcaba. El tamaño de las
sombras que se proyectan sobre el rival terminan por agigantarlo.
También
en el Ministerio de Interior Rubalcaba dejó su impronta en el trato.
Que se lo pregunten a las empleadas que atienden el domicilio que ocupan
los ministros en la parte alta del edificio de Castellana número 5. O a
cualquier funcionario del edificio. Nadie escapaba a la habilidad para
hacer sentir bien a su interlocutor, convertirlo en importante ante el
ministro de Interior. La vacuna contra ello era imprescindible para
acercarse al político y en muchas ocasiones escaseaba. No hay más que
consultar la hemeroteca. Qué periodista, subordinado o adversario
político cuyo camino se cruzó en algún momento con el de Rubalcaba no
tiene varias anécdotas inolvidables que contar, se encandiló con sus
confesiones o recuerda con una sonrisa la soltura con que le contó una
versión diametralmente opuesta a la que daban el resto de los asistentes
a una reunión de interés.
Para Alfredo Pérez
Rubalcaba no existían los resúmenes de prensa de su gabinete. Subrayaba
con un bolígrafo barato los periódicos de papel y tomaba notas. Al lado,
un viejo móvil sin Internet, a salvo de virus troyanos y
geolocalizaciones. Al otro lado de la línea, las más de las veces,
Gregorio Martínez, ‘Goyo’, su jefe de gabinete en Interior. El hombre de
todos los secretos al que sacó de una consultora internacional para que
se comiera con él el "marrón" de Interior. En las últimas horas le ha
tocado recibir en la puerta del hospital al presidente del Gobierno y el
resto personalidades. Último servicio al jefe.
Rubalcaba
no concedía entrevistas escritas porque prefería que se le escuchara
directamente qué y cómo quería decir lo que quería decir. En las ruedas
de prensa, al término de una intervención o respuesta, resumía la idea
principal en un corte de pocos segundos que encajara perfectamente en
las piezas de los informativos de radio o televisión. Hoy tienen que
borrar de la agenda de su teléfono el contacto de "Alfredo Pérez
Rubalcaba" –los más descuidados- o "El Químico", "APR" o "Matrix" – los
más suspicaces- consejeros delegados y plumillas de trinchera. Él no
dejaba flanco sin cubrir.
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