Hay una España que trabaja o que lo intenta, que
estudia o que debe irse del país a hacer "movilidad exterior". Hay
también una España de golfos y ladrones que sigue sin recibir su
merecido. Por eso, entre otras cosas, son así. Porque han sentido que
podían hacerlo y todavía no se ha hecho justicia. El último al que
veremos en la calle será Francisco Granados. Por el módico precio de
400.000 euros, cuando no hemos recuperado ni una ínfima parte del
dineral que tenía, por ejemplo, en Suiza. Solo en el altillo de los
suegros guardaba un millón en metálico.
En la utópica
espera de las condenas de una justicia ágil, ejemplarizante e igual
para todos prestemos atención al modo de vida de estos tipos, de pulsera
rojigualda, cuenta bancaria en el extranjero y saqueo del dinero de
todos celebrado con "volquetes de putas". No sabemos ni una parte de sus
fechorías, pero se ha declarado una suerte de guerra de clanes y están
aflorando muertos, herido graves y leves. La vendetta está arrojando pistas.
Jueces y fuerzas de seguridad relatan el modus operandi
de estos emprendedores, que van de liberales, pero que se llevaban el
dinero público, con una parte para ellos, otra para el partido y todos
muy bien relacionados. Si la formación política participaba en las
elecciones con buen presupuesto, había más opciones de ganar. Y si el
partido ganaba, había más posibilidades de seguir repartiéndose el
botín. Que era el dinero de todos.
Fijémonos en el
caso de Arturo Fernández. Tardó doce años en "acabar Económicas", pero
es amigo de la infancia de Esperanza Aguirre. También es uno de esos
empresarios cachondos que hacía reírse mucho al rey Juan Carlos. Arturo
llegó a invertir en un negocio de bombones de Corinna, que aparentemente
fue ruinoso, pero que a Arturito le dejaba buen sabor de boca, porque
se relamía con influencias que podían ser rentables si se llevaba
contratos públicos sin parar.
Arturo Fernández,
moroso con Hacienda, pagaba en negro o dejaba en la ruina a cientos de
trabajadores, pero gestionaba la hostelería de La Moncloa, el Congreso,
el Senado, varios ministerios y RTVE. Fernández llegó a ser consejero de
Bankia, por supuesto con tarjeta black, y vicepresidente de los
empresarios españoles. Su concuñado, hoy en la cárcel, fue presidente.
Recuerden aquellas recetas para "salir de la crisis trabajando más,
cobrando menos". Ya cobraban ellos por nosotros. Parece que cultivando
amistades, volquetes y sin dejar de dejarle una parte al partido.
Si vemos a Arturo Fernández durmiendo la siesta en aquella foto del
caso del "pequeño Nicolás", recordaremos esa España "que ora y bosteza,
vieja y tahúr", de la que hablaba Machado. Son amiguetes de cacerías que
se cobraban buenas piezas a diario. Como Fernández, que presumía de
cazar con el rey o de tener un rifle de cien mil euros. Berlanga ya lo
dejó retratado en La escopeta nacional, aquel
reparto de favores del tardofranquismo. Algunos siguieron con la veda
abierta y ahora hasta se están disparando entre ellos. Entró en la trena
Ignacio González, ahora saldrá Francisco Granados… En fin, sigamos
atentos, porque sabremos más de todas estas cacerías también gracias al
fuego amigo.
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