Mientras la verdad en las palabras de Diego Cañamero inundan el Parlamento con la autoridad que concede la experiencia real, las señorías ausentes de los escaños son un insulto para la ciudadanía. Concretamente en la bancada del Gobierno no hay nadie, sus caciquerías (de señorías no les queda nada de nada, es mucho más señor que ellas el trabajador que habla en la tribuna con el fruto del trabajo por delante) deben estar ocupadisimas haciendo juegos malabares con los fiscales y jueces afines, para escurrir el bulto ante los tribunales y ante los pueblos de Iberia, esa desgraciada tierra a la que los romanos llamaron Hispania, de 'hyspidus', literalmente, "tierra poco agradable, asilvestrada y llena de conejos". Una definición en carne viva, aun vigente y por reciclar con mejores expectativas humanas e inteligentes. Afortunadamente para todos, Diego Cañamero nació en una familia trabajadora y jornalera, y en la lucha por el bien común ha podido desarrollar una conciencia y unos valores dignos, que difícilmente habría conocido y desarrollado si hubiese nacido en pijolandia como los compiyoguis del enjuague. Gracias, Diego, por ser parte del patrimonio decente de la humanidad, un bien escasísimo, sobre todo en España...Ains!
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