Cuando se nos dice que hay que salvar a los bancos, lo que se
quiere decir es que hay que crear las condiciones que les permitan
seguir creando deuda
Quinto artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Quinto artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Uno de los mitos más extendidos sobre la vida
económica es el que afirma que la enorme deuda que se acumula en el
mundo es consecuencia de que la gente normal y corriente vive por encima
de sus posibilidades y de que los partidos de centro-izquierda son muy
pródigos cuando gobiernan, produciendo grandes déficits que la aumentan
sin cesar.
Se trata, como tantas otras, de una
falsedad que se desmiente fácilmente con el conocimiento elemental de
los procesos económicos y con los datos. Pero que, a base de repetirse
miles de veces, ha terminado por convertirse en un credo que la gente
asume y que, gracias a ello, permite imponer las políticas económicas
que benefician a otros.
Cuando se consigue que la gente crea que la deuda tan
elevada se ha generado por su culpa, debido a su comportamiento
irresponsable, se pueden ya imponer medidas correctivas "de austeridad" y
recorte en los gastos sin que sus beneficiarios protesten, o al menos
sin que lo hagan suficiente o convencidamente, pues están convencidos de
que deben expiar su culpa.
La trampa es clara: unos
(los acreedores) generan la deuda en su beneficio pero hacen creer a los
deudores que estos últimos son los responsables de ella, y así pueden
imponerles más fácilmente las condiciones que aseguren el pago,
multiplicado por los intereses, de la deuda. Y la trampa es tan antigua
que la palabra "deuda" significa también "culpa" en muchas lenguas. Para
Nietzsche el propio concepto de culpa procede del "tener deuda": el
deudor siempre es culpable.
Los datos, como he dicho,
muestran claramente que son precisamente los gobiernos más a la derecha
los que multiplican la deuda mientras que los de centro-izquierda
suelen ser los que tienen que dedicarse a reducirla. Y la prueba más
evidente de que son las políticas más liberales las que aumentan la
deuda se tiene simplemente comprobando que su mayor incremento histórico
se ha producido precisamente desde los años 80 del siglo pasado cuando
comenzaron a imponerse generalizadamente.
El caso de
Estados Unidos es paradigmático. El padre de la revolución conservadora
que impulsó el neoliberalismo, Ronald Reagan, llegó a la presidencia
diciendo que la deuda estaba fuera de control, cuando en realidad se
encontraba en el nivel más bajo de los últimos 50 años. Pero lo que
ocurrió fue que bajo su mandato y el siguiente de Bush padre la deuda se
disparó como nunca antes, volvió a bajar con la presidencia demócrata
de Clinton y nuevamente subió con Bush hijo. Y algo parecido se puede
decir con la ingente deuda que los países más atrasados acumularon bajo
gobiernos de derecha o extrema derecha a partir de los años 80.
La banca internacional, de la mano de la CIA, impulsó golpes de Estado
para imponer a dictadores civiles o militares cuya primera y principal
tarea consistía en suscribir préstamos multimillonarios (muchos de los
cuales ni siquiera llegaban a sus países). Las auditorías que se han
realizado años después en algunos lugares han demostrado que ese
endeudamiento fue un auténtico crimen contra sus pueblos, una deuda
ilegítima y tramposa que las grandes potencias y los poderes financieros
no tienen la vergüenza de reconocer como tal.
En
España estamos viendo en estos últimos años que sucede algo parecido.
Los ayuntamientos más endeudados son precisamente los del Partido
Popular y cuando han llegado partidos o coaliciones de centro-izquierda
se han de dedicar a reducirla con enorme esfuerzo.
Se
ha dicho hasta la saciedad que el problema de deuda que ahora tiene la
economía española se debe a que antes de la crisis la gente corriente
vivía "por encima de sus posibilidades" pero los datos también
contradicen esa idea. Según los del Banco de España, en 2008 a las
familias le correspondía el 25% de la deuda total y el 35% de la deuda
no financiera (excluida la de los bancos, es decir, sólo la de las
familias, la del sector público y la de las empresas no financieras). A
las empresas no financieras, el 33% de la total y el 47% de la no
financiera. Al sector público el 11,8 % de la total y el 16% de la no
financiera y a las entidades financieras, el 30,3% de la total. Y,
además, el 49,1% de las familias y el 83,5% del 20% con menos ingreso no
estaban endeudadas. Y la mayoría de las familias (73,4%) con menos
renta (40%) solo tenían en aquel año la deuda correspondiente a su
vivienda habitual.
En contra de lo que se quiere
hacer creer, las familias y las personas corrientes, o las pequeñas y
medianas empresas, no son las adictas a la deuda, y endeudarse no es lo
que buscan los partidos políticos más progresistas. Todo lo contrario,
son ellos quienes sufren la deuda como lo que es, una esclavitud
resultado de la desigualdad y de las políticas de creación artificial de
escasez y de bajos ingresos.
La razón de por qué la
deuda es tan elevada en todas las economías es otra, doble y bien clara.
Por un lado, porque es el negocio de la banca y ésta tiene suficiente
poder como para imponer un modelo generalizado de crecimiento económico
impulsado por la deuda para garantizar y aumentar sus beneficios. Y, por
otro, a causa de los intereses que la multiplican sin cesar.
Gracias a las normas que regulan el sistema bancario desde hace
décadas, la banca tiene el privilegio de poder dar préstamos creando el
dinero que presta desde la nada, es decir, sin tenerlo previamente. Y es
obvio que un privilegio como este no lo desperdicia, sino que lo
utiliza a la máxima potencia.
Si el negocio de la
banca es dar préstamos (si solo recibiera depósitos se arruinaría) y lo
que busca es aumentar su beneficio, lo que tiene que hacer es crear
deuda constantemente. Para ello utiliza su poder, que es enorme
precisamente por ese mismo privilegio, para imponer las políticas que
restringen el ingreso y que obligan a endeudarse constantemente, o que
implican modos de vida (viviendas en propiedad) que necesitan
financiación externa, o para corromper a los políticos y obligarlos a
realizar gastos cuantiosos, sean necesarios o no pero que deben
financiarse con su crédito.
Quien es adicto a la
deuda es la banca porque esa es la fuente de sus ganancias y de su
impresionante poder, no solo financiero, sino también mediático,
cultural y político.
La segunda razón que hace que la deuda se multiplique es el interés.
El dinero que un banco central o un banco comercial da en préstamo
viene, como he dicho, de la nada. Por eso los bancos centrales pueden
prestar al 0% a los bancos privados, como igual podría hacer un banco
privado o comercial (otra cosa es que el interés se utilice como
incentivo o desincentivo en la vida económica). Pero estos últimos lo
prestan al interés más alto que pueden y, además, con fórmulas de
interés compuesto que multiplican la deuda en poco tiempo: una al 7% se
duplica en diez años, por ejemplo.
Los datos que
muestran el peso de los intereses en la deuda total son abrumadores. De
cada 100 euros de deuda pública acumulada en el conjunto de la UE-28 de
1995 hasta finales de 2015, más de la mitad (57,6 euros) corresponden a
intereses, en la eurozona 60,5 euros y en España 61,4 en ese mismo
periodo.
Cuando se nos dice que hay que salvar a los
bancos, lo que se quiere decir es que hay que crear las condiciones que
les permitan seguir creando deuda. Y es precisamente por ello que en
estos últimos años en que se han ido rescatando con inmensas cantidades
de dinero público (que han obligado a endeudarse aún más a los Estados)
lo que ha ocurrido es que la deuda ha vuelto a crecer espectacularmente.
Lógico: un banco rescatado es el que de nuevo comienza a generar deuda.
Nos decían que había que imponer las políticas de recortes para que
bajara la deuda pero lo que se buscaba era justo todo lo contrario:
reducir la capacidad de generar ingreso propio para que los bancos
volvieran a prestar y a crear deuda. Por eso en 2015 había en Europa
cinco billones más de deuda pública que en 2007, y 2,4 billones más que
en 2010. Y por eso la deuda total ha aumentado en 57 billones de dólares
en todo el mundo desde 2007 a mediados de 2016, y la de los Estados ha
pasado de 26 billones de dólares a 56,5 billones en ese mismo periodo.
La prueba del engaño es que la deuda haya subido de esa manera
justamente en el periodo de aplicación de políticas de recortes sociales
y rescate a la banca justificadas como las imprescindibles para
disminuirla.
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Aquí puedes leer el anterior artículo de Juan Torres de la serie Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas: " No todos los economistas predicen mal".
Juan Torres López
No todos los economistas predicen mal
El caso de la crisis reciente es otra vez paradigmático. ¡Cuántas
veces se ha dicho que nadie pudo preverla! Tantas, que la gente ha
terminado por creerlo y por pensar que los economistas somos todos un
desastre
Cuarto artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Cuarto artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Los economistas tenemos mala fama por muchas cosas pero principalmente por lo poco que acertamos en nuestras predicciones.
La crítica parece que tiene fundamento si nos atenemos a lo que ocurre
con las más conocidas, las que suelen difundirse con privilegio en los
medios y las que hacen los economistas más afamados. La verdad es que
los fallos de predicción sobre circunstancias tan importantes como una
gigantesca crisis económica mundial son tan evidentes que resulta fácil
pensar que no hay otra profesión tan propensa al error como la de los
economistas.
Incluso cuando la crisis estaba ya enseñando sus pezuñas
por debajo de las puertas, los expertos de los grandes organismos
económicos internacionales, de los gobiernos y los que entonces
asesoraban a los grandes partidos políticos, afirmaban con toda
seguridad que la economía iba viento en popa.
En su
Informe Anual de 2006, los economistas del Banco de España (los mismos
que se presentan siempre a la gente como los únicos que saben lo que hay
que hacer para arreglar nuestros problemas) decían muy seguros en 2007
que proseguía "la fase de expansión de la economía española" y las
perspectivas apuntaban "a su continuidad en el horizonte más inmediato".
En su opinión, solo cabía esperar "algunas incertidumbres sobre la
continuidad del crecimiento de la economía", pero "en horizontes más
alejados". Y en el que elaboraron a mediados de 2008 decían que lo
ocurrido en 2007 era solamente un "episodio de inestabilidad
financiera". Los economistas que hacían las predicciones de la OCDE
escribían en el informe de Perspectivas Económicas de septiembre de 2007
cuyo "pronóstico central" [sobre la situación económica venidera]
seguía siendo "bastante benigno". Y los que se creen los más grandes
entre los grandes oráculos de la economía dominante, los economistas del
Fondo Monetario Internacional, decían a mediados de 2007 que no había
"razones para preocuparse por la economía mundial". Su subdirector
gerente hablaba en ese momento de "la favorable situación económica
mundial" y el ínclito Rodrigo Rato, que por entonces combinaba sus
negocios corruptos con la máxima jefatura del FMI, aseguraba que la
economía mundial mantendría "su buena marcha". A nadie pudo extrañar
entonces que los economistas que asesoraron al Partido Popular y al PSOE
para elaborar sus respectivos programas electorales asegurasen en ellos
que en la legislatura 2008-2012 se alcanzaría en España el pleno
empleo. Auténticas luminarias todos ellos.
Recurrentemente, desde finales de los años ochenta se vienen presentando
informes sobre los escenarios futuros de nuestro sistema de pensiones
públicas. Diversos economistas los elaboraban con cálculos sofisticados
que les permitían predecir que en los años venideros, 1995, 2000, 2005,
2010... nuestra Seguridad Social entraría en déficit. Ninguno de ellos
acertó en alguna ocasión. Se equivocaron siempre en sus predicciones.
Los economistas que trabajaban en las grandes agencias de calificación
para evaluar los productos financieros que difundían los bancos también
se equivocaron radicalmente en sus valoraciones y predicciones. Algunos
estudios posteriores han demostrado con sus propios datos internos que
el riesgo de que se produjeran insolvencias en sus cálculos resultó 230
veces más bajo que el real.
Se podrían poner docenas
de ejemplos más de este tipo de fallos clamorosos de predicción, pero no
vale la pena torturarse. Lo cierto es que se producen y que la gente
asume que los economistas no aciertan nunca. Pero no es cierto que eso
le ocurra a los economistas en general.
La idea de
que los economistas no aciertan a predecir ni el pasado solo se puede
mantener si se contempla la opinión más divulgada, las predicciones de
los economistas vinculados a los grandes centros del poder y a una sola
parte de la profesión. Basta con abrirse a otros ámbitos de la
investigación económica para comprobar que muchos economistas sí que
predicen con acierto. Como también es fácil descubrir que hay unas
claras pautas de análisis, hipótesis de partida que son las que llevan a
equivocarse mientras que a partir de otras diferentes se descubre con
acierto lo que puede ir ocurriendo en el futuro.
La
clave del asunto radica en que los que más se equivocan son casualmente
los economistas que defienden las políticas dominantes, los vinculados a
los grandes centros del poder o los que escriben financiados por todos
ellos y quienes parten de las hipótesis analíticas más ortodoxas. Puede
parecer un prejuicio, pero creo que es la verdad. Como detallo en mi
libro Economía para no dejarse engañar por los economistas,
cuando se repasan los organismos que peores predicciones han hecho
sobre la evolución del PIB español en los últimos años, por ejemplo, los
que aparecen son el Banco de España, el FMI, la OCDE, el gobierno de
España, la Comisión Europea, el Consejo Superior de Cámaras de Comercio o
el Banco Santander. Es decir, los grandes centros del poder económico y
financiero. Y si se repasa la lista de los economistas que han hecho
predicciones sobre el futuro de la seguridad social, es fácil comprobar
que quienes se han equivocado más son casualmente los autores de
informes financiados por entidades financieras.
Es
verdad que las causas de los errores de predicción de los economistas no
son solamente el irrealismo de sus postulados analíticos o la
dependencia del poder. Influye también la dificultad intrínseca que
tienen los hechos económicos para ser analizados debido a su naturaleza
compleja y a lo complicado que resulta medir las variables a partir de
las que se pueden analizar (Samuel Williamson ha descubierto que la
pregunta sobre cuánto creció el PIB del Reino Unido en 1959 ha tenido 18
diferentes respuestas por parte de diversas oficinas estadísticas y
diferentes investigadores). Como también influye la prepotencia de la
profesión, que rechaza más que ninguna otra, según indican las
encuestas, el contacto con otras ciencias o la diversidad de
planteamientos teóricos.
Pero, en todo caso, basta
con ir a las bibliotecas para comprobar que todos los economistas no se
equivocan a la hora de analizar la realidad o de hacer predicciones.
El caso de la crisis reciente es otra vez paradigmático. ¡Cuántas veces
se ha dicho que nadie pudo preverla! Tantas, que la gente ha terminado
por creerlo y por pensar que los economistas somos todos un desastre.
Sin embargo, Dirk Bezemer analizó la producción científica de un buen
número de ellos tratando de averiguar si era cierto que ninguno había
anticipado la crisis financiera de las hipotecas basura y sus
consecuencias inmediatas. Encontró que al menos doce habían publicado
trabajos o artículos con una predicción concreta y certera y con alguna
referencia temporal sobre lo que iba a ocurrir a partir de sus propios
análisis de la situación económica y financiera. Y lo interesante es que
su análisis de esos aciertos muestra que se producen desde posiciones
teóricas o ideológicas dispares pero que coinciden en hipótesis
esenciales que no asumen otros economistas sobre las finanzas y la deuda
y en realizar sus investigaciones con independencia de los grandes
grupos de interés. Hay economistas que aciertan. Los que son
independientes y no se aferran a su exclusivo saber sino que recurren al
de los demás y están dispuestos a dudar de sus propios postulados. Para
descubrirlos solo es necesario ir un poco más allá de donde nos quieren
hacer creer que acaban las fronteras del saber que no es sino allí
donde se ponga algo en cuestión el orden establecido.
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